Tragedia en Ucrania: el vuelo de los sueños perdidos

Unos se iban de vacaciones, otros regresaban a casa. 298 pasajeros embarcaron en Ámsterdam en el vuelo MH17 de Malaysia Airlines. Poco después, un misil destruía el avión y, con él, las vidas de todos los que estaban a bordo. Estas son sus historias rotas. Por Andreas Albes y Michael Streck

6 cosas que no serán iguales tras el vuelo de Malaysia Airlines

Aeropuerto de Ámsterdam. puerta 3. Mediodía del 17 de julio. Los viajeros se van congregando en la sala de embarque. Familias con niños, científicos, estudiantes, turistas, aficionados al fútbol… Son casi 300 personas; dos tercios de ellas, holandeses. Van camino de sus vacaciones en Bali o de una conferencia sobre el sida en Sídney. Otros prosiguen viaje hacia Nueva Zelanda o, simplemente, regresan a casa. La mayoría está de buen humor; unos pocos, los que tienen miedo a volar, se muestran nerviosos. ¡Malaysia Airlines! La misteriosa desaparición de un aparato de esta compañía el pasado marzo sigue presente. Poco antes del despegue, el holandés Cor Pan fotografía el Boeing 777 estacionado ante la puerta de embarque, luego sube la imagen a Facebook y escribe: «Por si desaparece, nuestro avión es así». Es una referencia al vuelo MH370, el aparato de Malaysia Airlines que se perdió sobre el mar de la China Meridional.

El vuelo solo duró tres horas

Unos días antes, el 29 de junio, los separatistas prorrusos celebraron que se habían hecho con el control de una base militar ucraniana. Más o menos al mismo tiempo, un general estadounidense de la OTAN alertó de que los rebeldes disponían de misiles de gran alcance.

Puerta de embarque 3, aeropuerto de Ámsterdam. En este punto se sella el destino de unas personas a las que la casualidad iba a convertir en compañeros de vuelo durante 12 horas, durante los 10.000 kilómetros que separan Ámsterdam de Kuala Lumpur. Sin embargo, en menos de tres horas, todos compartirán un desenlace trágico.

Ingrid Van der Meer, de 47 años, sube al avión con sus tres hijas: Sophie, de 12 años; Fleur, de 9; y Bente, de 7. Van a Indonesia, de vacaciones. Peter, el padre, no está con ellas. La pareja se ha separado y la madre ha decidido hacer un viaje de ensueño con las niñas, tres semanas en Bali.

A bordo suben también los científicos Joep Lange y su compañera, Jacqueline Van Tongeren; él es una figura en la investigación del sida. En Sídney, muchos colegas esperan la conferencia de este holandés.

La alemana Olga Ioppa, de 23 años, y su amigo canadiense, Andrei Anghel, ambos estudiantes de Medicina, ocupan los asientos D y E de la fila 41. Son pareja desde hace un año. Su plan es dejarse llevar durante cuatro semanas. Descubrir Indonesia. Tomarse un respiro. Cuatro días antes de salir, Andrei le regaló una rosa a Olga para darle ánimos antes de un examen en la universidad. Olga aprobó.

A bordo están los ingleses Liam Sweeney, de 28 años, y John Alder, seguidores del equipo de fútbol Newcastle United, que está preparando la pretemporada en Nueva Zelanda. Alder, de 63 años, no se ha perdido un solo encuentro de su equipo desde 1973. Siempre va de negro a los partidos, por eso lo llaman «el de la funeraria».

En cabina se encuentra ya Sanjid Singh, de 41 años, asistente de vuelo. Ha cambiado con un compañero la vuelta a Kuala Lumpur. Pocos meses antes, su mujer, Tan Bee Geok, asistente de vuelo como él, también cambió el turno. El vuelo en el que tendría que haber trabajado era el MH370, el avión desaparecido. Tan Bee Geok sigue viva.

Una pareja se quedó en tierra

El MH17 está completo. Una pareja escocesa con su bebé se ha quedado sin asiento y les han reservado plaza en el siguiente vuelo, con KLM. El padre protesta, odia la KLM. La familia escocesa sigue viva.

