Para el gobierno argentino, estas familias de Buenos Aires no son pobres, aunque tengan que rebuscar en la basura para comer

Doña mama fuma uno de los tantos cigarrillos del día en las afueras de la estructura de cemento de 14 pisos abandonados. Yo lo llamo ‘la morgue’ , dice señalando hacia el interior del edificio donde tiene su casa. Adentro es frío, mucho más frío y más húmedo que la mañana de invierno en Buenos Aires. El subsuelo está inundado de agua y basura. Es una alfombra de no se sabe cuántos metros, la causa de la perpetua humedad, un nido gigante de ratas de más de 30 centímetros con las que Doña Mama y unas 500 personas más comparten sus días.

Doña Mama es Ramona Leiva, tiene 70 años y hace 50 que vive en la Villa 15, una de las 14 ‘villas miserias’ que hay en Buenos Aires y que llegan a 878 si se cuentan las de la periferia de la capital. Una población que, según el último censo, creció más del 52,3 por ciento entre 2001 y 2010 y que sobrevive sin servicios básicos y desdibujada en los registros oficiales.

Las estadísticas oficiales en Argentina enturbian la realidad. El Indec -el organismo encargado de realizarlas- está ‘intervenido’ políticamente desde 2007 por el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Fue en ese año cuando los técnicos de este instituto estatal denunciaron que, a punta de pistola, los obligaban a cargar datos que torcían los resultados.

Pero, en las últimas semanas, la situación económica que no se refleja en las estadísticas oficiales parece haber impactado en la imagen de Fernández de Kirchner. Según la encuestadora Management and Fit, a seis meses de la asunción de su segundo mandato (ganado con el 54% de los votos) algo más de la mitad de la gente desaprueba su gestión y cayó 25 puntos su imagen personal ‘buena’. La causa. la economía. El desempleo, la inflación, la subida del dólar y los salarios encabezan el ranking de ‘dolores de cabeza’ argentinos y a los cuales se les sumó uno nuevo. las restricciones a la compra de dólares, la moneda que -a fuerza de tantas crisis- es el refugio de los que ahorran.

Este año, los precios oficialmente subirán un 10%, aunque las mediciones sobre las góndolas de los supermercados muestren una inflación que superará el 25% anual. Es por el mismo mecanismo que los pobres, según las mediciones oficiales, son 2.600.000 y no 8.700.000 como contabilizan consultoras y universidades como el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina. Sin duda, un país de 40 millones de habitantes es muy distinto si de ellos el 21,9% o el 6,5% son pobres. Esa diferencia -seis millones menos- vuelve invisibles a muchos como a Doña Mama. Ella lo dice sin vueltas. No existimos .

Doña Mama lleva medias gruesas bajo unas sandalias con algo de tacón. Es que adentro no se puede estar de pie de tanto frío , explica. Su casa ocupa una de las esquinas del edificio al que todos llaman el Elefante Blanco. Una estructura que en su origen nadie pudo imaginar que terminaría como un símbolo de la Argentina oculta.

En el barrio de Villa Lugano, en el sur de Buenos Aires, en 1936 se levantaba el hospital que prometía ser el más grande de América Latina. Pero en 1945, a punto de ser inaugurado, un golpe de Estado terminó con el Gobierno de Juan Domingo Perón y dejó el megaedificio sin destino.

La pequeña villa cercana lo rodeó hasta dejarlo atrapado en un laberinto de casas precarias que ocupa unas 25 hectáreas. El interior del ‘hospitalito’ -como también lo denominan- fue habitado por los que no tenían casas. Una postal de pobreza que la última dictadura militar argentina (1976-1983) intentó tapar con un muro gigante a los ojos de los turistas que llegaban para ver el Mundial de Fútbol de 1978. Desde ese año, la Villa 15 es Ciudad Oculta.

El ‘hospital promesa’ volvió a ser noticia en estos días. Una película -Elefante Blanco, protagonizada por Ricardo Darín- recordó su existencia. También lo hizo un escándalo de denuncias por corrupción. Desde hace casi un año, la justicia investiga el presunto desvío de fondos públicos del Gobierno argentino a través de la Fundación Sueños Compartidos, creada por las Madres de Plaza de Mayo, para la construcción de viviendas sociales. Unos 12 millones de euros que debían servir para levantar casas para los pobres, pero que habrían terminado en cuentas bancarias de miembros de la fundación de las Madres.

El Elefante Blanco fue cedido en 2007 a esta organización que tuvo la valentía de denunciar la desaparición de miles de argentinos durante la última dictadura. En los 60.000 metros cuadrados, la fundación levantaría una escuela y un hospital para los 20.000 habitantes de Ciudad Oculta. Lo que queda hoy es un par de carteles que indican que esos espacios iban a tener otra utilidad que la del abandono.

Jorge Bernal logró por primera vez un trabajo formal en sus 36 años con la llegada de las Madres al Elefante Blanco. Pero le duró poco. ocho meses y con el fin de ese trabajo se terminó también el sueño de tener una casa. El objetivo de la fundación era que los habitantes de las villas construyeran sus propias viviendas.

