La viuda de Enrique Morente exige justicia. Desde hace tres años, reclama que se reconozca que su esposo falleció por una negligencia médica. Esta bailaora de raza que lo dejó todo por seguir al maestro, ha volcado su rabia y su dolor en unos lienzos que ahora expone como parte de un gran homenaje al cantaor. Hablamos con ella en su casa de Granada.

Pocas familias gitanas tienen más pedigrí flamenco que la de Aurora Carbonell. Una saga de tres generaciones de guitarristas procedentes de Valladolid que se instalaron en el rastro de Madrid. Su padre, Jose Carbonell Montoyita, era el guitarrista de Marchena, Caracol y Lola Flores; su hermana, la Globo, y ella, bailaoras; su hermano Antonio, cantaor; su otro hermano, Montoyita, y su hijo, Monti, acompañan con la guitarra a Estrella; sus primas, Las Negri, son las Supremes del flamenco Y luego, y por encima de todos, Enrique Morente, su marido. El gran ausente, que en diciembre de 2010 entró en un hospital con lo que parecía un dolencia tratable y nunca más salió.

XLSemanal. ¿Cómo se encuentra tras tres años de dolor?

Aurora Carbonell. Ha sido una sacudida muy fuerte y, aunque ahora vamos respirando un poquito, cuesta. Pero me encuentro con ganas de tirar hacia delante y seguir con el proyecto que empecé con mi marido, que es el de llevar a nuestros hijos por el mejor camino, y ese camino es el del arte, la bondad y la humildad.

XL. ¿El dolor ha tomado otro color?

A.C. El dolor no tiene colores. Cuando es tan fuerte, es una grieta en el corazón y en el alma.

XL. ¿Qué fue lo último que pudo hablar con Enrique?

A.C. Estuvimos toda la noche en vela en la habitación del hospital y hablamos de muchos temas. De todos los proyectos que él tenía en la cabeza. Y me dijo una cosa muy importante, me insistió en que no dejara de pintar, que pintara por encima de todo, y que no dudara en mostrar mi arte.

XL. En pocos días va a presentar una exposición de pintura y escultura con obras creadas tras la muerte de Morente. ¿Ha sido el arte su terapia para sobrellevar el duelo?

A.C. Ha sido mi salvación. Porque me estaba ahogando. Me encerré en mi estudio y no salía ni para beber agua. Tampoco quería comer. Necesitaba pintar sin cesar. Y pensaba si se podía sacar algo bello de este desastre. Porque para mí se había acabado todo. La alternativa era volverme loca y hacer cualquier disparate.

XL. De niña ya pintaba

A.C. Me compraba mis cuadernos y mis lapiceros. Nunca estudié en ninguna escuela y mis padres simplemente me dejaban a mi aire. Ya cuando me casé, Enrique me dijo que pintaba muy bien. Me regalaba lienzos y estuches y, mientras él se sentaba con sus libros y su guitarra, yo pintaba.

XL. ¿Busca con la pintura y el arte comenzar una carrera profesional y alcanzar reconocimiento artístico?

A.C. No estoy en esto para que me den una palmadita en la espalda. Esta exposición sale del corazón. Mi interior me estaba diciendo que sacara fuera tres años de silencio, ausencia y dolor. Si no haces nada, te pudres en esa cárcel de sufrimiento. Todas las obras han salido de mis entrañas. Solo quería aliviar las penas. Para bailar y cantar, no tenía ánimo.

XL. Enrique ha contado que la primera vez que la vio fue en el reflejo de un espejo mientras bailaba en un tablao.

A.C. Yo tenía 16 años cuando lo conocí. Enrique era muy apuesto. Empezamos a salir a escondidas. Mi familia no nos dejaba ser novios porque yo era gitana y él, no. Entonces, Enrique me dijo que tenía un viaje a Granada y me fui con él con lo puesto. Mi familia me iba a matar. Llegamos a Granada y me dijo que me iba a enseñar el sitio más bonito del mundo. Me llevó de noche al bosque de la Alhambra y nos sentamos en un banco de piedra. Él se quedó dormido con su cabeza en mis piernas y, cuando empezó a clarear, vi el amanecer más bonito de mi vida. Cuando descubrí esa Alhambra rojiza con mi amor en el regazo, nunca más he podido moverme de aquí. Llevo 35 años en Granada y ya no me mueve nadie.

XL. Después se fueron de hippies a las Alpujarras.

A.C. Nos fuimos a vivir a los montes. Fue una época muy divertida. nos poníamos muchos collares y yo llevaba una melena por debajo de la cintura. Nos compramos una casa que nos costó muy poco dinero y en verano dormíamos en el tejado mirando las estrellas. Fue una etapa muy hermosa.

XL. Y de muchos cambios

A.C. Sí. Veías a mucho chalado divertido. Pero sobre todo eran unos tiempos en los que no hacía falta mucho para vivir. ¿Para qué tener tantas cosas si lo bonito es disfrutar de la luz, de tu familia y de tus amigos? En una ciudad, te metes en un quinto piso de diseño y no te enteras de esto. Hay que saborear lo que la vida te regala.

