¿Quiénes son los mineros del carbón? ¿Los últimos mohicanos de una industria condenada a desaparecer? ¿Unos privilegiados con jugosas y anticipadas jubilaciones? ¿Unos valientes que luchan por el pan de sus hijos? El carbón, una industria con fecha de caducidad: el 2018. Por Carlos Manuel Sánchez
El túnel penetra tres kilómetros en la montaña. Estoy en la mina de Santa Cruz del Sil (León), sentado en una vagoneta de la maniobra, una especie de tren de la bruja. El trayecto desde la bocamina hasta la galería Cinco Sur dura quince minutos. Cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad, aparece la cinta transportadora del carbón, que lleva más de un mes inmóvil porque el tajo está parado
Veo los soportes de la entibación como vértebras enormes de un dinosaurio. Y el suelo rezumante de charcos de las capas freáticas… Poco más hay que ver. Y que oír; algunos borboteos y sobresaltos metálicos. Así que tengo un rato para pensar.
Llevo cuatro días recorriendo Asturias y León, hablando con los mineros, con sus mujeres y sus vecinos, intentando comprender por qué se han echado a cortar las carreteras y las vías, por qué han decidido caminar 500 kilómetros hasta Madrid, por qué se han encerrado en el interior de los pozos, como estos siete leoneses de Santa Cruz que he venido a visitar. Estoy perplejo, desanimado. No sé a qué atenerme.
Tengo muchas preguntas y las respuestas son contradictorias. ¿Quiénes son los mineros del carbón? ¿Son los últimos mohicanos de una industria obsoleta y muy costosa que está condenada a desaparecer? ¿Son unos privilegiados que no quieren renunciar a sus prejubilaciones? ¿Unos temerarios que exponen sus vidas y las de los demás? ¿Unos valientes que luchan por el pan de sus hijos y el futuro de sus comarcas? Tal y como está el patio en España, con más de cinco millones de parados, ¿debo envidiarlos, compadecerlos, admirarlos, denostarlos? En fin, ¿tiene futuro el carbón?
«Nuestros hijos están sacando buenas notas para que sus padres se sientan orgullosos de ellos cuando salgan», dicen las mujeres de los mineros enclaustrados
Llegué a Langreo (Asturias) un lunes lluvioso, en plena huelga general en las cuencas mineras asturianas, castellano-leonesas y aragonesas. Lo de ‘general’ no es una hipérbole. Seguimiento del cien por cien. Tiendas, gasolineras y bares cerrados. Todos. Langreo tiene un aspecto fantasmal. Pero la gran chimenea de la central térmica suelta una humareda blanquecina. Más tarde, el BOE publicará que el Ministerio de Industria dio orden a las diez térmicas de carbón nacionales de funcionar a todo trapo durante la jornada de huelga para garantizar «la continuidad del suministro de energía eléctrica». Vaya. No me cuadra.
La Comisión Nacional de Energía le resta importancia al carbón en sus últimos informes. ¿Pero no se puede prescindir un solo día de la cobertura que dan estas centrales? ¿En qué quedamos? ¿Es un recurso estratégico o no lo es?
Es un tema peliagudo. España es un país con balance energético negativo, es decir, importa petróleo y gas, que provienen de países con gran inestabilidad política. La única energía autóctona abundante -si exceptuamos las renovables, sujetas a factores atmosféricos y, por tanto, con riesgo de no ser suficientes en los picos de demanda- es el carbón. Así que la «soberanía energética» nacional estaría en juego. Por lo menos eso habían dicho los sucesivos gobiernos para justificar que no se haya completado hasta la fecha el desmantelamiento de las minas, que empezó allá por los años 90.
Es cierto que el sector es una sombra de lo que fue. Se ha pasado de 45.000 mineros en 1991 a solo 4000 en la actualidad, sin contar subcontratas y empleos indirectos. Entonces se extraían 20 millones de toneladas, hoy no llegan a nueve. Paradójicamente, España importa el doble, porque le sale más barato el carbón extranjero.
Los yacimientos españoles son deficitarios desde siempre y ya estaban protegidos en el siglo XIX. El carbón nacional no es competitivo por sus inconvenientes geológicos: fracturas en las vetas, escasa potencia… Hace falta mucha mano de obra, mucha maquinaria y mucho cuajo para arrancar la hulla o la antracita. La empresa pública Hunosa, que llegó a emplear en Asturias a 26.000 trabajadores y que ahora tiene unos 1800, nunca ha obtenido beneficios económicos.
