Cazadores furtivos y codicia. La demanda mundial de marfil ha puesto a los elefantes africanos en una encrucijada. Por Álvaro Ybarra Zavala y Fernando Goitia/ Fotografías: Álvaro Ybarra Zavala/ Reportage by Getty Images
En las inmensas llanuras de Kenia, un grupo de masáis luchan por proteger a unos animales cuyo futuro está ligado al de su propia tribu.
Tim Casaina estudia el bosque de acacias frente a él. Entre los árboles se oculta el elefante herido al que lleva rastreando desde bien entrada la madrugada.
Un grupo de ‘rangers’ han abatido con un dardo somnífero a un elefante herido por furtivos. Tras curarle las heridas lo dejan partir, supervisando su recuperación durante varios días.
Casaina lidera un grupo de ‘rangers’ de la Big Life Foundation, entidad que lucha contra la caza furtiva de elefantes en la región masái de Amboseli, en Kenia, un país que acoge las mayores manadas de paquidermos de la Tierra.
A sus 60 años, Casaina representa a una generación de masáis de otro tiempo, cuando se exigía al adolescente matar un león para convertirse en hombre. Tras 30 años patrullando parques y reservas al servicio del Gobierno, el ranger ha centrado su actividad en los elefantes de Amboseli. La tarea, de hecho, no puede ser más urgente. La caza y el comercio de marfil han reducido el número de ejemplares africanos a un ritmo devastador. A principios del siglo XX, África era el hogar de unos cinco millones de individuos. Hoy, a la espera de que este año se complete el Gran Censo de Elefantes, la población se estima en menos de 470.000 individuos.
A principios del siglo XX, en África vivían cinco millones de elefantes. Hoy, la población se ha reducido a menos de medio millón de individuos.
Como sucede con otras materias primas, la creciente demanda de China trastocó a finales de la pasada década todo el mercado del marfil africano. Desde el año 2004, su precio se ha disparado. de 200 a 2000 dólares por onza. La matanza, calculan los expertos, alcanza cada año a más de 35.000 elefantes.
Los rangers de la Big Life Foundation, creada en 2010 por el fotógrafo británico Nick Brandt, llevan un lustro luchando contra esta carnicería. Entre sus logros figura haber desarticulado las tres principales bandas de furtivos que operaban en una región que, hasta hace poco, era uno de los puntos más calientes del tráfico de marfil. Hasta su despliegue, los elefantes de Amboseli estaban siendo exterminados.
Big Life mantiene más de 40 puestos de vigilancia permanente, dispersas unidades móviles como la de la fotografía y cuenta con 13 vehículos, perros de rastreo y un servicio de vigilancia aérea.
En los últimos años, sin embargo, gracias a las políticas de sensibilización del Gobierno y a los recursos aportados por entidades como Big Life o la David Sheldrick Wildlife Trust, la tendencia ha cambiado. Entre los masáis, además, también se ha producido un cambio de mentalidad. Los animales son percibidos hoy como un activo que atrae turismo, inversiones y una esperanza para evitar el éxodo de las nuevas generaciones hacia las grandes ciudades en busca de trabajo.
La quietud del Amboseli, considerada entre las mejores experiencias de observación de fauna del planeta y reserva de la biosfera, se rompe con el murmullo de la radio de Tim Casaina. 2Tengo localizado al elefante, Tim. -El sargento Lekina Mpumpu reporta a su superior y amigo-. Tiene tres heridas de lanza. Una grande, en el costado izquierdo, parece muy infectada. Hace mucho viento y él sabe que estamos aquí, está muy agresivo. Si nos acercamos más, atacará».
La matanza no se ciñe a los elefantes. Quedan 20.000 leones, un 75% menos que hace 20 años. Jirafas, rinocerontes y cebras también están siendo diezmados.
Tim escucha a su subordinado, también masái. Lekina pertenece, eso sí, a otra generación. Su desafío es preservar la identidad de su pueblo frente a los cambios del mundo actual. «Bien, sargento -ordena Casaina-. Mantenga la posición, no se acerque más. El helicóptero con el veterinario llegará enseguida. Y, sobre todo, no pierda al elefante» .
