Las piernas ya no le ‘funcionan’ como antes y tiene problemas de movilidad. Sin embargo, a los 83 años, Emilio Aragón conserva intactas la lucidez y las ganas de trabajar. Por Virginia Drake
Actor, director, músico, cantante, acordeonista, escritor y, ante todo y como a él le gusta definirse, ¡payaso! A sus 83 años, Emilio Aragón Bermúdez, Miliki, está entregado a la literatura de ficción. Tras publicar sus memorias y algunos relatos infantiles, su último libro es su segunda novela, Mientras duermen los murciélagos, y apunta maneras ¡de las buenas!
En ella se mezclan a partes iguales su buen hacer literario, la enorme documentación que trabaja y el ritmo trepidante de una trama cargada de acción, misterio, romanticismo, humanidad ¡Una lección de vida!
Nos citamos con él para hablar de su novela y viene acompañado de su inseparable mujer, Rita, y de una de sus tres hijas, María Pilar. Miliki está contento y su mirada delata esa humildad de la que solo hacen gala los grandes.
Se siente halagado cuando descubre que su thriller nos ha ‘enganchado’. Y es que el argumento es original y, para él, muy cercano. en plena Guerra Mundial, una bomba destruye la Casa del Artista de Berlín. Dieciocho viejas glorias del pasado sobreviven e inician una inquietante aventura para abandonar la Alemania nazi y llegar a España. En el camino, lleno de intrigas, asesinatos y complicaciones, los artistas van alimentando el sueño de volver a actuar en un famoso teatro. Y en este punto empezamos nuestra conversación.
XLSemanal. Dígame, ¿cómo se encuentra?
Emilio Aragón. Pues estoy bien, quitando este problema que tengo en las piernas y que me dificulta mucho la movilidad. Estoy muy claro de cabeza, trabajando todas las mañanas de 9,30 a 13,00 horas con el ordenador y disfrutando como un niño, porque escribir es fascinante. ¡Me llena tanto!
XL. Mientras duermen los murciélagos. ¿De dónde ha sacado esta teoría sobre la maldad del murciélago?
E.A. De ningún lado, ¡es mía! [sonríe complacido]. Cuando se despiertan los murciélagos, aparece el mal. Hay que aprovechar el tiempo en que están dormidos.
XL. Se diría que ha tenido algún problema de niño con un murciélago
E.A. No, ninguno; pero siempre les he tenido mucho miedo. No es un bicho agradable, no es ratón ni es pájaro y tienen un complejo tremendo [se ríe].
XL. ¿Enseña sus canciones a los nietos?
E.A. Sí, se las saben todas. Pero, bueno, te diré que tengo nietos de 30 años. Los más pequeños son bisnietos y tengo 3. 10 nietos y 3 bisnietos.
XL. ¿Les estamos dejando un mundo muy complicado?
E.A. A nosotros también nos dejaron un mundo muy difícil. Cuando éramos niños, en el año 36, 37, 38 , las cosas no eran fáciles. Hay que pensar en positivo porque hoy es muy difícil que se dé una tercera guerra mundial. Yo tuve que salir de Cuba y de Venezuela, porque las cosas se complicaban mucho. He vivido momentos muy difíciles con toda mi familia, pero hemos salido adelante.
XL. Ha dicho. En Cuba pasé mi juventud y me hice hombre . Lo de me hice hombre resulta sospechoso.
E.A. ¡Pues sigue sospechando! Ja, ja, ja.
XL. Hábleme de sus hijos.
E.A. Tengo cuatro: Rita, la mayor, se ha casado con un Feijoo, de los famosos Feijoo y Castilla, los propietarios del Circo Americano. Mi hija Mari Pili se ha criado con la naturalidad y la normalidad de una familia sin estridencias y es una potencia en su trabajo. Amparo, la pequeña, estudió decoración y trabajó decorando escenarios; y Emilio [se le ilumina la cara].
XL. ¿Se emociona cuando habla de su hijo, Emilio?
E.A. Sí, nos tenemos un gran respeto el uno al otro y es que, además, en nuestra familia somos muy sensibles y si me pongo a recordar, inevitablemente, se me saltan las lágrimas. Emilio es un pedazo de pan, tiene un corazón enorme.