Las minas españolas son más seguras que nunca. El último año ‘horribilis’ fue 1995, con 25 muertos. En 2010 fueron seis, uno menos de los que mueren cada día en China; por eso, su carbón es tan competitivo
Era una industria con fecha de caducidad: 2018. La Unión Europea ha prohibido a partir de ese año las ayudas a las minas que no sean rentables. Y que en España son casi todas, tanto públicas como privadas. Necesitan subsidios para sobrevivir. Así que el sector estaba más o menos resignado a la eutanasia dentro de seis años. Se suponía que iba a ser un cierre progresivo, como a un enfermo terminal al que se le va desenchufando de los aparatos. Una reducción del 30 por ciento en 2013, del 40 en 2014… hasta quitarle el respirador en 2018. Cero ayudas. Si respiras por tu cuenta, ¡aleluya! Y si no, requiescat in pace. Para entonces se supone que los trabajadores y municipios carboneros habrían tenido tiempo de buscarse otros medios de subsistencia. Pero el Gobierno ha decidido acelerar el paso y meter un tijeretazo del 63 por ciento ya mismo, acuciado por el déficit y saltándose lo que estaba firmado. Las ayudas directas a la producción pasan de 301 millones a 111. Un recorte de 190 millones. No parece gran cosa si pensamos en rescates bancarios, pero, según empresas y sindicatos, sin ese dinero las explotaciones están condenadas al cierre inminente. O como resume Miguel Ángel Noguerol, bisnieto, nieto e hijo de mineros, con el que hablo en La Felguera: «Ese dinero, que además viene de fondos europeos, apenas supone doce kilómetros de AVE, pero quién va a coger el AVE cuando aquí no quede nadie».
Esta reducción llega además inoportunamente, justo cuando el panorama energético mundial ha dado un vuelco. Desde el accidente de la central nuclear de Fukushima (Japón) es como Alemania se están replanteando reabrir sus minas de carbón. La Agencia Internacional de la Energía estima que el consumo mundial crecerá un 65 por ciento en las próximas décadas, impulsado por Estados Unidos y China. Grandes inversores como Warren Buffett apuestan por este combustible fósil. Gerardo Biain, portavoz de la patronal Carbunión, asegura que la minería española podría llegar a ser competitiva. «Hemos invertido muy fuerte. Las minas más modernas de Europa están en España, con productividades muy altas. Necesitamos llegar vivos a 2018 para pagar esas inversiones. Las empresas que quedan hoy por hoy son las que están preparadas para el reto de superar 2018 sin ayudas. Nos habíamos adaptado al ritmo de reducción de subvenciones que fijó la Unión Europea. Sería muy triste que este esfuerzo se perdiera».
Se ha creado una situación explosiva en la que el Gobierno también está vigilado por los mercados y sus socios europeos y, en caso de ceder, perdería credibilidad en su lucha contra el déficit
¿Pero vale la pena ese esfuerzo? ¿No habíamos quedado en que el carbón es una energía sucia y muy contaminante? ¿Qué pasa con Kioto y con el calentamiento global? ¿Existe el carbón ecológico? De momento, no. Hay esperanzas puestas en el secuestro y almacenamiento del CO2 producido por su combustión. Se trata de plantas que inyectan el gas en el subsuelo. Existen proyectos en marcha subvencionados por la UE, pero de momento son eso, proyectos. Y hará falta al menos una década para que sean viables. El Gobierno español apostó por las energías renovables, que también están subvencionadas, incluso más que el carbón. Ser verdes (o intentarlo) nos cuesta hasta un 16 por ciento más en el recibo de la luz, mientras que sostener las minas supone alrededor de un 4 por ciento, sin contar lo que se destina de los Presupuestos Generales. Las partidas no solo van a la producción, también a la creación de infraestructuras, becas, nuevas empresas Los controvertidos fondos mineros, que sirven para un polideportivo, una carretera o unas farolas. El recorte ha afectado a todas las partidas. La de seguridad, por ejemplo, se ha quedado en cero euros. Eso ha dolido. Se supone que las minas españolas son más seguras que nunca. El último año horribilis fue 1995 (25 muertos). Pero aquí se ha sufrido de lo lindo: entre 1941 y 1959 hubo casi 1600, a razón de un fallecido por cada 300.000 toneladas extraídas. En 2010 fueron seis, uno menos de los que mueren en China cada día, por algo su carbón sí que es competitivo.
El grueso del dinero se va en pagar las prejubilaciones: unos 600 millones al año, el triple de lo que se destina a la producción. Esto explica la sensación de agravio comparativo que tienen muchos ciudadanos y lo difícil que le resulta a los mineros provocar simpatía fuera de sus territorios. El 48 por ciento se prejubila antes de los 44 años y a la mitad le queda una pensión de más de 2100 euros. La toxicidad de las minas explica este régimen especial y que los mineros coticen un año más por cada dos que trabajan. El año pasado se registraron 62 nuevos casos de silicosis entre los trabajadores del carbón asturianos y leoneses. seis en activo y 56 pensionistas. Es el precio por bajar veinte años a la mina. Los pulmones de los enfermos de esta y otras neumoconiosis se convierten en algo parecido a piedra pómez. La angustia de una persona a la que no le llega el aire a los pulmones fosilizados, dicen los afectados, no hay prejubilación que la pague.
