A los niños díscolos se los sometía a violentos procesos de ‘reeducación’ que incluían la violación. Durante décadas, no se ha sabido nada de los abusos a menores ocurridos en Alemania Oriental hasta ahora. Por Katharina Kluin

«Los niños del futuro». Así rezaba el letrero que daba la bienvenida al hogar infantil al que llevaron a Corinna. Pero el futuro con el que soñó Corinna nunca se hizo realidad. Como recibimiento, la metieron bajo una ducha helada y le frotaron la piel hasta hacerle sangre. Tres veces intentó huir y tres veces fue atrapada. Las esperanzas de Corinna murieron en aquel campo de trabajo juvenil de Torgau, adonde la llevaron antes de los 18 años. Para ella, Torgau fue flexiones hasta caer desmayada, comida cubierta de moho, celdas de aislamiento, educadores que pedían el traslado a otro centro porque eran seres humanos… y educadores que se quedaban porque eran unos sádicos.

Las violaciones las practicaban miembros del partido. La policía secreta del régimen, la Stasi, se encargaba de encubrirlas

Empezaron siguiéndola cuando iba al baño. Más tarde le mostraron qué partes de su cuerpo se había olvidado de lavarse bien en la ducha. Y una noche la llevaron al despacho del director. «Solo quiero lo mejor para ti…», le dijo mientras alargaba las manos hacia ella.

Durante mucho tiempo no se ha sabido nada de los abusos sexuales a menores ocurridos en la Alemania Oriental. Ahora, por fin se acaba de publicar una investigación que saca a la luz los sufrimientos a los que se vieron sometidos los niños en la República Democrática Alemana. A los huérfanos se los sometía a procesos de ‘reeducación’ violentos. Los que practicaban los abusos eran funcionarios y miembros del Partido cuyos actos se encargaba de encubrir la propia Stasi, la Policía secreta.

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De adolescente, Corinna Thalheim pidió ayuda al Partido porque sacaba malas notas. La metieron en un campo de trabajo. Allí, el director abusaba sexualmente de las niñas

A los 16 años, Corinna había acudido voluntariamente al servicio de asistencia a la juventud porque llevaba un tiempo frecuentando malas compañías y temía no aprobar el último curso. Quería que la ayudaran. Pero las autoridades decidieron que aparcara los estudios, que su futuro debía ser trabajar como limpiadora, y la enviaron a sucesivos campamentos de trabajo para jóvenes. Hasta que llegó a Torgau.

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«Todos sabían lo que estaba pasando en aquel campo de trabajo»

Allí, los abusos estaban sistematizados. No solo los educadores se turnaban para llevar a las chicas al despacho del director, sino que, una vez que este había quedado saciado, las sometían a un régimen de aislamiento por faltas imaginarias para justificar su ausencia en los dormitorios. «Todos lo sabían -dice Corinna-. Por la noche, cuando apagaban la luz de nuestro cuarto, todas pensábamos: ‘Dios, por favor, que esa puerta no se vuelva a abrir’».

Miles de archivos han salido a la luz

Los investigadores han analizado miles de páginas del Archivo Federal, de los informes de la Stasi, de las actas de los interrogatorios y de los sumarios judiciales de la RDA. Un material muy duro. «Hemos salido tocados -afirma el politólogo Christian Sachse, que ha participado en el estudio-. Las autoridades lo sabían. El encubrimiento era sistemático y los criminales tuvieron carta blanca durante décadas».

Especialmente si formaban parte del aparato del poder. En los informes de la Stasi, los investigadores hallaron multitud de casos como el siguiente: años sesenta, al interrogar a un presunto abusador de menores, los agentes se dan cuenta de que se trata de un miembro del Ministerio de Seguridad y ponen fin a las preguntas inmediatamente. El arrestado había sido denunciado por tocar a una chica entre las piernas en la piscina, hechos que él mismo acabó admitiendo. Acto seguido, el Ministerio presiona a los padres para que retiren la denuncia. «Como consecuencia de la actitud razonable del camarada capitán, no ha sido necesario tomar medidas adicionales», refleja el informe final del caso. En cuanto a la víctima de los tocamientos, el mismo informe concluye: «L. tiene una fantasía muy viva».

Los pederastas se valían del miedo al aparato estatal para presionar a las víctimas. El método funcionaba

Tres años más tarde, las víctimas infantiles del «razonable» camarada capitán eran ya tantas que amenazaban el prestigio del Ministerio de Seguridad. El abusador finalmente fue apartado de su puesto, se lo expulsó del Partido y fue llevado a juicio. De este modo se protegía al sistema: los acusados comparecieran ante el juez como ciudadanos de a pie para que ni las instituciones ni la ideología se vieran salpicadas.

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Manuela Keilholz (13 años en la foto) nunca confesó los abusos que sufría. «Todos decían que ese tipo de cosas solo pasaban en los sistemas capitalistas»

Para Manuela Keilholz, esta ideología del mundo perfecto se convirtió en una prisión. Sus padres eran fervientes camaradas del Partido. Su madre estaba empleada en los servicios de inteligencia de la Policía, tenía acceso a secretos del máximo nivel. Su padre trabajaba en la Stasi. En el hogar de los Keilholz, no había más verdad que la oficial.

