Tiene 33 años, dos esposas y acaba de ser nombrado emir de Catar, un minúsculo país dispuesto a comerse el mundo a base de talonario. De momento, es propietario de los almacenes Harrods, de las firmas Tiffany y Valentino, de los estudios Miramax (Disney), del Credit Suisse y de la influyente cadena de noticias árabe Al Yazira. El mundo financiero y político internacional intenta descubrir sus intenciones. ..
El nuevo emir de Catar, Tamim bin Hamad al zani, de 33 años, ha dedicado sus primeros días en el trono a dos tareas. La primera, protocolaria: frotar su nariz al estilo beduino con las de sus súbditos varones, que le expresan así su lealtad.
Cinco horas diarias de rozamientos nasales con una interminable lista de parientes, clérigos, militares… La segunda: cesar al primer ministro, el jeque Hamad bin Jassim -más conocido como HBJ-, que fue la mano derecha de su padre, el emir saliente, Hamad bin Jalifa, de 61 años. No es una decisión rupturista; también tiene algo de protocolario. Una forma de escenificar el relevo. Al fin y al cabo se trata de una abdicación, un gesto sin precedentes en la zona, donde los reyes solo se van con los pies por delante.
¿Qué se nos ha perdido en Catar? ¿Importa tanto en la escena mundial? Sí. Y mucho. Catar se ha convertido en una potencia de primer orden. Es el principal adalid de la primavera árabe, aunque ha conseguido desactivar cualquier atisbo de revolución doméstica subiendo el sueldo de sus funcionarios y militares. Fue decisivo para que la OTAN pudiese bombardear a las tropas de Gadafi en Libia. Suministra armas a los rebeldes sirios. Apoya a los Hermanos Musulmanes en Egipto. Se opone a los planes nucleares de Irán. Ha rescatado bancos occidentales en apuros, como el Barclays, y ha comprado a la FIFA ser la sede de la Copa del Mundo de 2022.
Y al frente de este país diminuto, con una extensión similar a la de Murcia, está alguien que ha logrado una rara proeza: ser un perfecto desconocido, a pesar de que lleva una década en el candelero, aproximadamente desde que su padre lo designó como heredero en perjuicio de un par de hermanastros y un hermano mayor, desechados uno por ir a demasiadas fiestas, otro por rezar demasiado y el tercero por querer ser más poderoso que papá, según Simon Henderson, experto del think tank Foreign Policy.
Dibujar el retrato del emir Tamim puede ser fácil o difícil. Fácil si nos atenemos a lo superficial. Educado en el Reino Unido, tiene dos mujeres, seis hijos y una fortuna de 2000 millones de euros. Su pasión: el deporte. Tomó el control del Paris Saint-Germain y lo ha convertido en el equipo que más gasta en fichajes del mundo. Juega al tenis, boxea… Es el jefe del Comité Olímpico de Catar y tiene clavado que Doha, la capital, no haya pasado el corte para organizar los Juegos de 2020. Hasta ahí, lo fácil.
Los cataríes son los ciudadanos más ricos del planeta. Su renta per cápita: unos 90.000 euros anuales
Lo difícil empieza en cuanto se trata de adivinar sus intenciones. Los analistas solo se ponen de acuerdo a la hora de citar un proverbio: «En Doha, los que hablan ignoran; y los que saben callan». Lo mejor para profundizar en su personalidad es fijarse en sus genes, es decir, sus padres. Porque el emir es, ante todo, el predilecto de los 11 hijos de papá (las trece hijas no cuentan) y el orgullo de mamá, la poderosa jequesa Mozah, la favorita de Hamad, a pesar de ser la menos prolífica (siete retoños) de sus tres esposas.
