Nueve muertos y más de 150.000 hectáreas quemadas, el peor verano de la década, que ya venía siendo nefasta. 180.000 incendios. La sensación de impotencia es general y, sin embargo, sí hay soluciones. Le contamos las más innovadoras y eficaces. Eso sí, requieren determinación y tiempo. Pero es eso o seguir ardiendo.
1.Cipreses ignífugos
No estaban ahí por casualidad, pero sobrevivieron contra todo pronóstico. Los árboles de la imagen fueron plantados hace 20 años para estudiar su reacción a varios factores ambientales. Uno era el fuego. El mes pasado fueron puestos a prueba. Y este es el resultado
«Nunca he visto algo así» . Francis Hallé, uno de los botánicos más prestigiosos del mundo, no salía de su asombro. Acababa de recibir un correo electrónico de su amigo Bernabé Moya, director del Departamento de Árboles Monumentales de la Diputación de Valencia (Imelsa). El francés abrió el archivo adjunto. una foto del incendio de Andilla que en julio calcinó 20.000 hectáreas de monte. En la imagen, tomada en el barranco de la Herbasana de Jérica, entre Castellón y Valencia, colores ajados. el sepia de los arbustos consumidos, el gris ceniza de la leña quemada, los cobrizos esqueletos de las encinas Y entre tanta desolación, algo increíble. un islote de cipreses mediterráneos milagrosamente verdes. Ilesos.
Esos cipreses ignífugos (solo ardieron 12 de 946) tienen a los expertos de medio mundo atónitos. El barranco donde fueron plantados hace más de veinte años se ha convertido en un lugar de peregrinación. bomberos, brigadas forestales, ingenieros de montes Todos buscan una explicación. ¿Por qué no se quemaron? La respuesta puede dar la clave para las estrategias de protección forestal de las próximas décadas. La imagen es tan sorprendente que nos obliga a replantearnos las cosas. Tenemos alternativas y herramientas novedosas, y la sociedad nos va a exigir que las apliquemos , asegura Moya. La parcela que resistió al fuego forma parte de un proyecto de cooperación europea denominado CypFire, cuyo objetivo es estudiar las barreras verdes de ciprés para salvaguardar las regiones mediterráneas. Así que Moya y sus colegas italianos, franceses, griegos, malteses, portugueses, tunecinos, israelíes y turcos que participan en la iniciativa se conocen a ese grupo de árboles de la especie Cupressus sempervirens L. como si fueran de la familia. Lo que ninguno se esperaba es que serían sometidos, por las bravas, a un experimento tan brutal. Y menos aún que el resultado sería tan extraordinario. Se habían estudiado algunos casos aislados de supervivencia, pero lo que nos hemos encontrado aquí no tiene precedentes. una columna de casi un millar de cipreses actuando como un cortafuegos en un incendio pavoroso .
¿Cómo sucedió? Hay varias hipótesis. El ciprés produce muy pocas ramas muertas. La capa de hojarasca es muy escasa y forma una película que mantiene la humedad. Y donde crece apenas hay arbustos. De modo que el fuego no encontró combustible a ras de suelo. Tampoco se propagó por las copas. El denso follaje corta el flujo de aire y hay menos oxígeno para alimentar las llamas. Y las hojas no se deshidratan fácilmente. Ante un adversario tan bien pertrechado, el fuego pasó de largo.
Los científicos no están dispuestos a pasar por alto esta oportunidad de aprovechar la sabiduría genética de un árbol que lleva sobreviviendo 170 millones de años sobre la Tierra y de los que existen ejemplares con 4000 años de edad. Las aplicaciones se pueden llevar a cabo con relativa facilidad. Se podrían crear barreras de ciprés que empezarían a ser eficaces en un plazo de cuatro o cinco años. Deberían ubicarse en lugares estratégicos como refuerzo de los cortafuegos y en puntos de difícil acceso a los medios de extinción , explica Moya.
Algunos ecologistas ven el asunto con cierto recelo porque el ciprés no es una especie autóctona. No es nativo, pero es mediterráneo -matiza Moya-; lleva con nosotros más de 2000 años, y tampoco es una especie agresiva, como algunas acacias; ni empobrece el suelo, como el eucalipto . Sin duda merecen una oportunidad. Lo que está sobre la mesa no solo es una propuesta llamativa, es la ordenación y defensa de un territorio que se ha vuelto muy vulnerable por los ‘pecados’ de los últimos 40 años.
2. Centrales eléctricas
El monte rentable no arde. Apicultura, caza, trufas Todo lo que genere valor añadido ayuda, porque lo valioso lo cuidamos. En lo que no reparamos es en que en los ‘restos’ también hay algo valioso. la biomasa, que se puede convertir en energía eléctrica.
Hay que pensar más allá del corto plazo. En los años setenta apenas existían grandes incendios [de más de 500 hectáreas]. Pero el éxodo rural lo cambió todo. Los territorios de interior perdieron rentabilidad, y la gente del campo -que es la que cortaba la leña, la que aprovechaba la resina y el corcho, la que sacaba los rebaños a pastar, la que limpiaba los caminos y las acequias, la que labraba los huertos y conservaba las fuentes- se fue. Así que ahora hay una acumulación enorme de biomasa , expone Moya. Incendios seguirá habiendo, pero evitar que sean tan devastadores pasa por crear heterogeneidad y paisaje en mosaico, alternando zonas boscosas con pastizales y campos agrícolas y, por tanto, reduciendo la cantidad de combustible. Y eso solo se consigue volviendo a rentabilizar el medio rural. Una forma clara de sacar un rendimiento de la naturaleza es aprovechar la biomasa en centrales eléctricas.
