Trabajan en condiciones extremas: frío, altas presiones, nula visibilidad. Y van armados con martillos hidráulicos, radiales, cortadoras de hilo de diamante… Sin ellos no existirían ni los túneles submarinos ni los puentes ni las piscifactorías. Sin embargo, nadie hablaba de ellos hasta que el hundimiento del Costa Concordia los ha puesto de plena actualidad. En España hay unos 600 en activo. Así es su día a día. Por Daniel Méndez

«El riesgo de vertido es altísimo -repite Corrado Clini, ministro de Medio Ambiente italiano-. Estamos intentando evitar que el carburante salga del barco. La amenaza es real: 2400 toneladas de carburante no son fáciles de gestionar».

Y lleva tiempo. De entrada se necesitan planos, porque ahí abajo es muy difícil orientarse y la naviera no siempre está dispuesta a darlos. Los planos son claves para localizar rápidamente los tanques y empezar a instalar pronto las bombas de succión para extraer luego el carburante, que no todos los barcos llevan en forma líquida, sino casi sólida, por cuestiones de costes, y luego lo van procesando en altamar. De hecho, el combustible del Concordia será primero calentado para luego transferirlo a otros depósitos. El plan incluye varias medidas de seguridad -entre ellas, un sistema de recuperación de pequeñas fugas que podrían producirse durante la extracción- y luego el sepultamiento seguro del barco, ya se verá dónde. Las primeras tareas durarán, si todo va bien, un mes…

Pese a que las primeras labores de rescate las realizan buzos de Salvamento Marítimo, los Estados no suelen tener en nómina a demasiados buzos profesionales, y en las emergencias suelen contratar a empresas privadas como refuerzo o para delegarles las tareas. Esto ha ocurrido ahora en Italia, donde el equipo técnico de la empresa holandesa Smit Salvage ha quedado a cargo de la operación. Y lo mismo sucede en España, donde los buzos profesionales están siempre preparados para trabajar en las peores condiciones, los llame quien los llame. Si usted creía que solo rescataban gente, enseñaban a bucear y rodaban bonitos documentales, vaya cambiando de opinión. Trabajos con hormigón, soldaduras, corte de acero, demolición y, desde luego, sepultamiento seguro de barcos hundidos…

Uno de cada 20 profesionales sufre un incidente mortal. «Aquí no hay accidentes pequeños. P0r eso es una profesión de alto riesgo. O te gusta o no compensa»

El colectivo de buzos profesionales en nuestro país se cifra en unas 600 u 800 personas en activo. No hay censos ni datos sobre su actividad -tampoco sobre su siniestralidad-, pero sin ellos no existirían los puertos ni las piscifactorías ni las plataformas petrolíferas en altamar…  Desarrollan su trabajo en condiciones extremas de frío, altas presiones y visibilidad nula, armados con pesadas herramientas como las que se utilizan en tierra (radiales, pistoletes, martillos hidráulicos, cortadoras de hilo de diamante… ). Y, sin embargo, son los grandes desconocidos: «La mayoría de la gente no sabe ni que existe esta profesión, ni se lo plantean», dice Simon Callaghan, quien, pese a su apellido, habla con un inconfundible acento navarro. Es el propietario de la empresa de trabajos industriales subacuáticos Itsasplanet, con sede en Metauten, Navarra, donde Simon vive desde los seis años. Él llegó a esta profesión por una combinación de factores: profesionalmente era encargado de obra y en su vida privada era buzo deportivo aficionado. La caída del negocio de la construcción lo llevó a plantearse usar sus »cualidades submarinas» para reorientar su negocio. «Vi que en Navarra no había ninguna empresa de este tipo. Ni en las cuatro provincias que la rodean. La gente cree que el trabajo de buzo solo se desarrolla en altamar, pero hay canales, embalses, centrales térmicas, depuradoras todo ello hay que construirlo y mantenerlo. Solamente nosotros cubrimos los 140 kilómetros de canales de Navarra».Simon había hecho trabajos de albañilería submarina antes de montar su empresa, aunque llegase a través del buceo deportivo. Otros llegan tras obtener el título de técnico de buceo de media profundidad, equivalente a un título de Formación Profesional, que se imparte en media decena de centros públicos y algunos privados por unos 5000 euros.

