Recuperado de la grave cogida que sufrió en el coso mexicano de Aguascalientes, el torero de Galapagar recupera su trono. A falta de seis días para cumplir con su anhelado regreso en la plaza de Valencia, el matador Luis Francisco Esplá pone los puntos que nunca deja indiferente y que para muchos ha alcanzado la categoría de mito. Fotografía. Anya Bartels Suermondt
¿Merece la pena dejarse literalmente la vida en una profesión de dudoso cuestionamiento moral? ¿Y cuál es la compensación a tan altísimo precio? ¿El dinero? ¿La fama? ¿O el mero placer de ver satisfecha la imposición de su razón? Si alguien puede aportar respuestas a tanto interrogante, es es sin duda José Tomás. 1. El paladín.Para ello no es preciso agobiarlo con preguntas. Basta con acomodarse en un tendido y la transparencia de su discurso artístico será el oráculo donde irán esclareciéndose cuantos misterios ocultan las entretelas del toreo.La máxima prueba a la cual un ser humano puede enfrentarse es la muerte. Toda consecución establecida sobre el filtro determinante de mirar de frente a la parca merita, de entrada, toda aspiración. Pero en este intento es imprescindible ir más allá de la mera pretensión. Es decir, se necesita abarcar la concisión del logro. Esto hace evidente la necesidad de contar con enemigos, pues basándose en las dificultades y resistencias establecidas por estos, quedará merecidamente prestigiada la conquista. Al final, el sacrificio del contrario consagra, como prueba irrefutable ante la historia, la perfección de su victoria. En José Tomás el grado de excelencia se establece en ausencia de enemigos, que no debemos confundir con carencia de riesgos y adversidades. Además, la necesidad de proceder supeditado a la norma, a lo pautado en las tauromaquias, hace todavía más angosto el trazado de ejecución. Sustraerse al más tibio de los alivios, o rehusar mínimamente este compromiso moral que comporta la esencia misma del toreo, es algo que los toreros hemos hecho en algún momento de nuestra profesión, todos. Todos, salvo este Aquiles dorado, cuyo concepto del compromiso excede cuanto he conocido. Claro que le importa su vida. ¡Vaya estupidez! Pero la desea sin la desdicha de una conciencia insatisfecha; su generosidad antepone el sacrificio a la decepción. Y a una humanidad a la que los valoresen estos tiempos apenas le suponen un exiguo aforo en las conciencias le es difícil reconocer el ejemplo de este titán; reflejo de un extinto código de honor y un tiempo abandonado a los tratados de caballería medievales.2. El artista.La contemplación de la belleza, la sustentación de una creencia, la entrega incondicional a algo o a alguien o la simple delectación ante el espectáculo de la vida necesitan siempre de la intromisión del espíritu para adquirir consistencia. Y es el hombre, exclusivamente, quien posee esta facultad. la de establecer relaciones de simbolismo. En la corrida de toros confluyen lo religioso, lo artístico y lo pasional, conformando la más eficaz de las pócimas frente al hegemónico sentimiento de transir. Y es el de Galapagar, sin duda, aquel que con más fuerza socava nuestras conciencias de mortales insistencias y presencias. Pero su calidad artística encuentra un incómodo enemigo en su propia audacia. Que la emoción estética se sostenga sobre la cima del valor sería siempre lo deseable. Mas cuando la intrepidez blinda en su interior la suma de argumentos plásticos contenidos en un torero, se corre el riesgo de desvirtuar cuanto se pretende expresar. Sería algo así como la voz de un tenor ahogada en vez de acompañada por el coro. Quiero ilustrar con esto que, pese al desproporcionado valor, es tal la calidad artística atesorada por José Tomás como para imponerse, incluso, al rigor de este impedimento expresivo. Las producciones artísticas son percibidas básicamente de dos maneras. estudiada o intuitivamente. El toreo del madrileño trasciende a los espectadores vía intuición. Es decir, no necesitan hacer ningún esfuerzo por entender, la simple contemplación invade los caminos de la emoción. De este modo, Mozart en la música o Barceló en la pintura participarían para entenderlo mejor de idéntica síntesis comunicativa, mientras Wagner y Picasso requerirían una aproximación mucho más «estudiada» para extraer de cualquiera de sus producciones todo el potencial emotivo. Obviamente, esto facilita ser torero de masas. Como ocurre con los artistas llamados «de época», es tal la atracción que logran ejercer sobre sí que el sistema entero se ve alterado y obligado a replantear órbitas acerca de esta nueva fuerza gravitatoria. Pues como suele acontecer en toda disciplina artística, la aparición de nuevas interpretaciones o conceptos despabilan sensibilidades que sienten la necesidad de seguir, insistir o indagar en las nuevas referencias alimentando, con ello, el cambio en torno a las novedades. Gracias a estas apuestas, el arte se mantiene vivo y dinámico; y gracias a la sugestiva aportación de este artista, el toreo ha recuperado un pulso que parecía extinguirse. 