XL. Dejó de bailar para dedicarse a sus hijos y apoyar la carrera de su marido. ¿Eso se le hizo cuesta arriba?

A.C. No se me hizo nada duro, porque estaba al lado de un ser divertido y genial que me dio tres hijos maravillosos. Lo que se hacía cuesta arriba era la carrera de mi marido, porque él no venía de una familia de artistas y tuvo que luchar muchísimo. Cuando tienes una familia flamenca, todo es más fácil, pero mi marido no tenía a nadie. Le costó hacerse un hueco.

XL. ¿Cómo fue su acercamiento al flamenco de niño?

A.C. Repartía el pan por las casas. Durante el reparto, siempre iba feliz cantando por las calles y rca de donde vivía, lo oían y le decían. ¡Ven, niño, vente aquí a cantar! . A los mayores les gustaba escucharlo. Con ocho años ya cantaba; lo llevaba dentro. Se apuntaba las letras en chuletas y, cuando su madre se las encontraba en los pantalones, lo regañaba porque no quería que se hiciese artista.

XL. Entonces tuvo otros trabajos

A.C. Se hizo seise en el coro de la catedral de Granada y ya, más mayor, se metió de botones en el hotel Victoria. Fue también albañil y hasta guía de la Alhambra. Pero se hartó y con 14 años se fue a Madrid para ser cantaor. Trabajó en una zapatería hasta que empezó a moverse por los tablaos. Y en esos cuartos conoció a Pepe el de la Matrona, su maestro.

XL. Con Enrique vivió experiencias muy divertidas. Como esa invitación a una cena de gala en la Moncloa a la que llevaron a Estrella cuando era muy pequeña. ¿Cómo fue?

A.C. Eso tuvo mucha gracia. Estrella no tenía ni un año cuando nos invitaron a la cena. Yo le dije a Enrique que no podía ir porque no tenía con quién dejar a la niña y no tenía qué ponerme. Además, qué pintaba yo allí. Al final, me convenció. Nos colocaron en la mesa de presidencia. Y, de pronto, Estrella se puso a llorar. Enrique insistía en que le diese de comer. Enrique Tierno Galván, que estaba a mi izquierda, me animó y yo me puse de costado para darle el pecho a la niña. De repente, todo el salón se puso a aplaudir. Me explicó el profesor Tierno que Estrella y yo éramos una estampa de Julio Romero de Torres y que era lo más bonito que había pasado en toda la noche. Luego, Estrella terminó en volandas por las mesas y salió en todos los telediarios.

XL. Su hija Soleá siempre cuenta el maravilloso ambiente que había en su casa y que se acostumbró a estudiar con ese ir y venir de gente. ¿Cómo eran aquellas reuniones?

A.C. Eran reuniones de trabajo, de discos maravillosos que se cocinaban aquí, de multitud de proyectos. En casa, nos reuníamos con artistas de todas las ramas para llevar adelante todas esas ideas que surgían. Soleá se sentaba cerca de nosotros con sus libros. Eso no le impidió sacarse su carrera de Filología Hispánica. Nos llenó de alegría tener nuestra licenciada universitaria en casa. Entre Enrique y Soleá han llenado la casa de libros.

XL. ¿Por qué cree que su marido se convirtió en un artista tan grande y reconocido en todo el mundo?

A.C. Porque era un genio. Era como un Velázquez o como un Picasso. Puso el cante boca abajo. Puso dos cabezas, cuatro narices y ocho bocas al cante. Además, era muy trabajador y muy meticuloso. Y estudió a fondo el cante. Porque estudiar el cante es una carrera que dura toda la vida, y él lo hizo.

XL. En sus conciertos y en sus discos parece que Enrique Morente necesitaba el riesgo cada vez más.

A.C. Sí. Él decía que se aburría con la monotonía. Tenía la necesidad de probar cosas nuevas. Por eso, una misma soleá no la cantaba dos veces igual. Siempre decía que tenían que suceder cosas, que no era bueno apalancarse con lo mismo. Era un permanente innovador, en búsqueda continua. Si no, era imposible que se produjera la chispa de la magia.

XL. ¿Cómo es una gitana del siglo XXI?

A.C. Respeto las leyes de mi raza, pero hay cosas que cambiaría. Tenemos que avanzar y evolucionar. Los hombres y las mujeres deben ser iguales. Ya hay mujeres gitanas valientes que quieren avanzar y no limitarse a casarse y criar niños. Yo he tenido mucha suerte porque con mi marido la relación siempre ha sido de iguales. El tema de la virginidad no me parece importante. Lo importante es el día a día con tu compañero y el respeto mutuo. Esa es la verdadera honra.

XL. ¿Cómo va el pleito por la muerte de Morente?

A.C. No he hecho, ni tengo intención de hacer, declaraciones sobre este delicado asunto. No es el momento porque ahora estamos con el alma y el corazón volcados en el memorial de Morente. Estamos con el cariño de la gente y tenemos que corresponderlo. Lo único que puedo decir es que quiero seguir creyendo en la justicia. Sigo teniendo esperanza.

XL. En una entrevista dijo que a veces Enrique le decía al oído que dejara de llorar y sufrir tanto y que empezara a ser feliz. ¿Le está empezando a hacer caso?

A.C. No voy a pasar página y nunca voy a poder hacerlo cuando he querido a una persona tanto. Y, además, de la forma tan antinatural y brutal en la que ha sucedido todo. Intentaré seguir viviendo, tirando del carro, con mis hijos y mi familia. Y con mi dolor.

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