La plata del Gobierno desapareció y me quedé en la calle. Todo fue a costilla nuestra , dice. La ‘casa’ actual de Jorge se levanta a partir de una de las paredes del Elefante Blanco. Es una pieza de cuatro por cinco metros. El olor recuerda el agua podrida y acumulada en el sótano del edificio vecino. Malvina, su mujer, tiene bajas las defensas. Ella, Jorge y la hija de ambos -de 11 años- conviven con el VIH y con más de las 30 pastillas diarias. Son gratis.

Jorge cobra 540 euros por construir aceras dentro del plan social Argentina Trabaja, que coordina el Movimiento Evita, una agrupación kirchnerista que con 70.000 militantes es uno de los pilares políticos del actual Gobierno de Cristina Fernández. Según el Indec, la canasta básica para que una familia como la suya no sea pobre teniendo en cuenta las calorías necesarias y los precios de los alimentos que las asegurarían -ronda los 311 euros-. Estimaciones no oficiales afirman que es hasta cuatro veces más cara. La diferencia es clave. Para los números oficiales, Jorge y su familia no son pobres. Aunque la mayoría de las veces no tengan que comer si no es por lo que encuent la basura o por el comedor de Graciela, a la entrada del Elefante Blanco.

Es que vea, el negocio más grande es el de la pobreza , dice Jorge. La gente que está en la política vive de nosotros. Necesitás azúcar, te mandan 30 kilos, pero te llega la mitad y ¿qué vas a hacer? Lo agarrás igual. Y así todo. Los medios vienen a vernos si necesitan criticar al Gobierno. Filmaron una película y fuimos el decorado. Nada cambió. Nadie merece vivir así .

Un par de gomas pintadas de colores indican el comedor. Adentro, cuatro chicos cocinan pan para vender. Son 11 kilos de harina que con suerte serán 20 euros para cada uno. No tenemos trabajo , dice Cristina, de 23 años, y con una beba de dos meses. Para ella, hacer pan es un intento de desengancharse del paco.

Los muertos vivos . Así les dice Doña Mama a los chicos que lo fuman. La llamada ‘droga de los pobres’ termina matando a muchos de los pibes de las villas. Este residuo de cocaína es mucho más adictivo y mortífero que el crack. Se vuelven como las ratas, andan por todos lados. Se trepan por las paredes para entrar a las casas, revuelven en la basura, buscan cosas para vender y, si no encuentran, le pegan a las madres , cuenta. El efecto del paco dura apenas minutos. Por eso, un adicto puede fumar entre 20 y 50 dosis por día y, aunque es una droga barata -menos de dos euros cada papel-, se necesita cada vez más dinero.

En el mueble del ‘living’ de Doña Mama, una Biblia está abierta en los Salmos 86-88. Se lee un pedido a Dios. compasión. La rodea tres fotos, las de sus hijos muertos por la Policía. Sergio Víctor tenía 30 años e intentaba salir de la droga. Quería internarse, golpeamos tantas puertas y nada. Venía el 15 cumpleaños de su hija y quería darle una fiesta. Salió a robar. Tenía un cuchillo y la Policía lo mató como a un perro , cuenta sentada en la mesa de la cocina. Es que a los adictos al paco los matan, no buscan internarlos ni mucho menos terminar con los transas (los traficantes). Es desesperante. Hay chicos chiquitos que se podrían curar. Son semillitas, pero los dejan correr .

Afuera el mediodía parece borrar por un rato las huellas del paco, Marcela Escobar sube la escalera del Elefante Blanco. Se detiene en el segundo piso, el último en ser habitado. Más arriba no se puede subir. los escalones fueron destruidos para que los ‘pibes del paco’ no se tiren en medio de una alucinación. Un agujero se abre en una pared, lleva a más pasillos laberínticos y oscuros. En el eco retumba una cumbia. Sigue otro patio con vista al subsuelo, desde donde suben las ratas. Al final de otro corredor se ve una puerta chica. Es la casa de Marcela.

Vivir acá es difícil , aclara mientras entra a la habitación donde cría a sus cuatro hijos. Dos de ellos son asmáticos y no ver el sol desde alguna ventana empeora su estado. Hace un rato que volvieron de la escuela, pero estarán el resto del día adentro. Afuera es peligroso, hay mucha droga. A veces los mando a comprar algo y los roban .

La mayoría de las veces, Marcela no tiene luz. Esa mañana, algunos vecinos cortaron con gomas quemadas la avenida Eva Perón porque no hubo electricidad durante toda la noche y el frío fue más intenso sin estufas eléctricas. El agua del Elefante Blanco no es potable. Antes, la sacaban de un tanque y ahora de un caño que gotea porque cuando fueron a revisar el depósito de donde por años estuvieron tomándola se encontraron con perros y ratas muertas. Es bastante difícil vivir así , repite como si fuera necesario. Los políticos nos vienen a buscar cuando nos necesitan. Son muy pocos los que quieren hacer algo. El resto del tiempo nos esconden y, si nos esconden, ¿cómo vamos a salir de acá? .

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