Tiene tres hospitales, centenares de tiendas, una calle principal a la que llaman Campos Elíseos y recibe cada día a 1500 nuevos inquilinos. Pero nadie quiere vivir aquí. Entramos en el campo de refugiados de Zaatari, en Jordania. Por Nacho Carretero

En medio de una extensa y blanca polvareda, diez hombres avanzan despacio, bajo un sol agobiante, llevando en volandas una enorme tienda de campaña.

Como una figura fantasmal, la improvisada casa de tela se mueve flotando sobre la tierra, con su emblema de Acnur -el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados- bien visible. «Es una mudanza», explica Karl Schembri, uno de los cientos de cooperantes que trabajan en el campo de refugiados de Zaatari (Jordania). La mayoría de la gente no quiere vivir a las afueras, así que coge sus tiendas y se traslada a los distritos del centro, donde está casi todo el mundo .

Mudanza, centro, distritos El vocabulario muestra la dimensión de la tragedia. hay tanta gente en Zaatari que el campo de refugiados está mutando en ciudad. Una de las ciudades más tristes, duras y frustrantes del mundo. De los dos millones de refugiados que ya ha escupido el conflicto de Siria (cifra que convierte esta guerra en la mayor crisis humanitaria del siglo XXI), Zaatari alberga 125.000. Esto le otorga el título de segundo campo de refugiados más grande del mundo, por detrás de Dadaab, en Kenia. Está situado al norte de Jordania, a 12 kilómetros de la frontera con Siria, y fue abierto el 28 de julio de 2012. Nació como lugar para acoger a los sirios que decidían abandonar el país por culpa de la guerra civil. Al principio, unos pocos. Enseguida, el éxodo. Desde febrero, a este lugar llegan una media de 1500 personas al día. Hace unas semanas, el Gobierno jordano dijo que ya no podía más. Y cerró la frontera.

Esto ha crecido en seis meses lo que suele crecer una ciudad en 20 años . Quien lo explica es Kilian Kleinschmidt, máximo responsable de Acnur en el campo y al que se conoce como ‘el alcalde’. Hemos dividido el campo en 12 distritos. Del uno al cuatro son los más antiguos, y la mayor parte de los refugiados quieren vivir en ellos para estar cerca de familiares y amigos . En el llamado ‘downtown’ de Zaatari, las tiendas de campaña se arraciman junto a los caminos de tierra, ocupados por basura y niños descalzos. En las afueras -los distritos del seis al ocho- no hay tiendas, sino grandes contenedores industriales plantados en mitad del secarral que comparten varias familias. Cada distrito tiene un jefe -prosigue Kleinschmidt-. Una especie de ‘capo’ que manda en la zona y se encarga de la seguridad. El poder de estos jefes de distrito es tal que las ONG tienen que consensuar con ellos cualquier mejora o infraestructura que vayan a llevar a cabo.

Lo que ocurre en el campo se queda en el campo. Esto es un principio que convierte Zaatari en un lugar peligroso, ya que no hay policía. Los extraños no suelen ser bienvenidos, especialmente por los niños, que matan su frustración vagando en grupos, armados con cuchillos. Mourad Cachouri es psiquiatra y trabaja en el hospital militar que Marruecos ha levantado en Zaatari. Aquí hay una concentración de 125.000 personas frustradas, enfadadas y, en muchos casos, con graves traumas de la guerra. Sobre todo los niños -explica-. Es entendible que haya problemas.

Incluso aquí, en un lugar en el que la mayoría de la gente afirma convencida haber perdido la fe en el futuro, la normalidad pelea por imponerse. Con alma de comerciantes, los refugiados han levantado un mercado en el centro de Zaatari que cuenta con más de 300 tiendas. Discurren a lo largo de la calle principal del campo, a la que han llamado Campos Elíseos. Se vende de todo, desde comida fresca hasta televisores, pasando por ventiladores y conexiones a Internet. La mercancía entra y sale del campo cada día, a pesar de que está prohibido. Los alimentos que reparte Acnur se revenden, los vecinos jordanos de los alrededores acuden al mercado a comprar más barato y hasta hay compraventa de tiendas de campaña y caravanas. Venían creyendo que estarían aquí dos o tres semanas -termina el alcalde-. Ahora ya saben que estarán en Zaatari mucho tiempo .

Abu Marai. «En Siria vivía bien, en una granja, y no nos faltaba de nada. Y ahora estoy aquí tirado «

Nunca podré olvidar la primera noche que pasé en este campo. Llegué con mi mujer y mis seis hijos. En Siria vivíamos bien, en una granja familiar donde no nos faltaba de nada. De un día para otro se formó una batalla en mi aldea y nos tuvimos que ir con lo poco que cogimos. En la frontera nos enviaron aquí, y yo no sabía ni qué era. Al llegar, no había tiendas de campaña disponibles, así que dormimos en el suelo. Recuerdo estar ahí, acurrucado con mi familia, y pensar. ‘Yo tenía una casa y ahora estoy aquí tirado’. No me lo podía creer. No parecía real .

Mohamed. «Me fui de mi aldea cuando tirotearon mi casa. No lo hice por mí, sino por mis hijos»

El otro día me dijeron que mi aldea ya no existe, está completamente destruida. De allí me fui en noviembre. Tomé la decisión cuando varias balas entraron en mi casa. No lo hice por mí, sino por mis dos hijos. Era instalador de gas y con el dinero ahorrado he montado una pequeña tienda de alimentación en el campo. Revendo los alimentos que reparte Acnur, pero no veo futuro. En realidad no veo ningún futuro. Para mí ya está todo acabado .

Lekaa Al Zoubi. «Volví a Damasco para los exámenes de Magisterio. Fui andando y embarazada

Llegué a Zaatari el 4 de enero y lo hice embarazada. Elegí venir para estar al lado de mi marido, amenazado en Siria. Toda mi familia sigue allí. A las pocas semanas de estar en el campo decidí regresar a Damasco a terminar mi carrera de Magisterio. Caminé dos días embarazada y dormí dos noches en el pero lo logré. Aprobé los exámenes y volví. Hace dos semanas di a luz a mi bebé. Dudo de que alguna vez podamos regresar a Siria, así que buscaré trabajo aquí en Jordania como profesora .

Abu Gazan. «Mis hijos tiemblan cuando ven un uniforme y se orinan cuando oyen un ruido fuerte»

Durante los últimos quince días que viví en mi barrio de Daraa, pasaba un misil cada cinco minutos. Nos fuimos cuando ya no podíamos soportarlo más. He traído a mis hijos y también a mi sobrino, ya que mi hermano está desaparecido después de que lo detuviera el ejército. Los críos todavía se hacen pis cuando escuchan un ruido fuerte, como el de un motor, y tiemblan cuando ven un uniforme. ¿La solución a todo esto? Que declaren Siria espacio aéreo restringido, que no dejen volar aviones. Al Assad caería en 24 horas .

Dilal Ahmad Obid. «En el campo intentaron violarme. Ahora no me atrevo a salir y no puedo volver a Siria»

Mis cuatro hijos siguen en Siria, dos de ellos llevan un año desaparecidos porque combatían con los rebeldes. Vine aquí con mi nuera y mi nieto. Cuando llegué, encontré un empleo recogiendo tomates. Me escapaba cada día del campo y trabajaba siete horas, hasta que un día que estaba sola terminando de recoger un hombre me intentó violar. Me lo quité de encima y le tiré unas piedras. Ahora, no me atrevo a salir. No puedo trabajar y tampoco volver a Siria. Necesito ayuda. Todos aquí necesitamos que el mundo nos ayude.

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