Estuvo ocho años secuestrada en el zulo de una casa de Viena. Diez años después de su huida del infierno, Natascha Kampusch se enfrenta a sus fantasmas… desde el mismo lugar del crimen. Por Nick Harding/ Fotografías: Peter Rigaud

Mariposas de colores revolotean en el interior de una jaula de cristal situada detrás de Natascha Kampusch. Las mariposas, que forman parte de la decoración del majestuoso restaurante vienés Palmenhaus, la tienen fascinada. «¡Qué bonitas son!», dice.

Al igual que las mariposas, Natascha tiene algo de hipnótico. En agosto de 2006 fue la protagonista de una noticia que dio la vuelta al mundo, después de haberse fugado de la mazmorra en la que había vivido 8 años de horrores inimaginables. Wolfgang Priklopil, de 44 años, la raptó y encerró cuando Natascha tan solo tenía 10. El día que ella huyó, él se tiró a la vía del tren.

El mundo se sintió estremecido y fascinado por la historia de Natascha. En 2010 escribió un libro titulado 3096 días -el periodo exacto de cautiverio-, que fue llevado al cine 3 años después. Kampusch apareció en programas de televisión e incluso llegó a presentar su propio magacín. Duró tres episodios. Pronto descubrió que escapar de aquella celda era una cosa… y que la vida sujeta al escrutinio y las especulaciones constantes era otra muy distinta.

«Hay personas que no me entienden», dice Natascha, que hoy tiene 28 años. «Piensan que estoy destrozada y traumatizada; piensan en mí como en una víctima, y no como en una persona que es fuerte. Me niego a ser definida por lo que pasó».

Police handout of Austrian girl Natascha Kampusch who vanished at age of 10 in 1998 while walking to school
Priklopil tenía 36 años cuando secuestró a Natascha, de 10 años. La sometía a continuas palizas y a los 14 años empezó a abusar sexualmente de ella. La unía a su cuerpo mediante cables. «El hombre que me pegaba, que me hacía pasar hambre, de repente quería mimos», cuenta en su libro

Diez años después de su fuga, Natascha ha decidido hablar. Acaba de volver de su exilio voluntario con un nuevo libro, 10 años de libertad, sobre la reconstrucción de su vida después de tanto sufrimiento. Se muestra animada y simpática, pero también cautelosa. Hace unos meses empezaron a circular historias de que Natascha estaba protegiendo a un supuesto cómplice de Priklopil. Se difundió la asombrosa versión de que Priklopil, apodado Wolfi, en realidad fue asesinado y de que su cadáver fue situado en la vía férrea para fingir un suicidio. Esta versión implicaba a un amigo de Priklopil, un socio profesional llamado Ernst Holzapfel, quien reconoce haber sido presentado a Natascha durante su cautiverio pero asegura no haber tenido idea de que estaba secuestrada.

Teorías inquietantes

Natascha descarta todas estas teorías conspirativas. «Ha sido difícil», afirma en tono cansado. «Hay mucha gente que no se cree lo de mi captura. Piensan que lo planeé todo por mi cuenta… a los 10 años. Que desde el principio estuve metida en el asunto. Es terrible, pero hago lo posible por esconder mis emociones».

Prosigue: «Me mantuve fuerte durante el cautiverio y conseguí preservar mi identidad y mi fuerza interior. Tras escapar, de pronto me encontré convertida en el centro de atención de los medios de comunicación del mundo entero. Perdí la autoestima después de escuchar las preguntas que hacían sobre mí. Ahora la he recuperado. Sé cuál es mi lugar en la sociedad. Tengo las cosas más claras en el plano personal. Tengo más seguridad en mí misma».

La mañana del 2 de marzo de 1998, Natascha iba andando a su escuela en Viena cuando Priklopil se le echó encima y la raptó. Priklopil era un técnico de telecomunicaciones, al parecer, obsesionado con los niños.

Tortura y dominio

Gran parte de su encierro transcurrió en una mazmorra de hormigón reforzado de 5 metros por 5 metros. Gradualmente, Priklopil le permitió moverse por otras partes de la casa para cocinar y limpiar; cuando ya estaba completamente sometida, de vez en cuando la sacaba de la casa. Tratada como una esclava, Natascha fue coaccionada, golpeada, violada y torturada.

