Las amenazas de Corea del Norte de atacar la isla estadounidense del pacífico no han logrado parar su ritmo veraniego. Por Raquel Peláez
Mientras el dirigente de Corea del Norte, Kim Jong-un, opta por «esperar un poco» antes de decidir si lanzar o no cuatro misiles sobre la isla de Guam, los habitantes de este enclave estadounidense en el Pacífico occidental han determinado que el verano son dos días. Sombrillas, colchonetas y algún que otro daikiri se incorporan con naturalidad a un paisaje idílico que mezcla sus «aguas color turquesa y playas de arena blanca» con dos bases militares de Estados Unidos que ocupan el 30 por ciento de la superficie de la isla. El rifirrafe dialéctico entre Donald Trump y Jong-un, que terminó con la amenaza norcoreana de un ataque a la isla, ha tenido lugar en plena temporada alta, con un 95 por ciento de ocupación hotelera. Y los turistas siguen llegando. Procedentes en su mayoría de Japón y Corea del Sur, cerca de un millón de personas ha visitado este año la isla, que perteneció a la Corona de España hasta 1898 y que ahora forma parte de los territorios no incorporados de Estados Unidos. ¿Turismo para valientes o visitantes de países más que acostumbrados a los órdagos del régimen de Piongyang? «Está previsto que después de esta crisis alcanzaremos el 110 por ciento de ocupación», asegura el gobernador de la isla, Eddie Calvo, que ha pedido a los 163.000 habitantes y miles de turistas que continúen con sus vidas con total normalidad. Una actitud, esta de ver una oportunidad de negocio en la crisis, avalada por el propio Trump.