Eduardo Mendoza: «Hemos vivido una época falsa. La crisis era lo de antes. Es paréntesis de riqueza»

A los 69 años, el escritor catalán reaparece esta semana en las librerías con una nueva novela, «El enredo de la bolsa o la vida», vuelve su mítico detective loco. Más Mendoza que nunca, hablamos con él en exclusiva. Por D.B.

Resuelto, al fin, el misterio del estudio del escritor ubicado en cierto passatge de la Barcelona alta. Eduardo Mendoza usa los premios recibidos a lo largo de su carrera para ‘¡sujetar las puertas!’ Lo advierto, perplejo, mientras curioseo por el lugar durante la sesión de fotos. «No lo cuentes, por favor», suplica él, medio abochornado, medio en broma, al descubrirme. «Y si lo haces, no digas cuáles son. Como se enteren, van a dejar de premiarme». Los trofeos, rimbombantes y solemnes, cumplen aquí una misión de lo más trivial. Queda claro que a Mendoza no le gustan las alturas. Vive en un primer piso y prefiere ver sus logros a ras de suelo, aguantando el peso de las puertas para establecer refrescantes corrientes en primavera. Humildad, humor y pragmatismo. Sus tres mandamientos. Válidos para vivir y escribir. Gravedades, las menos. Aquí todo cobra un doble, e irónico, sentido. Nada se salva. Ni la más liviana respuesta de esta entrevista.

XLSemanal. ¿Qué tal ha ido la sesión fotográfica?

Eduardo Mendoza. Bien. No me he puesto muy nervioso. Lo normal dentro de mi anormalidad. Es que sufro mucho también por los fotógrafos. Yo sé que ellos saben que no me gusta y no les gusta que no me guste. Ahí se crea una relación difícil. No sé posar. Ya sé que tengo que quedarme quieto y hacer lo que digan. Aun así, conviene ofrecer cierta resistencia porque enseguida te piden que salgas en pijama o algo similar que parezca natural. ¡Como si fueran a creerse que abres la puerta al fotógrafo con el pijama puesto!

XL. ¿De dónde le viene esa aversión a hacerse fotos? 

E.M. Soy muy tímido. Y lo que me gustaría es vivir en el absoluto anonimato. Ser el más extranjero de todos los extranjeros. Por eso, me gustan tanto lugares como Nueva York o Londres, donde no hay posibilidad de ser reconocido.

XL. ¿Eso le abruma mucho?  

E.M. Prefiero que no me asalten. Pero también es verdad que son lectores, y nadie tiene tanta importancia como ellos. Está bien que vengan y me saluden. A veces podrían hacerlo desde la otra acera o evitar traerme una servilleta para que se la firme cuando estoy comiendo. Ellos me dan de comer. Pero mi gusto personal sería ir con careta por la calle.

XL. Ceferino vuelve ahora a nuestras vidas y lo hace en un momento bastante peculiar, por crítico. ¿Era necesario?

E.M. [Sonríe]. No sé si necesario, pero, de vez en cuando, este personaje es el que me ha ido permitiendo hacer crónica de mi propia vida en relación con lo que pasa en la realidad. La primera vez salió de pura casualidad y casi él solo de los primeros momentos de la Transición, de lo que era aquel desconcierto, y luego ha ido apareciendo sucesivas veces. Ahora también lo ha hecho, aunque estaba escribiendo otras cosas. No lo tenía ni siquiera en mente. Se me cruzó. Y lo escribí todo seguido y bastante rápido.

XL. Hay mucho de autobiográfico en el personaje, supongo.

E.M. Claro que sí. Es mi contrafigura. Mi manera de pensar, mi forma de ver el mundo y mi liberación. Yo soy una persona muy educada y reprimida. Digamos que este hombre es mi parte loca, mi desinhibición.

XL. ¿La literatura de humor le sirve como terapia?

E.M. Es mi modo natural de expresión y reprimirlo sería traumático. Pero yo no me lo aplico como algo consciente. Ahora ya no se dice tanto, pero los escritores siempre tenían conjurados fantasmas. Yo no tengo y, si los tengo, están en el armario. Ya nos entendemos ellos y yo.

XL. Sin coñas. ¿Saldremos de esta sin acabar como en Grecia, quemando contenedores? 

E.M. Ojalá te lo pudiera decir. Ni idea. Quemar contenedores es estéticamente feo, pero puede ser peor. Yo estaba en Argentina cuando sucedió el `corralito´ y esa imagen me ha quedado muy presente. Sobre todo porque, cuando estaba allí, pensaba. Esto es algo que a nosotros nunca nos podrá ocurrir . Y ahora ya no estoy tan convencido [sonríe].

XL. ¿Qué indigna, hoy por hoy, a Eduardo Mendoza?

E.M. Mira, indignar, indignar, ya no estoy para indignarme, pero porque no me pongo en una posición de magisterio. Creo que hemos sido muy estúpidos, pero no más que a lo largo de todos los tiempos. Si pensábamos que habíamos avanzado en muchos terrenos, pues no, no es verdad. Y ahora pagamos las consecuencias de la estupidez.