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El espacio en el que estaba encerrada Natascha medía cinco por cinco metros (abajo). Priklopil le compraba ropa y libros. Se accedía por un agujero detrás de una caja fuerte que a su vez estaba cubierta por un armario en un rincón del sótano. Ahora está sellado.

Se fugó un día que estaba limpiando con la aspiradora de mano el interior del coche de Priklopil. Él estaba allí, pero alguien lo llamó al móvil. Para alejarse del ruido de la aspiradora, salió del coche para contestar, y Natascha aprovechó para huir. Corrió a través de jardines, saltando vallados y suplicando a las personas con quienes se cruzaba que llamaran a la Policía. Al cabo de unos 5 minutos llamó con el puño a la ventana de una vecina de 71 años y dijo. «¡Soy Natascha Kampusch!».

«No echo de menos en absoluto a Wolfgang, pero fue parte de mi vida. Y existe cierta justicia en el hecho de que él esté muerto y yo, viva»

Su relación con Priklopil fue compleja, y Natascha siempre se ha mostrado sincera sobre la ambigüedad de lo que sentía por su captor. Este la atormentaba, pero también le dedicaba momentos de ternura. Durante los primeros años se sentaba a su lado en el sótano, le daba de comer, le cepillaba los dientes y le contaba cuentos a la hora de dormir. Trató de educarla y le dio libros que leer. Durante ocho años de su vida fue el único ser humano con el que estuvo en contacto. el hombre que abusaba y cuidaba de ella a la vez.

«Sigo teniendo la misma opinión sobre Wolfgang -dice en voz baja-. Hay zonas grises; las cosas nunca son blancas o negras; en casos como el mío hay luces y sombras. No lo echo de menos en absoluto, pero sí tengo claro que estuvo allí y fue parte de mi vida».

«Existe cierta justicia en el hecho de que él está muerto y yo estoy viva -agrega-. Yo puedo vivir mi vida. Él no puede. A veces me digo que sería mejor que él siguiera vivo, porque estaría en una cárcel, tal y como yo lo estuve. Pero escapó de la cárcel al matarse».

Sentimientos contradictorios

Natascha niega sufrir del síndrome de Estocolmo, el fenómeno psicológico que se da cuando los rehenes simpatizan con sus captores, pero el hecho de que siga siendo propietaria de la casa donde estuvo encerrada ha fomentado las teorías conspirativas. Los herederos de Priklopil le donaron la vivienda después de su muerte, a modo de compensación, y Natascha continúa visitándola con regularidad. Según dice, tiene sentimientos contradictorios cada vez que se encuentra en ella. Esta casa de los horrores también es parte integral de su niñez.

«La casa es mía. No puedo venderla ni alquilarla proque no quiero dar a trozos la oportunidad de jugar con mi vida»

«La casa es mía, pero no me sirve de nada, porque no puedo hacer nada con ella -asegura-. No puedo venderla, alquilarla o habitarla, y es una especie de lastre. Sigo teniéndola porque no quería que fuese a parar a las manos equivocadas. Voy a la casa cada dos meses… no con frecuencia, pero tengo que ir para mantenerla un poco. Lo principal es que nunca voy a dar a otros la oportunidad de jugar con mi vida».

h_20079041.psdNatascha frente a la casa en la que estuvo encerrada. Los herederos de su secuestrador se la entregaron, a modo de compensación y para que nadie la usase de manera morbosa. No es que Natascha viva en la misma casa, pero la visita con regularidad

Lidiar con la gente ‘normal’

Durante los últimos años, Natascha ha estado trabajando en venta por Internet y hace labores de voluntariado. Ha sido portavoz de PETA, el organismo defensor de los derechos de los animales, y se ha pronunciado contra la crueldad de encerrar a los animales en jaulas. También ha costeado de su bolsillo un pabellón en un hospital infantil de Sri Lanka y ha escrito ’10 años de libertad’, su nuevo libro. «El libro trata de la época posterior a mi fuga de la casa -indica-. En él hablo de mis emociones, sentimientos y experiencias con la gente normal. No siempre han sido fáciles. He experimentado incontables emociones y pensamientos turbadores. Me ha sido de ayuda ponerlos en el papel. Me parecía importante explicar a las personas interesadas en mi historia quién soy yo en realidad».

