El tiempo transforma el dolor, pero no lo cura. Hace 10 años, ‘XLSemanal’ entrevistó a varias familias de desaparecidos. Una década después continúan sin saber nada de sus seres queridosPor Priscila Guilayn / Foto: Carlos Luján y Mark G. Peters

A Luisa Vera le reconforta que su trabajo en Inter-SOS, una organización de familiares de desaparecidos, haya dado frutos. Sigue sin encontrar a su hija, pero cree que ha mejorado el trato al familiar por parte de los cuerpos de seguridad. «Ahora es más humano, más sensible». Su marido, que presidió la organización, se ha apartado un poco para intentar superar la depresión que padece.

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Cristina, desaparecida con 16 años

-Pitu, vas a salir?
-Sí, mamá, ahora me ducho y me marcharé.
-Papá y yo nos vamos a dar un paseo.
Adiós, cariño, nos vemos luego.

Luisa Vera jamás podría haber imaginado que estas serían las últimas palabras que intercambiaría con su hija Cristina. Pero desde aquel 9 de marzo de 1997, cuando la adolescente de 16 años salió, en Cornellá, con el DNI, las llaves y poco dinero a encontrarse con su novio dispuesta a romper con él, ya no supo nada más de su niña. «Nuestra vida ha cambiado por completo. No sé cómo vivimos. Simplemente vivimos», se lamenta Vera. Una situación que afrontan miles de familias en España -15.000 personas han desaparecido en los últimos 20 años- sin que nadie sepa nada de sus seres queridos.

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A la izquierda, los padres de Cristina en 2007; a la derecha, la madre en 2016

Para Luisa y su marido, Juan Manuel Bergua, todo comenzó aquel domingo fatídico a las diez y diez de la noche. Al ver la hora, alarmados de que Cristina no hubiera llamado para avisar del retraso, Juan Manuel acudió de inmediato a comisaría para denunciar su desaparición. «El policía que lo atendió le dijo que estaba loco y que volviera al día siguiente», cuenta la madre de Cristina. Aquella negativa los marcó profundamente. El matrimonio, todavía hoy, se pregunta si aquella dilación en el inicio de la búsqueda de su hija desempeñó un papel determinante para no haber dado con ella.

La espera más frustrante

Y no son los únicos. Muchos familiares han recibido la misma respuesta cuando acudieron a la Policía a denunciar desapariciones: que hay que esperar 24, 48 o incluso 72 horas. «Este tiempo de espera es incorrecto, es un mito. No existe -afirma, tajante, Marcos Frías, inspector jefe de la Sección de Homicidios y Desaparecidos de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV Central), de la Policía Nacional-. Nosotros pedimos a la gente que confíe en la Policía, pero es que nosotros también tenemos que confiar en las personas que nos buscan. La madre que viene a denunciar que su hija ha desaparecido lo hace por una razón. Porque los padres saben cómo se comportan sus hijos». Una posición que corrobora la Guardia Civil. «No existe ni ha existido tal protocolo y, si ocurriera algo así, la persona que denuncia debe llamar inmediatamente al puesto superior», explica un alto cargo del Grupo de Análisis de Personas Desaparecidas de la Unidad Técnica de Policía Judicial de la Guardia Civil.

Pasada la fase de negación, llega el enfado. Luego, un dolor insufrible. Odias hasta que amanezca. Al final, aceptas. No te rindes, pero aceptas»

La batalla contra este procedimiento tan habitual, pese a su ausencia en cualquier protocolo de actuación, se ha convertido en uno de los principales frentes de la «lucha incansable, sin tregua» que los padres de Cristina libran desde que esta no regresó a casa. «Cada mañana solo pensábamos en qué podíamos hacer. por dónde deberíamos caminar para buscarla, poner fotografías suyas (más de 300.000), con quién deberíamos hablar… Organizamos manifestaciones, sueltas de globos, fundamos una asociación en Cataluña -enumera Luisa Vera-. Y este tema de la espera de 24 horas lo machacamos muchísimo cuando fuimos al Congreso y al Senado».

