Renzo Piano: «Cambiar no es una flaqueza, es el arte de escuchar y entender»

Este arquitecto, mitad genio y mitad humanista, ha recibido el encargo de diseñar el nuevo Centro de Arte botín, que presidirá la Bahía de Santander. Aunque el proyecto se presentó el pasado octubre, el perfil definitivo se hará público este 19 de junio, después de meses de deliberación y trabajo. Ha habido cambios, pero la filosofía sigue siendo la misma: que sea un lugar de encuentro abierto a la ciudadanía. Viajamos hasta su estudio en Génova para asistir a una reunión única. Por Elena Castelló / Foto: Antón Goiri

Son las 9:30 de una calurosa mañana de mayo. La telecabina en forma de cubo de cristal con sillas marineras rojas que da acceso a la sede de la Renzo Piano Building Workshop, situada en la colina de Vesima, cerca de Génova, ‘deposita’ en la puerta principal del edificio a un pequeño grupo de visitantes: Paloma Botín O´Shea, la escultora Cristina Iglesias y el paisajista Fernando Caruncho se reúnen esa mañana con el arquitecto Renzo Piano (Génova, 1937) y su equipo para conocer los últimos detalles de la que será su primera obra en España, el futuro Centro de Arte Botín de Santander.

Este encuentro, pocas semanas antes de la presentación del proyecto final en la capital cántabra, supone la puesta en común de seis meses de trabajo. Quince personas se acomodan alrededor de una amplia mesa blanca y, más tarde, directamente en el suelo, rodeadas de maquetas, croquis y planos. El Renzo Piano Building Workshop, que alberga un estudio y una escuela de jóvenes arquitectos, es una construcción inclinada de cristal y madera de alerce y rodeada por el mar y por frondosos bambús, cipreses y olivos. El lugar se llama Punta Nave.

Piano, un hombre alto y enjuto, muy cordial, que recibe a sus invitados con un viejo jersey de cachemira azul, no ha perdido, a sus 75 años, ni un ápice del humor, la energía y el afán experimental de aquel chico salvaje , como él mismo se describe, que revolucionó la arquitectura museística a principios de los años 70 con el Centro Pompidou de París, junto con su amigo y colega Richard Rogers.

El edificio que ha diseñado Piano -quien apenas acepta media docena de encargos al año- para el nuevo Centro de Arte Botín, en la bahía de Santander, frente a los emblemáticos jardines de Pereda, y que ha sufrido varios cambios en los últimos meses, bebe del mismo espíritu: quiere ser un lugar de encuentro entre el arte y la educación, que estimule la creación y la vida ciudadana. Para ello ha concebido una estructura ligera donde exterior e interior se confunden. Tras presentarlo por primera vez en septiembre, junto con Emilio Botín, Piano siguió dándole vueltas al proyecto. Se dio cuenta de que había que acercar más la bahía a la ciudad. El debate es la materia de mi trabajo , asegura. Así que la pasarela que unía el edificio con los jardines ha desaparecido en favor de una superficie abierta que duplica la extensión del parque y soterra el tráfico y da acceso a un edificio que quiere fundirse con la luminosidad del mar y ser tan ligero que parezca flotar sobre el perfil de la bahía.

XLSemanal. ¿Cuál fue la razón de estos cambios? ¿Qué era lo que más le preocupaba del primer proyecto presentado?

Renzo Piano. No, no es que me molestara algo. Tiene que ver con la evolución natural del trabajo. Un proyecto es como un descubrimiento, se empieza con algunas ideas claras que permanecerán igual, como en este caso el reflejo en el agua, la visión de la bahía y la relación con los jardines de alrededor. Y la idea de que el edificio parezca flotar. Eso nunca ha cambiado. Pero la dimensión pública del proyecto no se puede obviar. Viajé a Santander unas cuatro o cinco veces. Hablé con la gente, la escuché; a algunos no les gustaba nada y a otros les encantaba… Y esas observaciones nos llevaron a pensar, por ejemplo, que lo más adecuado era construir un túnel, pero hacer esto es caro; por lo tanto había que pensarlo mucho. Pero de esta forma el espacio de alrededor, entre la ciudad y el mar, queda libre. Todas esas cosas hay que madurarlas. Pero para mí es un proceso natural, y creo que es algo leal con la comunidad y con la gente.

«Siempre dije que este edificio debía volar, pues ahora vuela más todavía. Mi proyecto quiere acoger a la gente, mezclar el arte y la vida»

XL. ¿Qué es lo que más le satisface de estos cambios?

R.P. Sin duda, haberle devuelto a la ciudad todo ese espacio al prescindir de la pasarela original, que unía el edificio con los jardines.

