Lampedusa: las voces de la isla de la muerte

La muerte de más de 300 náufragos hace menos de un mes puso a la isla de Lampedusa en el mapa por unos días. Sin embargo, pasado el interés mediático, los 6000 isleños vuelven a su rutina: rescatar cadáveres. Por Carlos Manuel Sánchez 

El muelle de Favaloro parece un muelle de pescadores cualquiera: barcos, redes, restaurantes… Hay que ir hasta el final del dique para percatarse de que no es así. Ha atracado un buque de guerra. Se han desplegado soldados y carabinieri. Hay trasiego de camiones, pero no están cargados de pescado. Transportan ataúdes. Cientos. Van numerados. Son las víctimas del naufragio del 3 de octubre: 364 según el balance final. Unos estibadores los amarran con maromas y una grúa los va izando hasta el barco que los llevará al puerto de Agrigento. Y luego no se sabe a qué cementerios. Recibirán funerales de Estado como héroes, y sepultura en suelo italiano, pues les ha sido concedida la ciudadanía, post mórtem, aunque nacieron en Eritrea; también llegan de Somalia, Etiopía, Siria, Sudán…

Sus compatriotas llegan en una larga fila para despedirlos. Son los compañeros de patera… No son héroes. Ni tienen carta de ciudadanía. Los han encerrado en el centro de internamiento para extranjeros. Van en chándal y llevan una toalla de aseo, sus únicas pertenencias; muchos lucen un crucifijo de plástico al cuello, pues son cristianos ortodoxos. Las autoridades les pondrán una multa de 5000 euros, que no pagarán, y los expulsarán de Italia. Algunos hicieron 3400 kilómetros a pie y en camión por África antes de embarcarse en Libia, huyendo de la guerra y la miseria. Algunos partieron de sus casas hace más de un año.

Los pescadores tienen un drama terrible: si prestan auxilio a las pateras, incurren en un delito de complicidad con la inmigración ilegal por la ley Bossi-Fini. Varios ya han sido multados.

También han llegado al muelle unos pocos familiares para despedir a sus muertos. Van bien vestidos. Han volado desde Alemania, Noruega, el Reino Unido… Pagaron unos 1500 euros por el billete, lo mismo que les costó a sus parientes embarcarse en las pateras. Llevan iPhones, tabletas… El sueño europeo no fue un espejismo para ellos. Algunas mujeres gritan, se abrazan a los ataúdes de sus seres queridos. Alguien pega con cinta adhesiva una foto y unas flores al 154, y el número se transmuta en persona. Los operarios de la grúa esperan respetuosamente bajo un sol inclemente. Pero la mayoría de los féretros son embarcados sin llanto, en silencio, izados de un gancho como en una estiba cualquiera de mercancía. Al final de la mañana sofocante llega un coche fúnebre; transporta pequeños ataúdes blancos. El coche es rodeado por todos: emigrantes africanos, periodistas, policías… Los soldados se cuadran y saludan militarmente. Serán los únicos ataúdes embarcados a pie, con honores que no tapan la vergüenza. Porque el muelle de Favaloro, como dijo el Papa Francisco, es el muelle que avergüenza a Europa.

Un cura eritreo, con una gruesa sotana negra y una gran cruz del rito copto, deambula por allí desorientado. Se llama Mushie Shishay y ha venido a rezar por el alma de su hermana. «Pero no me han dejado verla. Ni me han dicho dónde la van a enterrar. Vivo en Milán. Llegué en patera hace cinco años. Dormí cinco meses en la calle, nueve en la estación, rodeado de mendigos y ladrones. Un sacerdote católico me ha ayudado a pagarme el viaje hasta Lampedusa. No tengo dinero, no me dejan trabajar porque soy refugiado. Esta gente que arriesga su vida por venir aquí y pide asilo no sabe que en Italia no tiene futuro».

Pero vienen. Es mucho peor lo que dejan atrás. Llevan veinte años viniendo. Y el peor ni siquiera fue este. En 2011, con las revueltas de la Primavera Árabe, las aguas entre Italia y África se tragaron las vidas de al menos 2352 personas. Y la situación de Lampedusa, a 200 kilómetros de Sicilia y 110 de Túnez, la sitúa en primera línea. La UE ha incrementado el patrullaje en la zona, vigilará incluso con drones, pero el vicealcalde de Lampedusa, Damiano Sferlazzo, dice que no es suficiente. «Hace falta un corredor humanitario. La mayoría de los que vienen ahora no son inmigrantes económicos, son prófugos de países en guerra. Viajan en cascarones. Los estamos poniendo en manos de los traficantes. Europa debería poner barcos a disposición de esta gente que inicia su viaje de la esperanza. Concederles asilo político y repartirse a los refugiados entre todos los países de la UE».

