Empezó de payaso para niños y hoy es, para muchos, el mejor actor español vivo. Hablamos con este camaleónico ganador de tres Goya. Por Fernando Goitia

Niño de colegio masculino de curas se apunta a grupo de actividades de colegio femenino para ver si liga algo. Así fue como Luis Tosar descubrió el teatro. Gracias a las monjas y a las chicas, claro. Tenía 11 años. Ahora, a los 44, aquella profunda vocación despertada por las religiosas de las Juventudes Marianas Vicencianas de Lugo ha convertido a este gallego en uno de los actores más respetados que haya dado España en los últimos tiempos. Maltratador de mujeres, campesino colombiano, policía antidrogas, matón, mafioso, productor de cine, peluquero-ganadero, desempleado La galería de personajes cinematográficos de este intérprete todoterreno es larga, casi medio centenar ya. Y eso que no llegó al cine hasta cumplir los 28, cuando un carismático papel en una serie de la televisión gallega, Mareas vivas, le dio el arreón definitivo. Desde entonces, Tosar no ha parado; con su propio trío cómico, su banda de rock y estrenando entre tres o cuatro películas por año. Tal y como ocurrirá este 2016. La primera, Cien años de perdón, de Daniel Calparsoro «una película de atracos como Dios manda con un trasfondo de corrupción», subraya Tosar, la rodó en Buenos Aires mientras esperaba a su primer hijo: León. «El bebé, que cuenta ya dos meses, tiene a su padre en una nube, viviendo emociones que es imposible sentir si no tienes un hijo». Ni siquiera perder la batalla por el último Goya, en beneficio de su gran amigo Ricardo Darín, consigue nublarle el entusiasmo.

XLSemanal. Ha sido usted padre a los 44. Si fuera mujer, llevaría años respondiendo a preguntas del tipo. ¿Acaso no quiere tener hijos?

Luis Tosar. Sí, totalmente. Es lo que dijo hace poco Maribel Verdú: «¿Por qué nadie le pregunta eso a Luis Tosar?». Y tuvo mucha coña porque yo ya estaba esperando [se ríe]. Pero vamos que tiene toda la razón. Jamás me preguntó nadie por qué no tenía hijos o si quería tenerlos. Les hubiera dicho que los bebés me encantan. Pero de siempre.

XL. Le cito. Ser actor consiste en abrir tu propia tumba y ver qué encuentras . ¿Cómo olía ahí dentro?

L.T. Hombre, mal, como en todas [se ríe], pero hay que abrirla, no queda más remedio. Todo lo relacionado con las emociones, lo más profundo y existencial está en tu interior, así que buscas ahí de dónde sacar para tu personaje. Y a veces, claro, también abres las tumbas vecinas.

XL. Ha hecho de padre varias veces antes de serlo. ¿Abrió tumbas vecinas para ello?

L.T. ¡Qué remedio! [Se ríe]. De todos modos, una cosa es explorar el dolor de la pérdida o el sufrimiento de un hijo para un personaje y otra muy distinta es la paternidad. Cuando eres padre, hay cosas que afloran de repente, sentimientos y emociones que sin hijos jamás conocerás. Puedes empatizar, recrearlo, pero sentirlo es imposible. Es algo único.

«Cuando eres padre, hay sentimientos y emociones que afloran de repente. Puedes recrear eso, pero sentirlo es imposible: es único»

XL. El Goya se lo han dado este año a Ricardo Darín. Parece que se le resiste el cuarto ‘cabezón’

L.T. Hombre, teniendo a Ricardo, a Asier Etxeandia, otra bestia, y a Pedro Casablanc, tremendo como Bárcenas, si me lo hubieran dado hubiera sido sorprendente. Siempre pensé que lo ganaría Ricardo, que es como un hermano, así que celebración hubo igual [se ríe].

Tosar se hizo famoso gracias a ‘Mareas vivas’, una serie de la televisión gallega en la que daba vida a un juez de un pueblo en la costa de la Muerte

XL. ¿Qué le honra más. un Goya o ser Galego do Mes?

L.T. [Suelta una carcajada]. Hombre, mejor un Goya, aunque ya tenga tres. Lo de Gallego del Mes estuvo bien, me lo dieron una vez hace un porrón de años, pero con una basta.

XL. Antes de conseguir el primero, ¿le obsesionaba el Goya?

L.T. Nunca me ha obsesionado nada relacionado con mi trabajo. Empecé por diversión. un poco de teatro, de payaso de cumpleaños y fiestas; rollos así, mientras trabajaba de camarero, vendía publicidad lo que podía. Nunca pensé en venir a Madrid ni hacer cine. Tampoco fui a una escuela de arte dramático, donde, supongo, todo es más competitivo y la gente se pone metas como ganar un Goya y demás.

