En nuestro país viven casi dos millones de musulmanes. La mayoría están hartos de que se los asocie con el radicalismo de grupos como Al Qaeda y el Estado Islámico. Para ellos, nada tienen que ver con su fe: son terroristas que usan el nombre de Alá. Estas son sus voces. Por Carlos Manuel Sánchez / Fotos: Fernando Sánchez Alonso y Carlos Manuel Sánchez
«Viene mucha gente a preguntarme. ‘¿Qué está pasando, Rachid?’, ‘¿por qué decapitan a cooperantes y periodistas?’, ‘¿por qué persiguen a las minorías religiosas?’ Yo les explico que esos bárbaros han secuestrado la palabra Islam. Lo digo muy claro: son gentuza».
Rachid Mohyi trabaja en la Biblioteca Regional de Murcia y llegó hace 15 años a España. «En el Magreb ni siquiera se usa la expresión Estado Islámico, se habla de Daesh para referirse a esa zona de Siria e Irak. Pues bien, las organizaciones terroristas también están amenazando a los medios árabes que usan la palabra Daesh», afirma. Conclusión: a ojos de los fanáticos, todos son enemigos; da igual que sean occidentales, cristianos o musulmanes pacíficos, que son la inmensa mayoría.
Rachid vive su religión intensamente. «Rezo cinco veces al día, voy a la mezquita, cumplo el ramadán». Llegó a España en 1999 con su licenciatura de Letras bajo el brazo. Estudió el doctorado en Granada y encontró trabajo en Murcia. Ha sido intérprete en un hospital, empleado en una caja de ahorros, crupier en un casino, administrativo en una empresa de trabajo temporal y, ahora, bibliotecario. En estos 15 años ha sido testigo de la transformación de la sociedad española, destino de acogida de inmigrantes y, desde la crisis, tierra de éxodo.
Ha habido momentos difíciles en los que se ha puesto a prueba la convivencia:los sucesos de El Ejido (2000), el incidente de la isla de Perejil (2002), los atentados del 11-M (2004), la controversia sobre el velo y la proclamación de un califato que, entre otras quimeras, pretende recuperar los territorios de al-Ándalus… «Pero en España siempre me he sentido respetado, salvo algún caso excepcional. Por ejemplo, no me dieron llave en la sucursal bancaria donde trabajé en Mazarrón (era el único empleado sin llave) y, cuando llegaba el primero, tenía prohibido esperar en el cajero, aunque lloviese o hiciese frío, para no asustar a los clientes. Pero lo considero una anécdota. Me casé con mi novia, marroquí, de la universidad y tengo cuatro hijos. Aquí he sacado adelante a mi familia. Cuando nacieron las mellizas, mis amigos y compañeros de trabajo españoles me regalaron casi 3000 euros en metálico. Mis padres me dicen, asombrados. ‘¡Hay que ver cuánto te quieren!’. Y es verdad, me siento querido» .
En España viven 1.732.000 musulmanes (el 3,6 por ciento de la población); 1.163.000 son extranjeros y la gran mayoría unos 800.000 procede de Marruecos. Las comunidades con mayor presencia islámica son Cataluña, Andalucía, Madrid, Valencia y Murcia, además de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Se reprocha a las asociaciones musulmanas que no hayan sido más contundentes a la hora de denunciar la limpieza étnica y religiosa desatada por los yihadistas en Oriente Próximo. Dirigentes de varias asociaciones argumentan que sí que han hecho declaraciones de rechazo cuando algún periodista les ha preguntado. Y se quejan de que lo que pasa es que a algunos medios parece interesarles poco lo que puedan decir.
En otros países ha habido alguna que otra huelga de hambre simbólica, una fetua -edicto- de un imán británico que ha advertido de que es pecado unirse al Estado Islámico y cierta presencia a título individual en manifestaciones, vigilias y actos multirreligiosos. Pero también se echa de menos una voz clara, unánime y tajante. Esta tibieza oficial no es compartida por millones de ciudadanos musulmanes que no se sienten representados y han empezado a movilizarse con campañas en las redes sociales. A falta de una proclama de las jerarquías, el hashtag #NotInMyName (‘No en mi nombre’) ha sacudido Twitter y YouTube y se ha convertido en trending topic.
Lo que dicen las encuestas sobre los musulmanes en España es que se trata de una comunidad muy integrada: el 83 por ciento se considera adaptado a las costumbres del país y un 67 por ciento declara sentirse a gusto. En cuanto a la islamofobia, un 36 por ciento considera que existe una actitud de recelo hacia ellos, porcentaje menor que en otros países como Francia y los Estados Unidos. El Ministerio de Justicia encargó un estudio que cifró en un cuatro o un cinco por ciento la población musulmana española que tiene opiniones radicales. Era 2010; desde entonces, no se han hecho más muestreos con suficiente peso estadístico.
¿Se ha producido una radicalización en estos últimos años? Es discutible. Hay, eso sí, cierto desencanto tras las esperanzas frustradas de la Primavera Árabe y mucho paro juvenil, lo que facilita la labor de los reclutadores. Otro problema es que se han hecho fuertes en una región petrolífera y eso podría financiar el terrorismo durante años. Y hay quien reprocha a Occidente una doble moral. «Los usaron, -dice Mohyi-, para frenar a Irán, como antes a Al Qaeda para frenar a la URSS. Y ahora se les han ido de las manos».