La violencia del animal herido
Al cabo de un rato, el estruendo del rotor anuncia las asistencias. «No veo al elefante, el bosque es demasiado espeso -informa Stephan, piloto británico al servicio de la David Sheldrick Wildlife Trust-. ¡Imposible disparar desde el aire!». Para Casaina y Mpumpu perder la ventaja aérea es todo un contratiempo. Ante un elefante herido en marcha, la posibilidad de un ataque es elevada. Tim exige a sus hombres máxima concentración.
La David Sheldrick Wildlife Trust, gestora del orfanato de paquidermos, sostiene que quien compra marfil es cómplicedel asesinato de un elefante .
Dos horas después, los rangers abaten al animal con un dardo somnífero. De pie, frente al cuerpo dormido del gigante, el piloto analiza la coyuntura. «Es obra de furtivos -asegura-. A veces usan lanzas envenenadas, lo siguen hasta que muere y se llevan los colmillos. No creo que se trate de un conflicto entre agricultores y elefantes».
Las palabras del piloto hallan eco entre sus compañeros. Mejorar la convivencia entre humanos y animales, subrayan, requiere tanto esfuerzo como combatir a los furtivos. «La mayor parte del tiempo espantamos elefantes de zonas de cultivo -cuenta el sargento-. Los animales invaden los campos de trigo y de tomates. Hemos logrado que los campesinos nos avisen antes de tomarse la justicia por su mano. Por desgracia, no siempre es así».
El veterinario realiza las curas al elefante, pero se le ve muy débil. Stephan no cree que sobreviva. Las heridas lo han debilitado. Los rangers seguirán ahora de cerca sus pasos. Las labores de protección prosiguen así hasta donde sea necesario.
Mientras tanto, en el Parque Nacional de Nairobi, a pocos kilómetros de la capital, otro proyecto contribuye a preservar la población de paquidermos. Fundada en 1977, la David Sheldrick Wildlife Trust es toda una referencia en África por su Proyecto para Huérfanos. En su sede, 27 elefantes jóvenes luchan por superar el trauma de haber perdido a su familia. Algún día seguirán los pasos de sus 150 congéneres reintegrados ya a las manadas de la región de Tsavo.
En 1960, Kenia contaba con una población de 160.000 elefantes. Hoy quedan unos 38.000. Hace tres años, el Gobierno endureció las penas contra los cazadores furtivos hasta con 15 años de cárcel.
«Tienen mucho en común con los humanos -revela Peter, un cuidador de 30 años con 8 de experiencia con animales huérfanos-. Cada uno posee su personalidad, son tremendamente inteligentes y muy fuertes; cualquiera podría acabar con una vida». Peter, en todo caso, no está solo. La entidad emplea a 30 cuidadores. «Pasamos todo el día con ellos -explica Peter-. Los alimentamos, dormimos con ellos y los ayudamos en todo. Después de tantos años, con muchos se ha creado un vínculo de amistad y respeto tan fuerte como los que tengo con mi familia».
Nacida en 2010, la Fundación Big Life es hoy el gran guardián de la sabana en Kenia. Emplea a cientos de ‘rangers’ masáis y cubre una región de 8000 km2. Hasta la fecha ha realizado 2000 arrestos y confiscado 3000 armas de caza.
El Programa para Huérfanos de la David Sheldrick Wildlife Trust es uno de los proyectos de conservación de elefantes más ambiciosos que existen en Kenia. Su ejemplo y el de la Big Life Foundation representan la apuesta por el respeto del ser humano hacia la fauna salvaje. Nuestra identidad está ligada a la conservación de estos elefantes. Ahora los vemos como compañeros de viaje de nuestro pueblo , sentencia Tim Casaina. Frente a él, el animal al que acaba de salvarle la vida se pierde en la inmensidad de la región de Amboseli.
El orfanato de los elefantes
El Proyecto para Huérfanos de la David Sheldrick Wildlife Trust acoge hoy a 27 elefantes que han perdido a sus familias. La entidad, fundada en 1977, ha reintegrado ya a más de 150 individuos a las manadas de los parques de Kenia. Peter, de 30 años, es uno de sus cuidadores. «Tenemos un vínculo de amistad y respeto tan fuerte como el que tengo con mi propia familia», asegura.