Tom Cruise celebrará este martes, 3 de julio, su cincuenta cumpleaños en Islandia, rodando una película. Le ocurre con frecuencia. «A mi familia no le importa. Lo entienden. Saben quién soy». Por Fernando Iriondo
Su familia, en todo caso, estará con él. Cuando Cruise rueda, su esposa –Katie Holmes, 16 años más joven que él- está allí con sus hijos; si es Holmes la que trabaja, él hace lo propio. Prerrogativas de alguien que impone sus condiciones laborales; de una estrella en toda regla, la mayor de todos los tiempos. O eso, al menos, es lo que revelan los números.
«He trabajado desde los ocho años: cortaba hierba, repartía periódicos, vendía tarjetas de Navidad…»
En las tres décadas que Tom Cruise lleva metido en faena, sus películas han recaudado en taquilla cerca de 7600 millones de dólares; más que gente como Harrison Ford, Jim Carrey, DiCaprio o Julia Roberts. Es más, el ingreso medio de cada una de sus apariciones en pantalla ronda los 100 millones de dólares; una cifra solo superada por Will Smith, un actor taquillero, pero menos influyente, a juzgar por la frecuencia con la que Cruise figura desde hace tres décadas de forma preeminente en las listas de celebridades de la revista Forbes. No en vano, además de ser multimillonario –Forbes estima su fortuna en más de 250 millones-, Cruise ha trabajado a las órdenes de Coppola, Scorsese, Kubrick, Spielberg, De Palma, Stone o Pollack y junto con leyendas como Nicholson, Newman y Hoffman. Ahora bien, el Oscar ni olerlo; apenas ha sido nominado tres veces, la última hace ya 13 años. Aunque eso, ser o no ser un gran actor, a estas alturas poco importa. Es Tom Cruise. Todos sabemos, él mejor que nadie, que no vino a este mundo para interpretar precisamente Hamlet.
Hace unas semanas, cuando se le preguntó por su eminente cumpleaños, declaró.:»Cuando hice Taps, más allá del honor [1981], mi primera experiencia cinematográfica, me recuerdo tumbado sobre la cama en mi habitación del hotel pensando. ‘Esto es lo que quiero. Lo he deseado desde que tengo cuatro años. Aquí estoy, si doy lo mejor de mí, quizá pueda seguir haciendo películas el resto de mi vida’. Han pasado más de 30, tengo casi 50 y aquí sigo. Está muy bien, ¿no cree?». Sin duda.
Incluso en sus años más oscuros, los que sucedieron al divorcio con su segunda esposa –Nicole Kidman-, Cruise no dejó de encadenar taquillazos. Claro que su vida también encadenaba situaciones ciertamente delirantes. A saber: hacía proselitismo constante de la polémica Iglesia de la cienciología, a la que pertenece desde 1986 y de la que es su segundo sumo sacerdote; criticó a Brooke Shields por afrontar una depresión posparto a base de antidepresivos, medicinas que su credo considera placebo; mostró una actitud desequilibrada ante millones de espectadores en el programa de Oprah Winfrey, donde se puso a dar saltos sobre un sofá y se arrodilló ante la presentadora declarando su amor a Katie Holmes, a la que había conocido un mes antes…
«Katie es extraordinaria. Tiene su propia voz y una tremenda calidez como artista y como madres. Es alegre, encantadora; en cuanto entra en la habitación, ya me siento mejor»
Las reacciones fueron demoledoras. Los medios no tuvieron piedad e Internet se pobló de acusaciones, bromas pesadas y parodias dirigidas contra el actor. El público, por su parte, se mantuvo fiel al ídolo, pero el hombre que durante 20 años había sido la apuesta más segura de Hollywood se convirtió, de pronto, en un apestado. Paramount, su estudio de toda la vida, prescindió de sus servicios y el presidente Sumner Redstone no se cortó en señalar el comportamiento de su gran activo como el principal responsable de su despido.
«Cuando recuerdo aquello, sé cómo y por qué ocurrió, pero también que yo no soy así. ¡Decirle a la gente cómo ha de vivir su vida…! -reflexionaba el actor en una inusual entrevista concedida a la revista Playboy-. Era la época en que Internet eclosionaba. De pronto, todo se multiplicaba de forma exponencial. La Red permite expandir falsos rumores con rapidez. Aprendí que había que trazar nuevos límites . Pasado el temporal, hoy en día, Cruise, famoso por entregarse a la promoción de sus películas tanto como a la producción y rodaje de las mismas, apenas concede entrevistas. Si lo hace, evita mencionar la secta en la que ingresó a través de su primera esposa, Mimi Rogers, un grupo al que atribuye la curación de su dislexia y que, asegura él, posee «el único programa de rehabilitación para drogadictos que cura de verdad en el mundo» , como declaró hace siete años a un semanario alemán.
Lejos de dejarse devorar por el engranaje industrial, y por sus propios demonios, Cruise continuó con su carrera como si tal cosa, plenamente consciente de que Hollywood lo necesita tanto como él a la meca del cine. Las cosas no le fueron del todo mal lejos de Paramount. En ese tiempo se metió en la piel de un senador republicano con ansias presidenciales; parodió a un magnate televisivo con barba, barriga y querencia a las coreografías hip-hop; se convirtió en conspirador nazi que planea asesinar a Hitler y en superespía que pasa por Sevilla en plenas fiestas -¡no es broma!- de San Fermín. Pese a no reventar taquillas, Cruise seguía siendo Cruise y en 2011 se reconcilió con Paramount para filmar la cuarta entrega de Misión: Imposible. A los 49 años consiguió el mayor taquillazo de su carrera: 700 millones de dólares. Tom Cruise regresaba por sus fueros.
