Rory Mcilroy: «Cuando te obsesionas, las cosas se tuercen»
Es el mejor golfista del mundo. Un número uno que va de frente. Ahora, una lesión ha frenado su carrera por unos meses, pero el campeón norirlandés es capaz de seguir dando lecciones. Es lo que hace en esta entrevista. Y no solo sobre golf, también sobre lo que de verdad importa en la vida. Por Matthew Syed
«Nunca olvido que mi padre tenía tres empleos a la vez y que trabajaba más de 90 horas a la semana. Apenas libraba miércoles por la noche y domingos por la tarde. Estoy seguro de que se moría de ganas de quedarse en casa sin hacer nada, pero yo siempre lo arrastraba al campo de golf o a la cancha de prácticas. Durante mi niñez y adolescencia, mi padre hacía lo que yo quería, y no lo que a él le hubiera gustado hacer. Y lo mismo pasaba con mi madre, que, cuando yo tenía nueve o diez años, trabajaba todas las horas del mundo para pagarme las inscripciones en los torneos».
Rory McIlroy es un norirlandés bajito y de ojos brillantes, un número uno del golf capaz de emocionarse hasta las lágrimas cuando habla de sus padres: Rosie y Gerry. Él trabajaba de barman y como empleado de limpieza y, al igual que ella, hacía horas extras por la noche en una fábrica para costear la formación del pequeño Rory como golfista.
«Nunca podré hacer por mis padres lo que ellos hicieron por mí. No hay nada más importante que ellos en el mundo»
McIlroy, de 26 años, se inició en el golf con dos. Su padre era muy aficionado a este deporte, pero, a diferencia del progenitor de Tiger Woods, el del irlandés nunca ambicionó que se convirtiera en profesional.
«Cuando eres tan pequeño, no percibes la magnitud de su sacrificio. Yo pensaba que era lo normal. Hoy sé que de normal no tenía nada. Todo lo hacían por mí, para ayudarme a ser mejor jugador -confiesa el hijo pródigo, progresivamente emocionado-. Tampoco soñaban con que me convirtiera en figura. De hecho, trataron de que me interesara por otros deportes, haciendo siempre hincapié en la importancia de los estudios».
Lo que de verdad importa
McIlroy se detiene. Traga saliva. Sus ojos enrojecen. Necesita unos segundos para rehacerse, mientras sonríe como pidiendo perdón. El número uno mundial se muestra meditabundo, como si se descubriera a sí mismo al reflexionar sobre lo que de verdad importa en la vida.
Incluso hoy sus padres no aspiran a vivir a través del hijo famosísimo; se limitan a brindarle apoyo constante. «Andan siempre a caballo entre Irlanda y Estados Unidos -explica-, de forma que nos vemos con mucha frecuencia. Eso sí, nunca voy a poder hacer por ellos lo que en su momento hicieron por mí. Nunca voy a poder pagar esa deuda. Solo espero que sepan lo mucho que significan para mí. No hay nada más importante en el mundo».
El trono de McIlroy se tambalea estos días debido a una lesión que le ha impedido jugar ya el Open Británico y que lo apartará también del torneo de la PGA -del 13 al 16 de agosto-, último major del calendario. Aun así es uno de los deportistas con mayores ingresos: 48,3 millones de dólares anuales. Una cifra astronómica que no se entiende sin la figura de Tiger Woods, el hombre que popularizó este deporte hasta convertirlo en una industria gigantesca, con mareantes premios en metálico. El ganador de 14 ‘grandes’, de hecho, sigue siendo la principal referencia para los patrocinadores, aunque el hombre no levante cabeza desde 2009, tras confesar sus infidelidades conyugales. Woods, que no se lleva un major desde 2008, ingresa mucho más que el irlandés fuera de los torneos.
El pastel, en todo caso, da para mucho. Según Bloomberg, se trata de un negocio con beneficios anuales de 70.000 millones de dólares en Estados Unidos y otros 15.100 millones en Europa, mientras crece el número de profesionales y aficionados en Asia y América Latina.
La asignatura pendiente
McIlroy es el número uno, sí, pero también es uno de los jugadores con mayor talento en la historia del golf. A sus 26 años ya ha ganado cuatro majors, los torneos que componen el Grand Slam: Open Británico (2014), Open USA (2011) y PGA (2012 y 2014). Le falta, eso sí, el Masters de Augusta. Un déficit grave para un número uno.
