Un día, una limusina pasó a recogerlo y le informaron de que iba a ser el sosias de Uday Hussein, el sanguinario hijo de Saddam. Su parecido físico, que luego perfeccionaron con cirugía, le llevó a ser testigo y parte de una vida desenfrenada y aterradora. Por Colin Freeman

El asedio de la mansión iraquí duró cinco horas. Cuando acabó, la mitad de la fachada del edificio con forma de pastel de bodas había saltado por los aires. Dentro, los militares norteamericanos y los medios que les siguieron, encontraron un elegante balcón interior acribillado a balazos que recordaba una famosa secuencia cinematográfica: la escena final de Scarface, en la que el narcotraficante encarnado por Al Pacino se enfrenta por última vez a sus perseguidores.

Tal fue el espectacular final de Uday y Qusay, los hijos de Saddam Hussein, cuya pésima reputación superaba a la de su progenitor. Sus muertes en julio de 2003 constituyeron para los iraquíes un motivo de júbilo casi general. Latif Yahia, un antiguo soldado de élite de 39 años, que seguía la información desde Bélgica, fue uno de los pocos iraquíes que no se sentía contento. Más bien tenía ganas de llorar.

Uday Saddam Hussein con su hermano Qusay

Uday Sadam Hussein con su hermano  Qusay

«Los americanos tendrían que haber cogido a Uday vivo». «Lo que yo quería era que fuese sometido a juicio, para que confesase al mundo entero todos sus crímenes y asesinatos».

Playboy, asesino y sádico, el hijo mayor de Saddam dejó como legado un sinfín de historias terroríficas. Pero para Latif era una cuestión personal, algo que sigue atormentándolo cada vez que se mira al espejo. En el año 1987, tras reparar en su gran parecido físico con el hijo de Saddam, el servicio secreto iraquí lo seleccionó para ejercer de fiday o doble de Uday.

La obligación de dar la cara cada vez que Uday sospechaba que alguno de sus muchos enemigos se proponía matarlo era uno de los gajes del oficio de Latif. Otro, era acudir a las desenfrenadas fiestas organizadas por Uday, el trato con su entorno de proxenetas y matones y ver cómo su otro yo se daba a todos los excesos con total impunidad. Lo que, para su absoluto horror y remordimiento, reconoce ahora, a veces llegaba a gustarle, como el privilegio de vivir en apartamentos lujosísimos y con todo tipo de atuendos y vehículos. «Estoy condenado a vivir con Uday el resto de mi vida, y es posible que me acompañe a la tumba».

Latif fue testigo de cómo Uday taladraba el cerebro de un preso, cómo violaba chicas cada noche o cómo torturaba a atletas solo porque no conseguían buenos resultados

«Recuerdo que en el año 91, Uday visitó una cárcel y se encaró con un preso chií implicado en un levantamiento contra Saddam. Uday lo mató reventándole la cabeza con un taladro eléctrico. Cuando terminó, miró a su alrededor y sentenció. ‘Así acaban los que se atreven a plantarnos cara'».

Latif conoció por primera vez a Uday en 1979, cuando ambos estudiaban en el Baghdad College High School for Boys, el internado de las élites iraquíes. Iraq por entonces era un lugar muy diferente. Saddam había llegado recientemente al poder, gozaba de bastante popularidad y el país era una las sociedades más desarrolladas en Oriente Medio.

Eso sí, la primera familia iraquí hacía y deshacía a su antojo. Los maestros de Latif lo aprendieron pronto. Tras hacer la vista gorda ante numerosos abusos de Uday, un profesor finalmente osó protestar el día en que se presentó en el aula con una de sus amiguitas. «El maestro le dijo que la presencia de chicas estaba prohibida en un colegio masculino», recuerda Latif. «Del maestro nunca más se supo».

