Dedicarle atención a la educación surte sus efectos. La conversación publicada en la revista entre dos expertos educativos suscita opiniones encontradas, pero cada una con su argumentación, en ningún caso improvisada ni banal. Cabe recomendar el ejercicio de releer aquella conversación, y contrastar lo dicho en ella con las opiniones coincidentes, divergentes o complementarias de las dos lectoras que nos escriben. Según quién lea, tendrá más afinidad con una o con otra, pero eso no es lo principal. La cuestión es que la reflexión sobre cómo educamos a nuestros niños y niñas, y sobre el valor que gracias a esa educación atribuyen al aprendizaje, es un empeño demasiado crucial como para despacharlo con un prejuicio ideológico. Requiere un debate a fondo, el único que arroja decisiones fundadas. LA CARTA DE LA SEMANA
Una pajarita, una sonrisa
La soledad también viaja en metro. Hace días entré en un vagón cuando un señor mayor, con gorra visera, gafas de pasta y rictus bonachón –me recordó al abuelo de Up– entregaba una pajarita de papel a un niño, de unos cinco años, que viajaba con su padre. El niño tomó la pajarita, tiró de su cola y la figura comenzó a mover sus alas. La escena era tierna: el niño, ensimismado en su frágil juguete; el papá, vigilante, y el abuelo Up, sonriendo para sus adentros. Hacía tiempo que no veía a un niño entretenerse con algo que no fuera un móvil. Tres estaciones después, el abuelo sacó otra obra de arte de papel que simulaba el pico de un gran pájaro. Se lo aproximó al niño intentando darle picotazos, pero él ni flores. Seguía volando a lomos de su pajarita. Un poco más adelante, niño y padre se bajaron despidiéndose del abuelo con una sonrisa. Al llegar a mi estación, dejé al abuelo Up girando en la línea circular. Tal vez esperando que otro niño se sentara a su lado para intercambiar papiroflexia por sonrisas. Me lo imaginé en la soledad de un pequeño piso, sentado a una mesa camilla, preparando aviones, barquitas o pajaritas de papel a la luz de un flexo. Quizá mañana otro niño –estaría pensando– me conceda una mirada alegre y unas risitas. Agustín del Pino (Madrid)Por qué la he premiado... Por la historia y el ejemplo, de cómo puede llegar a dar más quien menos tiene.
Un debate necesario
Leo con interés el artículo Repetir o no repetir. Se deduce quién teoriza desde su despacho y quién desde una larga trayectoria en el campo de batalla de las aulas. El profesor Moreno Castillo, con el trasfondo de un debate necesario, desgrana algunos problemas: falta de autoridad del docente, excesivas horas diarias, progresivo descenso de los niveles de exigencia, escasos hábitos de trabajo, niños aburridos que molestan de continuo, padres implacables con el profesor (en realidad, solo con el resultado académico) pero no con sus vástagos, aprobados muy baratos… Otros problemas del sistema son el excesivo número de optativas al inicio de la ESO, presiones para alcanzar porcentajes mínimos de aprobados, minorías descolgadas en un círculo vicioso de absentismo y desfase respecto a su edad. Adolescentes que pasan horas enganchados a las redes, que no pueden abarcar instituto, extraescolares y vida social digital. Padres consentidores, ausentes muchas horas por falta de conciliación, que no transmiten la importancia del estudio porque jamás preguntan a sus hijos si aprenden… Y todo con el trasfondo de la pedagogía del aprender divirtiéndote y potenciar la creatividad porque todos somos maravillosos, que solo consigue desprestigiar y culpabilizar a los docentes. ¿De verdad tenemos todos tantas capacidades y potencialidades? Se me antoja que la cuestión de repetir es solo uno de los muchos problemas de la enseñanza española. Y seguirán sin resolverse, porque los factores de la ley educativa no van a preguntar a los docentes de a pie, sino a los catedráticos que trabajan con situaciones completamente alejadas de la realidad docente en enseñanzas medias y primaria. María Rosa Romero Jiménez, Burlada (Navarra)Fresas sin nata
Ricardo Moreno Castillo se me antoja en pedagogía como acompañar las fresas con sal. Sin entrar a valorar la tasa de repetidores cuando lo que urge es un gran pacto educativo, me irrita que el autor de Panfleto antipedagógico se presente como experto en educación y parodie la labor de orientadores, psicólogos y pedagogos. Lanza frases que son fresas sin nata, cuando en educación nos movemos en el terreno de la nata y no tanto de la sal marina, que oxida las ventanas de la novedad y el pensamiento divergente. ¿Por qué dice que los orientadores, expertos, psicólogos y pedagogos que pululan por los institutos crean más problemas de los que resuelven? Los maestros estamos adaptándonos al nuevo paradigma educativo y nos estamos sumergiendo en ese diálogo entre tradición e innovación, entre autoridad y comunicación. Hay muchos puntos donde el sistema falla, y esta alta tasa de repetidores muestra que se debe mejorar la equidad educativa. Ahora bien, que se presente como experto a alguien que ridiculiza la innovación educativa me parece impertinente. Expertos como Carmen Pellicer o el propio José Antonio Marina me parecen voces con más autoridad. Moreno Castillo pone el foco en la parte más experimental de la nueva educación. Sin embargo, de lo que