«Con 17 años, le dije a mi padre que no quería jugar más. No toqué los palos en cuatro días. Por mucho que te guste algo, a veces debes olvidarte un poco de ello»
Su lesión, además, en el curso de una pachanga futbolera con sus amigos ha puesto en peligro su reinado ante la huracanada irrupción de un chaval de 21 años llamado Jordan Spieth, triunfador este año en el Masters y en el Open USA. McIlroy, que no volverá a jugar hasta septiembre, podría perder su trono este mes ante el empuje de Spieth. Una circunstancia que el vigente rey del golf lleva con naturalidad: «Las cosas que hace Jordan me sirven de motivación. Es bueno tener rivales que te empujan».
Pregunto a McIlroy cómo se las arregla para preservar la ambición durante todos sus años de formación y los millares de horas pasadas en el campo durante su etapa profesional. Las recompensas, sin duda, son enormes, pero ¿alguna vez hubiera preferido dedicarse a otra cosa, llevar una vida de otro tipo?
Sonríe. Cuando tenía 17 años, acababa de ganar un importante torneo para aficionados en Irlanda y mi padre me estaba llevando a casa en coche. Recuerdo, sin embargo, que en aquel momento no sentía nada. Había ganado, pero no estaba contento. Le dije a mi padre que no quería seguir jugando al golf. Se lo tomó con calma y dijo. ‘Bueno, pues no pasa nada. Dedícate a otra cosa que te guste. Tu madre y yo seguiremos apoyándote, como siempre’. Durante tres o cuatro días ni toqué los palos, pero entonces volví a sentir la comezón del juego. Simplemente, necesitaba un respiro. Comprendí que, por mucho que te guste una cosa, de vez en cuando necesitas olvidarte un poco de ella».
«Mi secreto: creo una imagen de la trayectoria de la pelota, de lo que la bola va a hacer. Y golpeo. Además, desconecto por completo entre golpe y golpe»
El momento más significativo de su carrera profesional sucedió el 10 de abril de 2011. McIlroy había llegado al punto culminante de su primer gran torneo, encabezaba el Masters de Augusta y se disponía a cubrir los últimos nueve hoyos en la ronda final. La pifió de forma espectacular en el golpe de salida del décimo hoyo y, a continuación, se vino abajo. En los hoyos decimoprimero y decimosegundo ejecutó un triple bogey, seguido por un bogey y por un doble bogey. Fue una humillación pública tan grande que muchos comentaristas se preguntaron si algún día se recuperaría de lo sucedido. Ian Poulter, su compañero en la Ryder-Cup, publicó un tuit en el que se veía una señalización con la leyenda: «Primeros auxilios para los que tengan ganas de vomitar».
Promesas personales
Pero McIlroy es un hombre resuelto. «Necesitaba transformar la decepción en motivación -afirma-. Me dije que, en realidad, lo sucedido no tenía nada que ver con quien yo era, con quien yo quería ser. Es decir, un competidor duro de roer, capaz de mantener la cabeza fría. Me negaba a ser de esos que se desmoronan bajo la presión y me prometí que nunca más iba a sucederme una cosa igual. Me fui a casa y analicé bien lo ocurrido. Miré el vídeo una y otra vez. Hablé con unas cuantas personas y me di cuenta de que el problema era que estaba demasiado obsesionado. No hacía más que pensar en aquella ronda final a todas horas del día y de la noche. Pensaba en lo que podía salir bien, pero también en lo que podía salir mal. Estaba demasiado tenso y angustiado. Ese no es el estado mental adecuado a la hora de salir al campo a jugar».
Dos meses después aplicó su nueva estrategia mental. La víspera de la jornada final del Open USA iba por delante con una ventaja de ocho golpes. En lugar de pasarse la noche dándole vueltas en la cabeza a la ronda final, desconectó. «La lección que aprendí en Augusta, y a la que trato de seguir ateniéndome cada vez que llega una ronda final, es que tengo que abstraerme de los nervios y de la presión. Incluso he aprendido a desconectar por completo entre un golpe y el siguiente. Ahora hablo con mi caddie sobre la película o el partido de fútbol que estuve viendo por la noche. A veces, yo mismo animo a J. P. (su caddie) a que me hable de una película, de lo que sea, para olvidarme de la presión y vuelvo a concentrarme en el momento de golpear la bola. De ese modo, no tengo tiempo para pensar en lo que puede salir mal o que, de pronto, me entren dudas. Solo tengo tiempo para considerar el golpe que voy a ejecutar, sacar el palo de la bolsa y visualizar lo que voy a hacer a continuación. Soy una persona muy visual, y lo que hago es crear una imagen de la trayectoria de la pelota, de lo que la bola va a hacer. Y a continuación ejecuto ese golpe final».
