En recuerdo a los reporteros, David Beriain y Roberto Fraile, fallecidos en Burkina Faso donde rodaban un documental sobre la caza furtiva, reproducimos este artÃculo de Arturo Pérez-Reverte en el que homenajeaba a los reporteros que se juegan la vida en los puntos más calientes del mundo.
[Publicado el 15/01/2012]
Los jóvenes reporteros nunca mueren
Hace unos dÃas volvàa ver la pelÃcula que rodó Gerardo Herrero sobre Territorio comanche; que más que novela era un trozo de memoria personal con la ficción justa para aliñar la cosa. Rodada en escenarios tan naturales como la guerra misma, la pelÃcula resiste el paso del tiempo; con la particularidad de que, al mostrar un Sarajevo agitado por los últimos coletazos del asedio serbio, contiene un valor documental extraordinario. Por mucho dinero que se metiese en la producción, serÃa imposible reconstruir hoy el sombrÃo decorado de esa ciudad destruida y peligrosa. El caso es que he visto de nuevo la pelÃcula, como digo, refrescando el recuerdo que de ella conservaba: cierta cómica incomodidad cuando Imanol Arias, que en la peli hace de mÃ, o casi, se muestra demasiado nervioso bajo el fuego -un reportero veterano, le decÃamos sin éxito, siente la guerra con los ojos, no con los oÃdos-, y una sonrisa cómplice ante el modo con que Carmelo Gómez interpreta el papel del cámara de televisión José Luis Márquez; que a mi juicio, y también al del propio Márquez, es una de las mejores interpretaciones de su espléndida carrera de actor.
Estos dÃas también he visto un magnÃfico documental de Roberto Lozano âLos ojos de la guerra, se titula- sobre los actuales reporteros. Aparte de removerme algunas nostalgias, el documental plantea una pregunta que me hacen con frecuencia: si echo de menos mis tiempos de reportero dicharachero de Barrio Sésamo, y si el periodismo bélico que se hace ahora tiene algo que ver con el de mi generación, la tribu de enviados especiales que, criados al socaire de viejos maestros como Vicente Talón, Manu Leguineche, Enrique Meneses, Tomás Alcoverro o Miguel de la Cuadra, cubrimos conflictos durante el último tercio del siglo pasado. Y mis respuestas a esas preguntas siempre se resumen en una: no lo añoro porque ya no existe, y el periodismo de guerra actual poco tiene que ver con el de ayer. Entonces te perdÃas dos meses en Ãfrica y al regreso tu reportaje iba en primera página; mientras que ahora, si tardas minuto y medio en dar una información, ésta se queda vieja porque ya la conoce todo el mundo. El teléfono móvil, la conexión en directo y el ordenador portátil acabaron con los viejos reporteros. Los enviados especiales de la televisión son ahora bustos parlantes de terraza o ventana de hotel, aunque no sea culpa suya: es imposible salir a la calle a buscar información cuando debes entrar veinte veces al dÃa en directo, y a tus jefes interesa más decir «tenemos a alguien allÃ, o cerca» que lo que ese alguien cuente; pues la misma información ya circula por la Red desde hace rato, gracias a anónimos reporteros ocasionales que cuentan lo que ellos mismos viven. Además, una guerra bien cubierta resulta muy cara de cubrir, y no están los tiempos para alegrÃas, ni siquiera en los medios públicos. Más, cuando entre una matanza en Damasco y una final del Barça, la peña -que ésa es otra- prefiere ver el fútbol.
Sin embargo, viendo el documental de Roberto Lozano, y gracias a las incursiones que a veces hago en blogs de reporteros independientes que andan por esos mundos buscándose la vida a su aire, compruebo con admiración que el periodismo de guerra no ha desaparecido. Se vuelve más individual, tal vez. Más humilde, peligroso y vocacional. Pero allà donde no llegan los grandes medios informativos, siguen llegando algunos hombres y mujeres, jóvenes por lo general, a quienes el ansia de aventura, la vocación, el cara o cruz de palmar o hacerte una reputación si sobrevives, empuja a coger una mochila y jugársela. Prefiero no estar en la piel de sus padres o de quienes los aman. Su vida es difÃcil; y sus ganancias, escasas. Ninguna aseguradora se hará responsable de su salud o su vida. Y aunque asà fuera, pocos podrÃan permitÃrsela. Pero ahà van y ahà siguen, los que aguantan la prueba. El mundo es aún más peligroso que antes, la televisión e Internet volvieron peor y más resabiada a la gente que sufre y muere en lugares extremos; y moverse por donde crujen las costuras del mundo es una osadÃa suicida. Por eso el auténtico periodismo de guerra lo hacen hoy esos chicos y chicas solitarios y valientes, con sus blogs, sus tuiteos, sus mensajes sobre lo que ven y fotografÃan en lugares hostiles y remotos. Los últimos grandes reporteros siguen sin ser los últimos: tomaron su relevo estos parias del periodismo que con su tesón y coraje, afrontando la falta de medios, la vida incierta, la desgracia y la muerte propias del oficio -tales son las reglas y el precio de la aventura-, desmienten el viejo dicho de que, en toda guerra, la primera que muere es la Verdad.