Es y será siempre el hermano de Lady Di. Por eso lo conoció el mundo entero, pero el conde de Spencer es también un notable historiador que acaba de publicar su cuarto libro. Con ese motivo habla de la monarquía, de su hermana y de cómo, a los 50 años, es por fin feliz. Por Hugo Rifkind
Tiene fama de ser un tipo difícil, sobre todo entre los periodistas. Sin embargo, no lo parece cuando se está con él. Eso sí, se cuida mucho de mantener las distancias con su interlocutor. Algo lógico en alguien que te recibe sentado en su palacio del siglo XVII, en Althorp House, al norte de Inglaterra.
«El día en que me dijeron que iba a heredar todo esto me explica mientras miro el entorno con la boca abierta, yo no era más que un niño. Ningún familiar directo me había mencionado el asunto. Finalmente, me lo soltó un primo de mi padre. Con bastantes malos modos, por cierto».
«Yo le dije: ‘¡No quiero nada de todo esto!’. Y es que mi abuelo, el dueño del palacio, era un hombre muy complicado. Yo en aquella época no tenía ningunas ganas de vivir en un sitio así. No era consciente de que uno puede llegar a convertir en su hogar hasta un lugar tan grande como este».
Los hermanos Spencer eran cuatro. Hubo un quinto, John, que estaba destinado a ser el heredero, pero murió pocas horas después de haber nacido. Esto dejó un vacío de cinco años entre los dos mayores Sarah y Jane y los dos menores Charles, el benjamín, y Diana, quien con el tiempo se convirtió en princesa de Gales.
Puedo estar mirando cualquier otra cosa en Internet y, de pronto, me encuentro con otro embuste más sobre Diana. ¡No, por favor!
Sus padres, Johnnie el octavo conde de Spencer, y su primera esposa, Frances, se separaron de forma tempestuosa cuando Charles Spencer tenía cuatro años. Los niños se fueron a vivir a Londres, y el padre no heredó la mansión de Althorp hasta siete años después. «Desde ese momento solíamos venir bastante -explica-. Unas tres o cuatro veces al año. Pero no era agradable. Nos machacaban una y otra vez con que no tocáramos nada. La casa daba miedo, tan enorme y oscura Diana y yo dormíamos en un cuarto de niños tan solo iluminado por una vela que siempre se apagaba. Por las noches oíamos pisadas; eran los ancianos contratados como vigilantes que deambulaban con antorchas en la mano. Sí, este lugar resultaba aterrador».
Si uno es un Spencer y vive en este caserón, tiene sentido que le apasione la historia. De hecho, el conde acaba de publicar un libro sobre Carlos I. Elaborar esta biografía le ha deparado muchas sorpresas. Algunas divertidas, como descubrir que un cuadro que se creía desaparecido de un tal Lord Grey de Groby, el único aristócrata firmante de la sentencia de muerte de Carlos I, estaba encima de su cabeza colgado en una de las paredes de su mansión. «Entiendo que suene ridículo afirma. Tan ridículo como cuando el cantante Sting dijo no saber que su contable le había robado un montón de millones de libras».
El conde de Spencer estudió Historia en el prestigioso Magdalen College de Oxford, pero nunca fue buen alumno. «Tengo bastantes remordimientos, la verdad. Yo era el típico niño bien que antes había pasado por el colegio de Eton. Aprobé sin muchos problemas los exámenes pertinentes, fui a Oxford y luego estuve mucho tiempo sin dar golpe. Hasta que me tocó estudiar de verdad para sacarme la licenciatura. Ahora lo pienso y me llevo las manos a la cabeza. No me enteraba de nada. Soy muy impaciente. Y no tenía el temple necesario para la vida en Oxford».
«Tengo siete hijos, sí, no creo que vaya a tener más»
Su marcha de Oxford coincidió con la boda del príncipe Andrés con Sarah Ferguson. La cadena de televisión estadounidense NBC tuvo la idea de fichar al hermano menor de la princesa de Gales como comentarista. Su madre siempre le había dicho que tenía que buscarse una carrera profesional, así que Charles no se lo pensó dos veces. Los productores, además, le ofrecieron un contrato muy tentador, plagado de viajes. Y allí estuvo trabajando durante siete años, como una especie de corresponsal volante. «Lo primero que me enseñaron fue que las noticias se dividen en tres tipos, según la reacción del público: ‘ese soy yo’, ‘ojalá ese fuera yo’ y ‘menos mal que no soy ese'».
