Son las madres del Black Lives Matter. Tres mujeres negras que, en 2013, crearon el mayor movimiento contra el racismo que ha conocido la sociedad americana… y el mundo. Ahora, su lucha ha sido reconocida con la candidatura al Premio Nobel de la Paz de este año. Esta es su historia. Por Ixone Díaz Landaluce / Foto: Ben Baker
• «¿A qué velocidad debe caminar un chico negro para que no le disparen?»
Alicia garza se encontraba en un bar de Oakland (California) el día en que se anunció el veredicto. Era julio de 2013 y George Zimmerman –voluntario en una patrulla vecinal de Sanford (Florida)– era declarado inocente por un jurado popular. Se libraba así de un cargo de asesinato por matar un año antes a Trayvon Martin, un chico negro de 17 años que daba un paseo por el barrio.
«Todos se quedaron en silencio y, de pronto, la gente empezó a tomar las calles de forma masiva –rememora Alicia–. Recuerdo que, como persona negra, me sentía vulnerable, expuesta y enfurecida. Ver a todos aquellos negros saliendo del bar, era como si no nos pudiéramos mirar los unos a los otros. El veredicto venía a decir: los negros no están seguros en Estados Unidos».
Cuando el agente que disparó fue exculpado, Alicia volcó toda su ira en un post que acababa así: «We matter. Our lives matter» (‘Importamos. Nuestras vidas importan’)
Antes de dormirse llorando, Garza volcó esa noche todos sus sentimientos en Facebook. Tituló su post: Carta de amor a la gente negra. Y terminaba así: «Black people, I love you. I love us. We matter. Our lives matter» (‘Personas negras, os quiero. Nos quiero. Importamos. Nuestras vidas importan’). Aquel texto fue la mecha que encendió el movimiento Black Lives Matter, nominado ahora al Nobel de la Paz por su denuncia del racismo sistémico en todo el mundo y por promover su erradicación.
Garza, sin embargo, no lo hizo sola. Fue un mérito compartido con otras dos mujeres. Patrisse Cullors, artista y activista, compartió las palabras de su amiga y lo convirtió en un hashtag: #blacklivesmatter. Al día siguiente hablaron por teléfono. Querían articular todos aquellos sentimientos en una llamada a la acción y denunciar sobre todo que el asesinato de Trayvon Martin no era un caso anecdótico, sino el reflejo del racismo sistémico que persistía en la sociedad norteamericana, aunque Barack Obama acabase de estrenar su segundo mandato en la Casa Blanca.
Alicia Garza:«El liderazgo actual no se parece al de Martin Luther King»
De padre judío y madre afroamericana, Garza creció en California, en un condado con escasa diversidad racial. Implicada en diferentes movimientos sociales desde su adolescencia, se graduó en Antropología y Sociología y siempre ha trabajado en el ámbito de las ONG. Desvinculada de la gestión de Black Lives Matter, trabaja en la Alianza Nacional de Trabajadoras del Hogar, pero también lidera iniciativas como Supermajority, para promover el acceso de las mujeres afroamericanas a puestos de poder político. Casada con un hombre trans, Garza se identifica como ‘queer’ y está vinculada a las reivindicaciones del colectivo LGTBI.
Historias de discriminación
Opal Tometi, activista bregada en la defensa de los derechos de los inmigrantes, se puso en contacto con Garza. No se conocían, pero quería ayudar. Compró un dominio en Internet y diseñó la plataforma digital que lanzaría el movimiento a las redes. Abrieron cuenta en Twitter y en Tumbler y animaron a un creciente número de seguidores a compartir sus historias de discriminación bajo el hoy célebre hashtag. Poco después, Cullors organizó la primera manifestación bajo las siglas BLM en Rodeo Drive, icónica calle de Beverly Hills plagada de tiendas de lujo. El eslogan empezaba a tener tirón. Y entonces el racismo sistémico que querían denunciar volvió a cobrarse una vida. Una detrás de otra en realidad.
Opal Tometi:«No me preocupan los cristales rotos. La propiedad puede ser restituida, las personas no»
Hija de nigerianos, su infancia estuvo marcada por la amenaza de deportación de sus padres. Estudió Historia y Comunicación en la Universidad de Arizona y siempre ha estado ligada a la defensa de los derechos de los inmigrantes. Es directora ejecutiva de la organización neoyorquina Alianza Negra para la Inmigración Justa. También ha asistido a mujeres víctimas de violencia de género y fue la principal artífice de la exitosa estrategia de redes sociales que convirtió Black Lives Matter.
Al año de la sentencia que exculpó a Zimmerman, Michael Brown, de 18 años, fue asesinado por un policía blanco en Ferguson (Misuri). Brown no estaba armado, pero recibió doce disparos. El agente fue exonerado y las protestas masivas se extendieron por todo Estados Unidos con disturbios en varias ciudades. Garza, Cullors y Tometi organizaron una marcha reivindicativa a Ferguson.
Miles de personas de todos los puntos del país se unieron a la convocatoria. Cuando llegaron a la ciudad, vieron aquellas tres palabras impresas en los carteles de los manifestantes. El movimiento había cobrado vida propia tanto en las redes como entre personajes públicos –Beyoncé, LeBron James, Hillary Clinton…–, que las hicieron suyas. Detrás de las siglas BLM, cada vez más conocidas, el movimiento se expandía por todo el país, aunque sin una estructura jerarquizada ni líderes particularmente visibles.