El centro de internamiento tiene capacidad para 300. Hay 900. Así que las autoridades hacen la vista gorda. Los dejan salir

A cien metros del Ayuntamiento está el cementerio de las barcazas, varadas junto a un campo de fútbol. Desde allí se ve otra procesión de emigrantes. Vienen del centro de internamiento. Está en una antigua base militar, alejada de la zona turística. La puerta del centro está custodiada por militares y policías. Nadie puede salir o entrar sin permiso. Pero basta con trepar un poco por el monte y rodear una pinada para encontrarse un agujero en la valla por donde salen tranquilamente los internos. La única función útil de la valla es servir de tendedero de ropa. El centro tiene capacidad para 300 personas, pero hay allí 900. Y siguen llegando. Así que las autoridades hacen la vista gorda. Que se aireen en el pueblo y a ser posible que vuelvan cenados…

Al caer la tarde, el ambiente en el centro del pueblo es surrealista. Pandillas de chavales, jóvenes sin casco en motos ruidosas. Las terrazas están llenas, pero se ven pocos turistas. Hay miembros de los equipos de rescate, buceadores, psicólogos de la Orden de Malta… Uniformes de todos los colores. Y también decenas de africanos con su chándal y su toalla. Y familiares, tanto de los muertos como de los que sobrevivieron, paseando o tomando un helado. El ambiente es pacífico, como de final de vacaciones.

Samuel es eritreo. Tiene 18 años. Viajaba en la patera que se incendió y se hundió. Le pagaron el viaje unos tíos que viven en Suecia. Se acerca a la iglesia a pedir algo de ropa. El matrimonio formado por Giovanni Sgragino y Andreina Laspisa se acerca también a la parroquia. «Queremos acoger a un niño en nuestra casa. La burocracia es muy pesada y queremos ayudar». No son los únicos. Pero la población, unos 6000 habitantes, está dividida. En su restaurante, la senadora de la Liga Norte Angela Maraventano no quiere hacer declaraciones, pero murmura. «Estamos siendo cómplices de los mercaderes de carne. Las buenas intenciones no bastan. Pero la gente le tiene miedo a la verdad. Su madre es más explícita: ¡Queremos turistas, no inmigrantes!»

La mayoría de los lampedusanos viven del turismo o de la pesca. Y los pescadores tienen un dilema terrible: si prestan auxilio a las pateras, incurren en un delito de complicidad con la inmigración ilegal por la ley Bossi-Fini. Varios ya han sido multados. Giacomo Sferlazzo, un cantautor, cuenta que nació en Anzio, «porque nadie nace en Lampedusa desde los años setenta». Es una isla con muchas carencias. Hay un ambulatorio, pero no un hospital en condiciones. El Ayuntamiento tiene déficit y los barrenderos no cobran desde agosto… Sferlazzo recolecta objetos encontrados en las pateras para un museo: biberones, cacerolas, cintas de casete, crema solar, teteras, pequeñas brújulas…

En el Porto Vecchio, los buceadores del cuerpo de bomberos recogen sus equipos y el robot que los ayudó a rastrear los 364 cadáveres. Se marchan mañana. Luciano Fiaconne, el jefe de operaciones, cuenta que nunca se han visto en una situación parecida. «Ha sido una emergencia muy particular. La profundidad, 150 metros, es el límite operativo. Hay grandes riesgos para los buceadores. Había que rotar el personal cada dos días. Hemos trabajado 60 bomberos. Somos gente curtida, pero somos personas. Somos padres. Y había tantos niños ahogados…».

EL DRAMA Y SUS PROTAGONISTAS

El último superviviente. Ahmed

«Llegué ayer: éramos 120 en la patera. Estoy en el centro de Internamiento»

«Soy tunecino y tengo 29 años. Llegué ayer desde Libia en una barcaza donde íbamos 120. Pagué 1600 dólares (1180 euros). Hemos pasado dos días en el mar. Nos han metido en el centro de internamiento. Yo vivía en París con mi mujer, pero me quedé sin trabajo y no pude renovar el permiso de residencia. Me expulsaron, pero mi mujer sigue en Francia. Intento reunirme con ella».

Los rescatadores. Francesco «Ciccio»

«He remolcado barcazas. Si me pillan, estoy cometiendo un delito»

«62 años y soy pescador. Solo vienen las televisiones cuando hay muertos. Aquí se han juntado 30.000 acampados y no aparecía nadie. Te encuentras las barcazas de noche, sin luces. Van como sardinas en lata. Los orientas. Y alguna vez las he remolcado. Cuando estamos llegando, aviso a los guardacostas y me voy, porque, si entro al puerto con ellos, cometería un delito».

El párroco. Stefano Nastasi

«Invité al Papa para que viera el sufrimiento. Vino con un báculo hecho con madera de patera»

«Le escribí una carta al Papa Francisco para invitarlo a venir y que viese con sus propios ojos el sufrimiento de esta isla. Y vino en julio. Llevaba un báculo hecho con madera de patera. Y rezó con nosotros. Y preguntó quiénes son los responsables de tantas muertes. Esto es una masacre que hay que detener ya. Aquí, todos somos hijos de emigrantes, y los vecinos se vuelcan».

