Semillero islamista en el corazón de París

En Francia, 93 es sinónimo de terrorismo. Con este número se conoce al departamento del norte de París donde el ISIS busca reclutas entre los hijos de emigrantes árabes. Un fotógrafo catalán es uno de los pocos periodistas que han logrado adentrarse en este gueto de bandas, drogas y desempleo. Por Andrea Ritter

Cae la noche y los amigos de Youseff se reúnen en su coche ante un ruinoso edificio a pasar el rato y fumar algo de marihuana. Las capuchas de sus chaquetas oscuras caladas hasta los ojos, los brazos cruzados, la mirada fija en las pantallas de sus móviles; «se está bien aquí», sentencia Youssef, de 18 años, y nadie vuelve a abrir la boca.

En los municipios del Departamento 93, la mayoría de los jóvenes están en paro. Y se aburren

Así es la vida de muchos jóvenes en Seine-Saint-Denis, al norte de París. Le neuf trois (‘el nueve tres’) le dicen aquí o Quatre-vingt-treize, 93, su numeración entre los 101 departamentos en que se divide la administración provincial francesa. Para muchos franceses, decir Departamento 93 es decir bandas, drogas y gueto; torres destartaladas habitadas por aquellos a los que la miseria del mundo arrastró hasta Francia y, desde los atentados de 2015 en el Stade de France Abdelhamid Abaaoud, supuesto cabecilla de los ataques, fue abatido aquí, también es sinónimo de terrorismo.

Un padre se fuma un porro, bebe y habla por el móvil mientras su hijo se toma un biberón

La banlieue (‘periferia’) es el espejo cóncavo donde convergen todos los problemas de Francia. Cuando hay un atentado, todos vuelven la vista acusadora hacia las colmenas donde crecen quienes mejor encajan en el perfil habitual de los supuestos autores. hombre joven con raíces árabes.
Vivir aquí significa vivir en el margen. Un anillo de autopistas, el Boulevard Périphérique, con cuatro o cinco carriles por sentido, separa los suburbios del centro de París. La Périph es una frontera. administrativa, social y psicológica. A Youssef no le interesa «el otro lado», como él dice. Ha crecido aquí; fue al colegio y cuando este se acabó ya no pasó gran cosa. En una región donde el desempleo juvenil ronda el 40 por ciento, Youssef trabaja con su tío en la construcción. «La mayoría de los chicos va de un empleo precario a otro dice Nidal, un trabajador social local. Pero no es por el gueto y la marginación; es que no hay trabajos fijos».

La periferia es el espejo cóncavo donde convergen todos los problemas de Francia. Cada vez que se produce un atentado, todos vuelven la vista acusadora hacia las ‘colmenas’

Nidal trabaja en la ludothèque, un espacio de juego para los jóvenes. «Como francés de origen árabe, te discriminan constantemente denuncia. Sucede lo mismo en casi toda Europa. Sientes que se te trata de forma injusta y empiezas a trapichear para salir adelante, a meterte en líos… Y el mecanismo de la miseria se pone en marcha».

Los padres de Nidal llegaron desde Argelia a finales de los setenta y le inculcaron a su hijo un entusiasmo total por su nueva patria. «Siempre me decían. Puedes conseguir todo lo que quieras, solo tienes que esforzarte , pero no es cierto. No sirve de nada seguir contándoles ese cuento a los chicos de la banlieue». Por otro lado, tampoco soporta el discurso de pobres hijos de emigrantes marginados. Su enemigo pedagógico es el «discurso victimista»: el lamento por los musulmanes discriminados es uno de los principales problemas a los que se enfrenta a diario. Cuando escucha a los jóvenes compadecerse y culpar al Estado y a la sociedad, se pone furioso. «Somos franceses. Ni mejores ni peores que los demás, solo tenemos unas raíces diferentes. Tenemos que asumirlo, no podemos estar todo el tiempo quejándonos». Anima a los jóvenes a quedarse e implicarse en el barrio. «Aquí tienen menos problemas que en París».

Dos jóvenes acosan verbalmente a una chica que camina por el barrio de Saint-Denis

En el Departamento 93 vive un millón y medio de personas; la mayoría, en las cerca de 200 cités: enormes barrios de hormigón que proliferaron en torno a París desde los años cincuenta. Una cuarta parte de estas cités son zonas de casas ruinosas y, cuanto más apartadas se encuentren, peor calidad de las construcciones, más pobreza, más deterioro… Dime cuántos medios de transporte tomas para llegar a tu casa y te diré dónde estás en la escala social.

La cité de Clichy-sous-Bois está a solo diez kilómetros del centro de Saint-Denis, pero hacen falta casi dos horas para llegar en transporte público. El lugar se hizo famoso en 2005, cuando murieron aquí dos jóvenes que se escondieron de la Policía en unos transformadores eléctricos. El barrio se convirtió en epicentro de la ira: la banlieue contra el Estado.

