Mali es de los países más pobres del mundo, pero tiene un pasado fastuoso y su futuro, amenazado por una jauría de grupos yihadistas, depende de un hilo. Por Carlos Manuel Sánchez
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«Si perdemos Mali, cambiará la dinámica de la región. Y los bárbaros sedientos de sangre atacarán en cualquier parte», advierte Mongi Hamdi, jefe de la misión de Naciones Unidas en este país africano.
¿Cómo se ha convertido este país en la llave de la seguridad europea? Porque en él confluyen intereses económicos de primer orden. No solo está en juego la lucha antiterrorista en Europa, también su estabilidad energética.
Para entender esta paradoja, vale la pena empezar con un poco de historia. La revista Time publicó los nombres de las personas más ricas de todos los tiempos, una especie de lista Forbes desde que el mundo es mundo. Y en el primer puesto, por delante de Rockefeller o Bill Gates, la gran sorpresa. Mansa Musa, rey de Tombuctú, emperador de Mali. No hay economista capaz de calcular su fortuna, que estaba sustentada en las minas de oro y de sal. Baste decir que peregrinó a la Meca en el siglo XIII con una caravana de 60.000 personas, transportando ocho toneladas de oro para trapichear por el camino. A la ida levantaba una mezquita cada viernes donde quiera que acampaba. Y a la vuelta fue contratando a sabios, arquitectos, ingenieros y astrónomos de todo el orbe islámico, que hicieron de Tombuctú una ciudad legendaria con una biblioteca fabulosa.
Como la historia de Mansa Musa, la de Mali también es como para pellizcarse. Hoy, en el punto de mira del yihadismo, es un país en bancarrota, pero con un potencial en su subsuelo minas de oro, uranio y otros minerales estratégicos, además de petróleo e incluso el sol del desierto tan incalculable como la fortuna de aquel rey legendario. Como suele pasar en África, su riqueza también es su maldición. Según la ONU, está entre los diez países más pobres del mundo. El PIB per cápita es de 576 euros al año y la mitad de sus 14,5 millones de habitantes el 95 por ciento son musulmanes viven con un euro al día.
Tormenta de arena
Visto en un mapa, Mali es un extraño polígono trazado con escuadra y cartabón en el límite sur del desierto del Sáhara. Ocupa la región del Sahel, la franja semidesértica que abrocha el Magreb con el África subsahariana. «Es un país inmenso que tiene frontera con otros siete y puede desestabilizarlos a todos- explica Hamdi al Washington Post. Ahora está en el centro de la escena. Y la comunidad internacional necesita tomarse su situación muy en serio».
Colonia francesa hasta 1959, en 2012 el Gobierno de Bamako -su capital- pidió ayuda a Francia para frenar la insurrección de los tuaregs, las tribus nómadas bereberes; un río revuelto en el que se zambulleron los yihadistas. Francia lanzó la Operación Serval en 2013. «Saldremos rápidamente», afirmó Laurent Fabius, ministro francés de Exteriores. Pero no fue así. La operación ahora se llama Barkhane, y Francia ha involucrado a sus aliados europeos. Un pequeño contingente español adiestra al ejército local. España, además, atendió la petición de ayuda francesa en la República Centroafricana [Operación Sangaris] y tiene militares en Yibuti, Somalia y Senegal. En total, unos 300.
Francia es el gendarme de África. Y lleva su pasado sin complejos. Francia es, de hecho, el país más intervencionista del mundo, por delante de los Estados Unidos: en los últimos años ha desplegado fuerzas en Ruanda, Chad, Yibuti, Costa de Marfil, Libia, Afganistán, Somalia, Mali, República Centroafricana…
En Mali, Francia se ocupa de tareas antiterroristas. Paradójicamente, Francia tiene dos socios privilegiados, Arabia Saudí y Catar, que financian la propagación de la versión más rigorista del islam. Y, además, hay una misión de paz de la ONU que ya suma diez mil ‘cascos azules’. El presidente francés, François Hollande, dijo que:»Francia no persigue ningún interés propio en Mali, excepto proteger a un país amigo, y no tiene otro objetivo que la lucha contra el terrorismo». Sin embargo, muchos analistas lo ven de otro modo. Tobias Vanderbruck, experto en la industria petrolífera, concede que «estaríamos ante un nuevo paradigma en el que las potencias coloniales regresan a la zona, pero no como opresores, sino como libertadores y protectores». Pero advierte de que no lo harían por una cuestión de altruismo, sino de negocios.
Francia es un país más intervencionista que el propio EE.UU: chad, Uibuti, costa de Marfil, Afganistán, Libia, Somali, Mali…
Y señala, como ejemplo, el potencial de los cuatro «prometedores» yacimientos de hidrocarburos de Mali. la cuenca de Taoudeni, la de Tamesna, la depresión de Nara y la fosa tectónica de Gao. Vanderbruck cita el interés de varias compañías occidentales -francesas, canadienses y australianas- con prospecciones en marcha. Ese petróleo sería bombeado hacia Europa a través de un oleoducto que conectaría los pozos de Mali, país sin salida al mar, con Argelia, cuyo gas ya abastece al sur de Europa y es vital para España.
