Diario de Emma Thompson y su hijo en Myanmar
La actriz británica viaja a
la antigua birmania en un momento de cambio político y social que puede
acabar con 26 años de dictadura. Invitada por Actionaid, una de las
pocas ong a las que los militares permiten operar, recorre el país
acompañada de su hijo, tindy, a quien adoptó en Ruanda. En su diario
recoge testimonios entre la tragedia y la esperanza y su emotivo
encuentro con la premio nobel
de la paz Aung San Suu Kyi.
El vuelo dura once horas. Así que mi hijo y yo las hemos aprovechado para leer un montón de cosas sobre el país. El historial de violaciones de derechos humanos es hororoso. Tanto que no soy capaz de concebir cómo se las arregla la gente. También hemos leído mucho sobre Aung San Suu Kyi, o la Señora, omo es conocida la premio Nobel e histórica dirigente opositora Con nosotros vuela Joanna Kerr, la directora de ActionAid.
Se trata de una de las pocas ONG a las que permiten operan en Myanmar, la antigua Birmania. Lo hace desde 2006 y se dedica a la formación de jóvenes líderes civiles a través de un programa de becas. Aterrizamos en Yangón, la antigua Rangon. La capital es una ciudad exótica, desorganizada, llena de vendedores callejeros. Viejos todoterrenos Toyota inundan las calles.
Monjes con el cráneo rapado y togas rojizas cruzan con parasoles de madera. Un vendedor ambulante se acerca a nuestro automóvil y agita una revista. Su portada exhibe una gran fotografía de la Señora. Shihab, el sonriente bangladesí que dirige ActionAid aquí, dice con entusiasmo. ¡Un mes atrás era impensable una revista así! . 13.30 horas. he dormido un par de horas, y me siento como si me hubiera atropellado un camión. Jo y yo nos atiborramos de café y nos dirigimos a la sede de su ONG.
El primer problema con que se encuentra ActionAid es que la mayoría de la gente no es consciente de sus derechos tras 26 años de dictadura. Otro problema es la existencia de un complejo sistema de espionaje. las autoridades están al corriente de cualquier movimiento, lo que provoca un enorme nerviosismo. Y, además, está la diversidad étnica. En el país hay siete grupos étnicos diferentes, y los militares han alentado las divisiones y enfrentamientos.
LA HISTORIA DE WANNA
Hacia las cinco de la tarde, varios jóvenes nos llevan al centro de la ciudad. Tomamos té. Wanna está sentada a mi lado. Tiene 22 años y procede de un pueblo de la costa. Echo de menos el rumor de las olas. Pero en mi pueblo no hay electricidad, carretera ni escuela. Tan solo podíamos ir a la escuela remando, dos horas y media de ida y dos horas y media de vuelta. Y cuando llegábamos, el maestro a veces no estaba.
Los mayores nos enseñaban. Aun así quise ir a la universidad, pero mi padre era pescador y no ganaba más que ocho dólares al mes. Cuando me dijo que no podía pagarme los estudios, lloró. Entonces llegó el ciclón. Mató a 13 miembros de mi familia y a 400 vecinos del pueblo, pero trajo a las ONG internacionales.
El Gobierno no permitió la entrada de extranjeros durante 18 días, pero la presión internacional hizo que diera su brazo a torcer. De forma paradójica, el ciclón, que mató a 150.000 personas, a mí me ayudó porque empecé a trabajar en Save The Children . Miro el rostro sereno de Wanna y me pregunto de dónde saldrá tanta fuerza.
DOS BICHOS RAROS
La sensación de jet lag es monstruosa. Ni Tindy ni yo podemos pegar ojo, y eso que tomamos somníferos. Son las siete de la mañana. No se ve un solo huésped occidental en el hotel. Es curioso. Si hubiera llegado como turista, no habría reparado en que el país lleva años bajo una junta represiva. Como observa Tindy, no es como en Liberia, cuyo trauma resulta perceptible de inmediato. Todo el mundo se sorprende cuando explico que Tindy es hijo mío. ¡Oh!, exclaman. ¡Pero si tiene la piel negra! ¡Qué curioso! La cosa les hace reír. No vemos a una sola persona de raza negra en toda la semana. No es raro que los birmanos se sientan tan fascinados. También yo les hago gracia. Aquí todos son muy delgados. Y se ríen al verme levantar con dificultad mi orondo trasero occidental de asientos diminutos.
LA SE? ORA
Después de un día intenso volvemos al hotel, donde tenemos diez minutos para asearnos antes de acudir a la residencia del embajador británico. Y, maravilla de maravillas, de pronto aparece la Señora. Nos miramos con curiosidad y nos besamos una y otra vez, como un par de albatros en celo. Incluso se me escapa una especie de gorjeo.Tranquila, sabia, con sentido del humor y carismática, Aung San Suu Kyi tiene todas las cualidades que una quisiera encontrar en un dirigente político.
No conviene que el proceso falle por prisas irresponsables , dice. Está convencida de que el cambio es real. Lo primero que hay que hacer es restablecer el imperio de la ley. En Occidente todo el mundo habla de la necesidad de elecciones, pero no pueden darse elecciones libres sin ley. Y el Ejército no puede ser marginado . Mi interlocutora rezuma comprensión y compasión.
