El plan secreto de un asesino de masas

Anders Breivik no se arrepiente. Es más, lo volvería a hacer. Hace cinco años asesinó en Noruega a 77 personas. Aquel crimen le rindió una legión de seguidores. Su reciente victoria contra el Estado noruego, que ha puesto fin a su aislamiento, no es casual. Tiene un plan. El monstruo quiere volver a ser escuchado. Por Asne Seierstad

Al entrar en el juzgado, Anders Breivik esbozó una sonrisa. Entonces, uno de los guardias le quitó las esposas. El prisionero aprovechó el momento y con la mirada fija en las cámaras hizo el saludo nazi.

Breivik denunció al Estado por violar los derechos humanos al confinarlo en régimen de aislamiento. Así sonreía cuando conoció el fallo a su favor.

Ante la veintena de periodistas y funcionarios que asistían a la vista, el noruego que asesinó a 77 personas el 22 de julio de 2011 mantuvo el brazo en alto durante nueve segundos. Su gesto fue transmitido a medio mundo. Cinco años antes ya había dejado claro que, para él, eso de que «el escándalo es la mejor forma de llamar la atención» era algo más que una frase. Tras sus masacres, que Breivik describió como «la presentación de mi libro», declaró. «Me peguntaba a cuánta gente tenía que matar para que captaran mi mensaje».

En cierto modo tenía razón: nadie se interesó por sus diatribas hasta que puso una bomba frente a las oficinas del primer ministro en Oslo y acribilló a 69 personas en la isla de Utøya. Tras lo sucedido, millares de personas leyeron y comentaron su manifiesto de 1500 páginas.

Se queja de que en la cárcel le dan vasos de papel, cubiertos de plástico y come lo mismo dos días seguidos

Breivik sabe que suscitar indignación le confiere poder. Su visita al juzgado, el pasado marzo, es prueba de ello. El asesino de masas, de 37 años, había denunciado al Estado noruego por violación de derechos humanos al mantenerlo en aislamiento y restringir sus comunicaciones. Según el fiscal, «la ideología de Breivik resulta peligrosa, pues la llegada de refugiados a Europa ha elevado la actividad ultraderechista y, si se le permitiera comunicarse libremente, podría instigar a sus simpatizantes a actos violentos». El juez, sin embargo, falló a su favor y Breivik podrá tratar con otros presos, además de recibir del Estado 36.000 euros por los costes del juicio.

Su manifiesto: Europa está amenazada

Tras una niñez complicada, Breivik ingresó con 18 años en el derechista Partido del Progreso y comenzó a leer escritos de grupos por la supremacía blanca, neonazis y antiyihadistas. Las ideas de todos ellos quedaron plasmadas en su propio manifiesto, un batiburrillo de lugares comunes de la ultraderecha, con alguna aportación propia que tituló 2083. Una declaración de independencia europea. A saber: Europa está siendo invadida por musulmanes y los gobiernos no hacen nada; las élites están integradas por traidores que nos engañan; sin reacción, acabaremos bajo un Califato…

El caso es que, un buen día, alquiló una granja y empezó a almacenar explosivos, armamento y municiones. Desde allí planificó el ataque contra los «traidores» , las élites y sus hijos. Su propósito: desencadenar una guerra en Europa contra los musulmanes. Derrotados, podrían escoger entre conversión o muerte. Las mezquitas serían demolidas; las obras de arte islámicas, destruidas; y el árabe, el farsi, el urdu y el somalí estarían prohibidos.

Durante el juicio, el tribunal trató de determinar si el acusado padecía alguna enfermedad mental. Los psiquiatras diagnosticaron un trastorno de la personalidad narcisista y antisocial, dictamen que la corte asumió estableciendo que no era un psicótico y que fue consciente de lo que hacía. El juez lo sentenció, el 24 de agosto de 2012, a la máxima pena por terrorismo. 21 años, con posibilidad de extender la condena a perpetuidad mientras sea considerado un peligro para la sociedad.

Desde el mismo día de su detención, los extremistas lo idolatraron y su ‘manifiesto’ comenzó circular en bitácoras y redes sociales de orientación ultraderechista. Uno de los blogs más conocidos, The commander Breivik report, nació para subir todas las noticias relacionadas con él, archivar sus cartas e informes psiquiátricos. Uno de los países donde Breivik levantaba más admiración era en Rusia. «Gloria a Anders Breivik», cantaron manifestantes ultranacionalistas en marzo en Moscú. En los foros extremistas de VKontakte, la principal red social rusa, proliferaron fotografías y citas de Breivik, un hombre con una misión sagrada que había «iluminado» la oscuridad, escribían sus fans.

En diciembre de 2012 un joven, Adam Lanza, mató a 26 personas en un instituto de Connecticut. Quería matar más gente que Breivik.

