Cada año desaparecen en México miles de jóvenes de Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Por Fernando Goitia y Quintina Valero / Fotos: Quintina Valero

Van camino de Estados Unidos. Huyen de la violencia y la pobreza y acaban atrapados entre el narco, policías corruptos y traficantes de personas. Una vez al año, sus madres recorren el país esperando encontrarlos. Prostíbulos, prisiones y fosas comunes forman parte de su itinerario.

«El México lindo y querido es hoy un México podrido que se hunde de tanta fosa», rabia la líder de las madres hondureñas

La hija de Ángela Aranda se marchó un día camino de Estados Unidos. Durante años, su madre no supo de ella. Hasta que recibió la llamada… La habían encontrado. Muerta. Al poco recibió un ataúd en su casa, en Honduras. No se lo dejaron abrir, pero al enterrarlo, entre un dolor insoportable, la incertidumbre, al menos, había desaparecido. Seis meses después recibió otra llamada. Era su hija. Estaba viva. Y secuestrada. No ha vuelto a saber de ella.

Casos como este son frecuentes entre los más de 300.000 migrantes centroamericanos que -se estima, ya que no hay registros- transitan por México cada año camino de Estados Unidos. Policías corruptos conchabados con narcos, traficantes y otros criminales aprovechan el caos legal y administrativo mexicano para mandar cuerpos falsos a algunas madres; buscan evitar que sigan buscando a sus hijos, como si temieran su creciente poder femenino, su insistencia.

 

«El dolor de una madre es como una puñalada en el corazón. Es una angustia que sentimos todas, pero ese dolor nos hace fuertes. Y somos cada vez más fuertes». Así habla Rosa Nelly Santos, hondureña de voz suave pero firme que tardó 17 años en dar con su sobrino, al que recuperó gracias a la caravana de madres. «Las autoridades nunca nos escucharon, pero hemos logrado mucho y hay que seguir», advierte. Su lucha la convirtió en líder y hoy selecciona a buena parte de las hondureñas -van diez por país, de Guatemala, El Salvador y Nicaragua- que se adentran en México cada año en busca de sus hijos bajo el paraguas de estas caravanas.

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Rosa Nelly ha sido para muchas de ellas una especie de faro. Abriendo fronteras, el programa de radio que coordina desde hace más de una década, es punto de encuentro y activismo para cientos de madres de desaparecidos que llaman para relatar y registrar su caso y solicitar ayuda. Además, preside Cofamipro, el primer comité de familiares de migrantes fundado en Centroamérica, allá por 1999, en El Progreso, una de las ciudades que más personas ‘expulsa’ en todo el istmo. La tercera urbe de Honduras, como muchas otras en la región, lleva años vaciándose de jóvenes a fuego cada vez más intenso. «Antes salía un migrante cada diez minutos. Hoy, cada minuto salen más de diez», ilustra Rosa Nelly.

Huyen de la miseria, de salarios semanales de 70 lempiras (2,5 euros), de barrios regidos por maras, con su dominio de extorsión, asesinatos y secuestros, de la violencia doméstica, de sus propias familias, incluso… Huyen desesperados, y se lanzan a un infierno llamado México, tan o más infranqueable para un migrante que el Mediterráneo, donde pueden ser secuestrados, encarcelados, esclavizados o asesinados. De hecho, apenas un 40 por ciento llega a Estados Unidos, según Eva Ramírez, coordinadora del grupo de madres de Tegucigalpa. «Prefiero morir en movimiento a esperar a que me maten en mi casa», suelen decir al irse.

La caravana es escoltada por Policía Federal, Estatal y por el Ejército. Aun así, hay estados donde no se atreven a ir

«Nadie sabe con exactitud cuántos desaparecidos son ya. Nosotras hace tiempo que dejamos de intentar contar», revela Marta Sánchez Soler, presidenta del Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM), la entidad que organiza las caravanas. De hecho, no hay autoridad en México ni Centroamérica que se haya puesto a contar muertos ni desaparecidos, pero los pocos números manejados al respecto son ineludibles, elocuentes, demoledores. «Estimaciones basadas en informes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y en trabajos académicos nos hablan de entre 70.000 y 120.000 migrantes desaparecidos desde 2006, cuando el presidente Calderón declaró la guerra al narco», revela Sánchez Soler.

