El chavismo teme fragmentarse y perder el poder. La oposición, una nueva derrota que la condene a la irrelevancia y el exilio. Uno y otra, acosados por la violencia de las calles, se enfrentan a las primeras elecciones sin el comandante. Viajamos hasta allí. Por Doménico Chiappe
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A Zuge Betancourt se le cayó la casa en septiembre de 2010. Ella y su hija Valentina, nacida seis días antes, se vieron en la calle de la noche a la mañana. Pasaron dos años en un refugio para damnificados, esperando por la nueva vivienda prometida por el Gobierno. Se la dieron poco antes de las últimas elecciones, el 7 de octubre de 2012. El piso, de 65 metros cuadrados, se hallaba en una enorme torre del barrio San José, en Caracas, al que le faltaban dos plantas por construir. «Me advirtieron de que un Consejo Comunal (organizaciones creadas por Chávez que ejercen como ‘poder popular’ en los barrios) se disponía a invadir el edificio -recuerda Betancourt, costurera y teloperadora de 29 años-. Olía a cemento, estaba en obras, sin agua, había que dormir en el suelo, pero dejé a la niña con mi madre y me mudé. El día de las elecciones llegaron. En cabeza iban las mujeres con niños en brazos; detrás, los hombres pateaban las puertas hasta que cedían. Llamamos a los colectivos [grupos armados también simpatizantes de Chávez] y les impedimos el paso. Yo me había ganado mi casa, no iba a permitir que me la quitaran».
Zuge Betancourt decora las paredes de su vivienda con retratos de Chávez y de los hermanos Castro, afirma pertenecer a las milicias civiles bolivarianas y ha colocado una pegatina del colectivo Tupamaro, afín al oficialismo, en la puerta de su casa, pero tuvo que enfrentarse a chavistas para defender lo suyo. Hace un mes, sin embargo, cuando murió el presidente, tanto ella como los que quisieron arrebatarle la vivienda reaccionaron del mismo modo. «Sentí un vacío -rememora-. Salí al pasillo, donde otros vecinos también lloraban, pero de pronto les dije. ‘Calma, porque van a venir los escuálidos [la oposición] a invadir’ .
La historia de betancourt muestra las dos claves que definirán el resultado de los próximos comicios venezolanos: el agradecimiento de los favorecidos por el Gobierno y el miedo. «El miedo es un daño generalizado en unos y otros -dice Óscar Lucién, cineasta y portavoz de Ciudadanía Activa, una ONG que promueve la participación civil-. Los opositores afrontamos intimidación, persecución, expropiación, exilio… Los chavistas, por su parte, temen una vuelta al pasado. Maduro [candidato oficialista] dice que se va a perder todo, y Capriles [opositor] denuncia el desmantelamiento de la capacidad productiva, la devaluación y los homicidios diarios».
La inseguridad ciudadana es, en todo caso, el inmenso terror que quita el sueño a ambos bandos. Por ejemplo, Carlos Eduardo Linares recibió un tiro por la espalda cuando paseaba con su hijo a hombros, al lado del moderno centro comercial Millenium en el corazón económico de la capital. El hombre bajó al niño de un año, lo depositó con delicadeza en el suelo y cayó muerto. Eran las seis de la tarde. El pistolero, con quien, según la crónica, mantuvo una discusión casual un instante antes, huyó en una moto. Un drama diario, la muerte y la tensión permanente e invisible, que ni siquiera se abre espacio en la prensa, saturada de sucesos e impedida de referirse a la violencia por una ley de responsabilidad social aprobada por la Asamblea Nacional, como pasó a denominarse el Congreso en la Constitución de 1999.