XL. ¿Me equivoco si digo que esta novela trata de ser un canto a la vejez, a la capacidad de ilusionarse?
E.A. Es así. Yo esto lo viví en el teatro Apolo de Valencia. Trabajamos entonces con un barrista que tenía 65 o 68 años. El hombre entraba en el teatro despacito, apoyándose con las manos en la pared y poco antes de actuar se daba fricciones en las piernas y daba un doble salto mortal en la barra. Es gente increíble. Tenemos mucho más que dar de lo que parece. La sabiduría que nos da la vida Esto es lo que he querido plasmar en la novela.
XL. Dice que, cumplida una edad, a las personas mayores ya no les queda otra que contar su vida.
E.A. O escuchar la de los demás.
XL. ¿Y usted qué prefiere?
E.A. A mí me gusta escuchar y muchas de las vivencias que escucho las adapto a los personajes. Yo escucho. Las cosas buenas las guardo y las malas las desecho.
XL. ¿La juventud es un valor en alza y la vejez está denostada?
E.A. Ahora se jubila demasiado pronto a las personas y se arrinconan la madurez, la sabiduría A los 8o y tantos hay enfermedades que son complicadas, es verdad; pero yo tengo 83 y, aunque no presumo de edad, me encuentro muy bien.
XL. Pero Emilio Aragón Miliki no está olvidado ni arrinconado en una residencia como los protagonistas de su novela.
E.A. Es que yo he tenido la suerte de encontrar a una compañera ideal, mucho más joven que yo. Me sitúo en su edad y funcionamos fenomenal [Rita sonríe].
XL. ¡No exagere! Que solo la lleva cuatro o cinco años.
E.A. Pero a esta edad se notan mucho [dirige la mirada hus piernas] y, además, yo doy mucha lata porque soy muy pesado. Llevamos 59 años de matrimonio y sigo enamorado como el primer día.
XL. Eso lo dicen todos cuando ellas están al lado, para que lo oigan.
E.A. No, no ¡qué va! [se ríe].
XL. Una curiosidad. cuenta en el libro que la gente del circo viajaba de un lado a otro con todo cuanto tenía encima y que sus fortunas las convertían en piedras preciosas que los acompañaban aquí y allá.
E.A. Es verdad. En aquella época, la gente del circo no entendía de bancos. Con el dinero que cobraban compraban piedras, oro, collares… Sus ahorros los convertían en joyas que viajaban en aquellos baúles.
XL. ¿Usted también?
E.A. A nosotros nos administraba mi padre y él se ocupaba de estas cosas.
XL. Volviendo a la Casa del Artista, en España hay muchas glorias del pasado que tienen necesidades sin cubrir y la Casa del Artista, al menos aquí, no funciona.
E.A. No funciona, es verdad; pero en Alemania, sí. Lo que pasa es que la mayoría de ellos sufren la falta de público, necesitan el aplauso y la gloria, y están locos por volver a un escenario. Es así.
XL. ¿El aplauso es adictivo?
E.A. Mucho. Yo mismo, cuando veo a alguien en el escenario, quisiera estar en su lugar. Echo en falta el espectáculo, pero he tenido la suerte de refugiarme en mi mujer y en la escritura. También es verdad que yo me he pasado 50 años de mi vida escribiendo guiones para televisión, a veces con la mente muy cansada y hasta las cinco de la mañana, cuando a las ocho tenías que estar en el plató otra vez. Ahora escribo solo lo que quiero.
XL. ¿Qué ha dejado de hacer con los años?
E.A. Mi problema en las piernas me limita mucho el salir, pero los fines de semana mi mujer y yo solemos comer fuera. los sábados, con Emilio y los domingos nos vamos por ahí. Lo que no puedo hacer ya son grandes viajes; por ejemplo, ir a Nueva York. En los aeropuertos, el problema está resuelto con una silla de ruedas, pero luego llegas allí, sales a la calle y las piernas ya no dan.
XL. En sus novelas siempre triunfa el amor.
E.A. Como tiene que ser, sí; para mí es muy importante el amor y la familia; en la mía hablamos mucho. Con mi hijo, Emilio, hablo de todo; en cuanto tocamos el mundo profesional, no paramos. Él me cuenta cosas y me pregunta mucho. Además, yo impuse una costumbre en mi casa. el sábado, la abuela y yo invitábamos a toda la familia a comer. Nos juntábamos 22 y el problema era inventarnos cada sábado un plato que fuera novedad.
