La desaparición de 43 estudiantes en el estado de Guerrero ha provocado una rebelión popular como no se había dado antes. Pero el fenómeno no es nuevo. Desde 2006 se han registrado 77.000 muertos y 26.000 desaparecidos. El narco se ha hecho más sanguinario. Por Carlos Manuel Sánchez
«Se los llevaron hasta un lugar donde había fosas. Algunos iban heridos. Allí, los ejecutaron. Colocaron algunas tablas de madera y después les pusieron diésel y los quemaron. La gente lo sabe. Sabe esta información. Pero está como asimilándola».
Los cárteles tradicionales han sido reemplazados por otros más crueles y atomizados. Hay al menos 43 bandas sin adscripción geográfica clara
El relato es del sacerdote Alejandro Solalinde, que habló con testigos del ataque a los estudiantes en Iguala. Suena a lo de siempre desde hace casi ocho años en México. Policías conchabados con narcos. Unos jóvenes que matan y otros que mueren. Unos que disparan y otros que acaban en una fosa común. Pero esta vez no es lo de siempre. De repente, todo un país no puede asimilar más. No puede digerir tanto horror. México se estremece. Hay movilizaciones ciudadanas en decenas de ciudades. Es ahora o nunca.
En realidad es ahora o lo de siempre desde que empezó la guerra contra el narco el 11 de diciembre de 2006, cuando el Gobierno del expresidente Felipe Calderón empleó al Ejército por primera vez contra los cárteles de la droga: al menos 77.000 muertos y 26.000 desaparecidos desde entonces. México se enfrenta a un destino terrible si asimila una vez más. Es una encrucijada histórica. La hora de plantarse y decir basta… O sumar y seguir hasta convertirse en un Estado fallido de 120 millones de habitantes secuestrados por varios miles que ejercen la crueldad. «La crueldad se aprende. La crueldad funciona…La crueldad marcha como un ejército de ocupación», escribe Roberto Saviano.
Nadie sabe quién está ganando la guerra, pero sí quién la está perdiendo: la sociedad civil. Miles de padres y madres a los que han dejado huérfanos de hijos… Y esta guerra está teniendo consecuencias imprevisibles. Se han desarticulado varios cárteles, pero han sido reemplazados por otros más crueles aún. La Procuraduría General admite que siguen operando nueve grandes organizaciones y que la mayoría se ha disgregado como células tumorales. Hay al menos 43 bandas criminales o ‘minicárteles’.
Y, además, han mutado. Ya no tienen una adscripción geográfica clara. El ejemplo que seguir es el de los Zetas: un ejército posmoderno que está en todas partes. El narco azota ya a 24 de los 31 estados mexicanos. Esta diseminación territorial fue una consecuencia inesperada de la militarización de la política antidroga. «Su extensión ayudó a la organización de nuevas células, más atomizadas, menos conectadas entre sí y, por tanto, más difíciles de perseguir» , explica Jorge Luis Sierra, especialista en seguridad nacional.
Lo más inquietante es el asalto al poder. El crimen organizado controla entre el 8 y el 15 por ciento de los ayuntamientos
Sus delitos también se han diversificado. drogas, tráfico de armas, lavado de dinero, tráfico de personas, trata de blancas, robo de combustible, secuestros… Pero lo más inquietante es el asalto al poder. Y el eslabón más débil son los municipios. El crimen organizado ya controla entre el 8 y el 15 por ciento de los ayuntamientos. Allí se apropian del 30 por ciento de las obras públicas, cobran el 20 por ciento de las nóminas, examinan los catastros para obtener información de restaurantes y pequeños negocios… «La delincuencia se presenta de noche en los comercios, llevan cerrajeros, cambian las cerraduras y avisan al propietario de que el negocio ha dejado de pertenecerle», expone Sierra.
El Ejército ha capturado o abatido a la mayoría de los capos históricos -los Beltrán Leyva, el Chapo, el Z40-, pero se han multiplicado los cabecillas. Y los ‘narcojúniors’, el relevo generacional de la vieja guardia, son veinteañeros sanguinarios. Y les gusta exhibirse. La nueva hornada copia a los muyahidines la decapitación como tarjeta de visita. Marketing gore en Internet.
El Gobierno de Peña Nieto quiere quitarles visibilidad para despojarles también del aura de leyenda, a diferencia de su antecesor, que basó su mandato en la exhibición mediática de detenciones y operativos… Hay quien le reprocha que también ‘oscurezca’ a las víctimas. Ha reducido la lista oficial de desaparecidos a ocho mil, ante la estupefacción de las ONG. El activista Héctor Cerezo se lamenta. «El Gobierno desaparece a los desaparecidos». La gran pregunta es si habrá una catarsis nacional o si ya es demasiado tarde para México.