Cuando alcanza el espacio aéreo ucraniano, el Boeing se desvía del rumbo previsto para evitar una tormenta

A las 12.30 horas, el Boeing enciende los motores. El MH17 emprende viaje a Malasia. La tripulación ha servido bebidas y prepara la comida. El avión ha alcanzado su altura de crucero, 10.000 metros. Un vuelo más. Rutina. Sobrevolará Polonia, Ucrania, Rusia y la India hasta descender a Malasia. El itinerario habitual: la ruta L 980. Esta ruta se considera segura, aunque atraviese Ucrania. Parte del espacio aéreo del país está cerrado, pero solo hasta los 9700 metros. Ese mismo día, a la misma hora, otros 17 aviones se desplazan por la ruta L 980.

Cuando alcanza el espacio aéreo ucraniano, el Boeing se desvía del rumbo previsto. Hay una tormenta y los pilotos deciden rodearla y evitar turbulencias. Vuelan hacia el norte bastantes millas y entran en la parte de Ucrania declarada unilateralmente República Popular de Donetsk. Los separatistas rusos y los soldados ucranianos llevan meses luchando allí. A 10.000 metros por debajo del avión hay una guerra.

La tarde del 17 de julio, el sistema de misiles antiaéreos Buk se activa desde su ubicación cerca de las ciudades de Tores y Snischne. Son armas de fabricación rusa. Buk significa ‘haya’. Un nombre pacífico para algo tan letal.

Pocos instantes después, guerra y paz se han cruzado. El vuelo MH17 es alcanzado por un misil tierra-aire. El arma tarda 12 segundos en alcanzar su objetivo. Son las 16.10, hora local. La cabeza del misil perfora el fuselaje. Los orificios producen una brutal pérdida de presión; además, a esa altitud el oxígeno es demasiado escaso para el organismo, a lo que hay que sumar un viento gélido a 50 grados bajo cero. Una persona tarda varios minutos en caer desde 10.000 metros.

Instantes después, el portal de Internet Livenews, cercano al Kremlin, informa de que los separatistas ucranianos han abatido un aparato de transporte del Ejército ucraniano: un Antonov AN26. El comandante local de los separatistas también da la noticia por la Red del derribo de un AN26. Al saberse que el avión es un Boeing 777, todas estas entradas desaparecen de Internet. ¿Los separatistas decidieron derribar un avión civil? ¿Fue un error? Aún no se sabe. Lo que sí se sabe es que los misiles estaban allí, que se usaron y murieron 298 personas.

Los cadáveres volaban por el cielo

La tarde del 17 de julio, Irina Tipunova -de 59 años- está sentada con unas vecinas en el pueblo de Rossipne. Allí viven 3000 personas, pero desde el pasado jueves el pueblo y sus campos son un lugar de muerte, una fosa común. Como todas las tardes, Irina charla con sus ame la guerra y del odiado Gobierno de Kiev, de cómo ha permitido que el este de Ucrania se haya hundido en la miseria. Aquella tarde aparece en el cielo un avión. Las mujeres oyen dos explosiones. Fragmentos de un avión enorme cruzan sobre sus cabezas. «Tras el impacto vino otro estruendo. Había nubes de humo negro».

«Mamá, hay un cadáver en la cocina». El cuerpo de una mujer atravesó el tejado de la casa de Irina Tipunova y su hijo

Irina echa a correr hacia su casa mientras del cielo siguen cayendo fragmentos. En el sótano ya está refugiado su hijo Igor. Cuando el estruendo cesa, Igor sube las escaleras. Vuelve al cabo de unos minutos. Pálido. «Mamá, hay un cadáver en la cocina».

Es el cadáver de una mujer que solo llevaba puesta su ropa interior negra, cuenta Irina. El cuerpo había atravesado el tejado de la casa antes de estrellarse junto al fogón. Todo el pueblo vio lo ocurrido. Todos tienen una parte de la historia que contar. Todos son testigos de una tragedia.

