La justicia italiana la acusó de matar a sangre fría a su compañera de piso cuando ambas eran estudiantes en Perugia. Por Simon Hattenstone
Manipulación, juegos sexuales, 43 puñaladas, degollamiento 28 años de condena. «Yo no lo hice». El 2 de noviembre de 2007, Mereddith Kercher –una estudiante inglesa del programa Erasmus y de 21 años- apareció muerta en su habitación, en el piso de Perugia (Italia) que compartía con otras estudiantes. Había sido degollada y su cuerpo presentaba 43 cuchilladas. Su compañera de piso, la estadounidense Amanda Knox, de 20 años, y su novio, Raffaele Sollecito, de 24, fueron acusados del crimen días después. En 2009 se les condenó por el asesinato, pero un tribunal de apelación los absolvió dos años más tarde.
El pasado enero, el Tribunal Supremo italiano los volvió a condenar. Un asesinato extraordinariamente sangriento, un juicio tan confuso como polémico y unos protagonistas inquietantes han convertido el crimen en noticia internacional. Cuando en octubre de 2011 su condena y la de Sollecito fueron revocadas por irregularidades en la investigación, Knox regresó a EE.UU., donde trata de rehacer su vida. Ha vuelto a la universidad para terminar sus estudios y tiene nuevo novio, James. En marzo del año pasado, el Tribunal Supremo ordenó la celebración de un nuevo juicio. Mientras estuvo en la cárcel, habíamos intercambiado varias cartas. El 3 de abril me envió un correo. La noticia me ha resultado tan angustiosa como incomprensible, pero me he estado preparando para esta nueva montaña rusa emocional . Estaba convencida de que volverían a absolverla. Convinimos en encontrarnos personalmente por primera vez una semana antes del veredicto.
Knox sugiere que nos reunamos en un café próximo a su casa, en Seattle. Después de haber estado escribiéndonos durante casi cinco años, sigo sin estar seguro de a quién voy a encontrarme. Knox es una joven bajita y delgada, vestida con pantalones y zapatos planos. No se ha maquillado, y en su piel son visibles algunas erupciones. Sorbe un café con leche y habla de la universidad, de que está haciendo nuevos amigos No quiero que mi vida sea eso . Y ‘eso’ significa la acusación de asesinato y todo lo que implica. Pero, según reconoce, al final, siempre llega el momento en que tiene que revelar su verdadera identidad.Habla sobre la forma en que los medios de comunicación han descrito su carácter. La gente ha exagerado lo extraño de mis reacciones. Pero es que a mí me daba igual lo que la gente pudiera pensar. No pensaba que para causar buena impresión era mejor quedarme sentada y quietecita. Si estaba angustiada y tenía el impulso, me levantaba del asiento y empezaba a pasearme de un lado a otro. Ahora, me ando con mucho más cuidado .
Le pregunto por el beso que se dio con Sollecito en la puerta de la casa la mañana posterior al asesinato de Kercher y que tan malo fue para su imagen. La prensa lo presentó como si yo no albergara el menor sentimiento. Dieron a entender que estaba morreándome con mi novio porque estoy obsesionada con el sexo. En realidad, me sentía hundida y devastada. ¡La prensa tomó imágenes toda la mañana, pero en la tele tan solo aparecieron cinco segundos! . Knox reitera que, si sonreía en el juicio, tan solo lo hacía en atención a su familia. Porque no quería que me vieran asustada, quería levantarles el ánimo. Todo se reducía a interactuar con las personas a las que quiero, para que se sintieran mejor.
¿Está visitando a un psicólogo? No. Lo he intentado dos veces, pero me parece una salida fácil. Siempre me digo que tendría que ser capaz de poner mi cabeza en orden por mi cuenta, lo que tampoco termina de ser verdad, reconoce. ¿Está tomando antidepresivos? ¡Ni hablar! -me contesta-. Estoy en contra de los antidepresivos. El problema no está en los elementos químicos de mi cerebro; está en la realidad. Y no me parece buena solución engañar al cerebro para que reinterprete la realidad de una forma más bonita.
¿Sigue fumando marihuana o ha dejado de hacerlo después de que la Fiscalía argumentara que el cannabis trastornó su mente? Sí, lo he dejado. Aunque nunca fui una fumadora habitual de ‘maría’, por mucho que la gente pensara lo contrario. Y lo que está clarísimo es que no maté a nadie por haberme fumado un ‘petardo’. Que dos chavales sin ningún antecedente de violencia se hayan convertido en dos depredadores sexuales psicópatas por fumar ‘maría’ es rizar mucho el rizo , agrega con amargura.