El monte rentable no arde -asegura Carlos del Álamo, ingeniero forestal-. En nuestros montes se acumula una cantidad ingente de combustible. Podemos dejar que la madera se queme de forma incontrolada en un incendio o hacerlo en una central donde produzca energía . La biomasa crea entre 10 y 30 empleos por megavatio generado. La planta de Guadalajara convierte 26.000 toneladas de madera obtenida de la limpieza de los bosques en dos megavatios continuos de energía eléctrica. Y no están los tiempos como para desperdiciar energía ni trabajo.
3. Animales bomberos
Los pastores saben que no hay mejor bombero que una cabra bien controlada, porque segando a diente la maleza apaga el fuego antes de que se produzca. El problema es que casi no hay pastores. Pero podría haberlos si se recupera la dehes
Desde 2005 hay tres millones menos de ovejas pastando. Y ninguna máquina desbrozadora puede sustituir a los herbívoros en la limpieza del sotobosque, cortafuegos y fajas de seguridad. Pero faltan pastores. El matorral crece, rodeando bosques que antes crecían en mosaico e inundando pastizales. Para Benigno Varillas, periodista de la naturaleza, es clave recuperar la dehesa. La Comunidad de Madrid ha impulsado un programa de pastoreo controlado con vacas, ovejas, cabras, caballos y asnos. En total son 4030 cabezas de ganado a las que se les han asignado 748 kilómetros cuadrados donde pastan para evitar el crecimiento de la hierba. No es la primera comunidad autónoma que toma este tipo de medidas, pero parece que es de las iniciativas mayores en cuantía. Y, además de frenar los incendios, servirá para recuperar animales tan queridos pero tan en ‘desuso’ como los burros.
4. Aguas por SMS
La tecnología, que tanto ha revolucionado otros sectores, apenas se aplica en la detección de incendios. No es barata, pero en diez años los daños causados por el fuego suman 1000 millones de euros entre pérdidas y extinción. Así que conviene estudiar nuevas opciones.
El ayuntamiento de Torrent (Valencia) puso en marcha en 2010 un sistema de 15 cañones que forman una barrera de agua que protege el bosque de El Vedat. Es un sistema pionero en Europa que se activa enviando un mensaje de texto (lo que permite que se pueda hacer con mayor celeridad y con menor riesgo) y en un minuto lanza 9000 litros de agua. Los cañones sobrevuelan las copas de los árboles, impulsan el agua a más de 60 metros de distancia, mojando la vegetación de todo el perímetro. Problema. es caro (600.000 euros costaron las torres instaladas en El Vedat) y solo resulta viable como defensa de urbanizaciones, porque afectan directamente a la vida de personas, o en zonas de elevado valor ambiental.
Algo similar, en lo que a presupuestos se refiere, ocurre con la detección temprana. Para que un incendio no alcance grandes proporciones es necesario combatirlo antes de que pasen treinta minutos de su inicio. Se están perfeccionando métodos de predicción del riesgo y detección temprana aprovechando las nuevas tecnologías, como el uso de imágenes vía satélite, vehículos no tripulados o helicópteros provistos de cámaras de infrarrojos de gran alcance. Pero mientras llegan, hay cientos de torres de vigilancia vacías por los recortes de personal.
5. Hacer leña
Si la limpieza preventiva del bosque resulta cara (entre 1500 y 3000 euros por hectárea cada cuatro años), la extinción resulta carísima. una hora de vuelo de helicóptero ronda los 3000 euros. Y ni siquiera está demostrada su eficacia.
Los datos cantan. La población rural ha descendido en tres millones desde 1940 y, además, ha envejecido. La recogida de leña ha bajado desde un factor 100 en 1960 a un factor 14 en 2000. La de resina, del 100 al 6, según el Observatorio de Sostenibilidad en España. Resultado. nuestros bosques producen anualmente unos 46 millones de metros cúbicos de leña, de los que solo se aprovechan 19 millones, calcula Carlos del Álamo, decano del Colegio de Ingenieros de Montes. Un polvorín.
Quemas controladas en invierno ayudarían a limpiar el sotobosque. Es una técnica que conocen los agricultores y ganaderos de antaño. Pero como hoy nadie necesita leña se prende fuego al matorral para liberar áreas de pastoreo o se queman rastrojos sin ningún cuidado. También se está perdiendo la pericia en el manejo de contrafuegos que se propagan en dirección contraria al avance natural de un incendio y ayudan a extinguirlo.
Además, habría que preparar zonas de transición. Con tantas urbanizaciones dentro de los pinares se han difuminado las zonas de interfase con el bosque. Un camino, un terreno pedregoso o un campo cultivado pueden ser decisivos para cortar el paso a las llamas.
6. Justicia
El 95 por ciento de los incendios son causados por el ser humano, bien por negligencia, o bien por mala fe (el resto, por rayos). Así que debe ser posible que la justicia actúe contra los culpables.
Por suerte, las leyes ya prohíben que durante los siguientes 30 años a un incendio los terrenos quemados puedan ser recalificados. Asimismo se restringe el aprovechamiento de la madera de los bosques quemados. Y el Código Penal también se ha endurecido. castiga a los incendiarios con penas de hasta 20 años. Pero lo cierto es que solo se detiene a una decena de personas por cada 20.000 incendios. Y, además, los jurados absuelven a la mayoría de los pirómanos. Más medios para investigar y jueces ordinarios que se ocupen de estos delitos reducirían la sensación de impunidad.