Natascha ha ido rehaciendo su existencia poco a poco. Sigue estando unida a su familia, a la que ve con regularidad, pero vive sola y se niega a hablar de su vida privada. Ha sido capaz de establecer relaciones con otros hombres? No responde. Sí cuenta que le gustan la música, el cine, las novelas de Agatha Christie, montar a caballo… y ha desarrollado unos mecanismos de defensa para mantener a raya a sus demonios personales.

«Si estoy sola y hay mucho silencio, vuelvo a revivir lo sucedido. Necesito estar haciendo algo constantemente. No puedo sentarme y relajarme»

«Hago una cosa que llamo ‘limpieza psicológica’; como quien se lava la cara, yo me lavo la mente -explica-. Me acuerdo de lo sucedido durante todos aquellos años, pero no hago uso de esos recuerdos. Están almacenados en un archivo de mi mente, pero no me controlan. No estoy traumatizada. No es fácil asumir del todo lo sucedido, pero he logrado superar muchos de los problemas».

Con todo, las cicatrices permanecen. Natascha reconoce que sufre ansiedad y que le cuesta estar a solas en los lugares muy tranquilos. El silencio y la soledad la llevan a pensar en el sótano. «A veces, si estoy sola y hay un silencio absoluto, vuelvo a revivir lo sucedido -dice-. Es una carga, como una losa pesada. Tampoco me gustan las vacaciones ni las festividades. Necesito estar haciendo algo, constantemente. Soy incapaz de sentarme y relajarme del todo».

Natascha en el salón de la casa de Wolfgang Priklopil, su secuestrador. Él vivía en la parte de arriba, con la aparente normalidad de un técnico electrónico reservado. Mientras tanto, ella permanecía encerrada en un zulo debajo del sótano. Cuando ella huyó, él se suicidó tirándose a las vías del tren. Tenía 44 años

Poco después de la fuga, a Natascha le ofrecieron la posibilidad de adoptar una nueva identidad, de acceder al anonimato. Dijo que no, y desde entonces ha aprendido a manejarse con la intensa atención de los medios de comunicación y de la opinión pública.

«Claro que sigo el caso de Madeleine, pero me siento incapaz de dar consejos a los McCann. Sería mentira decir que sé que está viva. Lo siento muschísimo por ellos»

«Al principio me costaba hablar (sobre el secuestro), pero la gente tiene interés en saber y, si se muestran respetuosos, yo hago otro tanto -afirma-. Ya no lo veo como algo irritante. Cuando voy por la calle, la gente me reconoce. Los desconocidos me abrazan, cosa que no me gusta. A veces no son tan amables, pero también he aprendido a manejarme con estas otras situaciones. Diría que la gente se siente fascinada porque, en la mayoría de los casos de desaparición, las víctimas aparecen (muertas) en el interior de bolsas de plástico, en un bosque, un lago o un sótano».

Un futuro por delante

Natascha reconoce seguir con interés los casos comparables al suyo, como el de la desaparición de Madeleine McCann. «Me siento incapaz de dar consejos a los McCann; es muy difícil -añade-. Cuentan con mi empatía. Sería mentira decir que sé que Maddie está viva. Todo es pura especulación. Lo siento muchísimo por sus padres y por la propia Maddie».

En lo referente al futuro, Natascha tiene previsto continuar con su trabajo de voluntariado. A pesar de todo cuanto ha tenido que vivir, se niega a pensar en sí misma como en una persona merecedora de conmiseración. «Quiero devolver algo al mundo -insiste-. Me siento agradecida. Tengo una segunda oportunidad y quiero hacer algo positivo. Tengo suerte y es una bendición compartir mi felicidad interior».

Nick Harding
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