Pregunto si la prisión la ha cambiado, y Knox no sabe por dónde empezar. Sonríe. Bueno, está claro que cuando veo una película ya no me fijo en tonterías como las botas de la protagonista. Según indica, toda su familia está muy afectada. Mi madre ahora es incapaz de concentrarse en algo. Ya no puede ni leer. Mi hermana menor de pronto ha madurado muchísimo. Mi padre está muy afectado, triste. Yo soy mucho más antisocial. Me siento incómoda en los lugares donde hay mucha gente. Tengo menos calma. Mi familia me dice que ahora me tomo muy a pecho cualquier minucia. Y yo, bueno, pues me disculpo. Mi familia está muy unida .¿Se siente frustrada cuando la gente le dice que nunca va a saberse lo que pasó en realidad? Me parece que está clarísimo que yo soy inocente. Con las pruebas de que disponen es imposible que puedan acusarme de haber cometido ese crimen .
¿Por qué es imposible? Meredith era amiga mía, y yo jamás hubiera hecho una cosa así. No tengo el menor antecedente delictivo. Y en el dormitorio no encontraron el menor rastro mío. En el cuarto había sangre por todas partes, muestras de la persona que cometió el crimen. Las pruebas circunstanciales que apuntan en mi dirección son irrelevantes, pura basura. Y el hecho es que la Fiscalía nunca ha podido explicar por qué en la habitación no había muestras de mi ADN . Knox parece indignada. Le pregunto cómo es posible que confesase que estuvo en el lugar de un asesinato y llegase a implicar a un ino De forma tranquila, empieza a explicar. Lo primero que te dicen es que tienes que acordarte y que, si no te acuerdas, van a meterte en la cárcel. Yo sentía remordimientos por encontrarme tan confusa. La Policía hacía lo posible por que sintiera remordimientos. Después, me aseguraron que Raffaele les había dicho que yo no había estado con él en su casa, lo que me descolocó. Y no era cierto. Luego, me mostraron ese mensaje en el teléfono móvil. ‘¡Trate de acordarse!’, insistían. ‘¿Quién es este Patrick al que envió un mensaje? En el mensaje pone bien claro que este tal Patrick se olvidó algo por allí’. Yo llevaba horas devanándome los sesos, pero no me acordaba de nada, y ellos no hacían más que chillarme y decirme que, si no me acordaba, me caerían 30 años por complicidad con el asesino.
Finalmente les di el nombre de Patrick, y al momento me puse a llorar. Pensaba que, ¡por Dios!, todo cuanto me decían por fuerza tenía que ser verdad. Seguramente era cierto que había presenciado el asesinato de mi amiga, pero ahora me sentía tan traumatizada que ni siquiera llegaba a recordarlo. Terminaron por comerme la cabeza y convencerme de la veracidad de esta espantosa versión de los hechos Me sentía tan abrumada que estuve llorando durante no sé cuánto tiempo. Estaba delirando . Con los ojos anegados, hace una pausa y explica. Yo no era más que una niña cuando todo eso pasó. ¡Yo aún era una niña! No estaba preparada para algo así . Los siguientes días volví a ver a Amanda en la casa de su madre, rodeada por su familia. Con ellos vio en la televisión el 30 de enero a un juez italiano confirmar la sentencia inicial. Sollecito y Knox son declarados culpables de asesinato y condenados a 25 y 28 años de cárcel, respectivamente.
El 3 de febrero, cuatro días después del veredicto, llamé a Knox. Me siento totalmente perdida. Es verdad que estoy mejor aquí, en los Estados Unidos, donde la gente sigue creyendo en mí Pero una vez le hablé de la sensación de ser una mujer marcada. Que todos me vieran como una mujer absuelta de un asesinato ya era malo, pero mucho peor resulta que te vean como una criminal. Duele mucho. Hago lo posible por vivir el instante, por mantenerme ocupada, porque de lo contrario todo resulta demasiado abrumador. Me siento como si me hubieran diagnosticado un cáncer .
TODAS LAS PISTAS DEL CRIMEN
-El asesinato. Meredith Kercher, una estudiante inglesa de 21 años, aparece muerta en su piso de Perugia el 2 de noviembre de 2007. Ha sido degollada y acuchillada. Está semidesnuda. Ha mantenido relaciones sexuales. Le han robado sus tarjetas, dos móviles y 300 euros. El cuerpo es hallado por una de sus compañeras de piso -Amanda Knox-, su novio -Raffaele Sollecito- y dos agentes de Policía a los que llaman al sospechar que ocurre algo extraño. La puerta de la habitación de Kercher estaba cerrada con llave.
-La detención. Cuatro días después, la Policía detiene a Knox y Sollecito. Amanda, estadounidense de Seattle, tiene 20 años y lleva seis meses en Perugia estudiando idiomas y Literatura. Raffaele, de 24 años, estudia Ingeniería. Son pareja desde hace solo cinco días. La teoría de la Policía es que ambos -que habían tomado alcohol y drogas (marihuana, según ellos mismos)- asesinaron a Meredith por negarse a participar en un juego sexual.
