Encerrado con sus hijos y el personal de servicio en su mansión de Las Vegas, los únicos hombres en quienes Michael Jackson confiaba antes de morir, en 2009, eran sus dos guardaespaldas. En esta entrevista revelan cómo era la vida de la estrella. Por Bill Whitfield y Javon Beard

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Los tres últimos años de su vida, Michael Jackson era un recluso: el cantante vivía solo en Las Vegas, con sus tres hijos, la cuidadora de los niños y los agentes de seguridad Bill Whitfield y Javon Beard.

El padre de Jackson: un matón

Bill. Lo que volvía paranoico al señor Jackson era el sentirse desprotegido ante su propio círculo. Nos quería a su lado para esconder sus movimientos a sus abogados y representantes. Éramos el dique de contención entre él y su familia. Ningún familiar estaba autorizado a cruzar la entrada principal sin previo aviso, a excepción de la señora Jackson, su madre. Todos los demás tenían que concertar una cita. La situación era muy delicada.

Janet Jackson: «El legado de mi hermano Michael sigue vivo»

Constantemente se acercaban admiradores a echar un ojo a la mansión. Cierto día vimos que un PT Cruiser pasaba frente a la casa varias veces. Nos chocó. Al día siguiente, el mismo PT Cruiser se detuvo en la entrada. Fui a ver quién era. Era el padre del señor Jackson: Joe Jackson. Un tipo de aspecto peligroso. Yo no hacía más que decirme. «Maldita sea, este es el fulano que zurraba a los cinco chavales de los Jackson Five» .

Le pregunté; -«¿Cómo está usted, señor?». El hombre me miró tras la verja con esos ojos desagradables suyos y dijo: «Tiene usted la pinta de ser uno de esos que ayuda a mi hijo a chutarse drogas por la vena». «No respondí. Vengo a ver a Michael», dijo.

Entré en la casa para avisar al señor Jackson. Oía música a todo volumen. « Señor, su padre está fuera», dije.

» ¿Tiene cita? ¿Está en la agenda del día?»

«Me temo que no, señor» .

«Pues no hay visita que valga. Estoy trabajando, que concierte una cita» , afirmó concluyente.

Me puso en un brete. Fui andando hasta la verja. «Maldita sea, -pensaba, ¿y ahora cómo le digo a este hombre que necesita cita para hablar con su hijo?» .

Le dije que el señor Jackson estaba ocupado, que si no le importaba volver al día siguiente. Le tendí la tarjeta con mi número. Se negó a cogerla. «¡No necesito su maldito teléfono! ¡De no haber sido por mí, ningún cabrón como usted tendría trabajo! ¡Yo puse en marcha toda esta mierda!» .

La fiesta de Elizabeth Taylor

Bill: El señor Jackson y Elizabeth Taylor eran amigos. Ella iba a celebrar su 75 cumpleaños por todo lo alto. El señor Jackson iba a acudir a la fiesta.

Javon: Lo primero que hizo fue llamar a Roberto Cavalli, el diseñador, para que le hiciera un traje. Cavalli se embarcó en el primer vuelo hasta aquí. También hizo venir a su peluquero y a su maquilladora. Estaba tomándose el asunto muy en serio.

Bill: Llegó el día de la fiesta, y durante toda la jornada estuvo de muy buen humor. De un buen humor contagioso. Nos disponíamos a salir, pero el señor Jackson estaba tardando una eternidad en arreglarse. Seguíamos a la espera, cuando de repente, ¡BUM!, un ruido de mil demonios. Me giré y vi que un Mercedes se había lanzado a toda velocidad contra el portón y había entrado en el recinto. Eché mano a la pistola y corrí hacia el vehículo.

Javon: Nuestro jefe estaba saliendo por la puerta del garaje en ese momento. «¡Señor Jackson! ¡No!» , grité. Lo metí en la casa a empujones. Estaba alterado y no hacía más que preguntar. «¿Qué es lo que pasa? ¿Cuál es el problema?» .

Bill: Saqué la pistola y encañoné al conductor. Me quedé helado. «Joder -me dije. Es su hermano. Randy Jackson». Randy entreabrió la ventanilla y gritó. «¡Deje de apuntarme o llamo a la prensa!».

¿La prensa? Eso era lo último que quería el jefe. Me acerqué y dije. «Señor Jackson, no puede hacer esto» .

«Vengo a ver a mi hermano», respondió.