Una estrella de nueve años
A los dos años, Rory ya era capaz de enviar una pelota a 40 metros con el palo de plástico que su padre le había comprado. A los nueve, la televisión de Irlanda del Norte lo grabó ejercitándose de una forma insólita. enviando una bola tras otra al tambor de la lavadora de su madre; fue por entonces cuando empezó a ganar torneos en Estados Unidos. Hoy sigue sintiéndose empujado por el poderoso afán de convertirse en el mejor golfista de todos. Su ética del trabajo es irreprochable. Me digo que ha llegado el momento de dejar mi impronta en el juego , explica.
A principios de 2013, McIlroy pasó por otro bache en su carrera profesional tras firmar un contrato con Nike por valor de 78 millones de dólares a lo largo de cinco años. La firma tuvo lugar por todo lo alto en el esplendoroso hotel Fairmont Bab Al Bahr de Abu Dabi. Casi de forma inmediata, su forma se resintió. «Era la primera vez que un patrocinador de los grandes depositaba tantas expectativas en mí -observa-. Todo el mundo andaba alborotado y nunca había experimentado nada semejante. Había ganado torneos importantes, pero hasta entonces seguía jugando con los mismos palos que cuando tenía 15 años».
«Voy a serle sincero: después de aquel follón en Abu Dabi, me sentí bajo una presión increíble. Durante un tiempo no jugué a mi mejor nivel. Quizá ponía demasiado empeño en demostrar que lo sucedido no iba a afectarme para nada a la hora de jugar. Necesitaba seguir entrenando como siempre, mirar al pasado para seguir adelante. Me estaba obsesionando demasiado en el plano mental, y eso nunca es bueno. Muchas veces las cosas se tuercen en momentos así . Fue otra lección sobre la importancia de la mente en este deporte, donde el factor psicológico resulta más determinante que en cualquier otra disciplina.
McIlroy vive ahora en Palm Beach, Florida, y tras la difícil separación de la tenista danesa Caroline Wozniacki, ex número uno del ranking femenino, ahora tiene un nuevo amor. Su nombre es Erica Stoll, tiene 29 años y es empleada de la PGA. «Estoy muy satisfecho con mi vida sentimental -indica-. Tampoco hemos dado mucha publicidad a nuestra relación. Erica es estadounidense, por eso me gusta pasar temporadas en Palm Beach. Los últimos seis o siete meses han sido muy bonitos. Este aspecto de mi vida marcha sobre ruedas».
«No soy muy dado a las fiestas con alfombra roja o a relacionarme con famosos. Lo paso mejor con los amigos y la familia, las personas que me conocen de verdad»
«Soy una persona casera. Me encanta volver a Irlanda y reunirme con los amigos de siempre. No soy muy dado a las fiestas con alfombra roja o a relacionarme con los famosos. Esas cosas no me van. Lo paso mucho mejor en casa, con los amigos y la familia, con la gente que me conoce de verdad y sabe bien cómo soy. No es que sea una persona en público y otra en privado. En mi barrio tengo media docena de colegas que me conocen desde que era un chaval. Toda esta gente es muy importante para mí. Es sencillo, me resulta más fácil relajarme y ser yo mismo cuando estoy con gente que me conoce desde hace mucho tiempo».
El encuentro toca a su fin y sus padres regresan a la conversación, al rememorar su sonado fracaso en el Masters de 2011. Entonces, McIlroy rompió a llorar al hablar por teléfono con su madre. «Cuando ves llorar a una persona a la que quieres -recuerda-, es inevitable que te emociones». La otra vez que estuvo a punto de romper en llanto tras un partido fue en circunstancias muy distintas. En el Open Británico de 2014 le dedicó el triunfo a su madre, con la que se abrazó ante todo el mundo en el mismo green. Era la primera vez que ella estaba presente durante la ronda final de un torneo de relumbrón. «Se puso a llorar como una magdalena y tuve que reprimirme para no hacer otro tanto -cuenta-. Fue un momento muy especial».
Su gran rival
Jordan Spieth. «Ser el número uno es uno de mis objetivos, pero no me lo tomo como una obligación»
Nadie lo esperaba tan pronto, pero tras arrasar, con apenas 20 años (acaba de cumplir 21), en el Masters de Augusta y en el US Open, es el gran aspirante al número uno.
Lleva tiempo agotando la capacidad de asombro de los aficionados. Tras ganar el Masters en abril y el US Open en junio, falló en su asalto al tercer major del año. el Open Británico. Se quedó a un golpe de entrar en el desempate (acabó cuarto) y se le frustró la oportunidad de llevarse el Grand Slam (los cuatro majors en un año).