Cuando el jeque Hamad llegó al poder en 1995, Catar era un estado en quiebra, a pesar del petróleo y el gas natural, una minúscula polvareda encajonada por su inmenso vecino, Arabia Saudí. La nobleza catarí se jugaba en los casinos los dividendos del crudo que le dejaban vender, al igual que sus ociosos vecinos de Bahréin o Kuwait… Las intrigas palaciegas se venían sucediendo desde la independencia del Reino Unido en 1971. Sin ir más lejos, el jeque Hamad derrocó a su propio padre. No recurrió a las armas. Lo llamó por teléfono para informarle de su nuevo estatus y contrató a un bufete de abogados para que congelasen sus cuentas. Hamad siempre se ha distinguido por su ingenio y osadía, dos rasgos que ha heredado su hijo Tamim.
La jugada maestra que puso a Catar en el panorama internacional fue una apuesta de riesgo. Como tenía el acceso a los gasoductos restringido por sus quisquillosos vecinos saudíes, decidió construir una flota de buques gaseros y vender el gas a domicilio, lo que requiere una carísima tecnología. Tuvo que pedir dinero prestado. Al primer barco lo llamó como la jequesa, Mozah. A partir de entonces, el milagro económico catarí asombra al mundo. Lleva una década creciendo al 12 por ciento, más que China. Y los cataríes son los ciudadanos más ricos del planeta, con una renta per cápita de casi 90.000 euros anuales. Claro que solo la disfrutan los 250.000 nacidos en Catar; el resto son inmigrantes, millón y medio de obreros de la construcción y de las petroleras la mayoría, filipinos y paquistaníes, que trabajan en condiciones de semiesclavitud.
Cuando su padre llegó al poder, Catar estaba en quiebra, a pesar del petróleo y el gas natural
A golpe de talonario, Hamad ha logrado que el skyline de Doha no tenga nada que envidiar al de Manhattan. Es alguien acostumbrado a vender bien la imagen de marca del país, por encima de las contradicciones. Por ejemplo, permite una base militar de EE.UU. en suelo catarí, «porque si la quito mis hermanos árabes me invadirían», y al mismo tiempo impulsa una oficina de los talibanes en Doha, la capital. Su hijo Tamim también navega entre dos aguas: mercadeó con Sarkozy la adquisición de un canal de televisión a cambio del voto francés para que Catar albergase el Mundial de Fútbol.
El dinero sale de un fondo de inversiones creado con la intención de que Catar siga obteniendo ingresos cuando el petróleo y el gas se agoten. El fondo lo controlaba el ex primer ministro HBJ, que se irá a Londres a disfrutar de su jubilación en One Hyde Park, el edificio más caro del mundo. Ahora será Tamim quien tenga a su disposición esa cartera fabulosa de 150.000 millones de euros. Ese es el poder del dinero, el poder ‘duro’. Pero hay otro poder blando encarnado por la jequesa Mozah, que preside una fundación (publicitada en las camisetas del Barça) que promueve valores de emancipación de las mujeres árabes, siempre que tengan el beneplácito de sus maridos… La jequesa es doctora en Sociología y está considerada como una de las mujeres más influyentes del mundo por la revista Forbes y se comenta que fue quien medió para que Iñaki Urdangarín emigrase a Doha como técnico de balonmano en plena tormenta legal, idea que no se materializó.
El gran instrumento de ese poder ‘blando’ es la cadena de noticias Al Yazira, campeona de las revueltas árabes… excepto en casa. Algunos analistas interpretan la abdicación como un precio módico que pagar por el vendaval alentado desde Doha, que ha vuelto a convulsionar… El Cairo y que podría terminar arrasando el Golfo. En fin, un guiño a la modernidad para que nada cambie. Otros lo achacan a los problemas de salud (dos trasplantes de riñón) del padre. Para Tamim, Siria y Egipto son sus pruebas de fuego. Acortar el camino del gas catarí hacia Europa por vía terrestre, expulsando al presidente Assad de Damasco, sería su consagración. Pero sus intenciones son enigmáticas. «Es uno de los nuestros», piensan en la City. ¿Lo es? «Es uno de los nuestros», claman los Hermanos Musulmanes. ¿Lo es?
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