Los niños de Indonesia compiten en carreras de caballos para ayudar a sus familias

En la isla indonesia de Sumbawa, ser niño y pesar menos de 20 kilos es una maldición. Tus padres querrán subirte a un caballo para competir contra otros niños. No importa que te puedas caer. Los ingresos de la familia dependen de ti. Por Jean-Marc Conin

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Carreras a escala diminuta

Los caballos de Sumbawa -de ascendencia árabe y mongola- son veloces, pero tan delicados que no soportan el peso de un adulto. Los montan niños de entre 13 y 20 kilos sin silla ni estribos ni riendas; así lo estipula la tradición. Ante la mirada de sus padres, los chavales se lanzan a la carrera.

Iman, 7 años (izquierda)

Entre competiciones y entrenamientos, Iman apenas va a la escuela. Los propietarios pagan a sus padres como mucho 100.000 rupias (7 euros) por carrera, precio que se dobla en semifinales y se triplica en las finales. El premio, aparte.

Egi, 8 años (derecha)

Su hermano mayor dejó de correr hace 2 años. «Gracias a él tenemos esta casa, mi moto y cuatro hectáreas -dice su padre-. Egi no es tan bueno, pero tiene coraje». El pequeño se partió un brazo al caerse en 2015.

Firman, 5 años (izquierda)

Corre desde hace un año. «Necesitamos el dinero para vivir», dice su padre. En 2015, su familia se embolsó más de 1700 euros gracias a Firman y a su hermano Pole, de 8 años. Una fortuna en Sumbawa: el salario medio es de 105 euros.

Dede, 6 años (derecha)

La única protección que lleva Dede es este precario casco. Las conmociones cerebrales y fracturas de cráneo son frecuentes en estas competiciones. En 2015, un pequeño jockey murió al ser pateado por el pelotón.

Sin medidas de seguridad

Prohibir las carreras o mejorar la seguridad de los niños parece una utopía. «Se nos quiso imponer que llevaran silla -dice un criador-. Nos negamos». Otra vez, la Policía quiso impedir que los niños corrieran y se produjo una revuelta. Todos adoran el espectáculo.

Un hipódromo ‘minado’

Abi tiene 8 años y se ha roto la nariz, pisoteado por los cascos de los caballos. Llena de baches, la pista -1400 metros de tierra- es terreno abonado para las caídas. Los caballos tropiezan y lanzan a los niños al suelo.

No es deporte para quejicas

Egi tenía fiebre, pero su padre lo ha obligado a correr y se ha caído nada más salir. Ha esquivado de milagro los cascos de los caballos. No sufre heridas, pero lleva el susto en el cuerpo. Llora a lágrima viva. Le duele el oído, pero su padre lo tiene claro: «Mañana volverá a correr».

Apostar es religión

En esta isla, todos los ganaderos crían caballos. En los 7 hipódromos de Sumbawa se celebran 14 competiciones de 10 días cada una. Se interrumpen el viernes, descanso para el islam; religión que prohíbe las apuestas. No importa, están tan arraigadas que las autoridades hacen la vista gorda.

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