Ante el vacío del Estado aumenta la influencia de los religiosos. Les prometen justo lo que estos jóvenes andan buscando: pertenencia, reglas claras, visión del mundo

Después de aquello se inició un programa de renovación y saneamiento del barrio, con demoliciones y nuevas construcciones, pero de eso hace ya diez años. Hoy lo único que avanza aquí es el deterioro. Las casas parecen hechas de papel maché; los balcones están llenos de piezas de coche, neveras y muebles viejos; lo que no se necesita sale volando por la ventana.

Bilel tiene 22 años y dice que le sobra el tiempo. «Aquí todo el mundo tiene tiempo», tanto que envidia a los musulmanes que rezan cinco veces al día. «Me apuesto lo que quieras a que la mayoría se hacen salafistas para combatir el aburrimiento. Si eres salafista, tienes que leer, estudiar, seguir reglas… ¡Siempre tienes algo que hacer!».

«Los encargados de radicalizar a los jóvenes buscan gente inestable, gente a la que se puede convencer fácilmente», dice la trabajadora social Nadia Remadna. Hace dos años fundó en Sevran, en pleno Departamento 93, una organización de ayuda llamada Brigade de Mères [Brigada de Madres]. Remadna tiene raíces argelinas y sus cuatro hijos, como ella, han crecido en la banlieue.

Un grupo de jóvenes hace estallar petardos de gran potencia en el interior de un coche robado. Este tipo de explosivos son habituales

«La radicalización no se combate con casas bonitas y mejores empleos», dice. El problema reside en que, desde los noventa, el Estado se ha retirado progresivamente mientras crecía la influencia de los religiosos. «Al principio ofrecían cursos de árabe del Corán en realidad. Luego empezaron a ofrecer informática, cursillos para buscar trabajo… toda la oferta para jóvenes ociosos pasaba por ellos. Un día, mi hija me pidió que le comprara una abaya y mi hijo me dijo que no podía ser una musulmana decente si no llevaba velo. Todos los políticos locales apoyan a los líderes religiosos; tienen una gran influencia en la comunidad y les garantizan votos».

Remadna dice que, últimamente, también acuden a ella madres del centro de París preocupadas por la radicalización de sus hijos. Los «pescadores de almas», como llama a los clérigos, les prometen justo lo que están buscando. pertenencia, reglas claras y una visión del mundo en la que todo tiene respuesta.

Los hombres pasan el tiempo en las calles o en locales como este kebab, mientras las chicas permanecen en casa

Desde comienzos de los noventa, en Francia se intenta consolidar lo que se ha dado en llamar un islam de France, intención que no se ha materializado, entre otros motivos, por las luchas entre los partidos, incapaces de consensuar aspectos tan básicos como decidir con qué organizaciones musulmanas se debía negociar. Para colmo, la histeria que domina el debate sobre los símbolos religiosos no ha hecho más que enconar las posturas. En el año 2000, aquí cobró fuerza el movimiento de «los identitarios», contra la amenazante islamización de la Grande Nation, mientras en el 93 los jóvenes desarrollaban su propio estilo hip-hop y estética musulmana , y las chicas adoptaban vestimentas cada vez más rigurosas cuanto más se les dijera que en Francia no se lleva ese tipo de ropa.

Un par de camellos juguetean con una escopeta en el portal del edificio donde venden su material

Los salafistas se convirtieron en un fenómeno generacional, escribe el experto en islam Gilles Kepel en Quatre-vingt-treize, su libro sobre la cultura musulmana en el Departamento 93. Los jóvenes idealizaron a los salafistas hasta el punto de hacer de ellos una especie de élite. Socialmente desvalidos, constantemente señalados por su ropa y sus barbas, la estética y el lenguaje de la propaganda del Estado Islámico, ajustada perfectamente a estos parámetros, los cautivó con una mezcla de rebelión y cohesión interna contra la mayoría dominante para entregarse a un objetivo más elevado.

Tres jóvenes fuman marihuana en un narguile en las cales de Romain Rolland

Si se les pregunta a los jóvenes de la banlieue por sus experiencias con la radicalización y el islamismo, su silencio se vuelve aún más obstinado. Son jóvenes, hombres y de origen árabe, se ajustan a la descripción de casi cualquier terrorista. «En su día a día se los trata de forma injusta y, luego, en Internet oyen hablar de la opresión de los musulmanes dice Nidal, el trabajador social. Hay que ver con ellos el material propagandístico del Estado Islámico, que, por cierto, está muy bien hecho. Hay que explicarles muchas cosas».

Nadia Remadna añade: «Mire alrededor. En los campos de fútbol: jóvenes. En las zonas de juego: jóvenes. En la pista de skate: jóvenes. En los salones de té. hombres. ¡Hay que cambiar esto! Que las chicas musulmanas puedan elegir cómo crecer. Que se pueda ser religioso y cosmopolita a la vez». Nadia está convencida de que la liberación de las chicas será también la liberación para los chicos.


 Las colmenas de la ira

Todo empezó en los bloques de Clichy-sous-Bois. En 2005, dos jóvenes musulmanes Zyed Benna y Bouna Traore murieron aquí cuando escapaban de la Policía. Bautizados como la Intifada Francesa, los disturbios que siguieron al episodio mostraron la ira de estos barrios contra el Estado. El Gobierno prometió reformas. Pero hoy lo único que avanza es el deterioro.

"actualidad"