XL. Habla en pasado
E.A. Sí, mis hijos han heredado la costumbre y ahora nos reunimos todos en casa de Emilio, que hace lo que hacía yo.
XL. ¿No hablan de política?, ¿no discuten?
E.A. No, y no siempre es fácil porque cada uno tiene su manera de pensar. En eso sí que nunca he entrado. Lo más que hago es dar un consejo.
XL. Y a Miliki, ¿quién le hace reír?
E.A. A mí no me hacía reír Chaplin, yo lloraba con él. Sin embargo, me divertían el Gordo y el Flaco; de ellos hemos aprendido muchísimo nosotros. No estaban atados a un guion. Los directores les dejaban ir por libres.
XL. ¿Cuándo ha sido la última vez que ha ido al circo?
E.A. Mmmm, a ver si mi mujer lo recuerda [Rita se queda pensando]. No lo recuerdo, pero es que se ha disuelto la fórmula. Ahora no hay un trabajo fino; aquí, el payaso sale con los zapatones, mucho maquillaje, se da tartazos con otro
XL. Parece que hoy el humor inteligente se reserva para los humoristas propiamente dichos.
E.A. Esto ha cambiado mucho, sí. En los años 30 y en los 40, el payaso fue en España tan importante como un tenor de ópera. El circo y la ópera eran los dos espectáculos por excelencia. Al Circo Price de Madrid venían artistas de todo el mundo. El del payaso era un trabajo inteligente; no trabajaba para niños, lo hacía para adultos, y la sesión de gala del Price era a las diez de la noche.
XL. Le diré que somos muchos a quienes los payasos nos han dado miedo de pequeños, ¿no lo ha oído nunca?
E.A. Y tenéis razón. Es lógico. Si yo soy un niño y veo un payaso de esos que se estilan en Norteamérica, con esas ropas, con esa exageración, me muero de miedo.
XL. Además, en las películas es un clásico que los malos se escondan en los circos y se disfracen de payasos.
E.A. Sí, sí [sonríe]. Nosotros nos dimos cuenta al hacer televisión de que había que quitar todo lo agresivo, nada de caras blancas. En lo único que nos diferenciábamos de la gente de la calle es en la nariz postiza, que nos la hacíamos nosotros para cada actuación; y, a veces, nos marcábamos los ojos con un lápiz. Ese era todo nuestro maquillaje, y los niños nos veían como gente normal.
XL. ¿Todos los hermanos se dedicaron al circo?
E.A. Sí, los tres. Hemos sido tres hermanos y una hermana, y yo era el pequeño. Primero murió Fofó; luego, Gaby; y mi hermana vive, tiene 87 años. Gaby me llevaba a mí diez años. Te van dejando, sí, y eso es tremendo. Es un tema que [se le humedecen los ojos].
XL. ¿Sigue soñando cosas que hacer?
E.A. Sí, claro que sí; y que Dios me permita soñar mucho porque de los sueños se vive.
XL. Asegura que la estupidez humana convierte la tragedia en comedia, ¿ha conocido mucha estupidez?
E.A. ¡Mucha, mucha! En España, además, se ha utilizado al payaso para ofender. El payaso de antes era un personaje importante. La gente se equivoca y lo menosprecia.
XL. ¿A usted lo han menospreciado?
E.A. Algunas personas, sí [lo admite con tristeza]. Suele ser gente sin futuro.
Dile a Miliki de dónde eres y te dirá cómo te ríes
El estadounidense. Los norteamericanos son el público más fácil. Allí están acostumbrados a levantarse por la mañana y empezar el día a carcajadas. En la radio y en la televisión, todos quieren hacerte reír. Hasta les escriben monólogos a los políticos para que hagan reír a la gente.
El alemán. Si con algo se ríen los alemanes, por encima de todo, es con el mimo,algo que en España nunca ha funcionado porque el español es parlante y muy difícil. Pero que conste que el nuestro es un público muy entregado, eso sí.
El francés. A los franceses tienes que esconderles mucho las cosas para sorprenderlos. Son más sutiles, tienen un sentido del humor muy desarrollado.
El nórdico. Con estos sí que no hay problema. Suecos, noruegos, fineses y daneses son como niños. das dos palmadas y ya se ríen.
El inglés. No hay nada más difícil que hacer reír a un inglés. Son gente bastante retorcida y poseen el humor más inteligente de todos .