XL. La experiencia de payaso le vendrá bien con su hijo

L.T. Sí, claro, ya lo estoy recuperando [se ríe], aunque no se entere de mucho aún. Pero nos lo pasaremos bien, seguro.

XL. Cien años de perdón, su nueva película, narra un atraco con un trasfondo de corrupción política. ¿Qué le atrajo más. lo de hacer de atracador o que se tratara la corrupción?

L.T. Lo del atraco. Al menos una vez en tu vida hay que hacer una de atracos. Y el guión de Jorge Guerricaechevarría, que me pareció cojonudo. En España, las pocas del género que se han hecho han tirado siempre hacia la comedia.

XL. ¿Cree que en España una banda de corruptos es capaz de organizar un lío como el de la cinta para taparlo todo?

L.T. Los corruptos en la película se sirven del aparato del Estado para intentar irse de rositas. Quizá haya muchos corruptos impunes aún por ahí, capaces de algo así, pero los que vemos en las noticias son chapucillas que se creían los amos de la barraca. Es difícil controlar la soberbia, el ego, los aprovechados y aduladores alrededor Pierden la perspectiva y acaban cayendo. Ya sabes lo que dicen los narcotraficantes: «Si te echaron preso, señal de que no lo hacías muy bien…».

XL. Con el panorama que tenemos, ¿echa de menos un thriller nacional que hurgue de verdad en la herida?

L.T. Sí, falta algo así, porque chicha para hacerlo nos sobra. El problema quizá es que somos un poco cañís [se ríe]. Al final siempre hay un toque cutre, absurdo, con una folclórica de por medio o con sujetos de república bananera como Alfonso Rus o Fabra. Sin duda, hay material, pero en España debemos superar el pudor y decirnos. «Hagámoslo, pero de verdad, sin medias tintas. ¡A fondo, coño!». Si la gente roba, contémoslo, no es ninguna broma. ¡Están saqueando el país!

XL. ¿No hay miedo entre los productores a meterse en camisa de once varas?

L.T. No, es más que nadie sabe cómo hincarle el diente a ese material. Y, además, ¿qué trama haces: Pujol, los ERE, Gürtel? Todas tienen momentos delirantes. Mira Jordi Pujol hijo, que compraba coches de lujo y se fue a Woking, a McLaren, a pillar uno que era casi como un Fórmula 1…

XL. Si se aborda un caso y no otro, los implicados dirán que la película se la han financiado sus oponentes

L.T. ¡Ah, sí! España es complicada, pero se hará. Y no tiene por qué ser cara. Cien años de perdón, por ejemplo, está muy bien pensada en ese aspecto porque tiene acotados los escenarios, en interiores. Claro que la rodamos en Buenos Aires, donde te dan facilidades para usar espacios públicos.

XL. ¿Quiere decir a diferencia de en España , donde no fluye la relación entre la cultura y las instituciones?

L.T. Totalmente. En Argentina no te ponen las trabas burocráticas que hay aquí. Por no hablar del respeto hacia el artista y la cultura. En los restaurantes, con los compañeros de reparto, que son muy conocidos allá, la gente los miraba y los saludaba con un respeto acojonante. Aquí te ven y todo el mundo se pone a cuchichear: «Oye, que ese es…» . Tú cenando y un montón de gente mirándote. También es que son más extrovertidos, se expresan mejor; en España, la extroversión suele implicar dar la nota.

XL. Estuvo en Nunca Máis tras el Prestige, en el colectivo contra la guerra, en las listas del Bloque Nacionalista Galego ¿En qué ‘fregado’ anda ahora?

L.T. En ninguno. Ahora soy padre y tengo demasiado lío [se ríe]. No, en serio, hace años que decidí que la política activa no era lo mío. De repente, me vi en mítines y situaciones así y me sentí muy incómodo.

Luis Tosar hizo sus pinitos como cantante rock en la adolescencia. Ahora tiene una banda, ‘Di Elas’, que versiona canciones de mujeres, y es miembro del trío cómico ‘The Magical Brothers’

XL. ¿Eso de utilizar al famoso para atraer atención?

L.T. Sí, sí, pero es que no era real. Apoyar una causa o a un partido está bien, pero si solo estás para hacer bulto o conseguir publicidad, estás falseando el mensaje. Porque yo no me voy a implicar más allá. Ni siquiera era militante del Bloque; eché una mano, me presenté en las listas dos veces Europa y municipales, pero sabiendo que no iba a salir. Al final, me pareció poco honesto con el electorado.