Las minas de uranio de Mali, y sobre todo las del vecino Níger, son de interés prioritario para Francia, que genera el 78 por ciento de su energía en centrales nucleares, más que cualquier otra nación. Las minas de Níger son muy contaminantes y han creado resentimiento entre la población local. La comImouraren la que será la segunda mina de uranio más grande del planeta, protegida por soldados de las fuerzas francesas de operaciones especiales. «La minería de uranio sostiene la luz en Francia y la oscuridad en Níger», se queja Nene Diallo, directora de la oficina de salud de la ONG norteamericana Africare.
El vergel energético
Mali también es el tercer productor africano de oro, con siete minas en activo. Hay potencial para explotar diamantes, mineral de hierro -hay dos millones de toneladas sin tocar-, bauxita y manganeso, además de cobre, mármol, fosfatos, plomo, litio, bituminosas, lignito…
El proyecto con mayor carga simbólica era la iniciativa Desertec, un parque fotovoltaico descomunal impulsado en 2009 por la española Abengoa y las alemanes E.ON, Siemens, Deutsche Bank y otras compañías internacionales, 50 en total. Casi todas se fueron descolgando y hoy apenas quedan tres en el consorcio, que ha reducido sus aspiraciones. La meta era construir en el desierto un parque solar que suministrara el 20 por ciento de la demanda europea. La inversión prevista era de 400.000 millones de euros hasta 2050 y sus quiméricas expectativas ayudan a entender las dificultades actuales de Abengoa, que negocia con la banca acreedora el pago de 8900 millones de deuda.
Mali es un tablero de ajedrez en el que se desarrolla una partida complejísima. Boubou Cissé, ministro maliense de Industria y Minería, explica que el 70 por ciento de las minas están a más de 2000 kilómetros de la zona de guerra, pero que los pozos de petróleo están situados en el norte, precisamente el territorio en disputa con los grupos yihadistas. Y aquello es un avispero. Por el Sahel pululan, entre otros, los grupúsculos escindidos de la antigua Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), los Soldados del Califato, vinculados al ISIS; los salafistas de Ansar Dine; el Frente para la Liberación de Macina; y bandas que se financian con el secuestro de cooperantes (tres españoles), como Al Murabitún, cuyo líder Mojtar Belmojtar, alias el Tuerto perdió un ojo en la guerra de Afganistán o Míster Marlboro -se financia con el contrabando de tabaco-, fue dado por muerto.
Al Murabitún, sin embargo, se atribuyó el ataque al hotel Rasisson Blue de Bamako tras los atentados de París. Los terroristas aprovechan el caos en Libia para armarse y reagruparse y han cambiado de táctica desde el despliegue de las tropas extranjeras. «Antes intentaban capturar territorio [llegaron a controlar dos tercios del país], ahora se han replegado a las montañas y optan por incursiones rápidas a objetivos fáciles. Los franceses han impedido que cayese el Estado, pero no pueden reconstruirlo en dos años. Y las fronteras son pura ficción» , explica Peter Pham, director de estudios africanos del Consejo Atlántico. Esto propicia que los terroristas de Al Shabab o los raptores de niñas de Boko Haram puedan sumarse al caos desde Somalia y Nigeria. Boko Haram fue el grupo más letal el año 2014 según el Índice Global del Terrorismo, con 6644 muertos, por encima del ISIS (6073).
Los intereses franceses parecen evidentes. Pero ¿y los españoles? España es el país europeo más cercano. Si cae Mali, podría convertirse en la Siria africana, una cabeza de puente del Daesh a 800 kilómetros de Fuerteventura. Por Mali pasan las rutas de la inmigración ilegal hacia Europa, algunas por el este, hacia Argelia y Libia, y sobre todo las del oeste, hacia Mauritania, el Sáhara Occidental y Marruecos. Los acuerdos con Senegal y Mauritania frenaron la crisis de los cayucos, cuando llegaron 30.000 subsaharianos a Canarias en 2006. Pero una estampida general provocada por un estado fallido en Mali o la desestabilización del Sahel podría desatar una nueva crisis migratoria. Y esta vez la puerta de entrada no sería Grecia o Italia, sino España.
Mali, la gran tajada
- Mali es el tercer productor de oro de África y posee inmensas reservas de uranio, gas y petróleo.
- La cuenca petrolífera de Taoudeni Mauritania, Mali y Argelia es el gran tesoro inexplorado del Sáhara. En 2012, la parte maliense cayó por unos meses en manos rebeldes. La francesa Total lleva años realizando prospecciones.
- El Adrar de los Iforas, macizo montañoso refugio de yihadistas, alberga grandes reservas de uranio.
- En Níger, Francia dominó el uranio hasta 2007, cuando el Gobierno abrió la puerta a China, que hoy también explota hidrocarburos.
- Mali posee, además, bauxita, diamantes, hierro, cobre y litio, pero la mayoría de sus yacimientos están sin explotar.