El conde de Spencer ha pasado por similares altibajos en la vida. Está casado por tercera vez, con la filántropa canadiense Karen Gordon, después de haberse divorciado de su primera mujer, Victoria Lockwood, y de la segunda, Caroline Freud. La vinculación con la familia real así como quizá sus propios comportamientos inusuales hizo que en su momento la prensa británica pusiera el foco en las tres. «Soy muy sensible a todas estas cosas -dice refiriéndose a los chismes de la prensa-. Cuando sientes la ira de algunos individuos, las vendettas y no puedes responder. Sí, claro que puedes pasarte la vida entera metido en pleitos con abogados, pero ¿para qué?».
«Ha habido momentos muy difíciles. Que te sobrepasan, que te llevan al límite de lo que puedes aguantar. Mis hijos se han ido haciendo mayores y se han sentido heridos por ciertas cosas. En todas las sociedades se da el chismorreo; es natural. Pero la gente olvida que los objetos de sus chismes también tienen familias, unas familias que lo pasan fatal».
Como el historiador que es, Charles Spencer reconoce que el interés en saberlo todo sobre su familia sobre su hermana, en particular resulta perfectamente legítimo. De hecho, como cualquier otro historiador (o hermano), lo que más le irrita es la inexactitud. «Lo más irónico de todo fue que antes de que a Lady Di le pasara algo, la BBC me pidió que escribiera algo para su eventual necrológica recuerda. Aquello era de muy mal gusto y, por superstición, me negué. Y luego he leído unas cuantas cosas sobre mi hermana que se dan por ciertas y no lo son. Si un historiador serio decide un día investigarlo todo, no tendré problemas en decirle que hay diez cosas que no tienen nada que ver con la verdad. La gente se quedaría con la boca abierta. Hay falsedades que han sido asumidas por todo el mundo como verdades».
Según agrega, intenta no leer ese tipo de mentiras. «Pero es inevitable tropezar con ellas. Puedo estar mirando cualquier otra cosa en Internet y, de pronto, me topo con un nuevo embuste. ¡No, por favor! Solo diré una cosa: desde el primer momento advertí que, a partir de 1981, había dos Dianas: la conocida y la otra, que estaba siendo representada de forma injusta. Casi todas las cosas positivas que leerá sobre ella son ciertas. Lo demás, pura y dura mentira».
El retrato de Diana está en lo alto de las escaleras, junto a otro del propio conde. El palacio hoy no resulta ni oscuro ni aterrador. Althorp es la viva imagen de la perfección. Está claro que el turismo ha tenido que ver con la mejora de la fortuna familiar [muchos de los visitantes vienen a ver la tumba de Diana en la finca], pero también es cierto que hace tres años se vendió la colección de arte conservada en Althorp por 30 millones de libras.
El conde no quiere revelar cuál de sus siete hijos -«¡tengo siete, sí!»- terminará por heredar la mansión. Se limita a comentar que recaerá en el que le parezca más dotado de todos. Sin embargo, a lo largo de la conversación se le escapa que su hijo mayor, Louis, de 20 años, hace poco asistió a una primera reunión con los albaceas del legado familiar. «El chaval ha pasado por ese bautismo de fuego. A mí en su momento me resultó insuperablemente tedioso». Cuando el conde heredó el palacio, tenía 27 años. Los hijos son de sus tres matrimonios y tienen pausa para tomar aire 23, 21 (dos de ellos, mellizos), 20, 10, 8 y 2 años. «Está claro que no voy a tener más. Siete son más que suficientes». Tiene también dos hijastras, de la actual condesa, de 16 y 13 años de edad. El conde y Karen [su novia, por entonces] asistieron a la boda real de hace tres años, pero ni Guillermo ni Enrique fueron a la suya, celebrada poco después en Althorp. Todos hemos visto las imágenes del conde de Spencer andando con ellos tras el ataúd de la madre de ambos, antes de jurar que haría lo posible por protegerlos del tipo de acoso periodístico sufrido por Diana. Quizá por eso no habla de ellos en absoluto.
El conde de Spencer dice estar satisfecho con la vida. Según afirma, «la mejor edad para heredar es a los 35 años, y parece claro que piensa dejárselo todo a Louis cuando llegue a esa edad. «Me gusta eso de ser un patriarca», reconoce. Sentado en su palacio, uno comprende que su visión de la monarquía no tiene por qué basarse en la relación de su familia con la casa de Windsor. Hace 300 años ya hubo un Spencer que recibió un cañonazo en la entrepierna mientras luchaba en defensa de su rey, mucho antes de que los Windsor existieran. Y es posible que un día haya otro Spencer sentado en esta sala, quizá escribiendo un libro de historia, 300 años después de que los Windsor se hayan extinguido.