El ‘big data’ es el nuevo mantra de empresarios y emprendedores. Analizar datos, cruzarlos, crear algoritmos… Todo parece muy inocente y con pocas consecuencias en su vida diaria. ¿Está seguro? Por Uwe Buse
El futuro, con todas sus oportunidades y sus múltiples riesgos, se encuentra en una sala sin ventanas del sótano de un gran hospital. En la puerta, solo hay un cartel: Optimización de datos.
• «Estamos expuestos a la codiciosa mirada de quienes nos vigilan»
Nos encontramos en los bajos del hospital Celebration Health, de Orlando (Florida). Tras la puerta se sienta una analista de datos, Shuxin Li. Su trabajo consiste en cruzar toda la información disponible sobre el personal y los pacientes con la que tiene del hospital, tanto en su banco de datos como en otros externos. Su objetivo es encontrar patrones, establecer correlaciones y con ayuda del big data alcanzar el sueño de todo buen gestor: evitar gastos, maximizar los ingresos, optimizar resultados. Para ello analiza el comportamiento humano hasta su detalle más mínimo «y la verdad es que hemos llegado a muy buenas conclusiones», afirma Li.
Los datos más increíbles
Han descubierto, por ejemplo, que los pacientes negros necesitan menos atención que los blancos para sentirse satisfechos. Y que los hombres exigen menos dedicación del personal sanitario que las mujeres, pero, a cambio, la visita de la enfermera tiene que durar algo más que el típico vistazo al termómetro. La analista de datos también ha descubierto que las más difíciles de contentar son las mujeres de entre 35 y 45 años, tanto si están casadas como si no.
«En este hospital ya han surgido dos clases sociales: los que se ponen el receptor; y los jefes, que están liberados de esa obligación»
Li presenta estos resultados con orgullo. Su labor le parece fascinante: unir la increíble capacidad de cálculo de los ordenadores con la descomunal cantidad de datos que hay sobre los usuarios, pasarlo todo por el tamiz de sus algoritmos y obtener como resultado información, hasta ahora desconocida, sobre las personas y su comportamiento.
Enigmas del ser humano
Ejemplos similares hay por todas partes: empresas, investigadores, organizaciones comerciales y no comerciales, todos buscan vínculos y correlaciones, con la esperanza de descifrar los enigmas que todavía rodean al ser humano. ¿Existe una relación entre la velocidad del habla y el riesgo de padecer una depresión? ¿Entre la longitud de la zancada y el párkinson? ¿Entre la estatura y la carrera profesional? Demostrar la existencia de patrones, o al menos hacerlos plausibles, sitúa al descubridor ante un horizonte nuevo con infinidad de posibilidades comerciales. Los cruces de datos son el nuevo mantra de los negocios digitales. Una vanguardia de emprendedores excavan y criban montañas de datos en busca de nuevos descubrimientos que, a su vez, se traduzcan en mayores beneficios en su negocio.
También hay escépticos
Los críticos se preguntan si estos perfiles psicológicos tan completos no se emplearán también con fines menos inocentes. Por ejemplo, qué consecuencias puede tener esto para el mundo laboral. Mientras unos y otros discuten sobre la bondad o malignidad de este mundo lleno de posibilidades, una persona lo está haciendo realidad en el Celebration Health Hospital. Se llama Ashley Simmons y es la responsable del Departamento de Eficacia del citado hospital.
Los partidarios del ‘big data’ aseguran que las decisiones sobre despidos o ascensos por primera vez serán objeticas
Simmons teclea un par de comandos en su ordenador, y en el monitor aparecen todo tipo de datos, cifras, referencias espaciales precisas es el día de trabajo de una enfermera del hospital reflejado hasta el mínimo detalle. La enfermera ha pasado exactamente cuatro horas en la habitación uno, dos horas y 31 minutos en la habitación dos, una hora y 30 minutos en la tres. El 1,5 por ciento de su tiempo lo ha pasado en el baño, el 0,88 por ciento en la sala de equipos y casi un siete por ciento en la cocina. Mucho tiempo con el paciente; eso está bien, es justo lo que queremos , dice Simmons.