Sufren traumas pulmonares, males descompresivos severos… Pero se jubilan a los 65 años, como cualquier trabajador de tierra no a los 50, como todo el personal del mar, del que se los excluye

El trabajo no es fácil. «Lo peor es que la mayoría de las veces lo haces a ciegas. Te desenvuelves en lugares que están llenos de instalaciones y donde no se ve nada. Así que tienes que ensayar los movimientos en tierra durante días con los ojos cerrados». En la escuela de formación de buzos, de hecho, se hacen ejercicios con las gafas cegadas. Se memorizan los gestos: he hecho un giro de 90 grados y he avanzado cuatro metros… Concentración y control.

Muchos prueban pero abandonan, aunque el sueldo puede incentivar: oscila entre los 1500 y los 9000 euros mensuales. Tan alta brecha depende de las condiciones de peligrosidad o de la distancia. Por un trabajo en altamar fuera de España se ganan hasta 1000 euros diarios. En estos años de crisis, algunos se han ido al paro. Otros se han cansado de jugarse la vida. De nuevo contamos con pocos datos, aunque desde el sector, de manera oficiosa, se cifran los accidentes mortales en cuatro al año. Fuentes del Sindicato Estatal de Buzos hablan de un accidente mortal o una lesión irreversible al año por cada 20 profesionales en activo. Un 5 por ciento, una elevada tasa de siniestralidad en un colectivo tan reducido. Hace tres meses murió un compañero , cuenta Simon. En esto no hay accidentes pequeños. Por eso es una profesión de alto riesgo .

Alguna vez, todos se han llevado un susto

Simon recuerda haberse quedado enganchado, sin visión y sin posibilidad de movimiento. ¿Pánico? «El normal». En su caso, el sistema de comunicación del casco funcionó (siempre bajan conectados con alguien arriba e incluso con un vídeo que les permite a los dos ver lo mismo, aunque sea poco), y otro compañero bajó a rescatarlo. Pese a los riesgos, hay que dejar claro que las condiciones de seguridad para las actividades subacuáticas están reguladas desde 1997. Lo único que lamentan los buzos es que la edad de jubilación siga en los 65 años. Varias asociaciones reivindican la inclusión de su profesión en el Régimen Especial del Mar, que permite a los marineros jubilarse a los 50. El cuerpo sufre los estragos de las altas presiones bajo el agua y hay muchos males asociados a la permanencia prolongada en medios hiperbáricos: traumas pulmonares, enfermedades descompresivas severas, osteoporosis… Nadie llega trabajando bajo el agua hasta los 65.

«Este trabajo -dice Callaghan- requiere estar en forma. Yo bajo con hasta 35 kilos de equipo encima. Y no hay que olvidar la temperatura del agua, puede estar a 5 o 6 grados. El frío no te lo quita nadie, ni los trajes de agua caliente». Se refiere a unos trajes especiales que llevan en su interior tubos a los que se bombea agua caliente desde el exterior. Además, se requiere formación continua. «No puedes estar ni un año sin aprender nuevas técnicas, conocer los nuevos materiales…» . ¿Cuáles son las ventajas? «Para mí, viajar. Lo mismo estoy en Bilbao que en Costa de Marfil. A mí eso me gusta, aunque para algunos es un problema. La verdad es que para dedicarte a esto, te tiene que gustar. Y no tenerle miedo, claro».

Ganan entre 1500 y 9000 euros al mes. Tan alta oscilación depende de las condiciones de peligrosidad o la distancia. Un trabajo en altamar se llega a pagar a 100 euros el día

«Siempre me da miedo, cada vez que desciendo para explorar el naufragio siento el temor de lo desconocido», admite el submarinista Fabio Paoletti, de 42 años, uno de los buzos que exploran estos días el Costa Concordia. Con sus casi 300 metros de largo y sus 17 puentes, la nave se ha convertido en un laberinto. «Hacerse un camino entre los destrozos es difícil y agotador». Los submarinistas se organizan de a dos y nadan en zigzag para cubrir todos los huecos. «Hacemos descensos de cincuenta minutos. Si no ascendemos al cabo de ese periodo, otra persona que permanece en el bote viene a buscarnos», cuenta Paoletti.

En este caso hay un factor adicional y tremendo: los cadáveres. «Encontrar un cuerpo es horrible», añade Paoletti. ¿Problemas psicológicos? «No. Cuando uno está bajo el agua, no hay tiempo para pensar en otra cosa que no sea el trabajo. Y cuando ascendemos, uno está tan cansado que no tiene fuerzas ni para tener pesadillas».

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