Una tostadora vieja o una batería de coche en cualquier acera de España tardan en desaparecer menos que un caramelo a la puerta de un colegio. Desde el inicio de la crisis, la recogida de cualquier residuo que pueda venderse se ha convertido en la única fuente de ingresos para muchas personas. De ahí que las imágenes de gente empujando carros, revisando contenedores o escarbando entre desperdicios hayan vuelto a ser parte del paisaje urbano.
Se aprovecha todo. Vasili es rumano, tiene 35 años y suele recoger chatarra junto con dos de sus hermanos. En el paro desde que comenzó la crisis, consigue de esta forma unos euros diarios para subsistir. Recoge de todo. Los metales son lo más valorado, pero algunos objetos no muy deteriorados también se pueden revender.
La perseverancia. Paco perdió su trabajo en la construcción y desde entonces se dedica a recoger cartón. No es un negocio fácil. La montaña que lleva en la foto sobre su carro la valora en unos cinco euros. Pero no desespera. La clave es ser constante.
Del aula a la calle. Estilian fue profesor en Sofía (Bulgaria) durante 12 años. Ahora vive aquí con su mujer y cuatro de sus hijos, que lo ayudan a rastrear la ciudad en busca de objetos reciclables. Tiene dos hijas más. una en Alemania y otra en Bulgaria.
El deber cumplido. Pedro es rumano y lleva 14 años en España, casi siempre como albañil. Con la crisis se quedó en paro. A sus 57 años empuja una bicicleta que llena en contenedores. Sigue enviando casi 400 euros a su mujer y sus dos hijos en Bucarest.
Sin perder la sonrisa. Los hay que no pierden la sonrisa ni el estilo, aunque se busquen la vida entre desechos. Hace unos años, esta labor la desarrollaba casi solo la comunidad gitana. Hoy, los inmigrantes son mayoría entre los contenedores.
Fuera de juego. Paolo, portugués y exjugador de fútbol, además de al crac del ladrillo tuvo que hacer frente a sus problemas con la droga cuando perdió su trabajo en la construcción. Cada día recorre las mismas calles; los vecinos ya lo reconocen.
El día a día. Mamdou nació en Mali. Lleva más de dos años recogiendo chatarra. Para él es un trabajo de jornada completa que lleva a cabo con su profesional mono azul. No le da para enviar dinero a su familia en su país, solo para subsistir.