XLSemanal. ¿Cuántas veces va a pensar en esos cuatro putts del hoyo 8 que, a la postre, lo alejaron del título?
Jordan Spieth. Ya los he olvidado. A lo largo del torneo tomé algunas decisiones incorrectas y muchas correctas más; son las que me guardo. Estoy orgulloso de cómo jugué el British. Ya vendrán más ediciones en el futuro.
XL. Ya tiene a Rory McIlroy a tiro. Como él está lesionado, le bastará con una victoria en uno de sus dos próximos torneos (Bridgestone o PGA) para ser número uno. ¿Es una presión añadida?
J.S. En absoluto. Es uno de mis objetivos, pero no me lo tomo como una obligación. Si fuera así, no disfrutaría como lo hago cada semana. Lo afronto paso a paso. Primero trato de dar buenos golpes; luego, buenas vueltas; después, buenos torneos; y, una vez que ganas, llegan las recompensas. No se construye la casa por el tejado.
XL. McIlroy se está perdiendo la parte más intensa de la temporada por un percance no relacionado con el golf. ¿Qué le parece?
J.S. Todo el mundo necesita una vida fuera de su profesión. Todos necesitamos evadirnos de la tensión de los torneos para no volvernos locos. No ha hecho nada incorrecto por jugar al fútbol con sus amigos. Yo también soy un fanático del deporte y juego al baloncesto con mi hermano. Los accidentes ocurren.
XL. En su caso, ¿cuál es la última locura que ha hecho?
J.S. Quizá haya sido pescar un tiburón el mes pasado [sonríe]. Estuve de vacaciones en las Bahamas durante la Semana del Tiburón y salí de pesca con mis amigos. Nunca lo había hecho previamente y estaba tremendamente excitado con la situación, sobre todo cuando noté que un atún picaba el anzuelo y empezamos a batallar cada uno en una dirección. Aguanté con todas mis fuerzas, pero no conseguía izarlo al bote. A las dos horas y media tenía el brazo agarrotado, no lo podía mover. Lo mejor fue cuando conseguimos subirlo a cubierta. ¡Era un tiburón! Se había comido el atún y se había quedado enganchado en el mismo anzuelo. Lo soltamos, claro, pero me llevé un susto tremendo.
XL. ¿Sus éxitos le están cambiando la vida?
J.S. No. Tengo menos tiempo para atender a los chavales y me da mucha rabia marcharme de los campos sin haber firmado todos los autógrafos que me piden, pero mi vida diaria sigue como antes. Mis padres me han inculcado unos valores muy sólidos. Gracias a eso, lo sobrellevo bien.
XL. ¿Saca la fuerza mental de su familia?
J.S. Sin duda. Cuando alguien muy cercano tiene una discapacidad, ves la vida desde otro punto de vista y tus valores son diferentes a los de los demás. Mi hermana Ellie es el pilar en el que me apoyo para conseguir mis objetivos. Me ayuda a mantener siempre los pies en el suelo. Ella es lo mejor que nos ha sucedido en casa, y verla disfrutar cada vez que le traigo un regalo de un viaje o gano un torneo es algo impagable. Trato de llevarla al colegio siempre que puedo y hace poco estuvimos en una fiesta con sus compañeros de clase en la que pasamos unos momentos geniales.
XL. Una de las primeras cosas que hizo al triunfar en el Circuito Americano fue poner su propia fundación benéfica, la Fundación de la Familia de Jordan Spieth
J.S. Tratamos de ayudar a la gente desde una triple vía. la educación para chavales con necesidades especiales, el deporte de base y el apoyo a las familias de militares y veteranos. También tenemos un programa de integración laboral de discapacitados en unas cadenas de restaurantes.
XL. Volviendo al golf, ¿cómo mantiene la tensión?
J.S. Lo importante es no conformarse y ponerse los objetivos más ambiciosos posibles. No vale con decir. Ya he ganado un ‘grande’, estoy en la élite y me voy de fiesta . Al contrario, hay que seguir trabajando, más si cabe, para tratar de ganar el segundo, el tercero, el cuarto Hay que mejorar cada semana para subir un peldaño más.
XL. El ejemplo de Tiger Woods está siempre presente. Usted está igualando las marcas que consiguió a su edad. ¿Le gusta que lo comparen con él?
J.S. No, es injusto hacia su figura. Es cierto que yo le empato hasta ahora, pero solo llevo tres años de profesional y he ganado apenas dos ‘grandes’. Cuando tenga 14 como él y haya estado triunfando una semana tras otra durante tres lustros, entonces podremos comentarlo.