Incluso con cifras oficiales, el número de casasa construidas por Chávez en 14 años es similar al de cualquier otro presidente en 5
Pese a todo, el afecto que se muestra hacia Chávez, ese factor primordial que le resultó tan útil para mantener el poder durante 14 años, es auténtico: «Aquí está mi comandante, dice Zuge Betancourt, mientras desenrolla un cartel de propaganda y muestra el libro Unidad, lucha, batalla y victoria. Palabras del presidente 7, 8 y 9 de diciembre, publicado por Ediciones Presidencia de la República. Betancourt le agradece a su comandante la concesión de la vivienda. A él, no al Estado. Durante sus 14 años de gobierno, el presidente trabajó para crear un aparato paralelo que se relacionaba solo con su figura, ni siquiera con su Ejecutivo. Chávez era el comandante de toda misión, las subvenciones estatales. Oficialmente entregó más de 350.000 viviendas, aunque cálculos independientes reducen la cifra a 50.000. Desde presupuestos hasta homicidios, no hay auditoría fiable que certifique los números que bailan en Venezuela. Incluso con el cálculo gubernamental, el número de viviendas construidas para los desposeídos en 14 años ronda los números alcanzados por cualquier otro presidente anterior en cinco. Los datos, en todo caso, no son importantes en la campaña electoral, que apela al sentimiento, a lo intuitivo, en vez de a lo racional.
Sin importar la eficacia o la consolidación a largo plazo de las políticas sociales, la propaganda es efectiva. En 2003 se lanzó Misión Barrio Adentro, que dispersó por el país a 10.000 médicos cubanos que atendían al margen del sistema sanitario público. Fue el primero de los 42 planes creados bajo nomenclaturas como Robinson, que redujo el analfabetismo del nueve al cinco por ciento; o las misiones Hijos de Venezuela, Madres de Barrio o En Amor Mayor, que reparte dinero en efectivo. La compañía petrolera estatal, PDVSA, ha sufragado estas obras con más de 120.000 millones de dólares, seg para América Latina y el Caribe (Cepal) calificó Venezuela como un ejemplo de reducción de la pobreza: en diez años, según cifras del Gobierno, pasó del 49,4 al 27,8 por ciento y la extrema pobreza, del 21,7 al 10,7 por ciento. En ese periodo, el precio del barril de crudo se multiplicó por seis, mientras, paradójicamente, la deuda externa se multiplicaba por cinco, alcanzando los 105.779 millones de dólares, una cifra sin precedentes. En paralelo, la cantidad de empleados públicos creció hasta conformar el 20 por ciento de la población activa con empleo formal: más de 2,5 millones de personas. La gran mayoría viste de rojo y asiste a los actos oficiales.
Entre los beneficiados por los operativos temporales o las contrataciones públicas se encuadraba el voto duro de Chávez, que dominó a todos los poderes del Estado gracias a las reformas instauradas a partir de 2000. Otras cifras, sin embargo, generan dudas sobre la sostenibilidad del modelo clientelar. Durante el chavismo el cambio oficial, dentro de un restrictivo sistema de control de divisas, se devaluó un 900 por ciento, cifra que en el mercado negro alcanzó el 3400 por ciento, mientras la inflación anual superaba el 20 por ciento. En algún momento, gane quien gane, el espejismo tendrá que romperse como un cristal.
Esta realidad económica también ha permitido el surgimiento de una clase adinerada, que tomaba posiciones al tiempo que menguaba el aparato productivo. Los boliburgueses, un término acuñado por el analista Juan Carlos Zapata, «son los actores económicos amparados por el poder político, que creyeron que el proyecto chavista tenía el propósito de crear una clase empresarial» . Pero la industrialización perdió frente a la política de importaciones. La compra de alimentos básicos -carne, arroz, azúcar, aceite, maíz, trigo, leche…- pasó de 1500 millones de dólares anuales en 1999 a 7000 millones en 2012, debido al deterioro productivo del campo venezolano, sometido en gran parte a las expropiaciones. Unas 900 haciendas han sido confiscadas en siete años, según denuncia la asociación de ganaderos Fedenaga. «Ahora, los boliburgueses retoman posiciones -señala Zapata-. El día que operaban a Chávez compraron la cadena de radio FM Center y, poco después, el canal de noticias Globovisión».
Los ingresos estatales, la llamada ‘riqueza petrolera’, siguen mal distribuidos. Según Cepal, el segmento más pobre de la población obtuvo en 2010 apenas el 5,4 por ciento de los recursos frente a la más rica, que se llevó el 45,2 por ciento. Una bomba de relojería sobre la que está sentada Venezuela. Mientras tanto, en el edificio de la Gran Misión Vivienda del barrio San José, Zuge Betancourt organiza a los vecinos para el día siguiente. A las cuatro de la madrugada llegarán los muebles que entrega el Gobierno, destinados a las familias de la séptima, octava y novena plantas. Betancourt, que vive en la décima, tendrá que esperar.
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