Javon: Se puso a chillar como un descosido, repitiendo que le debían dinero y que no iba a marcharse sin el dinero. «¡Michael me debe una pasta! ¡Quiero el puto dinero!».

Bill: Le pedí que habláramos de forma civilizada. Se negó. La situación era complicada. Dejé a Javon vigilando a Randy y entré en la casa para hablar con el señor Jackson. «Su hermano Randy ha entrado en el recinto por las bravas. Dice que no se marchará sin haber hablado con usted». El señor Jackson torció el gesto. «Se las arreglará para seguirnos hasta la fiesta de Liz y montará un escándalo de los gordos; Liz no se merece una cosa así».

El señor Jackson siguió sentado en silencio, suspiró y dijo. «Bueno. Yo me voy a la cama». Subió al piso de arriba, cerró la puerta y no volvió a salir.

Javon: Después de este episodio, el señor Jackson no salió de la casa durante tres días seguidos. No le oímos decir una sola palabra. No oímos que llamara a nadie… Nada. Sencillamente se aisló.

Las extrañas enfermedades

Bill: Una semana después, su familia se reunió al completo a la una de noche. Estaban todos, a excepción de Randy y de Marlon. Tuve la impresión de estar contemplando una especie de reunión de los Jackson Five. Fui a la entrada y les pregunté a qué venían a esa hora de la noche. «Hemos oído que nuestro hermano está enfermo».

Ningún familiar estaba autorizado a cruzar la entrada principal de la casa sin cita previa, a excepción de su madre

Les dije que el señor Jackson no estaba mal de salud. Me respondieron que querían verlo y que no iban a marcharse. Estaba en un aprieto. El señor Jackson nos había dado órdenes de no molestarlo. Volví a la casa, llamé al timbre y esperé a que el señor Jackson bajara. Le dije. «Señor, su familia se ha presentado. Insisten en verlo».

Se llevó un disgusto. «Dígales que estoy perfectamente».

«Señor, no van a marcharse hasta verlo a usted» , le respondí.

Guardó silencio y dijo: «De acuerdo, hablaré con ellos. Pero no quiero que entren en casa».

«Puedo hacer que vayan al camión del equipo de seguridad -dije. Allí podrá hablar con ellos».

«Muy bien. Pero solo voy a hablar con mis hermos»

Fui a la puerta y anuncié. «El señor Jackson solo quiere ver a sus hermanos».

¿Y yo qué? , dijo alguien situado al final del grupo. Al principio no vi de quién se trataba. Hasta que me di cuenta de que era Janet. Me entraron ganas de gritar. «¡Vaya! ¡Janet Jackson!». Pero me contuve y dije. «Lo siento, señora. Usted, no» .

Los hermanos dieron un paso al frente. Los acompañé hasta el interior del camión. El señor Jackson y ellos estuvieron dentro 20 minutos. No tengo ni idea de qué hablaron.

Javon: Más tarde nos enteramos de que habían venido porque les había llegado el rumor de que su hermano estaba enfermo, pero quienes estaban malos eran sus hijos. Habían pillado un resfriado. El señor Jackson los acompañó a la consulta del médico a última hora de la tarde, cuando se suponía que estaba cerrada. La recepcionista de la consulta filtró la noticia de que Michael Jackson había ido a ver al médico, y la familia se enteró y se sintió escamada.

«Los niños no tenían amiguitos. A veces sentías lástima de ver lo aislados que estaban, pero eran felices»

Bill: Ese era el problema de ser Michael Jackson. El simple hecho de llevar a los hijos al médico requería planificación. Bastaba con una filtración y el bulo empezaba a correr.

Las fiestas para sus hijos

Bill. Cuando celebraba una fiesta de cumpleaños de los niños, el señor Jackson nos entregaba un listado con todo lo que quería. «A ver. Quiero un payaso. Un mago. Una máquina de palomitas. Otra de hilar azúcar. Un castillo hinchable». Sus instrucciones eran muy específicas. «Quiero que el payaso sepa hacer globos con formas de animalitos».

Javon: Siempre hacíamos lo mismo. Cerrábamos una juguetería para que los niños pudieran hacer sus compras sin ser molestados. Cuando los niños volvían, se llevaban la gran sorpresa. les habíamos conseguido el mago, el payaso, la máquina de azúcar hilado…

Bill: A esas fiestas no venían invitados; no había otros niños. Solo los payasos, el señor Jackson… Los niños no tenían amiguitos. Recuerdo que un día pasamos en coche frente a una escuela. Era la hora del patio. Paris y los dos niños tenían los rostros pegados a las ventanillas. Miraba a los otros chavales con fascinación.