XL. ¿Por qué hemos dejado que políticos, banqueros y demás `expertos´ nos hayan metido en este hoyo? 

E.M. Porque nos daban una buena propina y con eso nos conformábamos. Todos hemos vivido muy bien en esta época falsa. Ahora no hay crisis, sino normalidad. La crisis era lo de antes. Ese paréntesis en el que vivíamos pensando que nos había tocado una lotería que no sé quién sorteaba.

XL. Un ejemplo: un exchófer declara que gastó 25.000 euros mensuales en comprar cocaína para su jefe, exdirector general de Trabajo. Visto así, se lo ponen fácil al `humorista´.

E.M. Sí. Por otra parte, te obligan a pensar en qué mundo estamos viviendo. No tanto porque se desvíen fondos para fines personales, sino porque haya alguien que lleve 25.000 euros de cocaína encima para llevárselo a un cargo público. Ahí se rompe toda regla del efecto y la causa.

XL. ¿El horror solo puede ser contado a través del humor? 

E.M. Así es. El humor permite verlo todo bajo su prisma. Hay, de hecho, mucha literatura de humor con la guerra, con los campos de concentración. Sobre todo en Centroeuropa. Los judíos tienen mucho sentido del humor y, además, saben lo que es estar en situaciones horrorosas. Con lo cual han inventado una literatura que reúne las dos características. Y nos han enseñado a ver las cosas así.

XL. ¿Tiene límites ese humor?

E.M. Sí, claro que sí. Hay que hacer un humor que se entienda como tal. Sin infantilizar al receptor. Lo importante es avisar de que se está haciendo humor.

XL. Evitando, por lo que pueda pasar, un estilo pomposo.

E.M. No quiero generalizar. Pero hay escritores que necesitan recurrir a eso. Y me parece bien, siempre que haya ahí una necesidad pers temática. Hay libros aburridísimos que, curiosamente, son muy buenos y que hay que leer con satisfacción. Como yo escribo novelas de humor, todo el mundo piensa que soy el enemigo de la literatura seria, y que cada día quemo en efigie a Henry James. Y es todo lo contrario. Lo admiro mucho.

XL. ¿Cómo lee?, ¿en papel de toda la vida o en pantalla?

E.M. De momento sigo con el papel. Más que nada porque tengo demasiados libros atrasados, sería absurdo cambiar. Pero lo veo bien. Yo leo libros muy gordos. Me gusta ese tipo de literatura. Es un engorro para viajar. Estoy esperando el momento de comprarme un Kindle. Que eso acabe con los derechos de autor es otra cuestión. Ya veremos qué pasa.

XL. ¿Y qué puede pasar? 

E.M. Es posible que disminuyan de una manera considerable. Con lo cual habremos vuelto adonde estábamos cuando yo empecé a publicar. He tenido la suerte de haber vivido el único periodo de la literatura mundial y universal en que se ha cobrado bastante bien por escribir. Antes había que ser un bohemio e ir `gorreando´ cenas o buscarse a un Duque de Osuna para escribir. Un mecenas.

XL. No me diga más. ¡El exdirector de Trabajo! 

E.M. [Carcajada]. Sí, a lo mejor sí. Acabaremos pidiéndole, por favor, que no se lo gaste todo en droga y deje algo para publicar algunas novelas.

XL. ¿Y lo de `twittear´, entra en sus planes? 

E.M. No, ya no tengo tiempo para más cosas. Cuando acabo de leer el periódico, ya casi es la hora de irme a dormir. No tengo tiempo. Me fascina que la gente, además de leer periódicos, leer revistas y trabajar, saque tiempo para contar que se ha estado lavando los dientes y que, por otro lado, haya alguien con interés en leerlo.

XL. He visto que sigue algunas teleseries, como Los Soprano o The Wire, en DVD.

E.M. Me encantan, me encantan. Yo estoy convencido de que es en la televisión donde se está haciendo la mejor narrativa del momento.

XL. ¿Sigue la literatura en catalán?

E.M. Sí. Pero tan poco y tan mal como la que se hace en castellano o en cualquier otro idioma. Tengo demasiados frentes abiertos.

XL. ¿Cuándo dejó de tener presiones para escribir en catalán? 

E.M. No las he tenido nunca. Y creo que aquí no las hay. Me sorprende un poco la visión que hay fuera de Cataluña de la realidad. Hay aspectos en los que sí se puede hablar de conflicto, pero son muy concretos y ocurren de vez en cuando, como las visitas del cometa Halley.