XL. Usted dice que los edificios cuentan una historia. ¿Qué cuenta el nuevo Centro de Arte Botín de Santander?

R.P. Primero es una historia sobre el urbanismo. Estudié en Milán, en los 60, y me desarrollé profesionalmente con esa visión social de la arquitectura, de que los edificios tenían que mejorar las ciudades…

XL. Como cualquier joven con talento, quería cambiar el mundo…

R.P. Por supuesto, pero cuando uno madura, se da cuenta de que esa idea sigue latente. La raíz de este proyecto es que está en el centro de la ciudad, cerca de los jardines de Pereda, al lado del mar, del que Santander toma su energía. La otra idea es que se trata de un edificio cultural, un centro de arte y de educación, con un salón de conciertos, donde habrá conferencias, gente estudiando… Estos edificios, de alguna manera, son como una barrera contra la barbarie, un lugar donde la ciudad se convierte en algo mejor. Algunos edificios intimidan: se construyen con mármol, piedra…

XL. Precisamente, usted empezó su carrera con Richard Rogers con la construcción del Centro Pompidou de París, toda una declaración de principios.

R.P. Éramos ‘chicos malos’ y, precisamente, queríamos rebelarnos contra los museos y los centros de arte que intimidaban a la gente. Por eso hicimos una plaza accesible y abierta, y el edificio de alguna forma se convirtió en una máquina, pero en una máquina para hacer feliz a la gente. Este proyecto en Santander cuenta la misma historia. quiere acoger, dar la bienvenida, construir un lugar accesible, crear curiosidad. Tiene que ver con mezclar lo sagrado y lo profano, el arte y la vida. Me gustaría que la gente viniera, al lado del agua, no solo por el arte, sino porque le gusta este lugar y quiere disfrutarlo. Esa es la historia. un espacio para las personas, que atraiga, pero que sea informal, y que evite todo triunfalismo.

«Un ser humano decente es como un iceberg, necesitas toda esa parte interna, invisible. Si la traicionas pierdes autenticidad, integridad»

XL. ¿Cuál es la idea principal desde el punto de vista del diseño?

R.P. La sensación de ligereza, la idea de vuelo, que por supuesto es una metáfora, pero no solo. Hemos previsto una estructura sobre columnas totalmente abierta por debajo, para que la luz pueda pasar. Mis dos pasiones cuando era un niño eran ver a mi padre trabajar e ir al puerto de Génova los domingos: es un lugar mágico, todo flota, todo es ligero. Un barco esun edificio suspendido. Esa idea de suspensión es fundamental, hacer que un edificio casi flote, como si estuviera sobre el agua. Y lo que convierte el agua en algo mágico es el reflejo. Por eso elegimos la cerámica, para que esa superficie jugara con la luz, con el reflejo de las olas.

XL. ¿Y cómo se enfrenta uno al debate ciudadano?

R.P. El debate es esencial. Crecí en una atmósfera en la que era crucial: por la mañana trabajaba en el despacho de un arquitecto y por la noche iba a la universidad. Eran los años previos al 68. El debate nunca es negativo, y es especialmente interesante cuando es irritante, los debates deben ser por definición irritantes; si no, resultan fingidos. Porque cuando estás en un debate, estás obligado a tener más seguridad en lo que defiendes. El cambio parece una flaqueza, pero no se trata de cambiar, sino de hacer las cosas mejores. Es el arte de escuchar y entender. Uno tiene que ser permeable, en la misma medida en que debes ser estable. Ligero y fuerte al mismo tiempo. Por eso no debe preocuparte escuchar, porque tú sabes adónde quieres llegar. Esa es la razón por la que este edificio en Santander se ha hecho más pequeño y ligero. Siempre dije que debía volar, pero ahora vuela todavía más.

«Los arquitectos tienen que dar respuesta a los sueños. Por eso prefiero no hacer muchas cosas, uno no puede enamorarse demasiadas veces»

 XL. Usted proviene de una familia de constructores. ¿Cómo le influyó para convertirse en un arquitecto?

R.P. La arquitectura es un oficio muy complejo. Es arte, pero también oficio, tiene una vertiente técnica y social. Construir es algo mágico. Lo fundamental es que construyes un techo para el ser humano. Y eso no es solo un trabajo técnico, tiene que ver con los deseos, con la poesía. Por eso es tan complicado. Pero el haber nacido en una familia de constructores resulta un muy buen comienzo, porque empiezas desde el lado correcto, el del artesano. Es mucho más difícil cuando comienzas como un artista.