-El interrogatorio. El interrogatorio a Amanda se prolonga cuatro días. Ella accede a declarar sin abogado y en italiano, idioma que no domina. Esa declaración es el origen de sus problemas. Confiesa haber estado en la casa y haberse tapado los oídos para no oír los gritos de Kercher. Y acusa del asesinato a Patrick Lumumba, su jefe en un bar en el que trabajaba como camarera. Horas después se retracta. Dice que los policías la han intimidado. Pero vuelve a caer en contradicciones. Lumumba es detenido, pero tiene una coartada sólida.
-Sollecito. Raffaele Sollecito también se contradice en sus declaraciones ante la Policía. Primero dice que Amanda estuvo con él en su apartamento esa noche, pero que se fue de madrugada. Luego, que no se fue hasta las diez de la mañana. El italiano también alega presiones policiales. El fiscal lo presenta como un pelele manipulado por Amanda. Él admite estar fascinado por ella, mucho más experta que él en materia sexual. Pero niega cualquier implicación en el crimen.
-La prensa. La prensa sensacionalista entra en juego. Knox es presentada por amigos anónimos como consumidora habitual de drogas, devoradora de hombres y hasta se analiza al milímetro la fría mirada de sus ojos azules. En su contra juegan detalles como el beso que ella y Sollecito se dieron al día siguiente de la muerte de Kercher. Hasta su mote de cuando jugaba a fútbol, Foxy Knoxy, que hacía referencia a su destreza, se interpreta ahora como ‘zorra’
-La investigación. Esta es confusa. En el dormitorio donde murió Kercher no hay restos de ADN de Knox ni Sollecito. Solo hay ADN de una tercera persona. Rudy Guede, un italiano originario de Costa de Marfil con antecedentes policiales. Guede había huido a Alemania, pero el 20 de noviembre lo detienen. Reconoce haber estado en la casa de Meredith. Dice que mantuvo relaciones sexuales con ella y fue al baño. Cuando volvió, vio a un desconocido con un cuchillo huyendo. Desde el baño no oyó nada porque llevaba puestos los cascos.
-Versión guede. Rudy Guede varía su versión con los días. Dice que, al volver del baño, se encontró a Knox y a Sollecito matando a Meredith. Nada menos que 43 puñaladas. Y, confundido, no hizo nada. Luego huyó por miedo a verse implicado. Pero cuando la Policía usó como señuelo para encontrarlo a un amigo suyo al que grabó, dijo que Knox no estaba implicada y que no conocía a Sollecito. La relación real entre los tres implicados no está clara. El marfileño era amigo de unos vecinos de Meredith y Amanda y podría ser su proveedor de marihuana.
-Otros rastros. La investigación abre otras vías para implicar a los novios. La Fiscalía encuentra una pequeña muestra del ADN de Knox, mezclado con el de Kercher, en un cuchillo descubierto en el piso de Sollecito, que en principio se consideró como posible arma del crimen, aunque nunca se llegó a determinar que lo fuese. También detectó el ADN de Sollecito en una pequeña hebilla arrancada del sujetador de Kercher. La muestra es tan mínima que algunos expertos no la consideran válida.
-La defensa. La defensa de Knox y Sollecito se centra en que no hay ADN en la escena del crimen, no hay móvil y no tienen antecedentes. La parte menos coherente son sus declaraciones. Amanda dijo haber vuelto a casa tras pasar la noche con Sollecito y haber visto gotas de sangre en el baño, pese a lo cual se duchó sin alarmarse. Tan solo se asustó cuando vio heces en el retrete [este detalle será, a la postre, relevante]. Vio que la puerta de Meredith estaba cerrada. Entonces volvió a casa de Sollecito y llamaron a la Policía.
-El juicio. Este comienza en mayo de 2008. En diciembre de 2009, dos años después de la muerte de Kercher, Knox y Sollecito son condenados como sus asesinos. Amanda, a 28 años y Raffaele, a 25. [A Knox le caen tres años adicionales de condena por difamar a Lumumba]. Rudy Guede había sido condenado antes, en juicio rápido, tras acceder a declararse culpable. A él le cayeron 30 años, pero la pena se le reduce a 16 por implicar a Amanda y Raffaele.
-Absolución. Los condenados recurren la decisión del tribunal. En octubre de 2011, sus condenas son revocadas por un tribunal de apelación. El informe pone en entredicho la actuación policial y la investigación forense. Desestiman las pruebas de ADN en el cuchillo y en el tirante del sujetador. Una vez absueltos, Sollecito vuelve a sus estudios en Florencia y Amanda regresa de inmediato
-Nueva condena. Los abogados de Meredith recurren y logran un nuevo juicio. En enero de 2014, Knox y Sollecito son declarados culpables por el Tribunal Supremo, que ratifica su condena. Ahora, el fiscal plantea que el móvil no es una fantasía sexual, sino una discusión por la higiene del piso [a raíz de las heces en el baño]. A Sollecito lo detienen en la frontera con Suiza, donde su familia tiene casa. Amanda apela a los estadounidenses para que veten su extradición. Ambos han recurrido la decisión. La siguiente sentencia, en 2015.