Teclea otra serie de instrucciones: «Aquí hay un problema», dice. Repasa los datos que reconstruyen la jornada laboral de otra enfermera. ha pasado más de la mitad del tiempo en la sala de enfermeras. Eso no está bien dice Simmons, no es lo que buscamos. Es nueva en esta planta, la ayudaremos a mejorar, le preguntaremos qué podemos hacer por ella.
Simmons puede saber en cuestión de segundos quién se mueve de una forma más eficiente por el departamento, quién deambula sin criterio, incluso puede intuir quién ayuda a los demás y a quién le estresa el trabajo.
El objetivo: la eficacia
En este hospital, el camino hacia el futuro se inició con una disputa. Se enfrentaban dos bandos irreconciliables; ambos estaban desbordados. En uno de los frentes se encontraba el personal de la sala de recuperación, a la que se lleva a los pacientes después de una operación. En el otro lado, los auxiliares que se encargan de los pacientes tras despertarse de la anestesia. Los motivos de la polémica eran varios: los protocolos no funcionaban, todo el mundo se tenía que pasar el día llamando por teléfono a todo el mundo… los gritos eran habituales. La situación había llegado a tal punto que la propuesta de Ashley Simmons de recurrir al control total del hospital fue bien recibida por la gerencia. Su proyecto prometía reducir drásticamente el número de llamadas telefónicas, uno de los responsables del elevado nivel de estrés. Simmons aseguró en nombre de la dirección del hospital que los datos obtenidos nunca se usarían para sancionar o despedir a los empleados. Nadie buscaba implantar un Gran hermano. Solo, dirigir mejor. Y el control y la vigilancia eran necesarios para hacer este objetivo realidad.
Los datos serían inaccesibles para todo el mundo menos para la propia Simmons y para una analista de datos que se contrataría para ayudar con el trabajo. Cada empleado solo podría consultar sus propios datos. Por supuesto que llevar el emisor no sería obligatorio, les dijo Simmons, solo deseable. Los menos entusiasmados por el plan no tendrían que llevarlo, pero, claro, sus compañeros y sus superiores podrían preguntarse: «¿Qué diablos tienen que ocultar?».
Las nuevas clases
Cuando se puso en marcha el sistema, la coordinación entre la sala de recuperación y de posoperatorio no tardó en funcionar sin fricciones. El número de llamadas entre ambos departamentos, que antes podía llegar a las 20 o 30, se ha reducido a cinco al día. Para conocer la identidad de un paciente, saber qué habitación está libre o dónde se encuentra un enfermero, ya no hace falta coger éfono, basta con mirar en los grandes monitores donde todas esas informaciones aparecen en tiempo real.
Los empleados pueden negarse a llevar el receptor. Pero ¿quién lo haría si no tiene nada que ocultar? El segundo paso: publicar el rendimiento de cada uno
Bueno, casi todas las informaciones. En el hospital han surgido dos clases sociales. En un lado están los auxiliares y el personal de enfermería, todos ellos equipados con emisores que comunican al segundo su posición a través de la red Wi-Fi del hospital; en cierta manera, conforman la nueva clase proletaria digital. A la clase privilegiada pertenecen directivos como Ashley Simmons y los médicos, liberados de la obligación «voluntaria» de llevar emisores. Los médicos alegan razones de seguridad. Si una de sus intervenciones acabara mal, el abogado de la víctima podría exigir todos los datos para estudiar el perfil del médico afectado.
La desconfianza
Pero existe un problema. Lo que Simmons llama cambio cultural es en realidad un cambio drástico de paradigma. En este hospital, la relación laboral ya no se basa en la confianza y en un control moderado de los empleados. Se parte de la idea de que el control total es lo único que garantizará que todo funcione bien. Pero ese es exactamente mismo el argumento que esgrimiría un dictador…
Los partidarios de esta reorganización basada en el big data afirman que las decisiones sobre despidos o ascensos se tomarán a partir de datos objetivos. Los que se oponen a su dictadura se lamentan de que este mundo se está convirtiendo en un lugar inhumano. En cualquier caso, lo que sí está claro es que todas las sociedades capitalistas avanzarán hacia el big data, de eso se encargará la presión de reducir costes y mejorar la competitividad.