XL. Era el número 12 de la lista. Imagine que todos los que iban antes que usted renuncian ¡Podría haber sido alcalde!

L.T. [Suelta una carcajada]. ¡Uf! Quita, quita. ¡Imagínate! Si esos 11 se caen, me habría tenido que joder [se ríe].

XL. No sé a quién habrá votado, pero ¿cree que alguien será capaz de ponerse de acuerdo para gobernar?

L.T. ¡Jo, ni idea! Pero veo a los políticos cada vez más torpes. Caen en sus propias mentiras y contradicciones cada día más rápido. Hay tanta incontinencia verbal que ya no controlan lo que dicen; replicar enseguida lo que dice el otro no ayuda. Y si no tuiteas, no existes. De locos. Así es imposible negociar.

XL. Y a usted, ¿nunca se le ha ido la pinza nublado por el éxito y los halagos?

L.T. Por suerte, siempre he tenido un grupo de amigos que no me deja pasar una [se ríe]. Siempre hay riesgo de volverte un poco gilipollas o de relajarte en tu exigencia profesional. Hay que mantener la perspectiva, porque nunca está todo perfecto. Es imposible.

XL. ¿Alguna vez lo han llamado Amenábar o Almodóvar, dos directores españoles con los que no ha trabajado?

L.T. Amenábar no. Y con Almodóvar hicimos una lectura una vez en su casa para La mala educación. Pero yo estaba con La vida que te espera, de Gutiérrez Aragón, y fue imposible. Nunca he tenido fijación por ningún director. Y, además, que no garantiza nada. Hasta que no trabajas con alguien no sabes de verdad si hay química con esa persona.

«Apoyar a un partido está bien, pero si solo estás ahí para darles publicidad, me parece poco honesto con el electorado»

XL. ¿Le ofrecen más papeles de tipo duro de los que le gustaría?

L.T. Sí. De tipo duro, de malo, de hombre frío Los productores buscan fórmulas que ya hayan funcionado, pero hay tipos que no tiene mucho sentido repetir.

XL. ¿Le costó dejar atrás a personajes como el maltratador de Te doy mis ojos o el Malamadre de Celda 211?

L.T. Sí, un poco. La gente se queda muy pillada con este tipo de seres. Te cruzas por la calle con algunos que no salen de ahí. Pero bueno en televisión es peor. Si haces popular a un personaje que sale cada semana, te persigue toda la vida.

‘Cien años de perdón’, de Daniel Calparsoro, narra un atraco con el trasfondo de una trama de corrupción que alcanza a las más altas esferas del poder

XL. ¿Algún hecho concreto lo inclinó hacia la interpretación?

L.T. Bueno, yo empecé en esto para ligar [se ríe]. Así de claro. Estudiaba en los Maristas, que era un colegio masculino. Tenía 11 años y, como queríamos estar con chicas, mis amigos y yo nos dijimos: «Joder, vamos al colegio de San Fernando, nos apuntamos con las monjitas a las Juventudes Marianas Vicencianas y nos vamos de excursión con las chicas». Ese era el objetivo [se ríe].

XL. ¿Y lo del teatro?

L.T. Es que, al tener chicos en el grupo, las monjitas nos metieron en todas las obras y a hacer funciones aquí y allá. El problema es que empezamos a pencar. Hicimos funciones en asilos, centros de discapacitados, manicomios Mi primera gira teatral fue con una obra titulada Haciendo el tonto. Yo era el tonto [se ríe].

«Mis padres son de campo y no veían la universidad como una gran cosa. si querías estudiar, bien; pero ir por ir…»

XL. En el recreo ¿jugaba al fútbol o interpretaba?

L.T. Fútbol, poco. Me dedicaba sobre todo a hacer el mangui.

XL. Y en casa ¿cómo veían sus padres eso de que fuera haciendo de payaso por ahí ?

L.T. Mi padre lo tenía claro. Si consigues ganarte la vida, adelante. Yo no voy a mantenerte, claro . Mis padres son de campo, estudiaron poquito y no veían la universidad como una cosa de puta madre. Si querías estudiar una carrera, bien; pero ir por ir Y ya me veían que desde pequeño no paraba, bailando breakdance por la calle y cosas así.

XL. ¿Iba con visera, pantalones anchos y demás?

L.T. Claro, con pantalones de camuflaje Eso de verme bailar en el suelo no era lo que más gracia les hacía a mis padres, pero vamos que estaban acostumbrados a verme inquieto y sabían que no iba a tener problemas.

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