se debería hablar es de por qué creemos a nivel nacional tan poco en el poder de la educación. La mejor manera de conquistarse a uno mismo es a través del esforzado acto de cultivarse. Ese es el poder de la educación. A mi juicio, esas gafas de Moreno Castillo no son la mejor fórmula para contagiar entusiasmo. Quiero pensar, y pienso, que se puede innovar con sentido común, con un diálogo razonable entre presente y pasado, entre disciplina y juego, entre seriedad y emoción, entre la risa y el sudor. En realidad, todo cambio –y también el educativo– va acompañado de esas resistencias como la que representa Moreno Castillo, lo cual nos confirma que vamos en el buen camino. Le diría a él que esos pedagogos a los que él tanto desprecia son los que han inventado nuevas formas para que aprender merezca la pena y los niños vayan contentos a la escuela. El arte de enseñar siempre tuvo que ver con ir a por la nata que acompañara las fresas un domingo de primavera. Edurne Arizti, maestra (San Sebastián)La bofetada del coronavirus
El COVID-19 ha despertado de una bofetada a quienes creen que los avances científicos son importantes solo cuando salen en el telediario; un científico ha descubierto tal o cual molécula contra el cáncer, otro, una terapia contra tal enfermedad... Ese momento de gloria de los científicos en el telediario es para muchos impresionante; sobre todo, si un familiar o amigo tiene cáncer, o padece ese mal... Decimos entonces que la ciencia merece la pena, cuando protestamos porque debería financiarse mejor o porque nuestros científicos se tienen que ir a investigar al extranjero. Señoras y señores, la ciencia es importante aunque no haya avances científicos en el telediario. Sin la ciencia y sin los investigadores no habría detección precoz del coronavirus, ni llegaría una vacuna, ni un tratamiento. Y los científicos son personas; al cuidar a esas personas, ellos cuidarán de las demás. Cuidemos a nuestros científicos, cuidemos a la ciencia. José Ramos Vivas (Correo electrónico)Mi madre es hípster
Cuando era una niña, en los 70, y en los hogares comenzaba el consumo de nuevos productos introducidos por la publicidad y el desarrollismo, yo seguía llevando al colegio el bocadillo envuelto en papel de periódico, y mi madre, en lugar de comprar detergente líquido para lavar los platos, hacía su propio jabón con los restos del aceite. Cuando mis amigas merendaban pastelitos de bollería, yo llevaba un bizcocho casero hecho con aceite o con la nata que sacábamos al cocer la leche que había que hervir antes de consumir, ya que entonces la vendían en bolsa sin pasteurizar. Mi madre no echaba a los macarrones tomate frito de bote, sino que hacía sus propias conservas de tomate. Yo entonces pensaba que mi madre era una antigua, y me moría de ganas por parecerme a mis compañeras, que me resultaban muy modernas, y ahora resulta que la más moderna era mi madre, que consumía productos naturales en lugar de procesados, y que se hacía su propia ropa. Hoy me he dado cuenta de que, al final, el tiempo le ha dado la razón y, además, he descubierto que mi madre... ¡hace cuarenta años ya era hípster, y yo sin enterarme! Elena Bernabé (Málaga)Días de colores
Mi hijo de 7 años tiene el síndrome de Asperger. Antes de que le diagnosticaran todo era muy difícil: no entendíamos su comportamiento ni sabíamos cómo ayudarlo. Cuando tuvimos un diagnóstico, el primer sentimiento fue de disgusto, de miedo y de mucha pena. Se trataba de un trastorno dentro del espectro autista que auguraba muchas dificultades en el ámbito social y académico. El cerebro contiene billones de conexiones neuronales. El de mi hijo no funciona como el de otros niños de su edad: Es brillante y muy inteligente, pero sus conexiones neuronales entre unas regiones del cerebro y otras funcionan de una forma diferente. Le cuesta entender el mundo y a sus semejantes, hacer amigos, ceñirse a las normas o mantenerse quieto. Ir al colegio y atender se le hace duro, así como trabajar en equipo e integrar un grupo. Sin embargo, todas esas habilidades y competencias que no le salen de modo natural, se pueden aprender si se trabajan desde niños. Con esfuerzo, terapia y mucho cariño, se pueden crear conexiones neuronales, y con esto los niños aprenden a gestionar sus emociones, a socializar, a enfrentar sus dificultades y a potenciar lo que los hace únicos. Gracias infinitas a todos esos profesionales (profesores, cuidadores, terapeutas, enfermeros…) que creen en estos niños y les regalan su tiempo, su paciencia, su entrega y su cariño. Todos ellos les dan la autoestima que necesitan y los ayudan a construir esos puentes en sus cerebros para tener una vida plena y feliz. Esta experiencia nos ha cambiado la forma en que vivimos. Cuando la vida te regala una dificultad, dejas de dar por sentada la ausencia de problemas y aprendes a valorar y celebrar cada día bueno, cada paso, cada logro, cada obstáculo superado. Cuando la vida te regala una dificultad desaparecen los días grises y la rutina. Hay días blancos y otros tantos negros y, si uno sabe mirar las cosas con las gafas adecuadas, muchos de los días son de colores, únicos y brillantes. Paloma Pérez Miguel, Mutilva Baja (Navarra)-
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