Víktor, un veterano de guerra, asegura que un contenedor estuvo a punto de caerle encima. Dos manzanas más allá todavía hay un asiento del avión en el jardín de una casa; delante de la escuela aparecieron los cadáveres de tres niños. Daniel, un chico pelirrojo de 11 años que paseaba con su bicicleta, dice. «Vi caer la cabina. Y personas que agitaban los brazos».

Los voluntarios peinan la zona

El morro del avión se encuentra en los campos de girasoles detrás de Rossipne. Es una imagen surrealista. Una mezcla de Van Gogh y El Bosco. Girasoles y cadáveres. Separatistas de uniforme, con aire hostil, pasamontañas y el Kalashnikov al hombro. Su comandante se llama Ilja Karlo, pero todos lo conocen como «el enfadado». Nos muestra su identificación, en la que figura que es empleado de la Fiscalía de la República Popular de Donetsk. Le faltan dos dedos. A la pregunta de ¿qué le gustaría decirles a las familias de las víctimas? responde con rabia: «¿Para Occidente esto es una tragedia? ¿Pero quién habla de todos los inocentes, de todos los niños que los fascistas de Kiev tienen sobre sus conciencias?». Junto a él, sobre la hierba, hay 20 bolsas de plástico. El sol pica en la piel, no hay cordón de seguridad, cualquiera puede caminar entre los restos del avión. ¿Qué hay de cierto en las acusaciones de que algunos saqueadores se habrían llevado el equipaje de los pasajeros nada más producirse el accidente? Es mentira. Propaganda ucraniana , responde el comandante Karlo.

Los observadores de la OSCE han llegado; conducen Toyota blindados, llevan chalecos antibalas. Mientras caminan entre los restos, cada uno de ellos va acompañado por un hombre enmascarado armado con un Kalashnikov. «A vuestros observadores lo único que les aconsejo es que presten atención, que se fijen, y comprobarán que los fascistas tienen a civiles sobre sus conciencias», insiste el comandante Karlo. Cuando al cabo de un par de horas los empleados de la OSCE vuelven a sus vehículos, intentamos saber sus impresiones y qué tienen que decir sobre el hecho de que la caja negra del avión fuese llevada a Moscú tras ser localizada. Pero los observadores de la OSCE cierran las puertas de sus Toyota sin decir palabra. Los todoterrenos se pierden en la distancia.

En la página web de la autodenominada República Popular de Donetsk se asegura que los ucranianos habrían llevado a escondidas cadáveres de civiles hasta el lugar del siniestro y que los muertos no pertenecerían al avión estrellado. Por la zona, cada día aumenta el número de testigos que dicen haber visto dos cazas ucranianos persiguiendo al avión de pasajeros hasta derribarlo.

Entre los restos se ven unas varillas con bandas blancas clavadas en la tierra. Marcan dónde estaban los cuerpos

Cientos de voluntarios peinan toda la zona, ocho kilómetros de Oeste a Este, cinco de Norte a Sur. Buscan cadáveres bajo la supervisión de unos combatientes armados. Más tarde llegarán vagones refrigerados, y expertos holandeses se encargarán de identificar los cadáveres. Entre los restos del avión se ven unas varillas con bandas blancas clavadas en la tierra. Son unas 300. Marcan los lugares donde había cadáveres. Hay una varilla por Olga Ioppa. Y otra por su amigo Andrei. Compartían sueños e ideas. La imagen de fondo en la página de Facebook de Olga es una manifestante que sostiene una flor ante las bayonetas de los soldados de los Estados Unidos. Es una conocida foto de la agencia Magnum del año 1967. «Flores en vez de armas», es su mensaje. Uno de los que pincharon el botón de Me gusta fue Andrei.

Vidas rotas

Quince de los ocupantes del Boeing 777 eran miembros de la tripulación. El vuelo debía durar doce horas. Antes de embarcar, uno de los viajeros fotografió el aparato, subió la imagen a Facebook y escribió. «Por si desaparece, nuestro avión es así». Tres horas después, el aparato saltaba por los aires.

"actualidad"