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El movimiento surgió como reacción a la absolución de George Zimmerman, el patrullero que disparó a Trayvon Martin, afroamericano de 17 años.
Pese a la influencia inicial de Garza, Cullors y Tometi, BLM siempre ha evitado mirarse en el espejo del movimiento por los derechos civiles que en los años sesenta lideró Martin Luther King. Entre otros motivos porque, como han explicado las activistas, esos líderes siempre fueron hombres. Y casi todos fueron asesinados. Desde el principio aspiraron a construir un movimiento en forma de paraguas, que recogiera causas tan dispares como la reforma del sistema de justicia penal, la lucha contra el racismo en la educación y en la sanidad, la defensa de los derechos de los inmigrantes y las reivindicaciones de la comunidad LGTBI.
Llegó así el 25 de mayo de 2020, en plena primera ola de la pandemia. Durante 8 minutos y 46 segundos, Derek Chauvin –un policía de Minneapolis– asfixió con su rodilla a George Floyd, un hombre de 46 años y padre de cinco hijos que había tratado de pagar con un billete falso de 20 dólares en una tienda. Floyd pidió auxilio, llamó a su madre y gritó desesperado: «¡No puedo respirar!». Murió en la acera mientras los paseantes increpaban a la Policía y todo quedaba grabado en vídeo.
El asesinato, prácticamente retransmitido en directo, removió las entrañas de la sociedad estadounidense en un momento particularmente explosivo por la situación derivada de la pandemia, pero también del supremacismo blanco exhibido por Donald Trump desde la Casa Blanca.
Y la rabia se hizo pólvora
En esos días, además, un diario de Kentucky publicó fotografías del domicilio de Breonna Taylor, una trabajadora de emergencias asesinada en marzo. En una confusa operación antidroga, tres policías entraron en su casa en busca de dos sospechosos que ya estaban bajo custodia policial. Las consiguientes protestas avivaron las que siguieron al asesinato de Floyd y el ya archifamoso hashtag desbordó las redes sociales, extendiendo las reacciones de rabia por todo Estados Unidos.
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Tras crecer en una familia de testigos de Jehová, a los 16 años sus padres la echaron de casa cuando les dijo que era lesbiana. La espiritualidad, sin embargo, siguió formando parte de su vida y estudió Religión y Filosofía en la Universidad de California en Los Ángeles. Comprometida con diferentes movimientos sociales desde la adolescencia, defiende la abolición del sistema penitenciario y de la militarización. Dramaturga, artista y escritora, también es profesora en un colegio de arte y diseño en Los Ángeles.
La ONG independiente Armed Conflict Location and Event Data Project ha estimado que el 93 por ciento de aquellas manifestaciones fueron totalmente pacíficas, pero los episodios violentos de aquellos días se convirtieron en la munición perfecta contra Garza, Cullors y Tometi. Desde los sectores más próximos a Trump se acusó a las activistas de terrorismo por alentar las protestas violentas. Tometi explicó entonces: «No me preocupan los cristales rotos. Me preocupan los rostros rotos, los cuerpos rotos de aquellos que tuvieron la audacia de defender los derechos humanos. La propiedad puede ser restituida, las personas no».
El movimiento no está jerarquizado. No tiene líderes visibles, pero ha movilizado a más de 26 millones de personas en el país
También se ha tachado su ideología de antiamericana y antipolicial, por defender el lema «defund the Police» (‘desfinanciar la Policía’). Cullors explicó así su significado en una entrevista con el diario Los Angeles Times en 2017. «En los últimos 30 o 40 años, todo el dinero que se ha invertido en las fuerzas del orden se ha desinvertido en las comunidades, sobre todo en las más pobres. Y, por eso, nuestro argumento es que habría que desinvertir en la aplicación de la ley para invertir en esas comunidades».
Brujas, marxistas, sectas y demonios
También han sido acusadas de promover una agenda marxista y de funcionar como una secta. Algunos grupos evangélicos las tachan de «brujas» y de «operar en los dominios del demonio».
Todas estas resistencias, sin embargo, no han hecho más que subrayar el incontestable éxito de Garza, Tometi y Cullors y del movimiento social que pusieron en marcha, Black Lives Matter, el más importante de la historia de Estados Unidos, según algunos analistas. Se estima que las protestas tras el asesinato de George Floyd movilizaron a entre 15 y 26 millones de personas en el país en más de 7000 manifestaciones. Después, BLM traspasó fronteras, llegó a más de 60 países y líderes como Boris Johnson o Justin Trudeau abrazaron públicamente el lema.
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Tres mujeres y un ‘hashtag’. De izquierda a derecha: Patrisse Cullors, Alicia Garza y Opal Tometi, fundadoras de Black Lives Matter. El movimiento surgió en 2013 con el uso del hoy célebre ‘hashtag’ en las redes sociales.
Ahora, el movimiento aspira al Nobel de la Paz después de recibir el apoyo del parlamentario noruego Petter Eide. La carta en la que razonaba su nominación terminaba así: «Conceder este premio a Black Lives Matter, como la fuerza global más importante contra la injustica racial, servirá para enviar el poderoso mensaje de que la paz está fundada sobre la igualdad, la solidaridad y los derechos humanos, y que todos los países deberán respetar esos principios básicos». Estados Unidos, el primero de todos.
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