XL. Recuerdo ahora cierta feria de Fráncfort que acabó como el rosario de la aurora.

E.M. Fue uno de estos pasos del cometa Halley. Hubo ahí malentendidos, manipulaciones y muchas cosas que no debieran haber ocurrido. Yo creo que la culpa la tuvo Fráncfort. Plantearon mal la cuestión y sembraron una cizaña totalmente innecesaria.

XL. ¿Cuánto queda para que esta ciudad se convierta en un enorme bazar chino? 

E.M. No lo sé. Habrá frenazo y vuelta atrás. El bazar chino es un símbolo, pero real. Un día nos daremos cuenta de que las cosas que valen dos euros duran dos días [sonríe].

XL. ‘A menudo no sabes de qué te están hablando y ya te la han metido, como decía Sin Tzu’ . ¿De dónde ha sacado ese refrán?

E.M. No sé si te sorprenderá que me lo haya inventado [sonríe irónico]. Siempre me ha hecho mucha gracia esta pseudofilosofía oriental que consiste en encontrar atajos a los grandes problemas metafísicos. Y, además, lo arreglan con un par de clases de budismo zen.

XL. Del jefe de Gurb, el de ‘Sin noticias de Gurb’. No hay gente en la tierra más aficionada al trabajo que los catalanes. ‘Si supieran hacer algo, se harían los amos del mundo’.

E.M. [Ríe]. Eso lo escribí hace muchos años. Pero aún no he encontrado motivos para cambiarlo.

XL. Ahora que lo pienso, si cambiamos catalanes por chinos funciona igual, ¿no cree usted?

E.M. [Sonríe y mantiene un silencio cómplice].

XL. República Popular de los Países Catalanes; pues no suena mal, oiga.

E.M. [Sonríe]. A mí me gustaría más la República Federal Ibérica. Ese es mi sueño.

XL. ¿Llegará a verlo cumplido?

E.M. [Vuelve a sonreír y al silencio].

XL. Copago, prohibición de los toros, consultas populares… Oiga, ¿hacia dónde va Cataluña? 

E.M. No lo sé. Hay un doble discurso que hace muy difícil orientarse en medio de esta niebla. Son cosas que van y vienen. Ahora, con la crisis, está todo muy apaciguado. Aunque continúan los eslóganes. Entre las consultas populares y el Barça nos entretenemos mientras algunos hacen lo que decía Sin Tzu [sonríe].

XL. ¿Queda mucho para que el president sea negro?

E.M. [Carcajada]. La verdad es que ha habido tantos modelos que no nos sorprenderá nada. Pero negro no sorprendería. Podría ser chino. Yo apuesto por un president pakistaní.

XL. El terrorista internacional Alí Aarón Pilila planea matar a Angela Merkel en Barcelona. No veo el momento en que su novela se traduzca al alemán, ¿y usted?

E.M. [Ríe]. Vamos a ver qué pasa. Se han traducido allí casi todos mis libros. Algunos no, porque piensan que el sentido del humor no va a ser entendido. Ellos mismos tienen una idea muy tópica de los alemanes.

XL. ¿Disculpe?

E.M. Sí, me explico. Los alemanes hoy en día son unos golfos, gamberros, vagos e incompetentes como el resto de la humanidad. Solo conservan, de su pasado, el gusto por la cerveza y las salchichas. En todo lo demás están tan incivilizados como el resto del mundo.

XL. ¿Frecuenta usted el Nou Camp?

E.M. Poco, pero porque no tengo facilidades. Me gusta ver fútbol en el campo. Cuando estoy en Londres, donde paso temporadas, sigo la Liga inglesa y, si puedo, me voy a ver algún partido al Stamford Bridge o al Emirates.

XL. ¿Cómo está viviendo este final de Liga?

E.M. Me estoy mordiendo las uñas. Pero estoy con Guardiola en que el Barça lo tiene muy difícil.

XL. Abandona Messi el Barcelona. ¿Qué haría usted?
E.M. Eso es impensable. Todas estas visiones apocalípticas y macroeconómicas de las que hemos hablado antes podemos considerarlas. Pero esto no. Ni mentarlo [sonríe].

XL. ¿Qué más consume Eduardo Mendoza?

E.M. Todo legal, para mi desgracia. La edad ya no me da para más. Qué más quisiera yo. Me limito a comer y a beber. Soy muy comilón. Muy gourmet.

XL. Toca, después de esta, novela seria. ¿Algo en cartera? 

E.M. No, ahora lo que viene es la promoción y luego estaré un tiempo sin escribir, como he hecho siempre. No hay nada previsto. Es más, me estoy planteando desde hace algún tiempo que quizá deba dejar de escribir.

XL. Eso es como lo de Messi. Impensable.

E.M. [Sonríe]. Hombre, me gustaría parar a tiempo. Que alguien me diga que debo reconsiderar seguir escribiendo. Insisto en que debería existir un servicio público de inyección letal a escritores a partir de una edad. Qué lástima, ¿no? Una novela pésima hace malas las anteriores. Hay que tener cuidado con eso. Me gustaría evitarlo.

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