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EL BLOC DEL CARTERO

Penumbra

Lorenzo Silva

Martes, 21 de Abril 2020

Tiempo de lectura: 7 min

La epidemia ha golpeado, qué duda cabe, al conjunto de nuestra sociedad. Y ha sido especialmente dura, nadie lo discute, con el colectivo de sanitarios que se ha visto forzado a contenerla, muchos sin los medios adecuados, y pagando por ello un elevado peaje. Pero tal vez donde el virus resulta más cruel es en los rincones de penumbra de nuestra sociedad, donde además pasa más inadvertido el quebranto y el esfuerzo de quienes lo contienen. Nos escriben desde dos de esos rincones: las cárceles y las escuelas para menores en dificultades. Allí también sigue la vida bajo el confinamiento, también hay quien sostiene como puede, y a menudo mal protegido, un servicio esencial. Aunque para penumbra, esa en la que han caído tantos de nuestros mayores. Lean la carta de la semana. Duele. LA CARTA DE LA SEMANA

Los últimos niños de la guerra

La gente muere, es una regla natural, y nos hemos acostumbrado a que la gente que muere pasa a ser estadística social. Nuestros muertos del coronavirus en España son bastante más que eso. Desde que tengo uso de razón he oído hablar de los niños de la guerra, con las distintas trágicas circunstancias de diferentes colectivos, y también he oído hablar de esa guerra, fosas comunes, inhumaciones de personajes históricos o leyes de memoria histórica. ¿Qué mejor memoria histórica podemos tener que esta generación? Esta generación no se merece la miserable despedida de la vida que les estamos brindando. Son los últimos niños de la guerra que han llegado hasta hoy. Nacieron en plena guerra o cerca; aquí se quedaron o volvieron padeciendo las penurias de la posguerra para trabajar como pluriempleados, incorporando a la mujer al trabajo; se inventaron un país desde cero; tuvieron hijos dándoles una educación y un porvenir; acabaron con un régimen dirigente infame sin futuro; diseñaron un país moderno, libre, demócrata, con leyes acordes; sentaron las bases de la igualdad de sexos; nos incluyeron en las organizaciones internacionales; y consiguieron una jubilación que han usado, hasta el día de hoy, en ayudarnos a los irresponsables de sus hijos y a sus nietos y bisnietos. A cambio de esa vida ejemplar, les ofrecemos lo que nunca podían esperar: la última guerra, la más increíble. Los llevamos a la Edad Media para encerrarlos en sus casas o para infectarlos con una enfermedad que somos incapaces de curar; los confinamos en escenarios dantescos sin atención apropiada, ignorando su voluntad de compañía y esperamos a que pasen a ser estadística sin permitirles despedirse de sus seres queridos y, aunque ellos ya no lo sepan, depositándolos en pistas de patinaje de hielo hasta que se alguien se pueda hacer cargo de ellos. Chencho Sánchez Barandica, Mompía, Bezana (Cantabria)
Por qué la he premiado… Por lo que duele, y tiene que doler, y no dejar de dolernos.

Balmis y las Casas Escuela

Tienes todas las incertidumbres, pero no pueden pararte. Sabes que no estarás en los noticiarios, ni en las cadenas de WhatsApp, ni en los rezos y súplicas de la mayoría. A no ser que salte algún suceso. Conoces que las personas con las que trabajas no son las primeras para casi nadie, que incluso la mayoría prefiere no saber que existen. El colegio que podía ser el comodín social, la vía oficial de entrada al club de la sociedad, los ha ido dejando caer, hasta que la resignación sea al menos legal, a los 16 años. Llega la peor pandemia y no esperas que justo ahora vayamos a ser prioridad en EPIS y recursos, pero no deja de ser paradójico que los de protección de menores estén sin protección. No es tiempo de quejas, estamos agradecidos porque estos niños y niñas nos exigen cada día para no caer en nuestra propia mediocridad. Porque quizá no haya más que la mejor intención por parte de responsables. Balmis es el nombre de la operación del ejército para contención del Coronavirus. Pero Balmis fue un heroico doctor que salvó a América de ser arrasada por la viruela. Lo hizo usando a los niños de un hospicio para transportar la vacuna y superar los meses de travesía en barco. Aquellos heroicos chicos y chicas son anónimos, como los nuestros ahora, superando con generosidad cada día otros virus que han sufrido desde pequeños: malos tratos, abandono o fracaso escolar. Supongo que los héroes deben seguir siendo anónimos, pero a igual responsabilidad, iguales derechos, incluyendo los derechos de protección.

