Los hijos del escultor Ignacio y Luis nos abren el mundo más desconocido del artista. Un paseo por lugares, dibujos, fotos y recuerdos mágicos e íntimos de un genio. Por Gloria Otero.
Para rendirle homenaje, en este décimo aniversario de su muerte, nos hemos acercado a los lugares donde realizó sus obras. Y al paisaje que las inspiró y que las acoge como ninguno. Dos de los hijos que más estrechamente colaboraron con él, Ignacio -director de la Fundación Chillida-Pilar Belzunce- y Luis, han abierto el mundo de aita a nuestros lectores. Han cedido los dibujos y grabados más desconocidos de su padre para ilustrar este reportaje y nos han ido contado sus recuerdos de él.
«Hubo obras que jamás quiso enseñar porque le parecían demasiado bellas. Joyas que hizo para mi madre, por lo menos doscientas… las hacía para su intimidad, para él»
Fuimos a la fábrica donde hizo sus esculturas de acero, en Legazpi. Un edificio -Chillida Lantoki- en el que se ha reconstruido su taller del hierro con su mítica fragua… «Pero sin pretensiones museísticas -como puntualiza Ignacio-, porque nada espantaba más a aita que esos falsos talleres de artista, como mausoleos, que se han construido en muchos sitios». «Allí es donde Chillida dejó de hacer música de cámara para dirigir una orquesta, por así decirlo, sorprendiendo una y otra vez a los obreros de su obra a escala industrial, con sus casi imposibles exigencias», comenta Luis. Y fuimos a Zabalaga, el caserío del siglo XVI -a seis kilómetros de San Sebastián- del que se enamoró Chillida nada más verlo y que hoy es su fundación y el museo Chillida-Leku. Un lugar mágico porque durante años lo fue imaginando a la medida de sus obras. Y viéndolas allí, tan inconfundibles y audaces como siempre, se entiende por qué han impresionado tanto a filósofos, matemáticos y poetas:porque desafían a la falsedad, el ruido y la pasividad que amenaza al hombre de hoy, como dijo alguno de ellos. Ignacio y Luis están convencidos de ello.
Eduardo Chillida y su esposa Pilar Belzunce
«El sueño de una persona limitada a la que le gustaría tallar una montaña, ese soy yo»(Eduardo Chillida)
«Siempre hemos vivido en el País Vasco: en Hernani al principio y en San Sebastián después. Cuando él volvió de París, en los años 50, no tenía dinero; hablando con su abuela, le dijo que la familia tenía una casa en Hernani y que se la dejaban. Por eso nacimos aquí, que es donde creo sus primeras obras importantes. ¡Y qué casualidad que luego el Museo Chillida-Leku también se edificó aquí! Porque un día vio Zabalaga, que era un caserío en ruinas, y le entusiasmó. Era el año 82 y no sabía aún para qué lo quería exactamente, pero dijo. ‘Esto es lo que busco’. Fue un flechazo. Además, había un riachuelillo que desembocaba donde más tarde haría El peine del viento, que por eso luego se desvió a otra zona. Son casualidades muy fuertes. Y en Tindaya le pasó lo mismo. Fue ver esa montaña y decir: ‘Es en este sitio o en ningún otro’. Y hay que ver la de ofertas que tuvo de todo el mundo para hacer su proyecto de horadar una montaña. Se las ofrecieron en Sicilia, Finlandia, Suecia, Francia Y claro, ¡más casualidad al ver los famosos grabados que hay en Tindaya de los aborígenes de allí, que son idénticos a su firma!» .
«En arquitectura tenía problemas con el ángulo recto. Prefiero el que hace el hombre con su sombra. Es mucho más tolerante»(Eduardo Chillida)
«Aita tenía un arraigo muy fuerte con la naturaleza; con la tradición y sus raíces. Era amigo de todos los grandes arquitectos del mundo. Cualquiera le hubiera hecho ese edificio que él buscaba para sus obras. Pero habría sido el edificio de ese gran arquitecto, no Zabalaga, que es un caserío vasco del siglo XVI, con todo lo que simboliza».
Tuvo problemas por se ingenuo, que lo era, y porque la gente no era capaz de darse cuenta de que una persona libre puede hacer lo que considere conveniente en cada caso
«Yo no tengo que llevar boina para ser vasco, pero lo que hago tiene que ser vasco»
«Se identificaba muchísimo con lo vasco. Sentía ese arraigo. Él lo decía: ‘Soy como el árbol: con las raíces en su lugar y las ramas abiertas al mundo’. Aunque aquí tuvo problemas. Primero por ser ingenuo, que lo era, y se metía en mil batallas sin valorar bien que le iban a dar por todos lados. Pero sobre todo su problema aquí era que la gente no es capaz de darse cuenta de que una persona libre, como él fue, puede hacer lo que considere conveniente en cada caso. Pensaban. ‘Este ha dicho esto en tal cuestión, pues ahora va a decir lo mismo: es de los nuestros’. Y no. Decía otra cosa totalmente contraria y no se lo perdonaban. Pero había muchísima gente entrañable de su lado. Me acuerdo de que, cuando éramos pequeños, al principio de venir a vivir a San Sebastián, estuvo amenazado de muerte por unos comandos anticapitalistas. Yo he leído la carta, la tengo. Pero los vecinos del barrio de Intxaurrondo, que es uno de los más conflictivos -muy de izquierdas y muy abertzale-, hacían rondas para protegerlo cuando se enteraron».