Latif y Uday se hicieron amigos, pero sin mucha intimidad, en el instituto, pero en la universidad, Latif se inclinó por Derecho y Uday por Ingeniería. No se volvieron a ver hasta que, un día de septiembre de 1987, mientras Latif estaba destacado en el frente durante la guerra entre Irán e Iraq, una limusina se presentó a recogerlo y lo llevó a un palacio en Bagdad. Uday le informó del plan ultrasecreto para convertirlo en su fiday personal. Era un hecho que su padre llevaba años sirviéndose de un doble.

«Quiero que seas yo. En todas partes y siempre», dijo. Era una orden, no una petición. Latif en un principio se negó. Primero fue encarcelado y luego le amenazaron con detener a sus hermanas para que fueran despedazadas por los perros. No tuvo opción. Como el plan era secreto, nadie podía saber qué había sido de él. A sus padres les dijeron que Latif había desaparecido en el frente. No volvió a verlos.

LATIF YAHIA doble de Uday Hussein

Latif Yahia

Así empezó el «programa de adiestramiento» organizado por el servicio secreto. Uday y él tenían un natural parecido físico, pero nada fue dejado al azar. Para empezar, Latif fue sometido a cirugía plástica para que adquiriese un hoyuelo en la barbilla. Luego fue puesto en manos de un dentista, quien le proporcionó unos salientes dientes de conejo idénticos a los de Uday… Lo que a su vez le llevó a hablar con su ceceo característico.

Pero, para ser convincente de veras, aún tenía que estudiar a fondo el porte y los comportamientos peculiares. Tenía que imitar a la perfección la risita infantiloide de Uday, sus andares altaneros y sus modales descuidados, su hábito de saludar a las personas con una larga mirada que no auguraba nada bueno, su costumbre de sostener un Montecristo entre lo dedos índice y medio y sus bromitas de mal gusto, como la de disparar unos tiros al techo cada vez que estaba en una discoteca, para que el pinchadiscos pusiera temas más marchosos.

Era solo el principio. El despotismo y la violencia del hijo de Saddam no parecían tener límite. Entre otras cosas, dirigía el Comité Olímpico Iraquí, el único del mundo entre cuyas instalaciones se contaba una cárcel destinada a los atletas que no conseguían buenos resultados. Tales desventurados deportistas eran sometidos a torturas cada vez más refinadas que Uday descubría investigando en Internet. Pero lo peor de todo era la costumbre que Uday tenía de ‘ligar’ por las bravas con cualquier muchacha que viera andando por la acera y despertara sus apetitos.

Todas las noches, decenas de jóvenes eran obligadas a desfilar ante sus ojos y la mayoría terminaban en su dormitorio. Las que se negaban eran secuestradas por sus guardaespaldas y violadas, primero por Uday y luego por sus secuaces. ¿Qué es lo que explica la locura de Uday? Latif tiene sus propias teorías. Según explica, la niñez de Uday estuvo marcada por toda clase de atenciones desmesuradas, pero también resultó traumática. Latif asegura que Saddam lo llevó a presenciar la primera ejecución pública cuando tenía tan solo cinco años. A los diez le hizo contemplar vídeos en los que los oponentes al régimen eran torturados sin piedad. Y para el joven Uday no resultaba nada fácil vivir a la sombra de su poderoso padre.

Uday Sadam Hussein

«Ese criminal, este hombre sin escrúpulos que era Uday, cuando se emborrachaba rompía a llorar como un niño y se quejaba de que su padre siempre le había ignorado», recuerda Latif. De hecho, Saddam empezó pronto a favorecer a su hermano Qusay, a quien fue preparando para la sucesión. Las cosas también fueron a peor para Latif, después de que la guerra del Golfo en 1991 incrementara aún más el descontento en el país. Nuestro hombre fue víctima de dos intentos de asesinato mientras suplantaba a su jefe. En uno de ellos, la explosión de una granada a punto estuvo de dejarlo sin un dedo de la mano.

Fue entonces cuando Latif decidió huir. Lo consiguió con la ayuda de Sarrab, una de las antiguas amiguitas de Uday en un aventura que sería otra película por sí misma. Está convencido de que la invasión de EE.UU. fue un error que tan solo sirvió para sustituir a un grupo de gánsteres por otros enfrentados entre sí.

 

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