A su marido, que estuvo al frente de Inter-SOS, una entidad que reúne a familiares de personas desaparecidas sin causa aparente, estos casi 20 años de frustración e impotencia ante el caso de su niña le han pasado factura. «El médico le ha recomendado que se aparte un poco, por la depresión», explica Luisa mientras narra lo desesperante que ha sido vivir a la espera de una pista válida en medio de un aluvión de falsas alarmas.

No es un santuario

La habitación de Cristina Bergua se mantiene como era hace 19 años. Hoy la usa su sobrina Marta. La niña juega con sus muñecas con delicadeza para que estén intactas «cuando vuelva». Luisa, madre de la desaparecida, niega que el cuarto sea «un santuario». «Es una habitación más de la casa y ya está».

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La habitación de Cristina que ahora usa su sobrina Marta

Las falsas llamadas

«Nos llamaban a todas horas, de todas partes; llamadas de todo tipo», recuerda Vera. Un día les decían que habían visto a Cristina en Galicia y, al momento, que estaba en Andalucía. Llegaron incluso a ser engañados por un falso detective privado. «Cuando te pasa algo así, te crees todo lo que te dicen -afirma la madre-. Porque quieres saber, saber, saber… Te lían, te toman el pelo. La Policía nos había recomendado no poner nuestro teléfono en las fotos de Cristina, pero no hicimos caso. Ahora, soy yo quien les dice a los familiares de desaparecidos que no lo hagan».
Vera ha ido aprendiendo a vivir con todo ese dolor, sin dejar que Cristina se convierta en un asunto tabú dentro de su casa. «Todo lo contrario -matiza-. Mi nieta duerme en la cama de Cristina, juega con sus muñecas y habla de su tita como si la conociera. Dice que cuidará bien de sus juguetes para cuando ella vuelva. Hay gente que piensa que mantengo el cuarto de Cristina como un santuario. No es santuario ni nada. Es una habitación más».

Vera ha alcanzado la fase de la aceptación, a la cual también ya llegó Joaquín Amills, presidente de la asociación SOS Desaparecidos, que lleva ocho años buscando a su hijo, Joaquín. «La aceptación no significa rendirse ni bajar los brazos -ilustra-. La aceptación es un paso hacia una forma distinta de afrontar la vida que tienes por delante y que se ha transformado por completo. Cambias el dolor por el amor a la persona que ha desaparecido y empleas todas las herramientas que tienes para mantener a esta persona desaparecida dentro de tu vida; mantener esta lucha. Sabes que debes hacerle frente porque eres responsable, eres la presencia, la luz a los ojos de la persona que ha desaparecido».

El largo proceso

La aceptación, o «el triunfo», como lo define Amills, es la última etapa de un duelo que no se cierra mientras el ser querido no aparezca. vivo o muerto. La primera de estas fases es la negación. «La familia se niega a aceptarlo, no se lo creen; no te encaja que la persona de la que te has despedido hace unas horas con un hasta luego , que te ha dado un beso, con la que tenías proyectos; que de golpe y porrazo ya no sepas nada. Todo se desborda», describe Amills, que pasó las Navidades de 2009, las posteriores a la desaparición, abriendo fosas con sus propias manos, con la expectativa de encontrar el cadáver de su hijo que, según él cree, ha sido asesinado.
Pasada la negación, llega la fase del enojo. «El enfado es general, con la prensa, con la Policía, con los vecinos y con su propia familia -prosigue el presidente de SOS Desaparecidos-. Ves que todo falla y no hay nada que te consuele, que te aporte una salida a lo que estás sintiendo».