«Bach y la mar son mis maestros. Nunca diferentes, pero nunca siempre iguales»
«Aita estaba siempre pensando, dándole vueltas a las cosas. Trabajaba en el jardín de casa y a veces íbamos con nuestros amigos a hacerle una visita. Nos sentábamos a ver lo que estaba haciendo. Pero éramos muy respetuosos con su vida, porque era muy pudoroso. Todos sabíamos que había que tener cierto cuidado con él; no porque nos fuera a regañar, sino para no molestar simplemente. A él le gustaba muchísimo el deporte, por ejemplo, y todos los días íbamos a jugar al ping-pong o al frontón cuando terminaba de trabajar. Era una manera de estar con sus hijos, aunque era un hombre muy serio y sumamente concentrado en sus cosas, al que le gustaba estar a su aire y al que había que darle espacio».
«Mis obras son siempre preguntas. Un ir desde la materia hacia lo negro, hacia lo desconocido»
«Desde el principio, su obra despertó el interés de poetas y filósofos. Buscadores, como él, de lo absoluto. Heidegger, Octavio Paz, Cioran… Tenía interminables conversaciones con ellos porque coincidían en algo fundamental: poner en cuestión todo lo que te dan por hecho. Él no aceptaba que algo podía ser definitivo. Le daba vueltas y más vueltas, por ejemplo, a cosas que la razón da por cerradas. Pero él sentía que la razón es limitada… Y por ahí llegaba a la fe como algo que está más allá de los límites de la razón. Trabajaba en esa línea, en tratar de ampliar los límites. Por todo eso, su trabajo es difícil de catalogar dentro de una corriente estética o un estilo. Él era una corriente, un estilo en sí mismo. Por ejemplo, nunca se consideró abstracto porque siempre estaba representando algo en su obra; aunque fuera un concepto o una sensación, y no un objeto concreto. Y lo realista claro que le gustaba. Tenía auténtica pasión por Caravaggio, Durero, Piero della Francesca… Se conocía todo del arte de cualquier época; salvo lo último de lo contemporáneo, que le interesaba menos. Pero la facilidad, la belleza, la perfección de la forma… no le atraían lo más mínimo. De hecho, hubo obras que jamás quiso enseñar porque le parecían excesivamente bellas. Joyas que hizo para mi madre, por lo menos doscientas… Porcelanas, muchas obras que hacía para su intimidad, para él»
«En mis visitas al Louvre vi que París no era mi lugar, y le dije a Pili. ‘Volvamos a casa'»
«Él siempre decía. ‘¡La suerte que he tenido en la vida !’. Pero la suerte se gana. Él se la ganó trabajando y teniendo las ideas muy claras. Porque al principio dudó mucho, incluso de lo que estaba haciendo. En París, con veintipocos años, un gran galerista -Maeght- lo descubre y le expone. Pero él deja ese camino. Le parece que responde al mundo mediterráneo, bello y claro. Que lo suyo era otra cosa: la luz negra del Cantábrico. Rompió. Volvió al País Vasco y empezó a hacer obras en madera… Vio que siempre iba a tener que romper de cuajo con cualquier síntoma de debilidad. Era un hombre durísimo consigo mismo. Pero eso sí, muy tolerante con los demás».
«Soy un solitario… un solitario con Pili»
«Nuestra madre siempre nos decía cuando se hacía la graciosa. ‘Si algún día tuviéramos un accidente y estuvierais todos vosotros y vuestro padre ahogándoos…yo salvaba a aita‘. Su marido fue siempre su trabajo y su vida. Porque aita necesitaba ese apoyo; ese contacto con la realidad que él no tenía. No se sabía desenvolver solo. Incluso cortó con muchas amistades porque lo distraían y mi madre perdió ese mundo social que tanto la atraía de jovencita. A ella le encantaba bailar y con mi padre no pudo bailar en su vida. Incluso tardaron en hacerse novios, porque mi madre -consciente de cómo era él- sabía que casada no iba a vivir lo que cualquier otra chica. Y así fue. A él le faltaba tiempo. Su trabajo era su vida y lo que menos necesitaba eran distracciones. Por eso fue cortando con todo. Volvían de una cena con grandes personalidades y decía. ‘¿Y qué hemos sacado?’. Le sentaba fatal hacer los viajes que le surgían por exposiciones, premios y compromisos. Odiaba irse porque se desconcentraba y al final optó por acumularlos. Pero volvía hecho polvo y comentaba. ‘Estoy acabado’. Es la frase que le dijo a mi madre al volver de París, lleno de dudas. Y ella le dijo. ‘¿Cómo acabado? ¡Si aún no has empezado!’. Siempre he pensado que era como un borrico con orejeras, lo cual también era engañoso porque estaba absolutamente atento a todo lo que pasaba. No perdonaba un telediario, leía muchísimo».
«Lo que se puede enseñar no vale gran cosa, lo que vale es lo que tienes que aprender»
«No tuvo discípulos, no creía que el arte se pudiera enseñar. Pensaba que se aprendía de los filósofos, de los poetas… De hecho, solo dio clase una vez. Fue en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Él hizo la selección de los alumnos, 16, y no hubo programa. Tampoco puso notas, les dijo a los alumnos que se calificaran ellos mismos… y muchos se suspendieron».
«Era un hombre roca»
» Era un hombre de verdad, un prototipo, un hombre roca. Cuando murió, yo estuve algún tiempo pensando si había algo que pudiera echarle en cara… y solo encontré una cosa: una bronca que me echó porque no le dejábamos ver el telediario. Tenía sus fallos, como todo el mundo, pero su comportamiento siempre fue ejemplar. Yo diría que excesivamente ejemplar. Se tomó la vida como una misión. Pero con toda naturalidad. Así es como lo hizo todo. su familia, su obra, su museo..» .