Los ‘annus horribilis’ no hacen mella en la reina Isabel II, cuyo prestigio no ha logrado socavar ni la polémica entrevista de Enrique de Sussex y Meghan Markle con Oprah Winfrey. La prensa británica habla de una posible abdicación de la reina en su hijo Carlos de Gales, cuando va a cumplir los 95 años. Nadie sabe lo que piensa Carlos, pero como dijo la reina Isabel II de ficción en la serie ‘The Crown’: «A quién le importa». Por María de la Peña y Carlos Manuel Sánchez/ Foto: Getty Images
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La reina Isabel II del Reino Unido tiene dos cumpleaños.
El 21 de abril cumple 95 años y se celebrará con una salva de 21 cañonazos. Sin embargo, los festejos oficiales llegarán el segundo sábado de junio, con un espectacular desfile. La tradición se remonta al siglo XVII. Y la razón es práctica. En junio hace mejor tiempo y habrá más espectadores viendo pasar la comitiva.
Tradición y pragmatismo son los dos ejes de su incombustible reinado. El cumpleaños llega en plena intriga sobre a quién preocupaba el color de la piel de Archie, el bebé de Enrique y Meghan. Solo se sabe que no fue la reina quien expresó semejante inquietud; ni su marido, Felipe de Edimburgo. Pero es mal momento para celebraciones, tan malo que el Daily Mirror lo califica como «la peor crisis de la monarquía desde la abdicación de Eduardo VIII en 1936». Otros, como The Guardian, lo comparan con 1997, el año de la muerte de Lady Di. El caso es que los annus horribilis han abundado. Pero Isabel se las arregla para superarlos con el prestigio indemne, a juzgar por las encuestas.
Acostumbrada a la presión
Los retratos del 14 cumpleaños de la princesa Isabel muestran a una joven melancólica, consciente quizá de su responsabilidad desde que su tío Eduardo VIII abdicó por su relación con Wallis Simpson y su padre, Jorge VI, pasó a ser rey. Convertida en heredera con 10 años, con solo 25 sufrió la muerte de su padre y tuvo que hacerse cargo de la Corona.
Esta vez, los expertos en asuntos palaciegos están divididos. Unos opinan que la reina abdicará tras los fastos. El runrún lleva un par de años cogiendo fuerza. Al fin y al cabo, su marido se retiró de los asuntos públicos a los 95. Y la reina querría dedicarle todo el tiempo posible, dado su delicado estado de salud y que cumple 100 años en junio. «Estoy firmemente convencido de que la reina dará un paso atrás», asegura Robert Jobson, columnista del London Evening Star. Sin embargo, son mayoría los que sostienen que nunca abdicará, entre otras cosas, porque la institución no debe correr riesgos. Las encuestas señalan que solo el 20 por ciento de los británicos se definen como republicanos, pero si Carlos, de 72 años, al que todos consideran el eslabón débil, heredase el trono, podría implicar un cambio de tendencia.
La familia oficial
La reina con su marido, Felipe de Edimburgo -que tiene 99 años-, y sus herederos al trono, Carlos y Guillermo, junto con sus esposas, Camila y Catalina, en una imagen que refleja el protocolo de la Casa Real. Enrique dijo en su polémica entrevista con Oprah Winfrey que su padre y su hermano «están atrapados dentro del sistema».
«No quejarse nunca y jamás dar explicaciones». Así dicta el código no escrito de la monarquía inglesa. Y ha sido el lema que ha planeado sobre los 69 años de reinado de Isabel II, el más largo de la historia británica, desbancando a la reina Victoria. La soberana interiorizó desde niña que no debía lamentarse ni salirse de un guion que solo le da la palabra en las ceremonias. Isabel subió al trono en 1952 como quien ficha por la empresa familiar y para la que el palacio de Buckingham es más una oficina que un hogar. De hecho, nunca se ha preocupado de si a las paredes les faltaba una mano de pintura, come de tupper con frecuencia y calienta el dormitorio con un radiador barato, a pesar de ser la monarca más rica del mundo. Por cierto, siempre ha dormido sola. Un arreglo matrimonial que su hijo Carlos también ha imitado. Habitaciones separadas tanto con Diana como con Camila. El duque y la duquesa de Cornualles disponían de tres dormitorios en Clarence House, todos con cama doble. Uno para él, otro para ella, y un tercero para las ocasiones… «Les va perfectamente así. La aristocracia inglesa siempre ha favorecido los dormitorios separados. No quieren que nadie les moleste con sus ronquidos», explicó lady Pamela Hicks, prima de la reina. «Y cuando te sientes tierna, compartes habitación».