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Manuela Keilholz con 57 años: «No llores. Estas cosas también las hacen los padres», me decían

«No llores, estas cosas también las hacen los padres y las madres», cuenta Manuela que le dijo su hermanastro la primera vez que se metió debajo de sus sábanas. Ella tenía 7 años y él, 11. Luego, el chico llamó a su hermano pequeño. Solo tenía 9 años, con él le dolió menos, recuerda Manuela.

Manuela no se atrevió a contárselo a sus padres. Estaba convencida de que no la creerían. «Esas cosas solo pasan en el sistema capitalista», oía decir siempre que salía el tema de las violaciones o los abusos sexuales.

Terror y amenazas

A menudo, los abusadores se valían del miedo al aparato estatal para presionar sus víctimas. Si cuentas algo, me echarán del trabajo. Tendremos que irnos de esta casa. Perderás a tus amigos. Te llevarán a un hogar para niños pobres… El método funcionaba porque todos estos eran escenarios muy reales para los niños de la RDA.

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Gerd Keil a los 7 años; es la única foto infantil que tiene. Fue tomada 4 años antes de que comenzara su pesadilla en la organización juvenil del Partido

Gerd Keil tenía 11 años. Estaba apuntado al Ferrocarril de los Pioneros de Berlín, un pequeño tren de vía estrecha que ayudaba a administrar una organización juvenil del Partido. El jefe de estación se encerraba con él en su oficina, lo llegó a hacer varias veces a la semana. Era un funcionario del Estado con charreteras. «No se me pasó por la cabeza que alguien me creyera», recuerda Gerd. Su pesadilla solo terminó cuando cumplió los 14 y ya era demasiado mayor para seguir en el Ferrocarril de los Pioneros.

Muchos de estos niños se convirtieron en opositores al régimen y, por ello, encarcelados y destruidos como personas

Pero Gerd Keil no siguió el camino habitual. Él sí buscó apoyo. Y lo encontró en sus amigos de la Iglesia. Allí aprendió a no conformarse. También descubrió que no era el único que se había sentido desamparado ante los abusos del sistema. Con el tiempo acabó ayudando a esconder a personas que querían huir al Oeste. Hasta que alguien lo traicionó. Fue condenado a trabajos forzados en una mina a cielo abierto, sufrió semanas en aislamiento en una celda oscura, sin baño.

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Gerd Kel, hoy, a los 53: «Abusaba de mí uno de los jefes»

Las gestiones de la República Federal consiguieron que se lo pusiera en libertad poco antes de la caída del Muro. Pero Gerd era ya un hombre profundamente herido. Nunca ha podido bajar al sótano para sacarles las bicicletas a sus hijos porque la oscuridad hace que reviva el pasado. A veces es incapaz de articular palabra, tiene que golpearse con la mano para reaccionar y seguir hablando.

Sobrevivir al horror

Muchas historias desveladas por estas investigaciones son historias de niños que primero sufrieron abusos, luego empezaron a mostrar un comportamiento rebelde y finalmente fueron llevados a instituciones estatales, donde volvieron a sufrir abusos. Son también historias de jóvenes a los que el odio hacia un sistema que los había dejado en la estaca convirtió en opositores al régimen y que, por ello, fueron encarcelados y definitivamente destruidos como personas. E historias de adultos que acabaron perdiendo a sus parejas, y a veces también a sus hijos, por culpa de unos traumas profundamente anidados en su interior.

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Uwe Trentsch, de 42 años: «Iba cubierto de cardenales, es imposible que los cuidadores no lo supieran»

Uwe Trentsch abandonó a dos esposas y tres hijos. Leyó que había casos de delincuentes sexuales que se habían convertido en monstruos por haber sufrido abusos en su infancia. Su propia historia personal era tan dura que le asustó que sus hijas no estuvieran seguras con él. Así que se marchó.

Para los cuatro protagonistas de este reportaje, el trauma sigue siendo el centro de sus vidas

Trentsch ingresó en un hogar infantil a los 6 años. Todavía no sabe por qué. Los primeros años fueron buenos. Pero cuando cumplió los 10, lo llevaron, otra vez sin explicación alguna, a una residencia especial cerca de la localidad de Cottbus. Era el niño más pequeño en un lugar lleno de jóvenes con problemas de conducta. Al principio solo lo obligaron a limpiar su basura. Pero un día uno de ellos se metió con él en los baños y lo obligó a que se pusiera de rodillas. Uwe Trentsch cuenta que a partir de ese momento no hubo un solo día en el que aquello no pasara al menos una vez. Todos los días durante 4 años. Hasta la caída del Muro. Es imposible que los educadores no se enteraran de nada. Siempre iba cubierto de cardenales y de vez en cuando con un ojo morado… y con los dientes rotos. «Estaba paralizado de miedo -dice Trentsch-. No podía decírselo a nadie».

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Uwe Trentsh en una foto tomada a los 7 en el hogar infantil. Sus compañeros lo trataron como a un esclavo sexual

Y el sistema no quería saber nada. El politólogo Christian Sachse encontró anotaciones sobre otros casos parecidos ocurridos en la misma residencia. Nadie movió un dedo.

Para los cuatro protagonistas de este reportaje, el trauma sigue siendo el centro de sus vidas. Han decidido salir a la luz no solo para que se conozcan sus casos, sino también los de otros muchos que no tienen tanta fuerza como ellos.

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