El asesinato de su ciudadana más rica ha dejado al Principado en estado de ‘shock’. Tras su muerte, la cara oculta de este reducto para millonarios ha salido a la luz. La fascinación ha dado paso a un escenario donde conviven mafias italianas y rusas, problemas financieros y una batalla por el trono. Bienvenidos al lado oscuro del reino del ‘glamour’. Por Carlos Manuel Sánchez

[publicado el 8 junio 2014]

El asesinato de Hélène Pastor, la mujer más rica de Mónaco, tiene al país conmocionado y a los Grimaldi en estado de pánico. La seguridad del príncipe Alberto, su mujer Charlène Wittstock, sus hermanas Carolina y Estefanía y sus sobrinos ha sido reforzada. ¿Por qué esta psicosis?

Las mismas leyes fiscales que atrajeron a los ricos pueden haberlo convertido en un nido de gánsteres

Hélène pastor era una anciana de 77 años severa y frugal que no encajaba en la vida mundana del Principado. La antítesis de los Grimaldi, y eso que ambas familias son íntimas desde los años treinta. A los Pastor, de hecho, se los considera los súbditos más fieles y discretos de los príncipes monegascos, fuesen Luis II, Rainiero III o ahora Alberto II.

Hélène, sin embargo, no era una dama adinerada más. Era la matriarca de la familia Pastor, el clan de constructores más poderoso del Principado, dueños de unas cuatro mil de las veinte mil viviendas de lujo que forman el parque inmobiliario del país con el suelo más caro del mundo. La fortuna de los Pastor supera incluso la de los Grimaldi, que han gobernado Mónaco desde el siglo XIII con una mezcla de astucia y hedonismo y cuyo patrimonio comenzó a engordar gracias a la iniciativa de dos avispados príncipes decimonónicos: Florestán I, que legalizó el juego, y Carlos III, que ordenó construir el casino de Montecarlo, que ya no es lo que era y que el año pasado arrojó unas pérdidas de 50 millones de euros.

¿Alguien ordenó la ejecución?

Para los Grimaldi sería más tranquilizador que todo se tratase de un asunto personal, una desavenencia por algún oscuro negocio inmobiliario. El problema es que tiene el sello de la mafia. En tal caso, las mismas leyes permisivas con el blanqueo y la evasión fiscal que han atraído desde hace décadas a los ricos, pero también a la delincuencia organizada, pueden haber convertido el Principado en un nido de gánsteres potencialmente ingobernable. ¿Es el fin de una era, la de la crónica rosa, que ha dado paso a la crónica negra?

La infiltración de la Camorra napolitana y la ‘Ndrangueta calabresa en el Principado es bien conocida desde hace décadas, a rebufo de las recalificaciones urbanísticas. Se aprovechan del estatus de las sociedades civiles inmobiliarias, que permiten traspasar una vivienda sin que aparezca el nombre del comprador. Ideal para lavar dinero. Además, existe el codiciado derecho de residencia, el gran imán de Mónaco, cuya población se divide en ciudadanos y residentes.

El Principado necesita liquidez, y el príncipe Alberto se plantea levantar una isla para construir más viviendas de lujo

La ciudadanía se adquiere por derechos de sangre. La residencia, por dinero. Una cantidad variable, pero generosa, que depende del banco donde se ingrese. Ser residente tiene una gran ventaja: no se pagan impuestos. Los franceses tienen prohibido aspirar a la residencia monegasca, pero no así los italianos. La colonia transalpina es la más numerosa: 7500 expatriados. Saque conclusiones usted mismo… Pero a los jueces instructores no les encaja un detalle. ¿Un capo ordenando el asesinato de una mamma, esa institución sagrada para sicilianos, genoveses y napolitanos?

¿Y la emergente mafia rusa que está colonizando la Rivera italiana y la Costa Azul y que desprecia los lazos familiares? Alberto ha apostado por los inversores rusos, que prefieren tener sus fortunas seguras en Occidente. Hoy constituyen ya la quinta mayor comunidad de residentes. «Hay una estrecha amistad entre Alberto y Putin», contaba hace poco a Stern Vasily Klyukin, un banquero ruso. Pero de nuevo surgen dudas. ¿Qué gana causando tal conmoción un vor, un príncipe de los ladrones moscovita, que vive a cuerpo de rey en un lugar donde no se hacen preguntas y donde la Policía y el fisco no importunan si inviertes tu dinero y te comportas?

¿Ha sido entonces un ajuste de cuentas? ¿O un golpe en la mesa? ¿Las presiones de Francia y la Unión Europea para que Mónaco levante el secreto bancario han puesto nerviosos a ciertos delincuentes y el asesinato es una advertencia? ¿Cómo afectará al Principado, con su atractivo algo ajado, como si los estragos de la edad en los Grimaldi afectasen también al territorio, del que ya hace tiempo empezaron a desertar actores, actrices y modelos y se nutre ahora de deportistas, menos glamurosos? Solo hay que pensar en la melancólica Charlène. La princesa consorte era una nadadora que ganó tres medallas de oro en los Juegos Panafricanos de 1999 y siempre que se la compara con su predecesora, la actriz Grace Kelly, leyenda de Hollywood con un Óscar en su haber e icono mundial de la elegancia, la sudafricana sale perdiendo. Y lo peor son los reproches que se le hacen desde cierta prensa del corazón no la del Principado, que solo informa de lo que le gusta a palacio, que le recrimina su resistencia a darle un heredero a su país.