Todos nos sentimos abrumados por los acontecimientos, por la conjunción de este encuentro extraordinario con la festividad de la Luna llena, por la liberación de centenares de presos políticos Es un momento histórico. Todavía impresionados, nos dirigimos a un salón de té, en el que nos encontramos con una pareja. Su testimonio es conmovedor.
El hombre era estudiante de Literatura Inglesa y llevaba una agencia de alquiler de coches para pagarse los estudios. Activista universitario, en 1988 fue detenido y condenado a 26 años de cárcel. Cuatro los pasó siendo constantemente interrogado en un cuartel militar. Prefiero no preguntarle por los detalles. Otros cinco años los pasó confinado en solitario. Después de 20 años fue puesto en libertad, de repente y sin explicación. Su esposa también fue detenida en 1988. La mujer entró y salió varias veces de la cárcel, y cada vez volvió al activismo político. Ambos se conocían de nombre, pero nunca ían encontrado en persona. Pero ambos fueron puestos en libertad el mismo día, el 18 de septiembre de 2008. Él se encontró con ella en la puerta de la cárcel. Y se enamoraron.
LAS MUJERES Y SU DRAMA
Al día siguiente, Jo habla en un consejo de mujeres. La violencia doméstica es endémica. Las mujeres intentan organizarse. Cuando un matrimonio tiene dificultades, se presentan en grupo e impiden que el marido la emprenda contra la familia. Es bastante fácil pararles los pies; casi siempre están borrachos , dice una mujer de unos 50 años. Los hombres tan solo se encargan de gestionar los ingresos. Las mujeres hacen absolutamente todo lo demás. Siempre tienen que obedecer.
Las niñas pequeñas aprenden de su inferioridad desde el primer día en que se arrodillan para dar los mejores trozos de carne a sus hermanos. Después de un encuentro con varios becarios de ActionAid, Jo y yo conversamos con dos mujeres. Marien Tun, de 26 años, y Khin Lin, de 29. Antes las hemos visto charlar animadamente con los demás becarios, pero ahora, en un entorno más personal, la cosa cambia y mucho. Nos explican que su familia y sus vecinos las tratan como a unas parias por trabajar para la ONG.
¿Y por qué seguís? , pregunta Jo. Porque tengo mi propia cabeza y sé que es lo mejor para mí , responde Khin. Cuando les preguntamos por su niñez, Marien se quita el chal y lo levanta al viento. Cuando era pequeña, era como este chal. libre, llena de vida, feliz. Pero entonces empezaron a doblegarme , agrega mientras dobla el chal en dos, y a doblegarme otra vez y otra . Sigue doblando el chal hasta dejarlo del tamaño de una servilleta. Finge meterlo en una caja y dice. Las chicas tienen que portarse bien, hacer lo que les dicen A mis padres no les gusta lo que hago, pero un día van a morirse, y entonces podré abandonar este lugar. Hasta que se mueran, tengo que seguir encerrada en la caja .
Su padre la presiona y amenaza para que se case. Hago lo posible por no enamorarme , dice con una sonrisa. Lo he estado pensando, y he decidido que puedo tener libertad o una vida familiar, pero no las dos cosas a la vez . Jo pregunta si tienen quien se ocupe de ellas. Se miran, se encogen de hombros y responden. Cuidamos de nosotras mismas . Acabamos llorando.
EL FINAL DEL VIAJE
Empezamos el día reuniéndonos con un ministro. ActionAid necesita su apoyo. El ministro parece dispuesto a conversar. No puedo evitarlo. me cae bien. En el torrente de palabras pesco la expresión derechos humanos . Es importante. Esa expresión ha estado prohibida en Birmania durante décadas. La última noche, Tindy y yo invitamos a cenar a varios miembros de la ONG a un maravilloso restaurante. La comida es muy buena, pero por desgracia no se puede consumir alcohol. Tindy no cesa de flirtear con una guapa joven. Olvídate del asunto , le musito. Nos acostamos temprano, alarmantemente sobrios.
Nuestra última visita es el mercado central. Un vendedor ambulante se acerca con un ejemplar del libro de George Orwell Los días de Birmania. Se lo compro. He hecho muchos viajes, pero este es el país que más me ha gustado. En el avión leo el libro de Orwell, una denuncia del racismo británico durante la era colonial. Una se avergüenza de ser inglesa.
Pero, con todo, hoy la historia narrada por Orwell pertenece a otros tiempos. Lo que me lleva a esperar que los años de la junta militar birmana también sean un día solo una terrible historia que se cuenta a los turistas. nl vuelo dura once horas. Así que mi hijo y yo las hemos aprovechado para leer un montón de cosas sobre el país. El historial de violaciones de derechos humanos es horroroso.
Tanto que no soy capaz de concebir cómo se las arregla la gente. También hemos leído mucho sobre Aung San Suu Kyi, o la Señora, como es conocida la premio Nobel e histórica dirigente opositora.
