Los Sackler, acusados de convertir a miles de ciudadanos en drogadictos

Su nombre se vincula al arte y al mecenazgo, pero el verdadero negocio de la familia Sackler es una farmacéutica. Los norteamericanos se acaban de enterar de que están detrás de la mayor crisis de salud de la historia de Estados Unidos. Por Carlos Manuel Sánchez / Fotos: Getty Images y Cordon Press

Fentanilo, la droga que ha puesto en jaque a los Estados Unidos

La prensa americana acusa a los Sackler de haber vendido un opiáceo para el dolor que ha convertido a miles de personas en drogadictas. Agotado aquel mercado, pretenden expandirse al resto del mundo, avisan congresistas americanos.

Los Sackler han dado su apellido a museos y universidades, galerías de arte, becas y programas científicos… Un asteroide ha sido bautizado Sackler en su honor. Y una rosa. Todo lo bello llama su atención. Y están dispuestos a abrir su billetera para promocionarlo. No existen mecenas más generosos, por algo los llaman los Médici del siglo XX. Bien lo saben en el Guggenheim, en el Louvre, en el Museo Británico, en el Museo Metropolitano de Nueva York… Tienen más dinero que los Rockefeller. Unos 14.000 millones de dólares, según Forbes. Catorce veces más que el Chapo Guzmán, jefe del cártel de Sinaloa. Solo que el producto que fabrican los Sackler se vende en las farmacias. El OxyCodin que ellos crearon es una sustancia que presuntamente ha enganchado primero, y matado después, a más de 200.000 norteamericanos desde 1995.

La admiración que despiertan los Sackler -los tres hermanos fundadores, ahora fallecidos, y sus descendientes- se mezcla ahora con otros sentimientos. Ira, rabia, incredulidad… ¿Cómo han podido utilizar su prestigio para crear varias generaciones de adictos, con la complicidad de médicos y autoridades sanitarias? ¿Cómo se las han arreglado para que su apellido nunca se relacionara con el producto que vendían y que los hizo ricos? Todo esto se pregunta la prensa norteamericana (desde The New Yorker a Los Angeles Times) mientras los señalan como máximos responsables de la mayor crisis de salud de la historia de EE.UU: la adicción a todo tipo de drogas, legales e ilegales.

Lejos de entonar el mea culpa, los Sackler se proponen ahora conquistar el mundo, según ha advertido un grupo de congresistas demócratas y republicanos a la Organización Mundial de la Salud. «Purdue (la farmacéutica de los Sackler) empezó la crisis de los opioides que ha devastado a la sociedad norteamericana. Y hoy Mundipharma, su filial, está usando las mismas prácticas engañosas y despiadadas para vender OxyContin en el extranjero», dice la carta de los congresistas publicada por Los Angeles Times.

Convencieron -según el investigador Kolodny- a los médicos de que la adicción a los opiáceos era una exageración. Para casi cualquier dolor empezó a recetarse oxicodona

El origen de la fortuna de la familia Sackler es la farmacéutica Purdue, aunque ni siquiera aparecen mencionados en la página web de la empresa. «Es muy significativo que su empresa no se llame Sackler Pharma. Ellos, que han hecho de su apellido una marca global de la filantropía, no están orgullosos de sus productos, como lo están los Ford, los Hewlett o los Johnson», dice Keith Humphrey, profesor de Psiquiatría en Stanford. «Saben perfectamente lo que están vendiendo».

Un pariente de la heroína

¿Y qué vende Purdue? Este laboratorio fabrica uno de los medicamentos más rentables de las últimas décadas, más incluso que la Viagra. Se llama OxyContin y ha generado 35.000 millones de dólares desde que salió al mercado, de los que el clan de los Sackler se embolsa unos 700 millones anuales. Es un analgésico y es tremendamente adictivo. Miles de personas que empiezan tomando OxyContin -y otros opiáceos- terminan enganchadas a la heroína cuando los médicos dejan de recetárselo y, desesperadas, buscan un sustituto más barato para aplacar el síndrome de abstinencia.

El ingrediente activo del OxyContin es la oxicodona, un opiáceo emparentado con la heroína y dos veces más potente que la morfina. En el pasado, los médicos solo lo recetaban en casos de dolor insufrible, como el del cáncer terminal o el de algunos posoperatorios. Cuatro de cada cinco adictos a la heroína empezaron tomando analgésicos de algún derivado del opio, como la propia oxicodona, el fentanilo o la vicodina, según la Asociación Americana de Medicina de la Adicción.

Para vencer las reticencias de los médicos a la hora de recetar OxyContin, Purdue lanzó una campaña de marketing con un mensaje: el poder adictivo de los opiáceos era una exageración. Andrew Kolodny, investigador de la Universidad Brandeis de Boston, sitúa en 1996 el comienzo de la actual crisis sanitaria que el propio presidente Donald Trump ha calificado como «una emergencia de salud pública». «No es una coincidencia. Ese año, Purdue lanzó su campaña de desinformación dirigida a la comunidad médica minimizando los riesgos de los opiáceos», declara Kolodny a The New Yorker. Una campaña que tuvo un éxito espectacular.

Culpar al consumidor

La oxicodona empezó a recetarse para casi cualquier tipo de dolor, desde las molestias de espalda a la migraña o la menstruación. Purdue financió estudios para demostrar que no había ningún peligro para seguir tomando su fármaco durante largos periodos. Y les pagó comidas, viajes, torneos de golf y vacaciones a más de 68.000 médicos, según varios medios americanos, para convencerlos de las bondades del OxyContin. El resultado: 2,6 millones de norteamericanos son adictos a los opioides, según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.

Los Sackler niegan las acusaciones. Alegan que en el prospecto se advierte que no hay que esnifar el polvo de las pastillas ni mezclarlas para aumentar su principio activo

Los Sackler, un clan muy ramificado, no hacen declaraciones. Y tienen en nómina a un ejército de abogados para que los dejen en paz. La culpa la tienen los adictos, alegan. En el prospecto se avisa de que no hay que triturar las pastillas e inyectar o esnifar el polvo resultante. Ni mezclarlas con agua, propiciando que el principio activo llegue rápido al cerebro.

Los Sackler son grandes mecenas del arte. Alas del Metropolitan o el Victoria & Albert en Londres (en la foto) llevan su nombre

Con todo, al menos desde 2001 hay constancia de que los directivos de Purdue conocían el problema del abuso del OxyContin. había farmacias de pueblo que vendían millones de unidades. Pero la empresa se guardó esa información alarmante y no la compartió con las autoridades. En 2007, Purdue pagó una multa de 630 millones por publicidad engañosa. «Comparada con los beneficios obtenidos (que multiplican por 55 esa cifra), es una invitación para seguir delinquiendo», dice Richard Blumenthal, fiscal de Connecticut.

Pese a las donaciones a iniciativas médicas de la familia Sackler (los hijos de Raymond dirigen un centro de investigaciones sobre el cáncer en Yale), una investigación de The Daily Caller asegura que la familia nunca ha apoyado ningún proyecto para curar la adicción que contribuyó a generar el medicamento que originó su fortuna.


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