Estamos ante una nueva época. Será más despiadada, fría y, si todo va bien, quizá también más justa. Los números cobrarán mayor importancia. Estadísticos y matemáticos estarán más cerca de los resortes del poder, ellos tendrán la última palabra sobre la interpretación de la vida de las personas, prerrogativa hasta ahora reservada a psicólogos, sociólogos y humanistas.
Al principio, Ashley Simmons -la responsable de eficacia en el hospital de Florida- prometió que los datos estarían a buen recaudo. Pero ya hay grietas en esa supuesta firmeza, la tentación de su nuevo poder ha sido demasiado grande. Simmons planea colocar listados en los distintos departamentos del hospital con los nombres de auxiliares y sanitarios ordenados en función de su rendimiento. «Todavía hace falta un poco más de tiempo para que el cambio cultural avance lo suficiente, pero las listas de ese tipo acabarán llegando afirma, y nadie podrá tener nada en contra». Al fin y al cabo, su único objetivo será la transparencia…
‘BIG DATA’ Y RECURSOS HUMANOS: así van a contratar (y a controlar) al personal
Analizarán su personalidad en dos décimas de segundo
Las máquinas no necesitan mucho tiempo para analizar su carácter. Psyware realiza estudios de personalidad basados en entrevistas de 15 minutos hechas por ordenador. El análisis de una entrevista dura unos ridículos 0,2 segundos y los informes que produce revelan datos muy personales: preocupaciones, dotes de mando, gusto por el riesgo y otros aspectos interesantes para los jefes de personal, como la disposición a darlo todo y la importancia que los entrevistados le dan al trabajo. El análisis resulta inquietante, pues no está basado en el contenido de las declaraciones, sino en la velocidad del habla, el volumen de la voz, el número de negaciones, lo largas que son las pausas o con qué frecuencia se dice ‘eh’ o ‘bueno’. La empresa de trabajo temporal Randstad ya está usando la aplicación en Alemania.
El sensor del ‘buen rollito’
La empresa Sociometric Solutions ha desarrollado unos sensores que no solo registran dónde se encuentra el empleado y hacia dónde se dirige, sino también con quién habla, en qué tono de voz, si está relajado o nervioso, estresado o aburrido. Cada uno de los sensores almacena 40 datos por milisegundo, lo que supone la increíble cantidad de cuatro gigabytes de información diaria. Este inmenso caudal permite describir las oscilaciones en el estado de ánimo de la plantilla con gran precisión y el nivel de comunicación entre sus miembros. Un buen ambiente contribuye a los buenos resultados. La productividad es otra obsesión. VoloMetrix analiza los e-mails de los empleados para conocer en qué emplean su tiempo. No fisga en el contenido de los correos, solo recaba datos estadísticos. Microsoft lo emplea en sus oficinas canadienses.
¿Se pondría usted el brazalete ‘chivato’?
La empresa Humanyze ha creado un brazalete para detectar cuánto habla cada empleado… y cuánto tiempo pasa escuchando. Y, además, registra sus movimientos, de manera que se puede trazar un mapa de calor de las zonas con mayor y menor actividad o los lugares preferidos para el intercambio de opiniones o para que los trabajadores socialicen. Su tecnología ha servido a la consultora Deloitte para rediseñar una oficina de manera que se incentive la colaboración. Silvia González-Zamora, responsable de análisis y convergencia digital de Deloitte, pronostica que las compañías utilizarán los wearables para conocer incluso el ritmo cardiaco y la temperatura corporal de sus empleados, y saber así cómo se manejan en una situación de estrés. Las empresas que no lo hagan tendrán una desventaja competitiva.
Lealtad versus privacidad
Ayudar a retener a los empleados productivos es otra de las aplicaciones del big data. Credit Suisse examina una variedad de datos, tanto personales como colectivos, para determinar qué trabajadores son más leales y cuáles más propensos a cambiar de aires. Esto permite a la dirección mover ficha antes de que alguien valioso se vaya a la competencia. ¿Perderán todo atisbo de privacidad los trabajadores, obligados a portar sensores, cámaras y micrófonos que constantemente estarán recabando información sobre su rendimiento? David Zweir, profesor de dirección de empresas de la Rotman School (Toronto), cree que las próximas generaciones que se vayan incorporando al mercado de trabajo pondrán menos objeciones que las actuales, porque ya están acostumbradas a compartir información en las redes sociales o en la economía colaborativa.
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