Javon: A veces sentías lástima al ver lo aislados que estaban, pero eran felices. Cuando el señor Jackson tenía que salir y dejar a los niños en casa, cada uno de ellos se despedía diciéndole. «Te quiero, papá» . Y él respondía: «Y yo te quiero más todavía» . Era un pequeño ritual que compartían. Y cuando él volvía a casa, los tres salían a recibirlo gritando: » ¡Papá! ¡Papá!».

Bill: Los cuatro formaban una especie de pequeña unidad. No tenían a otras personas en el mundo.

Su ‘amiga’ desconocida

Bill: Una vez, el señor Jackson me dijo que una amiga iba a visitarlo. El se refería a ella como la ‘amiga’. Le pregunté. «¿Tengo que comprobar su historial por seguridad?».

«No, no, con ella no hay problema», respondió. Fuimos a recogerla al aeropuerto. Tenía acento de Europa del Este.

«La ‘amiga’ echó mano del móvil y, camino del hotel, llamó al señor Jackson: ‘Ya estoy aquí’. Nadie más tenía su número»

Javon: Era hermosísima. Mientras volvíamos del aeropuerto, echó mano al móvil, llamó al señor Jackson y dijo. «Ya estoy aquí. Tus hombres me están llevando al hotel». Estaba claro que se trataba de alguien importante. Nadie más tenía el número del señor Jackson. Hicimos que se registrara en el hotel.

Bill.: La ‘amiga’ llevaría unos dos días en la ciudad cuando el señor Jackson fue a verla bien entrada la noche. Entrábamos de tapadillo por la salida de emergencia y lo acompañaba hasta la habitación donde estaba alojada esta mujer. La primera vez que lo acompañé, estuvo con ella unas cuatro horas. Siempre se las arreglaba para estar de vuelta en casa a la hora del desayuno de los niños. La ‘amiga’ estuvo en la ciudad una semana.

Javon: Fue la primera en visitarlo. La segunda fue una mujer a la que él denominaba ‘flor’. Todos los desplazamientos los hacíamos en secreto.

Bill. Me quedé con la impresión de que ‘flor’ no le atraía tanto como la ‘amiga’. Cuando ella venía, el señor Jackson nos hacía comprarle regalos de los buenos; un día me ordenó ir a Tiffanys para que grabaran su nombre en una pieza. Se cogían de la mano, y en el coche se abrazaban, se besaban…

El funeral, como en Hollywood

Bill: Tras su fallecimiento recibí una llamada. Una mujer lloraba al otro extremo «Bill, soy Joanna» , dijo. ¿Joanna? Yo no conocía a ninguna Joanna.

«Bill, soy yo -me dijo. Soy la ‘amiga'» .

«Ah. La ‘amiga’. Hola, ¿cómo se encuentra?», pregunté.

La mujer seguía llorando. «Bill, tengo que ver a Michael. Tengo que decirle adiós. Ayúdeme, Bill».

La mujer no sabía cómo decir ‘servicio fúnebre’. Todo el rato usaba la palabra show. «Bill, tengo que ir al show«, decía. Pero no había forma de colarla. El señor Jackson la había mantenido en secreto. No sabía qué hacer. Le dije que ya la llamaría más tarde.

Javon: Yo no quería ir al sepelio. No soportaba ver a todos aquellos famosos fingiendo ser sus mejores amigos. Pura comedia. Entonces, Bill me llamó y me contó lo de la ‘amiga’. Le dije. «Bill, ve tú y dale mi pase a la chica. Se lo merece».

Bill: Llamé a la ‘amiga’. No estaba en los Estados Unidos cuando hablamos, pero vino de Europa en menos de 24 horas.

La mañana del servicio fúnebre, oí que su voz me llamaba por detrás.

«¡Bill!» . Seguía llorando. Daba la impresión de no haber parado de llorar durante los últimos diez días. Una vez dentro, vi que aquello era uno de los típicos numeritos de Hollywood. Famosos por todas partes. Gente charlando, riendo, ‘famoseando’. Penoso. La ‘amiga’ tenía razón. No era un servicio fúnebre. Era un show.

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