Eric Schmidt dirige una compañía valorada en más de 390.000 millones de dólares y con una plantilla de 45.000 empleados. Así que cuando escribe un manual para emprendedores y empleados sobre cómo triunfar, es bueno leerlo. Hablamos con el presidente de Google. sobre las normas que él considera claves para montar una empresa y aprovechamos para pedirle trabajo… Por Will Pavia

«Quítese la corbata», dice Eric Schmidt. Está sentado en el extremo de una mesa en una sala de reuniones. Y hoy no lleva corbata. El presidente ejecutivo de Google lleva el cuello de la camisa desabotonado; nuestro hombre está abierto a todo. Jonathan Rosenberg, veterano directivo de Google, está sentado a su lado. Juntos han escrito How Google works, un manual para crear una compañía capaz de comerse el mundo y generar millones de dólares. Una vez preguntaron a Schmidt si los empleados de Google tenían que atenerse a alguna norma sobre la vestimenta. Schmidt contestó: «Sí. Tienen que llevar algo puesto».

Al parecer, ese ‘algo’ no incluye las corbatas. Mientras me quito la que llevo puesta, me invita a mirar a los empleados, vestidos con camisetas y vaqueros. Según dice, esta relajada atmósfera hace que sean mucho más productivos. Pero el hecho es que nunca he visto a Schmidt vestido con algo que no sea un traje. «Es una cuestión tribal, por así decirlo. Yo tengo que llevar traje». Schmidt es el presidente de Google, un hombre a quien se calcula una fortuna personal de 9300 millones de dólares y que es consejero personal del presidente Obama. Desde su nombramiento como director ejecutivo de Google, en 2001 (a la presidencia accedió en 2011), Schmidt ha sido el rostro público de Google.

Es celoso de su privacidad; varias veces, cuando le hago una pregunta personal, me dice que en la Red hay información sobre el asunto y que prefiere no comentarlo. «¿Cuántos años tiene, Eric? Eso lo encontrarás en Internet», responde. No se puede confiar en todo lo que aparece en Google, observo. «Eric tiene 59 años. Y yo, 53», dice Rosenberg. «Cuando cumpliste los 50, montaste una fiesta estupenda», añade. Schmidt trata de cambiar de tema. Un momento, digo, ¿qué hicieron en esa fiesta? «Preparamos unos cupcakes en su honor», explica Rosenberg. «Con formas de azúcar que hacían alusión a aspectos divertidos de su personalidad». ¿Qué ‘dibujaron’ en esas magdalenas? «Sus gafas, productos que habíamos hecho en Google», contesta Rosenberg. ¿Nada más personal? «Recuerde que la nuestra es una compañía de científicos», zanja Schmidt. «No somos unos tipos tan interesantes».

Las normas están para romperlas

Hasta los 46 años, Schmidt no era muy conocido fuera de Silicon Valley. Creció en Virginia; hijo de un profesor de Economía, estudió Informática en Berkeley, donde conoció a su mujer, Wendy. El matrimonio tiene dos hijas hoy adultas. Schmidt fue programador en los legendarios Bell Labs y ascendió en varias compañías informáticas. Y un día contactaron con él Page y Brin, dos licenciados de Stanford que dirigían un ambicioso proyecto empresarial y andaban buscando un consejero delegado para la nueva compañía.

«La clave, dice, es contratar a tipos con inteligencia creativa y establecer una «cultura divertida» que los lleve a dejarse la piel en el ‘curro'» 

«Pensaban que era importante conocer bien a la persona que buscaban», dice Schmidt. De forma que pasaban un fin de semana en compañía del candidato de turno. «Se iban a esquiar, a hacer surf o lo que fuera». Pero Schmidt no se prestó al asunto. «Les dije que no necesitaba irme al festival Burning Man con ellos. Que prefería quedar para cenar». Entonces, ¿no fue con ellos a Burning Man como parte del proceso para nombrar al consejero delegado, como tanto se ha contado en la prensa? Yo ya había estado en ese festival muchas veces. «Les dije que no me dieran más la lata con esas cosas, que estaba muy ocupado», responde. «Al final cenamos juntos y les escribí un memorando sobre la forma de dirigir una compañía que les gustó. También es verdad que desde entonces hemos asistido a Burning Man cada año. Estamos muy unidos».

Inteligencia creativa

«Smart creative», ‘inteligente creativo’, son las palabras que más se repiten en su libro sobre la dirección de empresas. El inteligente creativo es el que sabe combinar el talento para la tecnología con la creatividad y la habilidad en los negocios. La recomendación de Schmidt es la de encontrar a personas así, contratarlas, proporcionarles comida gratis y establecer una «cultura divertida» que los lleve a dejarse la piel en el ‘curro’.

En las reuniones semanales de Google, llamadas Por fin ya es viernes, a los empleados se les dan unas palas rojas y verdes; se los anima a levantar las rojas si los directivos no están respondiendo adecuadamente a una pregunta. Los nuevos empleados o Nooglers están obligados a llevar unas gorrillas con unas hélices en lo alto. En verano, los céspedes de la sede de Google parecen un campin para familias, donde los niños corren y sus padres cenan . Le digo que todo esto suena un poco a secta. «Al principio invitaba a mis amigos a venir», dice Schmidt. «Veían eso y no sabían bien qué pensar… Pero yo les decía que no se dejaran engañar por las apariencias, que esta era la gente más inteligente con la que había trabajado en la vida».

Lo que no cuenta Google

El libro habla de la importancia de retener a estas mentes prodigiosas, aunque sin hacer mención de las componendas aparentemente establecidas entre Apple, Google, Pixar y otros gigantes de Silicon Valley a fin de no competir entre sí para contratar a los programadores ajenos, circunstancia que llevó a la presentación de una demanda colectiva que ahora está siendo dirimida en los tribunales. En agosto, un juez describió a Schmidt como «figura clave» en todos estos manejos, junto con Steve Jobs. «Creo que haríamos mejor en no hablar sobre ese juicio, aunque sí puedo decirle que competimos duramente para hacernos con los profesionales más capacitados».

También niega que Google extraiga información de nuestros correos electrónicos o que haya colaborado con la NSA para recoger y almacenar datos personales de los usuarios. Después de que las filtraciones de Edward Snowden dejaran claro cho organismo de inteligencia estaba reuniendo información a partir de los resultados aparecidos en Google,» fui con una delegación a hablar con el presidente de los Estados Unidos y le pedí que dejaran de hacer esas cosas. Gracias a Dios, al cabo de unos meses dejaron de hacerlas». Vaya. Ese tuvo que ser un auténtico encuentro en la cumbre. «Bueno, el hecho es que nos conocemos bastante».

Una pregunta más. ¿Puede darme un empleo en Google? «Le haríamos una entrevista», responde Schmidt. «Le haríamos cinco entrevistas. En el curso de tales entrevistas, le pediría que me contara algo que yo no sé», agrega. ¿Qué puedo decirle? ¿Hay algo que Google no sepa? «La verdad es que Eric no tiene tanto poder», interviene Rosenberg. No podría contratarlo a usted directamente, ni aunque quisiera. Tendría que dejar la decisión en manos de una comisión». Schmidt asiente con la cabeza. «He recomendado a muchos amigos y luego han sido rechazados», asegura. «No podría garantizarle nada».

 

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