Según un estudio de la Universidad de Castilla y León, por cada euro que el Estado da a la minería recibe tres como cargas fiscales, seguros sociales, rentas y compra de bienes y servicios. De acuerdo, pero los españoles hemos sido generosos con los mineros, ¿cómo justificar las barricadas en carreteras y vías férreas o que los camiones deban ir escoltados y agrupados en convoyes para impedir que tengan problemas con los piquetes? ¿Cómo tolerar las batallas campales, el peligro de que ocurra una desgracia, el perjuicio económico para el resto de la población, convertida en rehén en este enfrentamiento? Se ha generado una situación explosiva, en la que el Gobierno, además, está vigilado por los mercados y sus socios europeos y, en caso de ceder, perdería credibilidad en la lucha contra el déficit.
El sector es la sombra de lo que fue. Tiene fecha de caducidad: 2018. La Unión Europea prohibirá las ayudas
En esa situación pierden todos. Si cierran las minas, haremos las maletas y El Bierzo será un coto de caza. Con lo que cuesta crear empleo, ¿no será más fácil conservar el que hay? , explica Moisés García, picador en el yacimiento leonés de Cerredo, de la empresa Coto Minero del Cantábrico -propiedad de Victorino Alonso, el zar del carbón, el mayor empresario privado del sector-. Algunos calculan que desde 1990 ha recibido unos 2100 millones de euros en subvenciones, a pesar de lo cual mantiene un pulso enconado con los gobiernos de turno. El Ayuntamiento de Villablino le impuso en 2006 la mayor multa medioambiental que se recuerda en España por su explotación a cielo abierto en el Feixolín: 129 millones de euros. Según Alonso, solo le faltaba «un papelito»: la declaración de impacto ambiental. Al final pagó menos de un millón. Ahora amenaza con despedir a 800 empleados si el Gobierno no paga las ayudas, o reducirles el sueldo un 70 por ciento o pagar con cartillas de racionamiento. Está manipulando a los mineros. Le hacen el trabajo sucio. Como están en huelga, no cobran. Y él hará sus cuentas y seguirá funcionando , me advierte una hostelera de Villablino.
Alonso también es el dueño de Uminsa, la empresa que explota Santa Cruz del Sil, en cuyo tren de personal acabo de llegar a la galería donde están encerrados los mineros que he venido a entrevistar. Tengo que darme prisa, porque detrás de mí llegará un equipo de la televisión árabe Al Yazira. Y me pregunto por qué en esta mina sí dejan bajar a la prensa (casi hay que pedir la vez) y en las de Hunosa está prohibido. Entonces oigo trinar en su jaula al canario que han adoptado los mineros. No alerta como antaño del grisú. Es una alusión irónica al ministro de Industria, José Manuel Soria, oriundo de Canarias. Un pájaro al que han bautizado Engaño.
LA REIVINDICACIÓN
Días contados
Las cuencas de Asturias, León, Teruel, Palencia y Puertollano arden. Mes y medio de huelga indefinida que ha derivado en cortes diarios de carreteras y del tráfico ferroviario y en una huelga general en las comarcas mineras. Sindicatos, empresas y ayuntamientos temen que la minería tenga los días contados si se mantiene el recorte de 190 millones en las ayudas a la producción. En la imagen, manifestantes en defensa del carbón en Langreo.
¿Privilegiados?
El 62 por ciento de los mineros se prejubila entre los 42 y los 49 años por la penosidad de su trabajo. La mitad cobra más de 2000 euros. Pero los más jóvenes son mileuristas, sobre todo en las empresas privadas. El sueldo base de un ayudante de minero son 900 euros. «¿Somos unos privilegiados? Hay que ver cómo quedamos», se defienden. El año pasado se registraron 62 casos de silicosis entre mineros asturianos y leoneses.
Saldremos con los pies por delante
Se encerraron el 21 de mayo, cuando solo les pagaron la mitad de la nómina y se olieron que el futuro pintaba negro. Desde entonces, sus días se confunden con las noches en el espacio de 40 metros cuadrados donde se defienden de la humedad y el hastío en el pozo leonés de Santa Cruz del Sil, a 3000 metros de la bocamina. «Saldremos con la cabeza alta o con los pies por delante», advierte José Antonio Pérez Molina, de 40 años, 19 como picador.