«Mi padre era el tipo de persona que, si algo le iba mal, te daba una patada. et hacía sentirte a salvo y, de pronto, ¡zasca! Aprendí mucho de aquello»
Al fin y al cabo, pese a haber alcanzado el cielo siendo un adolescente y mantenerse entre las nubes más de dos décadas, la adversidad había formado parte de su vida desde, como se dice en estos casos, la más tierna infancia. Creció cambiando con demasiada frecuencia de casa y de colegio -15 distintos en 12 años- debido a la inestabilidad laboral de su padre. A Thomas Cruise Mapother III, su hijo le ha dedicado lindezas como «mercader del caos» , «matón» o «cobarde» ; una experiencia de esas que curten para toda la vida. «Era el tipo de persona que, si algo le iba mal, te daba una patada. Ya sabes, te hacen sentirte a salvo y, de pronto, ¡zasca! Aprendí mucho de aquello».
Su padre, que nunca estuvo muy presente, dejó a la familia -Tom, su madre y sus hermanas. Marian, Lee Anne de Vette y Cass- cuando Cruise tenía 12 años. Para entonces, ya conocía el mundo laboral. «He trabajado desde los 8: cortaba hierba, recogía hojas, repartía periódicos, vendía tarjetas de Pascua y Navidad puerta a puerta… Toda mi vida he deseado cuidar de mi familia y ser una persona en la que se puede confiar».
Los cambios constantes de colegio, donde su dislexia no ayudaba a una rápida integración, también moldearon su carácter. «No es fácil ser siempre el nuevo. El primer día siempre había uno que te agarraba y te empujaba contra la taquilla; si lo permitías, aquello no acababa nunca. Hay muchas formas de lidiar con eso, pero a veces confrontarse es la única posible. Es curioso. de niño crees que, al crecer y dejar el colegio, todo será diferente. Error. Es mucho peor. Así es la vida: cambios, problemas, vivir…».
«Toda mi vida he deseado cuidar de mi familia y ser una persona en la que se pueda confiar»
Ahora, con medio siglo de vida a sus espaldas, Cruise se declara una persona feliz. «Lo soy desde que conocí a Katie Holmes. Lo nuestro es algo muy especial». Su resistencia a hablar de la cienciología contrasta con el edulcorado torrente que fluye de su garganta al hablar de su mujer. He aquí otro extracto de sus confesiones a Playboy.: «Es extraordinaria. Si pasaras cinco minutos con ella, me darías la razón […]. Tiene su propia voz y una tremenda calidez como artista y como madre […]. Es alegre, encantadora; cuando entra en la habitación simplemente, ya me siento mejor [ ]. No sé qué más puedo decir».
Poco, desde luego. Si acaso, que su relación con Holmes hace tiempo que superó el vendaval de críticas, cuando, como ocurriera con Penélope Cruz, los medios subrayaban, entre otras cosas, que todo era un truco publicitario.
Todo eso ha quedado muy atrás. La pareja goza hoy de una estabilidad que nadie quiso vaticinar y Cruise, a una edad en la que muchos hombres se preocupan de la próstata, las colonoscopias, la caída del cabello o la presión sanguínea, parece haber detenido el tiempo. Por eso, en las escasas entrevistas que concede, el secreto de la eterna juventud surge con naturalidad. «Ni idea -respondía a Playboy-. Trabajo, entreno, duermo, estoy con mi familia Nunca he pasado por el cirujano plástico ni lo haré jamás».
La edad tampoco ha afectado a su forma de trabajar. En la última entrega de Misión: Imposible, sin ir más lejos, lo vimos corriendo y saltando por la fachada del edificio más alto del mundo, la torre Burj Khalifa, 828 metros hacia el cielo de Dubái. Eso sí, Cruise se paseó por el vacío, a la altura del piso 124, pero colgado de una serie de cables que luego fueron borrados digitalmente. «Pasé meses entrenándome para esa secuencia -ha explicado Cruise-. Pensé en Harold Lloyd pendiendo de un reloj y en Buster Keaton cuando sentías el peligro en cada plano. De todos modos, si me cayera desde el segundo piso, también me iba a matar. En cierta forma, la altura no era el principal problema. Se podía haber hecho desde el segundo piso y usar efectos digitales y a especialistas, pero el resultado no sería el mismo para el público».
Ahora, en Rock of ages vuelve a presumir de físico en la piel de una desquiciada estrella del rock de los 80. Para ello estudió canto cinco horas diarias -asesorado por Axl Rose, líder de Guns N’ Roses- y otras cuatro de baile durante varios meses. «Con 14 años canté en un coro juvenil y en un musical en el instituto, pero nunca fui a clases; nadie me había enseñado a utilizar mi voz». Cantar, lo que es cantar, no se le da tan mal; el resto ya… Nada, en todo caso, que pueda preocupar a Tom Cruise, el hombre más sonriente de Hollywood o, según Andrew Morton -conocido biógrafo de famosos-, un tipo inquietante y amenazador que no soporta estar un minuto a solas.
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