Lo odian. Taxistas de medio mundo ven en Travis Kalanick al hombre que quiere arruinarles la vida. Y se han alzado en pie de guerra contra su empresa, Uber, una aplicación que no cesa de robarles clientes. No es la primera vez que este millonario pone un sector contra las cuerdas. Ni será la última, amenaza Kalanick. Por Ixone Díaz Landaluce
Llueve a cántaros en Nueva York. Con la mano alzada, turistas y ejecutivos luchan, a menudo con malas artes, para conseguir que un taxista se pare y los salve del chaparrón. Esta estampa tan típicamente neoyorquina podría tener los días contados. Y Uber, la polémica aplicación que conecta a conductores particulares y pasajeros, convertida en el medio de transporte de moda entre los urbanitas, es la responsable. Hasta tal punto que el gremio del taxi, apoyado por las autoridades locales, se ha alzado en pie de guerra por ciudades de todo el mundo.
Sin embargo, de momeno los taxistas parecen llevar las de perder, ya que los usuarios aseguran que los coches son mejores, más limpios y, sobre todo, que el servicio es más barato y rápido que el de los taxis convencionales. Es tal su éxito que en los Estados Unidos Uber ya se ha convertido en un verbo (como ocurre con Google o Twitter). Un triunfo que hay que adjudicar a un carismático ingeniero informático llamado Travis Kalanick, cofundador y consejero delegado de la compañía.
Con 18 años, Kalanick puso en marcha su primer negocio. A los 30, ya era multimillonario.
De pequeño, Kalanick quería ser espía. En el instituto ya era el chico de las grandes ideas, con un don innato para la persuasión y una confianza arrolladora en sí mismo. De su madre, directora de publicidad del periódico LA Daily News, heredó el instinto comercial; de su padre, un ingeniero, una cabeza privilegiada para las matemáticas. Con 18 años puso en marcha su primer negocio: un servicio para preparar el SAT, equivalente estadounidense a la selectividad. Con sus notas podría haber escogido cualquier universidad, pero se enroló en el campus de Los Ángeles de la Universidad de California para quedarse cerca de casa. El resto es la típica historia del genio precoz que, tras matricularse en Ingeniería Informática, abandona la carrera antes de licenciarse. Tenía mejores cosas que hacer. En 1998 montó junto con unos compañeros de clase el buscador multimedia Scour Inc. y el servicio de intercambio de archivos audiovisuales Scour Exchange. El invento puso a la industria del entretenimiento en pie de guerra, que con la Motion Picture Association of America a la cabeza demandó a la compañía por infringir derechos de copyright. Scour esquivó la demanda declarándose en bancarrota. Pero el revés lo hizo más fuerte.
Un año más tarde fundó Red Swoosh, otro servicio de intercambio de archivos que vendió en 2007 por 19 millones de dólares. Kalanick se convirtió así en un joven millonario con chef personal y mucho dinero. En aquella época, su mansión era refugio de jóvenes que trataban de persuadirlo para financiar sus proyectos mientras jugaban con él a la Wii. Así las cosas, en el verano de 2009, tras una temporada viajando por España, Francia, Grecia, Islandia, Groenlandia, Japón o Senegal, Kalanick y Garrett Camp -un amigo suyo- lanzaron Uber en San Francisco. Kalanick siempre ha reconocido que la idea fue de Camp después de que, una Nochevieja, él y unos amigos se gastaran 800 dólares en un coche con chófer. Solo cuatro años después, y gracias a inversores como Goldman Sachs, Google o el dueño de Amazon, Jeff Bezos, el servicio está presente en casi 60 países y el valor de la compañía alcanza los 18.000 millones de dólares. La empresa, sin embargo, no es la única que hace negocio aquí. Sus conductores en ciudades como Nueva York o San Francisco ganan cerca de 90.000 dólares al año. «Funcionamos más como un chulo que como un jefe. Dependiendo de la ciudad, Uber se queda con el 20 por ciento y el conductor se embolsa el resto», explica.
Funcionamos más como un chulo que como un jefe. El 20 por ciento de lo que gana el conductor es para nosotros.
A Kalanick, un tipo controvertido en sus palabras y en sus formas, Fortune lo nombró «héroe rebelde de Silicon Valley», mientras le llueven las comparaciones con gurús tecnológicos como Jeff Bezos o Steve Jobs. Quienes lo han tratado lo describen como una persona inteligente, descarada e inquieta, pero también arrogante y con un ego sobresaliente. Su vida, dicen, es su start-up. Y no se conforma con hacerse inmensamente rico, quiere trascender y se tiene por un héroe moderno que se ha echado encima al sector del taxi de medio mundo. «Quieren proteger un monopolio que les ha sido facilitado por las autoridades locales. Nosotros trasladamos el mensaje de que un transporte más barato y de mejor calidad es posible. Y creo que nuestra narrativa está ganando», opina.
Puede, en todo caso, que sus próximos rivales sean aún más poderosos. Kalanick pretende desafiar la necesidad de tener un coche en propiedad en un país como los Estados Unidos, donde hace solo una década había más vehículos registrados que conductores. «Muchos de nuestros clientes ya nos dicen: «He vendido mi coche, así no tengo que pagar el garaje». Eso son 500 dólares al mes. Les ahorramos 6000 al año», explica.
Pero Uber tiene planes de expansión: Uber Rush, un servicio de mensajería que podría competir con la mensajería tradicional. Kalanick también debe preocuparse de la competencia de empresas como SideCar, Hailo o Lyft, aunque de momento domina el mercado. «Tenéis mucho que aprender, clones», tuiteó Kalanick tras usar el servicio de Lyft. Pero Uber también tiene sus problemas. Por ejemplo, garantizar la seguridad del servicio. No en vano algunos conductores han sido demandados por acoso sexual a pasajeras. A lo que se añaden las críticas a sus prácticas empresariales. Kalanick se defiende: «Somos agresivos porque queremos tener tantos coches en la calle como sea posible y que el tiempo de recogida sea menor. A veces puede que un equipo en Shanghái o Nueva York sea demasiado agresivo reclutando conductores, pero tenemos principios sólidos y nos sentimos cómodos con nuestra forma de actuar». Agresivo sin disculparse por ello, ambicioso y seguro de sí mismo, solo alguien como Kalanick podría haber conseguido que Uber ya se conjugue como un verbo. De momento, en futuro perfecto.
