El conflicto más sangriento del planeta desde la Segunda Guerra Mundial se libra en la República Democrática del Congo. Cinco millones de muertos en veinte años. Así se vive en el infierno. Fotografías de Álvaro Ybarra Zavala
Las guerras en la República Democrática del Congo se solapan unas con otras desde el genocidio ruandés de 1994. La violencia de las distintas facciones armadas en los últimos meses ha sido tal que más de novecientos mil civiles han huido aterrorizados de sus hogares. Gobierno, rebeldes y potencias extranjeras quieren sacar tajada del estaño, tántalo, oro y tungsteno que se extraen de las minas; todos, ‘minerales de sangre‘ usados en ordenadores y teléfonos inteligentes. Aldeas enteras han sido abandonadas a la carrera por sus moradores.
La región de Kivu del Norte se lleva la peor parte. Su riqueza mineral es una maldición para sus habitantes, atrapados entre las atrocidades de los grupos armados y el cinismo de Occidente, más preocupado por sus intereses económicos que por la catástrofe humanitaria. Así se vive en el infierno.
EL PAÍS CON MÁS VIOLACIONES DEL MUNDO
Congo es el país con más violaciones del mundo: unas cuatrocientas mil cada año, según el American Journal of Public Health. Y la violencia sexual es rampante en las provincias de Kivu. Los violadores son soldados: guerrilleros de algún grupo armado, renegados del M23, mai-mais beodos, interahamwes drogados, tropas gubernamentales, incluso ‘cascos azules’ La violación es un arma de guerra. Se busca humillar al enemigo, avergonzarlo, aniquilarlo. Y por eso una docena de soldados puede violar a una sola chica, matarla y seguir profanando el cadáver. No hay lugares seguros. Muchas mujeres prefieren dormir escondidas en la selva porque temen ser atacadas en sus hogares, donde se exponen a que el marido y los hijos sean obligados a contemplar la agresión. Atacando a las mujeres se busca destruir la comunidad. Las madres gozan de un gran respeto en las sociedades africanas. La violación supone la deshonra del marido y de los hijos y la destrucción, en definitiva, de esa familia. La agresión sexual solo es el principio de un calvario interminable para las mujeres violadas. Muchas de ellas son repudiadas.
MI HISTORIA. «Un hombre armado abusó de mí. El dolor del cuerpo no tardó en desaparecer, pero desde entonces revivo aquel día una y otra vez. Tengo miedo»
«Me llamo Julienne (nombre ficticio), tengo 45 años, soy viuda y madre de siete hijos. Fui atacada y violada por un hombre armado la primavera pasada, cuando volvía de los campos que cultivo. Ahora recibo ayuda psicológica en una de las ‘casas de escucha’ que tiene la Cruz Roja en la región. Allí me desahogo. El dolor del cuerpo no tardó en desaparecer, pero vivir con el recuerdo de lo que pasó es una tortura. Es muy difícil. Lo revives una y otra vez. Con la ayuda del consejero, me voy sintiendo mejor poco a poco. Pero tengo miedo de que me vuelva a pasar. La inseguridad va a más. Hay más combates. Lo único que me hace sentirme mejor es ver a los niños jugar. Eso me da esperanza. Me ayuda a no pensar».
EL PERSONAL MÉDICO, AMENAZADO DE MUERTE
La violencia contra el personal médico está a la orden del día. El doctor Mukwe es cirujano en el hospital de Walikale, el único de la región. Recibimos amenazas de todos los combatientes. Los rebeldes nos acusan de atender a los soldados del otro bando. Y el ejército nos culpa de todo tipo de vilezas . Lo que les hace seguir es su patriotismo y sus principios. No pueden dejar tirada a la gente que sufre. También es una cuestión de ética profesional. La idea de que alguien muera porque no haya ningún médico para socorrerlo les repugna. Es mejor morir en la línea de fuego, cumpliendo con tu deber, que de una bala perdida en tu día libre , dicen. La situación se ha agravado desde la ofensiva del M23, una milicia rebelde compuesta por amotinados del ejército. El objetivo de la guerrilla es mantener a la población en un estado de psicosis para presionar al Gobierno.