No había acabado el juicio cuando empezaron a surgir imitadores. En agosto de 2012, la Policía checa detuvo a Vojtech Mlýnek por planear un atentado inspirado por Breivik. Tres meses después, otro admirador era cazado en Polonia antes de que lograra dinamitar varios edificios. En diciembre de ese año, un estadounidense de 20 años mató a tiros a 26 personas -20 niños- en un instituto de Connecticut y se suicidó. Fuentes de la investigación declararon que estaba obsesionado con Breivik y quería superar su número de víctimas. En el Reino Unido, otros cuatro individuos fueron arrestados entre enero de 2013 y junio de 2015 por idear atentados de similar inspiración.

El declive de los imitadores 

Con los meses, sin embargo, la admiración fue decayendo. El último post de The commander Breivik report data de enero de 2015. Aislados de su héroe, los seguidores pasaron a debatir otras cuestiones. Algunos cerraron sus blogs. El declinar de la adulación fue, en parte, producto del paso del tiempo, pero también de su incapacidad para mantener correspondencia. Tras su detención, cada mes recibía centenares de cartas; la mayoría era de extremistas, pero también de enamoradas y niños que lo consideraban un héroe. El primer año, los funcionarios le entregaron todas las misivas. Pero al siguiente concluyeron que Breivik propiciaba el culto a su persona y empezaron a censurar las cartas que recibía y enviaba a organizaciones como la Hermandad Aria, una banda por la supremacía blanca. Fue entonces cuando Breivik decidió recurrir las condiciones de su reclusión. a las autoridades, sin éxito, para poner fin al aislamiento. En febrero de 2015, el letrado le propuso denunciar al Estado por violar los derechos humanos.

El horror de las víctimas no termina

Cinco años después de aquel 22 de julio de 2011, Freddy Lie sigue despertándose por las noches oyendo el grito de su hija. Conducía bajo la lluvia cuando Elisabeth, de 16 años, lo llamó desde el campamento juvenil en Utøya y le soltó un alarido. De pronto, la comunicación se cortó. La llamó y saltó el buzón de voz. Breivik le había disparado en la sien. El proyectil atravesó su cerebro, salió por el lado derecho de la cabeza y se detuvo al impactar contra la tapa posterior del móvil. Elisabeth se desplomó. Breivik disparó dos veces más. Su largo cabello rubio quedó teñido de sangre; sus dedos, agarrotados, sujetaban el móvil de plástico rosa.

«Hace unos días hubiera cumplido 21 años -comentó el padre de la joven Elisabeth a la puerta del gimnasio en Skien, durante una pausa en el proceso judicial-. La semana pasada. Ese día visitamos su tumba». Como padre, necesitaba ver en persona la vista de Breivik. Otros padres de víctimas siguieron las deliberaciones por un enlace de vídeo proporcionado por el Juzgado Central de Oslo; la mayoría prefirió abstenerse. «Hemos vivido un auténtico infierno» , sentenció.

Todo ocurrió en dos tiempos. Primero, Breivik hizo explotar una furgoneta bomba en un complejo de edificios del Gobierno en el centro de Oslo. Murieron ocho personas.

Lie y un pequeño grupo de padres sopesaron denunciar al Estado por tardar demasiado en comprender que en la isla estaba teniendo lugar una matanza indiscriminada. Esa tarde de julio, agentes apostados a unos 600 metros de Utøya oyeron los disparos, pero pasó una hora hasta que el primero desembarcó en la isla. La reacción -consideran los padres- fue lo bastante lenta como para que Breivik pudiera seguir disparando. Pasó otra hora más antes de que redujeran al asesino.» No tengo nada contra vosotros -dijo Breivik por encima del hombro, mientras un policía le ataba las piernas con bridas de plástico-. Os veo como mis hermanos» .

Denunciar al estado es posible

Lie y los demás padres sondearon a varios abogados que rechazaron el caso alegando que nunca ganarían una denuncia contra el Estado. Hoy están a punto de tirar la toalla. El duelo resulta demasiado fatigoso; lloran a sus hijos; no pueden dormir; algunos creen estar volviéndose locos. Y, al final, quien ha denunciado al Estado es el propio asesino.

Mantuvo contacto con una admiradora, hasta que cortó con ella. «NO era interesante en el plano político», le dijo Breivik al juez

«Soy el secretario general del partido Estado Nórdico», dijo Breivik en su último juicio. En prisión, contó, se había convertido al nazismo. Dijo, además, que necesitaba establecer relación con personas de esa ideología y solicitó permiso para buscar una esposa afín a sus principios. El preso, de hecho, mantuvo por un tiempo contacto telefónico con una admiradora, hasta que cortó con ella porque las conversaciones no eran interesantes en el plano político .

En menos de dos horas llegó a la isla de Utoya, al campamento de las juventudes laboristas. Allí mató a 8 personas e hirió a 110. Más tarde recreó la escena para la policia

Breivik vive en tres celdas separadas, de ocho metros cuadrados cada una. Tiene una ducha y un trastero. En una de las celdas cuenta con una cama, una silla tapizada, reposapiés, televisor, libros, reproductor de CD y PlayStation. En otra, una mesa y una máquina de escribir. La tercera es un gimnasio, con cinta para correr, bicicleta de spinning y máquina elíptica.