3. El hombre.Tiene el José Tomás de la calle el aire sereno de quienes, seguros de sí, no necesitan apuntalar con extravagancias comportamientos o cuanto los rodea. La sobriedad del gesto en la plaza tiene su prolongación allende de ella, viniendo a rubricar el aforismo de se es como se torea . La posesión de ciertos valores vuelve a los hombres vanidosos; la confirmación de una acotada exclusividad en cuanto a esta propiedad los suele convertir en estúpidos. Pero la seguridad de ser dueños legítimos de un tesoro irrepetible los hace intratables. Por esto, sin duda, el entorno de muchos toreros se halla siempre bajo alarmantes índices de contaminación aduladora. Son muchos los que hacen o necesitan del logro artístico para sustentar sus condiciones personales de ser superior más allá del espectro de sus oficios. No pueden viajar sin su cohorte de almibarada zalamería; en realidad, este coro de jaleadores son la banda sonora de sus triunfos. Y. ¡Maestro, es usted el mejor! ¡Uf! ¡No se puede torear mejor! ¡Con qué arte se bebe usted el güisqui! . ¡No es el caso! Toda la munificencia de nuestro hombre, como piel de la cual pudiese uno despojarse, se queda adherida al traje de luces. Dormitando junto a este la clausura de los armarios hoteleros. En su silente ser y estar quedan tamizadas las aspiraciones de quienes pretendan encontrar en él la elocuencia dogmática de los maestros. Antes bien, gotea sus frases como temiendo desparramar en un exceso de profusión el sentido y tino de cuanto comenta. Sin embargo, vive esponjado al mundo sensorial. Pese a la profundidad, desde la cual contemplan el mundo esos ojos acostumbrados a velar sentimientos e interiores, se dejan traslucir en ellos delatoras expectativas hedonistas y la firme promesa de no traicionarlas con renuncia alguna; pues es de aquellos que perfilan constantemente sus pasos sobre la indefinida frontera que se extiende entre la vida y la muerte la facultad de explotar con mayor intensidad y deleite cuanto les pone la vida a mano. Y bebí vinos fuertes, tal como beben los audaces del placer .(*)ecuerdo una entrevista suya en donde, al hilo de lo personal, comentó que dormía con un oso de peluche. Aquello conmovió los cimientos de la afición. A nadie se le ocurrió hacer una lectura más allá de lo anecdótico. Y lo anecdótico era aquel contrasentido. imaginar al más cabal y arrojado de los matadores. El mismo que ponía la piel de gallina en los tendidos, de cuantas plazas pisaba, abrazado en un rebujo de sábanas a las felpas de su osezno. A mí me conmovió este detalle desvelando la inexistencia de una infancia al uso. Recreada en el poder de evocación que ciertos objetos conservaban para él y, ahora, únicos testimonios de un tiempo arrebatado a la inocencia por lo temprano de una vocación que exige sacrificios como este.Devoto de San Manolete de Córdoba. Veneración que lo llevó a vestir de purísima y oro como reza la canción de Sabina el día del aniversario de la muerte del torero cordobés. Y aunque el califa vistiera en Linares aquella su última ocasión de malva y plata, la letra y el propio Joaquín fueron el motivo que hizo trascender esta licencia más allá del propio verso. En esa corrida se encontraba el cantante, y José Tomás le brindó, era obligado, el toro. Después le regaló el terno, como abrochando una ceñida serie de alegorías. Aquella tarde, como tantas otras, el triunfo le facturó una grave cornada. Nada que ver, eso sí, con la de Aguascalientes, donde la diligencia y la sapiencia del equipo médico alcanzó a pespuntear aquel tenue hilo de vida en un milagroso hilván. En esa misma corridarecuerdo debería haber hecho yo el paseíllo sustituyendo a un compañero herido (Manzanares, creo). Pero en última instancia no hubo acuerdo con la empresa y afortunadamente no fui. Quien estuvo, y jura no haberlo pasado peor, fue de nuevo su cuate Joaquín Sabina, que actuó esa misma noche en otra plaza de toros con la terrible duda de si volvería a abrazar a su querido amigo o no.Ahora, sangre azteca va y viene por sus venas. Sangre que no destiñe las rayas blanquirrojas que barran su corazón de colchonero. ¡Ya ven! También los grandes abonan debilidades, y su Atlético lo es, junto con la entrañable amistad que mantiene con el guitarrista Vicente Amigo. Controvertido. Cuestionado. Tanto de paisano como de luces, pues no se perdona a todo aquel que atenta contra la estabilidad de un sistema establecido sobre los intereses de quienes vienen manipulándolo desde tiempos inmemorables. Negado desde su aparición a ser objeto de las maquinaciones empresariales, que someten despóticamente a los toreros en beneficio de sus intereses. Ha dejado huella de sus arrestos en los despachos, forzando y ganando el pulso al cual lo retó la industria taurina. Su rotunda negativa a ver negociados sus derechos televisivos a través de terceras personas, y el no aceptar las tarifas estipuladas (nunca acordes con la audiencia que una transmisión suya podría generar) no es artículo de rebeldía; es, simplemente, el establecimiento de su código ético trasladado a las negociaciones, la demostración de una dignidad a la altura de su talla artística. No goza de la estima de muchos de sus colegas, ni falta que le hace, pero algún día incluso los más reticentes tendrán que reconocerle, cuanto menos, el ejemplo. Mientras, la imagen del torero acusa la devastación de la prensa rosa, la evidencia de este preocupante desprestigio social y los síntomas de banalización crónica. Todavía le queda al toreo un bastión impugnable. Y cuya defensa queda al amparo firme de su incontestable verdad. Cuestionándome la duda de si es posible encontrar un hombre, un artista y un paladín con un discurso vital más sincero que el de José Tomás. n
Su toreo trasciende a los espectadores vía intuición. Mozart en la música o Barceló en la pintura participarían de idéntica síntesis comunicativa.
Su valor frente al toro está fuera de toda duda. José Tomás ha sufrido 15 graves cornadas a lo largo de su carrera. La primera (mayo de 1994) y la última (abril 2010), en la misma plaza. aguascalientes (México).