MI HISTORIA. «No podemos dejar tirada a la gente que sufre. La idea de que alguien muera por no ser atendido me repugna»
«Me llamo Kifoku Salamu, soy enfermero. Durante los últimos siete años he trabajado en el centro de salud de Njingala. El año pasado fue uno de los más violentos en casi dos décadas de guerra. Nos trajeron a un militar con la tibia y el peroné destrozados. Cuidé de él, pero murió porque no pudimos llevarlo al hospital. Aunque hubiésemos tenido un vehículo, no hubiéramos conseguido atravesar las líneas. Ni siquiera podíamos salir del centro por el tiroteo. Durante toda la noche nos llegaron heridos, pero no pudimos atenderlos hasta que los combates cesaron».
BIENVENIDOS A LA GUERRA MUNDIAL AFRICANA
El brutal conflicto del Congo se lo conoce como la ‘guerra mundial africana‘ por la implicación directa de varios países de la región y la más solapada de Occidente, empeñado en asegurar el flujo de minerales para su industria tecnológica. La misión de Naciones Unidas, una de las más numerosas y polémicas de la historia 19.000 ‘cascos azules’ de 18 países se han desplegado en la zona, no ha servido para proteger a la población civil, sino que ha contribuido a su sufrimiento. El historial de abusos sexuales de las ‘tropas de paz’ es otra sangrante atrocidad de esta guerra.
MI HISTORIA. «Me vi atrapada entre dos fuegos y me hirieron. No sé cómo nos las vamos a arreglar mis hijos y yo. Sólo quiero volver a mi casa»
«Me llamo Jante Samia y tengo dos niños pequeños. Hace seis meses estaba cerca de mi aldea con mis hijos cuando me vi atrapada entre dos fuegos. Recibí un disparo en el muslo. Creí que me había muerto. Me trasladaron a Goma, donde me atendieron en el hospital. Mi marido nos abandonó. No sé cómo vamos a arreglárnoslas mis hijos y yo Desde 2008 vivo con miedo. Solo espero que la situación mejore para volver a mi pueblo».
LA PESADILLA DE LOS NIÑOS SOLDADO
Los niños son reclutados por el enjambre de milicias y grupos armados que infestan la región. Unicef calcula que hay unos dos mil niños soldados en la región de Kivu del Norte, con edades que oscilan entre los 7 y los 17 años. Unos son alistados a la fuerza. Otros lo hacen voluntariamente; creen que es la salida más fácil y segura a la pobreza y la inseguridad de sus vidas, solo para darse cuenta de que se han metido en la boca del lobo. Son mano de obra obediente y barata. Hacen de cocineros, exploradores y porteadores, pero llevan armas y también son obligados a combatir. La separación de sus familias, las drogas y las palizas acaban sumiendo a esos niños soldados en un estado de embrutecimiento casi robótico. Pierden el miedo, así que son buenos para misiones suicidas. Cruz Roja mantiene negociaciones en secreto con todas las facciones enfrentadas para rescatar a estos niños y desarrolla un programa con las comunidades locales para reagruparlos con sus familias, reintegrarlos en la escuela y evitar que vuelvan a reclutarlos.
MI HISTORIA. «Los soldados nos daban palizas si no les gustaba la comida. Tengo 13 años y sueño con ir al colegio»
«No te quiero decir mi nombre, pero puedes llamarme Prince. Tengo 13 años. En diciembre de 2011, otros chicos del pueblo y yo nos unimos a un grupo armado para tener comida y llevar un arma. Cocinábamos para la tropa y éramos golpeados salvajemente si el rancho no les gustaba. Me escapé aprovechando que la milicia acampó cerca de mi aldea. Viajé a pie y los localicé con la ayuda de Cruz Roja. Ahora trabajo en el campo y estoy bien, pero no tenemos dinero. Solo espero que mi familia pueda pagarme la escuela algún día».