XL. ¿Qué peso ha tenido esa relación con los materiales y la tecnología en su concepto de la arquitectura?

R.P. Dar forma a la materia es un milagro. Cuando eres un niño y ves a tu padre transformar la arena en un edificio, lo miras como si fuera un dios. Por supuesto, cuando creces, intentas hacer siempre algo diferente. Empecé, por ejemplo, a desafiar las estructuras, porque quería que fueran cada vez más ligeras. Y trabajé con nuevos materiales como el acero, el plástico, para explorar. Pero crecí con esa idea de que el material es esencial para la inspiración de un arquitecto. Y hoy es posible reinventar los materiales; por ejemplo, la madera. hoy en día, con la tecnología, podemos hacer cosas espectaculares. O la cerámica, incluso la piedra, que puedes utilizar de diferentes maneras.

XL. ¿Qué opina de la tendencia actual de las ciudades de querer tener cada una su edificio de firma? ¿Es ese el rol de un arquitecto hoy en día?

R.P. No, es un sinsentido. Uno tiende a convertirse en prisionero de su éxito. Es algo que se puede decir no solo de los arquitectos, sino también de los escritores o de los periodistas. Tienes éxito y empiezas a repetirte. Y lo peor es que la gente quiere que te repitas. Entonces quedas atrapado en la trampa del estilo. El principal riesgo de todo trabajo artístico es que se convierta en un ejercicio formal, en un ejercicio de estilo y que no preste atención al contexto. Me gusta utilizar la imagen de un iceberg. para ser un ser humano decente, necesitas toda esa parte interna, invisible. De alguna manera, cuando traicionas ese espíritu y empiezas a trabajar más y más sobre la forma y a preocuparte del éxito, empiezas a perder profundidad; eso tan importante que es la integridad y la autenticidad. Comienzas a ser víctima de ti mismo. Y eso es el principio del fin. El síndrome de los arquitectos estrella es nefasto para la arquitectura y para la gente. Muchas veces uno olvida que la libertad más difícil de preservar es la libertad frente a uno mismo.

XL. ¿Cree que esta época de crisis ha cambiado la manera de hacer arquitectura? 

R.P. Sí, desde luego. Pero también por otra razón, y es que el ‘síndrome del arquitecto estrella’ es estúpido, y las cosas estúpidas no duran. La arquitectura descansa en el largo plazo, es como los bosques, los ríos, ¡como las ciudades! Las ciudades tienen que ver con el tiempo, no con la moda. Hacer formas no es difícil, cualquiera puede hacerlo; lo complejo es que esas formas tengan un sentido. Gracias a Dios, la arquitectura es una profesión seria. Otra de las razones es que la crisis ha supuesto una especie de moralización de la arquitectura. Un arquitecto debe obligar a su cliente a pensar, debe decirle: «Un momento, ¿qué estamos haciendo aquí? ¿Por qué estamos gastando todo este dinero?». Y esa es la razón de que la arquitectura se haya vuelto tan cuidadosa con la sostenibilidad, con la energía. Y creo que este el mayor campo de inspiración de este siglo: la fragilidad de la Tierra. Todo el mundo entiende que la Tierra es frágil y, en parte, la arquitectura debe expresar esa fragilidad. Y la crisis ha obligado a hacer ese análisis.

«La crisis ha moralizado la arquitectura. Un arquitecto debe obligar a su cliente a pensar, decirle: ‘Un momento, ¿por qué estamos gastando todo este dinero?'»

XL. ¿A qué colega admira más?

R.P. Es difícil contestar, admiro a muchos. Mi amigo de toda la vida es Richard Rogers. Es parte de mí, como un hermano, crecimos juntos. Pero hay tantos: Jean Nouvel y Frank Gehry porque somos muy diferentes, Pierre de Meuron por su curiosidad… Es por el respeto que me inspiran y porque siempre tengo algo que aprender de ellos.

XL. ¿Y el edificio que más le fascina? 

R.P. Los de Le Corbusier. He tenido la ocasión de trabajar en algunos de ellos y he podido comprenderlo y amarlo. Pero lo más importante en arquitectura es evitar los celos, la envidia. El secreto está en tomar y devolver. Siempre les digo a los jóvenes que cojan, que cojan de aquí y de allá y, luego, den.

XL. ¿Qué es lo primero que un joven arquitecto debería aprender? 

R.P. Creo que la pasión y la libertad. Los arquitectos tienen que dar respuesta a los sueños, no solo a necesidades. No quedar atrapado en el formalismo. Y que aprendan a decir no. Por eso prefiero no hacer muchas cosas, uno no puede enamorarse demasiadas veces.

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