Juego de tronos

En todo caso la continuidad dinástica, un asunto capital, ya que existe un tratado por el cual «la Roca» -como llaman los monegascos a su país- pasaría a manos francesas en ausencia de un sucesor, está asegurada. El carácter previsor del príncipe Rainiero lo llevó, antes de morir, hace ya nueve años, a modificar la Constitución para que, viendo que su hijo Alberto no conseguía encontrar una esposa adecuada, el primogénito de la princesa Carolina -Andrea Casiraghi-pudiese heredar el trono. La ley dinástica, asimismo, permite que Charlène y Alberto adopten un hijo, al tiempo que excluye a los hijos del príncipe con una camarera y una azafata de la línea sucesoria.

Al ver que Alberto no hallaba esposa, Rainiero modificó la Constitución para que el hijo de Carolina heredase el título

Pero mientras se aclara el futuro de la dinastía, el presente del Principado, escenificado de forma excesivamente contundente por el asesinato de Hélène Pastor es que la Roca está llena de grietas. Ya no es la máquina de hacer dinero de la que se vanagloriaba Rainiero, sobre todo porque ya no queda suelo edificable. Alberto se ha planteado levantar frente a su costa una isla para construir más viviendas de lujo, lo que choca con la imagen de ecologista que intenta proyectar. Pero el Principado necesita liquidez y su mayor fuente de ingresos es la tasa que cobra cada vez que una vivienda cambia de manos.

La construcción del nuevo Tour Odéon está casi concluida, con lo que el skyline local gana un rascacielos de 49 pisos. El ático se vende por casi 300 millones de euros, el más caro del mundo, de los cuales el Estado se embolsaría 30. ¿La eterna fiesta de los monegascos ha terminado? Quizá no. Lo más tranquilizador sería que todo fuese una cuestión de deudas, la otra hipótesis que baraja la Policía; un asunto privado de los Pastor que no afectaría al statu quo.

El poder en la sombra

El Grupo Pastor posee medio millón de metros cuadrados en el Principado, la cuarta parte del segundo país más pequeño del mundo, tras el Vaticano, donde el metro cuadrado cuesta 40.000 euros. La avenida de la Princesa Gracia es una de las más caras del planeta. Y allí posee varios edificios y cientos de viviendas. Los Pastor son promotores independientes y con aversión a endeudarse, por lo que prescinden de bancos e intermediarios. Tienen dos máximas: no parecer más ricos que la dinastía reinante y reinvertir los beneficios. ¿Su secreto empresarial? Nunca ceden la propiedad de sus inmuebles; los alquilan. Y, en 50 años, los precios se han multiplicado por cien. Un estudio en Montecarlo cuesta hoy 15.000 euros al mes.

Ahora bien, no busquen a los Pastor en la lista Forbes, no los encontrarán. Son propietarios de cientos de sociedades que no cotizan en Bolsa. Dicen que su riqueza alcanza los 30.000 millones de euros. Es solo una estimación, porque en Mónaco rige la ley del silencio. Una omertá por triplicado. Callan los periódicos, Hacienda se tapa los ojos y las familias de bien no dicen ‘esta boca es mía’. Los Pastor, menos que nadie. Al parecer, Gildo Pallanca Pastor, el hijo de Hélène, no habla ni con la Policía ni con la prensa. Y tampoco suelta prenda el dentista Claude Pallanca, exmarido de la asesinada. «No quiero tener problemas», se excusa. Por cierto, que Claude es cónsul honorario de Rusia. Un detalle que los investigadores no han obviado.

La excéntrica millonaria

Hélène era alérgica a los excesos y a las fiestas. Ni siquiera acudía al tradicional Baile de la Rosa. Peinado austero, chaqueta de Chanel de temporadas pretéritas, mayordomo árabe, Mohamed, también enfermero y chófer; que siempre la acompañaba. Su única excentricidad conocida: recorrer las calles de Mónaco en un taxi londinense, como una Miss Daisy de la Costa Azul.

Una gran señora que sabía cómo comportarse para que todos guardaran las distancias en su presencia, incluido su hijo Gildo, de 47 años, ¡ese fantasioso!: que si los coches de carreras, que si las faldas… ¡Qué dolor cuando se enteró de que revendía los regalos que ella le hacía para pagarse sus caprichos! Le puso un sueldo, pero es un manirroto. Una sesión de ingravidez, un loft de 500 metros cuadrados con una moto en el salón… ¡Y qué poca vergüenza la de sus acreedores, que la importunaban para que se hiciera cargo de sus deudas!

El único del clan Pastor que se ha saltado la norma de oro, no endeudarse, es ahora el heredero.Hélène tenía genio. Se bastaba y se sobraba para defenderse de tanto interesado. Siempre lo había hecho. No llevaba escolta. ¿Quién se iba a meter con una anciana? Además, Mohamed no se separaba de ella. Y Mónaco es el país más protegido del mundo. 517 policías para una población de 32.000 residentes. Un agente y una cámara de seguridad por cada 62 habitantes. Siempre fue una mujer correosa, acorazada de orgullo y de coraje. En el hospital, después de ser tiroteada, recobró la conciencia y soportó un breve interrogatorio con los investigadores. Antes de morir, el pasado 21 de mayo, les dijo que ignoraba quién podía estar detrás. Que no tenía enemigos. Quizá se equivocaba. Si así fuera, Alberto respiraría mucho más tranquilo.

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