Los familiares. Nazret Hadgu

«Vine de Suecia para reconocer el cadáver de mi primo»

«Soy de Eritrea y mi fe es la cristiana. Tengo 25 años y vivo en Suecia desde hace seis con mi marido, sudanés. Llegué ayer para identificar el cadáver de mi primo, que murió en el naufragio del 3 de octubre. En el cuartel de los Carabinieri nos enseñan las fotos. Es muy duro. Embarcan los cuerpos en un barco de guerra y se los llevan para enterrarlos, ¡pero no nos dicen dónde!» .

La autoridad. Giuseppe Cannarile

«Este año hemos rescatados a 23.000 personas»

«Soy el comandante de la Guardia Costera. Dispongo de 75 hombres y cuatro barcos de salvamento. En lo que va de año hemos rescatado a 23.000 personas. La rapidez de la intervención es crítica y la remota situación de Lampedusa la complica. Cada minuto que los inmigrantes pasan en el mar es peligroso. Van decenas o cientos en barcas muy frágiles que vuelcan enseguida».

La alcaldesa coraje, Giusi Nicolini

«Me escandaliza el silencio de Europa ante una matanza con cifras de guerra»

Está muy delgada y su apariencia es frágil, pero esta señora es aguerrida. «¡Venga aquí a contar los muertos conmigo, dé la cara ante el horror!», retó al primer ministro italiano, Letta. El año pasado, le arrebató la alcaldía de Lampedusa a la ultraconservadora Liga Norte. Atiende a XLSemanal con 39 de fiebre.

XLSemanal. ¿Cómo se presenta la jornada?

Giusi Nicolini. Mire el mar. En calma. Pueden llegar pateras de un momento a otro. Nos espera un día largo y otra noche intensa.

XL. Octubre está siendo terrible. Y suma y sigue.

G.N. Lo que hoy le parece al mundo una emergencia, en Lampedusa es la normalidad. Los cientos de muertos de estos últimos naufragios no son algo extraordinario.

XL. El Papa Francisco se preguntaba quién es el culpable.

G.N. Estas muertes son sobre todo responsabilidad de Europa. Los derechos humanos son sagrados y no pueden ser materia de disputa ideológica. Hay que cambiar la política de asilo. La mayoría de estas personas huyen de la guerra, se embarcan con sus bebés en brazos. Hay que cambiar las leyes europeas que niegan la libertad de movimientos a esta gente.

XL. ¿Y el Gobierno italiano?

G.N. En Italia hay tanto que hacer El centro de internamiento de Lampedusa está desbordado. Se hacinan hombres, mujeres y niños. Centenares duermen al raso.

XL. Casi tuvo usted que coger de las solapas al primer ministro italiano y al presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, para que se diesen una vuelta por el centro de internamiento cuando visitaron la isla una semana después del naufragio que conmocionó al mundo.

G.N. Me da mucha rabia Vienen cuando ya no se puede hacer nada por salvar todas esas vidas. En noviembre de 2012 hice un llamamiento a Europa, pero ninguna autoridad me respondió.

XL. Quizá porque les hacía una pregunta bastante incómoda…

G.N. Les pregunté cómo de grande debía ser el cementerio de mi isla. Fui elegida en el mes de noviembre de 2012 y en seis meses ya me habían entregado 21 cadáveres. Tuvimos que pedir ayuda para que los alcaldes de la provincia dieran un entierro decente a esos cuerpos porque en el municipio no teníamos más sitio. La situación es ya insoportable. Da igual que sea un muerto o 364. Me escandaliza el silencio de la Unión Europea ante una matanza que tiene los números de una guerra.

XL. ¿Y sus paisanos qué dicen?

G.N. Los lampedusanos también somos emigrantes. Emigramos al norte para estudiar, para recibir tratamiento médico Tenemos cosas en común con los que vienen de África. Siempre hemos sabido que no son invasores.

XL. ¿Se puede sacar alguna lección de esto?

G.N. Es estúpido no reconocer que estamos ante un fenómeno histórico, no es algo pasajero como un terremoto. En Lampedusa lo sabemos desde hace muchos años. Es la tragedia de nuestro tiempo. Europa gasta muchísimo dinero para erigir fronteras en el mar, para militarizar el Mediterráneo. Sospecho que la política europea considera que este coste humano es una manera de enfriar los flujos migratorios, una medida disuasoria, pero no sirve de nada

XL. ¿Por qué?

G.N. Si son capaces de arriesgar así sus vidas, no hay ninguna política que pueda detenerlos. Nuestro futuro está unido.

Los lampedusanos. Giuseppina Maggiore

«He trabajado desde los 15 años. Nadie me ha dado nada. A los emigrantes, todo gratis»

«Tengo 80 años y soy viuda. Me ha quedado una pensión de 500 euros. Yo me lo pago todo. luz, comida Podríamos vivir tranquilos, pero cada vez vienen menos turistas y más inmigrantes. A mí me dan pena, pero qué podemos hacer. Mi marido les preparaba bocadillos. He trabajado desde los 15 años y nadie me ha dado nada. Y a ellos, les dan todo gratis: comida, ropa… con nuestros impuestos».

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