Come de ‘tupper’ con frecuencia y calienta el dormitorio con un radiador barato. Duerme sola. Un ejemplo que Carlos siguió con Diana y con Camila
«La Firma» llamaba lady Diana a los Windsor… Un término que habría acuñado Jorge VI, el padre de la reina. Que estés dentro de la Firma no significa que te hayan aceptado. Ni que tengas un contrato indefinido. Bien lo saben los que se van cayendo de la nómina de los royals, con y sin sangre azul. Los últimos han sido Enrique y Meghan, los duques de Sussex. Y antes cayó el príncipe Andrés, el hijo predilecto, enredado en un escándalo sexual por su turbia amistad con el pederasta Jeffrey Epstein. No es casual que tanto Enrique como Andrés se saltaran la ley del silencio y aireasen trapos sucios en sendas y desastrosas entrevistas televisivas. Lo paradójico es que los mismos tabloides que airean las llamas acuden prestos con el extintor.
Ante las adversidades, Isabel reacciona con su mejor arma: la impavidez. Se convierte en la efigie de una moneda de una libra, metálicamente indestructible. Su fulgor llega a todos los rincones de la Commonwealth, pues no hay que olvidar que la reina de Inglaterra lo es también de Australia, Nueva Zelanda, Canadá e incluso Papúa Nueva Guinea… Las rutinas son otra manifestación de la continuidad. Los 30 perros de la raza corgi que ha tenido en su vida son todos descendientes de Susan, el cachorro que le regalaron cuando tenía 18 años. Ha gastado la misma marca de zapatos, desayunado los mismos cereales y tomado el mismo cóctel (dubonnet con ginebra) durante décadas.
La otra familia
Los duques de Sussex dejaron de ser miembros de la familia real el año pasado, tras anunciar que seguirían su propio camino personal y profesional. Ahora, cuando esperan su segundo hijo, han contado que fue el racismo lo que los forzó a distanciarse.
Isabel ha ido delegando algunas funciones en su heredero. Y ha aligerado una agenda en la que ningún año hubo menos de 200 apariciones. La vistosa presencia de su Graciosa Majestad es la marca británica más universal, por encima del espía 007. Y la razón de que siempre vaya con colores brillantes la reveló su nuera Sofía, esposa del príncipe Eduardo. «Necesita asegurarse de que la gente la ve. Cuando acude a algún lugar, siempre hay multitudes, y la gente por lo menos debe poder ver un trocito del sombrero de la reina». Mide 1,63. Contaba el astronauta Buzz Aldrin que, en su visita a Buckingham, durante la gira mundial tras el alunizaje del Apolo 11, le sorprendió que fuese «tan bajita y pechugona».
Asumir el papel
La relación entre el príncipe Carlos y su madre ha sido siempre distante. Incluso mala. Pero su trato también ha evolucionado. En noviembre, cuando Carlos cumplió 72 años, compartieron bromas en público y rieron abiertamente. Ahora, la prensa británica habla ya de la posible abdicación de la Reina.
La reina entiende que le debe una coronación a su hijo Carlos, después de todo. Pero no le debe un reinado. Por lo menos, no un largo reinado, sino más bien un paréntesis hasta que sea la hora de Guillermo. Carlos no puede garantizar lo que la dinastía necesita: estabilidad. Nadie sabe qué piensa Carlos, pero como dijo la Isabel de ficción en una frase lapidaria de The Crown: «A nadie le importa». Así que Carlos, más que tomar las riendas, ejerce labores administrativas. Que no son poca cosa. Pues el patrimonio real es inconmensurable y no solo abarca castillos y mansiones, sino 2600 millones de metros cuadrados (la Corona es el mayor terrateniente del mundo) y propiedades y negocios por valor de 13.400 millones de libras (15.000 millones de euros). Eso en cuanto a bienes materiales, pues también hay derechos consuetudinarios, algunos tan excéntricos como el control de todos los delfines en aguas territoriales. Pero Carlos está haciendo, además, un trabajo ingrato.
La reina entiende que le debe una coronación a Carlos, pero no un reinado. Al menos, no uno largo. Si acaso un paréntesis hasta que sea la hora de Guillermo
Ejecutó la defenestración de su hermano Andrés y está ‘despidiendo’, como si de un ERE se tratara, a unos cuantos royals ‘menores’, que no pinchan ni cortan en la línea sucesoria, pero que son un gasto para el contribuyente. Así que el balcón de Buckingham Palace, cuando la reina salga a agradecer las felicitaciones por su cumpleaños, estará menos concurrido.
Es sintomático que haya sido Guillermo el que ha salido a defender el honor de la Corona después de la entrevista con Oprah. A sus 38 años, el duque de Cambridge ha demostrado mesura y discreción. La reina vería en Guillermo y Kate lo que todo el mundo quiso ver en Carlos y Diana: el matrimonio moderno y ejemplar que garantiza la supervivencia de la dinastía. Entonces, el cuento de hadas resultó un espejismo. La reina solo descansará cuando se cerciore de que esta vez no lo es.
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