Las quejas del asesino

El abogado de Breivik, Øystein Storrvik, dijo ante el tribunal que el aislamiento había hecho mella en su representado. Por su parte, Breivik aseguró a la jueza que su cerebro estaba tan afectado que incluso había empezado a disfrutar de cierto reality de ligoteo llamado Paradise hotel. También se quejó de los cubiertos de plástico, de los vasos de papel, de que el café a veces estaba frío y de que, en ocasiones, le servían el mismo plato dos días seguidos. «Para las personas del oeste de Oslo (la parte acomodada de la ciudad en la que residía) esta comida es peor que una tortura » Además, tras llamar a los funcionarios para que le dejaran ir de una celda a otra, algunas veces había tenido que esperar 20 minutos.

Las autoridades, en todo caso, admitieron preferir que Breivik se relacione con otros presos, pero que les preocupan su afán por difundir su ideología y que otros reclusos traten de agredirlo o que este intente agredir a otros.

Breivik también solicitó cambios sobre el régimen de visitas, correspondencia y llamadas. Su letrado describió así la situación. «Los que quieren verlo no tienen permiso, y él no tiene interés en ver a aquellos que sí lo tienen». Por ejemplo, cuando su padre -a quien no había visto en 20 años- quiso visitarlo, puso la condición de que se convirtiera en miembro de Estado Nórdico y se declarase nacionalsocialista. Su padre dijo que no. Y antes de la muerte de su madre, en 2013, dijo a las autoridades que prefería no volver a verla, porque no estaba orgullosa de él.

En los últimos cuatro años, el censor ha examinado 4000 cartas, bien dirigidas a Breivik, bien escritas por él. Unas 600 han sido censuradas: casi todas las redactadas por el propio Breivik, a las que se suman unas pocas decenas de las enviadas al recluso. Los fiscales aseguran que es necesario seguir controlando su correo. «El demandante no ha dado muestras de arrepentimiento -declaró el fiscal durante el juicio-. Breivik es un hombre muy peligroso».

Breivik se presentó el pasado marzo ante un tribunal noruego y ante el mundo haciendo el saludo nazi. La justicia de ese país falló a su favor para poner fin al régimen de aislamiento en que vive desde hace cuatro años.

En su manifiesto, y durante el juicio celebrado en 2012, el principal enemigo de Breivik era el multiculturalismo, una doctrina que denominaba marxismo cultural . En la vista declaró que había hecho lo que había hecho con intención de salvar la cultura noruega de raíz cristiana. Desde entonces, su odio hacia las personas con otros orígenes raciales o étnicos no ha perdido intensidad. Entre sus ideas figura la preservación de lo que él llama genes nórdicos . Para ello, el Estado debería establecer una clínica de fecundación asistida en la que se vendan embriones nórdicos. Las madres de alquiler darían a luz bebés nórdicos al cien por cien para su adopción. Salvar el carácter racialmente distintivo de los arios es, asegura Breivik, el objetivo prioritario de Estado Nórdico, un partido, el suyo, que solo existe en su mente.

Breivik sigue contando con seguidores fieles. Hay quien sigue describiéndolo como un héroe de la raza blanca y se dirige a él como comandante Breivik o belleza en estado puro. Muchos de los conocedores del caso Breivik advierten que, si el noruego pudo causar tanto daño operando en solitario durante tres horas, otro asesino que le siguiera los pasos podría conseguir lo mismo. Nuestro temor principal no es una eventual puesta en libertad, porque eso no va a ocurrir. Nuestro miedo es que pueda difundir su mensaje. «Un mensaje que mata» , explica Lisbeth Røyneland, presidenta de un grupo de apoyo a las víctimas del 22 de julio.

Su hija de 18 años, Synne, murió en Utøya. Synne trató de escapar a nado cuando Breivik comenzó a disparar. La encontraron tras una roca, con tres agujeros de bala en la frente. Los forenses pensaron que había estado a punto de ahogarse, pues presentaba graves lesiones en los pulmones. Hasta que advirtieron que eran resultado de la hiperventilación extrema originada por sus jadeos acelerados y desesperados en el momento de la muerte.

«Nunca podré perdonarlo -dice Røyneland-. Por las noches no duermo. Pienso en el miedo de mi hija, a solas tras esa roca. Pero defiendo el derecho de ese individuo a poner una demanda. Para nosotros es importante que lo traten como a cualquier otro preso. Ni mejor ni peor».

Masacre de Utoya, los supervivientes del infierno

Murieron 69 personas en una hora. La mayoría, adolescentes. Siete años después de la masacre de Utoya, tres supervivientes recuerdan aquel horror para un documental. Denuncian que el odio que…

"actualidad"