La siguiente fase es la de la negociación. «Ante todo este desborde emocional necesitas unas pautas que, al menos, te reconduzcan a una posible paz. Entonces negocias. Estoy enfadado con la prensa, pero con tal persona me llevo bien; estoy enfadado con la Policía, pero hay algunos que son buenas personas; estoy enfadado con los vecinos, sin embargo, estos y aquellos se están portando bien… . Buscas un equilibrio que, por supuesto, nunca se acaba de conseguir».
Una vez superada esta etapa, viene la penúltima, una fase en la que el dolor se combina con el odio en un cóctel insufrible. «Odias que amanezca, porque significa dolor; dolor de que nada tenga sentido, dolor porque no sabes qué es lo que ha pasado; dolor de creer en muchas cosas que te fallan…», refiere Amills, que calcula que en España desaparece una media de cinco personas al día de las que nunca más se sabe.

En lo que va de año, sin ir más lejos, se han puesto 14.473 denuncias por desaparición, de las cuales 13.203 ya han sido resueltas, según el Ministerio del Interior. Y entre esos 1270 casos que siguen activos figuran nombres como Diana Quer, Iván Durán o Manuela Chavero, que se unen a las 907 investigaciones que quedaron sin respuesta en 2015. Y así, cada año, estos casos se van sumando a la larga lista de desapariciones sin resolver como las de Yéremi Vargas, Teresa Fernández, Sara Morales, David Guerrero -conocido como ‘el niño pintor de Málaga’- o el de Angustias Roldán.

Declarar el fallecimiento

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La madre de Angustias en 2007 (falleció en 2009)

Angustias tenía 14 años cuando, el 24 de mayo de 1987, salió de su casa, en Barcelona, con 400 pesetas en el bolsillo, para encontrarse con sus primas gemelas en una discoteca para menores. Nunca llegó. Su madre, fallecida hace 7 años, dedicó sus últimos años de vida a buscarla.
«Antes de morir, mi madre nos dijo que siguiéramos su lucha hasta encontrarla, pero yo creo que está muerta -cuenta Pablo Romero, el hermano mayor de Angustias-. Yo se lo decía así, pero mi madre respondía siempre lo mismo. Entonces, dónde dejo las flores?».  «Mi madre, por Angustias, era capaz de irse sola hasta el fin del mundo. Fue, de hecho, a muchos clubes de alterne; se iba a todos los sitios donde hubiera mujeres de la vida. Y cuando se desmantelaba alguna red de prostitución, ella se cogía un autobús; como una vez que se fue a Valencia a ver si mi hermana estaba allí».

Hace seis meses, recuerda el primogénito, el comisario los llamó para decir que el caso sigue abierto y preguntarles si habían encontrado algo que les pudiera ayudar en las investigaciones.

«No sabemos nada nosotros y tampoco la Policía. Mientras tanto, tenemos el problema con la herencia -subraya-. No podemos repartir el piso que nos dejó mi madre». Por eso, desde el año 2010, los hermanos de Angustias se plantean iniciar el trámite de la declaración por fallecimiento. «Tendríamos que poner esquelas en diarios nacionales y no tenemos los tres mil euros que nos piden. Por lo tanto, todo sigue parado. Y lo peor es que no hay esperanzas. Es como si a Angustias se la hubiera tragado la tierra».

 «Creo que está muerta»

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Pablo Romero, hermano de Angustias en 2016

Pablo Romero no duda de que su hermana pequeña está muerta. «Hace ya casi 30 años. Es mucho tiempo. Además, ella era muy niña». Su madre la buscó hasta su fallecimiento, en 2009. Iba a clubs de alterne o a lugares donde desmantelaban redes de prostitución. Creía que su hija podía haber sido secuestrada.

El penúltimo paso

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Madre de David Guerrero en 2007

David Guerrero Guevara, conocido como el niño pintor de Málaga , salió de casa el 6 de abril de 1987, con apenas 13 años, para ir a clase de arte. No llegó. Sin rastro de David, que hoy tendría 42 años, fue declarado oficialmente fallecido la semana pasada, a petición de su madre. Tras la muerte de su marido, la herencia quedó bloqueada y sus otros dos hijos no podían disponer de ella.

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