Matanzas como las de San Fernando, en Tamaulipas -72 muertos el 23 de agosto de 2010, otros 193 el 6 de abril de 2011; todos ellos ejecutados por el cártel de los Zetas- visibilizan el horror al que se exponen los migrantes. También las cerca de mil fosas comunes localizadas en los ultimos 12 años. En 2017, sin ir más lejos se descubrieron 125, con más de 300 cadáveres, en Colinas de Santa Fe (Veracruz). «El México lindo y querido es hoy un México podrido que se hunde de tanta fosa», rabia Rosa Nelly.

Pese a todo, el flujo no se detiene, ni siquiera ante el rigor creciente de las leyes migratorias y los pasos fronterizos. «Con la llegada de Trump, México quiere mostrar que se esfuerza por contener a los migrantes, pero al convertir el contrabando de personas en la única opción refuerzan al crimen organizado -subraya Sánchez Soler-. Quieren que la gente los vea como criminales. Si eso ocurre, a nadie le va a preocupar que los maltraten y asesinen. ¿Entiendes?».

Mientras tanto, mujeres como ella y Rosa Nelly siguen ayudando a las madres angustiadas. Son mujeres sin recursos que, hasta conocerlas, habían sufrido en silencio, solas, en sus aldeas o en sus barrios. La caravana es, de hecho, su única posibilidad de cruzar la frontera y seguir por unos días las pistas de sus hijos obtenidas durante el resto del año por los comités y el movimiento de migrantes.

El MMM, además, se encarga de todo. alojamiento, alimentación, visados para las dos semanas de viaje, acceso a prisiones, forenses que recogen muestras de ADN para cruzarlos con cadáveres anónimos… y también de la seguridad. «Nos escolta Policía Federal, Estatal e incluso el Ejército, aunque hay Estados, como Tamaulipas, donde ni siquiera con ellos nos atrevemos a ir», explica Sánchez Soler.

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Migrantes en tránsito por México, un país que atraviesan cada año entre 300.000 y 400.000 personas en busca del ‘sueño americano’ / Foto: Getty Images

A México, penetrado por el narco y la corrupción, muchos lo definen como un «Estado fallido», calificativo que provoca la risa de la presidenta del MMM. «Fallido no, porque el sistema es bien eficiente. Quiere favorecer al crimen organizado y es lo que hace. Esas fuerzas negras son parte del sistema y tienen más poder que nunca».

16 años después…

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Clementina Murcia lleva media vida buscando a sus hijos. El mayor, Jorge, se fue hace 30 años. Al pequeño, Mauro, lo acaba de recuperar tras 16 años. Cuando este se fue, su madre conoció el programa de radio de Rosa Nelly Santos, dedicado a la búsqueda de migrantes. «Encontré calor, compartíamos problemas». Un día, una periodista la entrevistó y, al cabo de dos meses, una mujer llamó desde Guadalajara. Era la esposa de Mauro, que la había visto en la tele. Mauro -cuenta él- estuvo preso un tiempo y tras ser absuelto consiguió trabajo de mecánico. Intentó contactar con su madre, pero esta había quitado el fijo, harta de las amenazas de las maras, que le exigían ‘impuesto de guerra’ al saber que su hijo había emigrado.

La madre de sus nietos

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La hija de Pilar Escobar desapareció en 2009. Pilar fue a la Policía, al hospital, a la morgue… A los 15 días la llamó desde Tapachula, México. «Dijo que la habían amenazado de muerte tras haber visto un robo. Ya no supe más». Pilar se convirtió así en ‘madre’ de sus cinco nietos, a quienes mantiene con la venta de tortillas. Cocina 3000 por la mañana y 3000 de noche. Hace un año supo al fin de su hija. Planearon una cita en Tuxla Gutiérrez, donde vivía, pero el contacto se perdió. Pilar no se resignó. Viajó a Tuxla con la caravana, pegó fotos por las calles y un hombre la reconoció. Se reencontraron días después. Sin reproches, se fundieron en un abrazo. Olga tiene dos nuevas hijas y viajará a Honduras esta Semana Santa para ver a sus otros cinco hijos.

Huir de las maras

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María Clementina Vásquez vive en un barrio de Tegucigalpa controlado por la temida Mara 18. Empujada por la pobreza y la violencia, su hija se marchó en 2002 con dos amigas, dejando a su bebé de un año. Poco después, tras haber sido violadas en México, sus amigas regresaron. Fue la última vez que supo de ella. Vásquez ha participado en dos caravanas de madres, pero sigue sin saber de su hija.

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