Jorge Hernández Gómez, Casa Escuela Santiago Uno (Salamanca)


Abandonados a su suerte

Ahora que el mundo se para y la vida queda en suspenso, que gracias al estado de alarma volveremos a ser todos españoles, o eso dicen; ahora, que se agradece el esfuerzo a los servidores públicos para que la sociedad siga adelante, y que hace años fueron abandonados a su suerte, mal pagados, mal valorados y peor dotados de medios para ejercer su trabajo; ahora, que sigue existiendo un colectivo que nadie nombra, ni piensa en su labor, ni agradecerá su esfuerzo, ellos seguirán haciendo de policía sin serlo, apagarán fuegos sin ser bomberos, ayudarán al que lo necesite sin ser una ONG, orientarán sin ser psicólogos, por puro sentido común. Salvarán vidas sin ser de protección civil ni de la UME, y lo harán por la convicción de que cuando salvas a uno nos salvamos todos. Pero no los veremos en un informativo: su trabajo se desarrolla tras los altos muros de hormigón de la indiferencia, el desconocimiento y el prejuicio. Nunca reciben el aplauso público, ni el ánimo de sus superiores, y pese a todo ahí están, cumpliendo su deber. Ya sabe quiénes son: los funcionarios de prisiones, que intentarán calmar, hacer cara a cara lo que sus superiores no tienen el valor de afrontar. Sin guantes ni mascarillas, sin lo más esencial, en plena pandemia.

Felipe Soriano (Valencia)

...mona se queda

Desde que empezó el confinamiento hemos sido testigos de demostraciones de apoyo desde los balcones que ponen los pelos de punta, policías que bailan y cantan canciones infantiles... una unión y un sentimiento de comunidad que parecía perdido y desfasado. Pero la semana pasada tuve que salir para visitar a un familiar en el hospital y alguien me gritó desde un balcón: «Vete a tu casa».  Me sorprendió y me sentí vigilada, pero creí que había sido algo aislado. Sin embargo, esta semana he asistido, con pena, a un nuevo fenómeno que surge de los balcones y que ya no me gusta: nos hemos convertido en jueces y ejecutores de nuestros vecinos, cuestionando que estén en la calle y, a veces, increpándolos... Sí es cierto: hay personas que con un nulo sentido de la solidaridad y el deber se saltan la cuarentena, pero también hay quienes salen con motivo y no creo que necesiten justificarse ante quienes miran por las ventanas. La adversidad saca lo mejor de nosotros mismos, pero también es cierto que aunque se vista de seda, la mona... Oihana Lopez de Sosoaga, Vitoria (Álava)

Crónica del confinamiento

Cuando empezó la reclusión me planteé unos objetivos a corto plazo: mantener la salud, aprovechar el tiempo, ayudar a mi entorno, disfrutar… Me propuse: cumplir el decreto de estado de alarma; relajación para resistir mentalmente; mantener la forma física (estiramientos, bici estática); contactar telemáticamente con familiares y amistades; organizar, ordenar y bricolaje del hogar; ensayar nuevas recetas culinarias; realizar cursos on-line masivos y abiertos; leer, oír y ver las obras deseadas pendientes; reflexionar y replantearme mi proyecto de vida para después de la crisis. Transcurridas las primeras semanas, hago balance y el resultado me desmoraliza: he perdido tiempo en las redes sociales y en seguir compulsivamente las noticias; me he convertido en un hipocondríaco. Y estoy angustiado por tanto drama humano y preocupado por el futuro de la economía. Espero que esta crisis acabe cuanto antes y que en el tiempo que aún estaremos enclaustrados pueda enmendarme y ser más eficaz. Fernando Serrano Echeverria. Eibar, (Guipúzcoa)

Raro

Suena el despertador, como cada día: arriba, en 20 minutos trabajando, solo se oye el ventilador del ordenador. Raro: son las 8, ni un claxon, ni un coche, ni un patín. Raro, no podemos tomar café, nadie pregunta por una calle, qué silencio más estruendoso, una vía céntrica de Madrid. Raro: tres colegios alrededor, ni un niño; tres obras mastodónticas, ni un obrero; las mejores tiendas de la city, ni un cliente. Raro... Pero aquí estoy yo, esencial, como ayer, como el año pasado, y el otro... Nací en esto, 64 años después me entero de que soy esencial, yo no, mi kiosco de prensa. Raro. Juan Araújo Fresneda (Madrid)

Gracias, Chequia

Al despertar hace dos domingos, mi mujer (de nacionalidad checa) me contó que su país había enviado a Italia y España un cargamento de 20.000 trajes para sanitarios, entre otros artículos. Solo quiero agradecer a este país su ayuda. Ha sido el primero de nuestro entorno en responder a nuestra llamada de auxilio. Lo hizo desinte-resadamente, teniendo en cuenta, además, que ese material es también necesario allí. Chequia, un país hace poco criticado por no seguir al pie de la letra los dictados de la Unión Europea, acusado falsamente de racismo por creer que la crisis de los refugiados se debería resolver de otro modo, ha dado una gran lección de europeísmo a todos. Una lección de humildad para esos otros grandes países proeuropeos que, ante la solicitud de ayuda de Italia, cerraron sus fronteras a la exportación de ciertos materiales. Una lección de humildad también para nosotros, que, como nación, muchas veces miramos por encima del hombro a estos países mal llamados 'del Este' (la mayoría son centroeuropeos). La UE se construye con acciones como esta y no con palabras que, ante las dificultades, se evaporan. El peso de los países no se debería medir por el PIB, la población, o los kilómetros cuadrados, sino por el corazón de su pueblo. Eternamente gracias, Chequia. Francisco Sánchez Témez, Praga (Chequia)