Tiene 22 años y cara de no haber roto un plato. Bradley Manning es, sin embargo, el hombre que filtró los papeles que han destapado los detalles más secretos de la diplomacia de EE.UU. Un cabo de 22 años, homosexual, solitario y extremadamente inteligente, que ha puesto contra las cuerdas al Gobierno más poderoso del mundo. Por Martin Knobbe

El cabo primero Bradley Manning, de 22 años, sirve en la segunda brigada de infantería acantonada en el llamado puesto Hammer, a 60 kilómetros al este de Bagdad, en IraQ. Está sentado frente a su ordenador en una sala de acceso restringido. Y se aburre.

Desde el norte llegan noticias de disparos contra civiles. Un tribunal de Bagdad acaba de condenar a muerte a 11 hombres por asesinar a más de 100 personas. Pero, para Manning, este 14 de enero de 2010 es un día sin acontecimientos especiales. No imagina que está a punto de hacer historia.

«Bradley Manning se siente muy solo», escribe en su página de Facebook. Poco después accede a una base de datos del Gobierno estadounidense y copia en un CD información confidencial. Se trata de un documento sobre la crisis bancaria en Islandia.

Hace un par de semanas, Wikileaks puso en circulación 243.270 correos electrónicos diplomáticos y 8.017 directivas estadounidenses. Algunas estaban catalogadas como «confidenciales»; unas pocas, como «secretas». En conjunto, han puesto en evidencia la forma en que Estados Unidos ve el mundo y han dejado al descubierto, de una forma desconocida hasta la fecha, el funcionamiento de su diplomacia.

El cabo Manning es el principal sospechoso de haber facilitado todos esos datos: 92.000 informes sobre la guerra en Afganistán, unos 400.000 sobre la de Iraq y despachos diplomáticos. La divulgación de secretos es un delito de traición que podría suponerle una condena de 52 años de prisión; algunos políticos norteamericanos exigen, incluso, la pena de muerte.

Bradley Manning se encuentra desde el pasado julio en una prisión militar de Virginia a espera de juicio. Su historia es la de un soldado que creyó que en el Ejército conseguiría sentirse realizado y que, al final, se sentía solo e incomprendido. Algo que, por otro lado, le había ocurrido ya unas cuantas veces a lo largo de su vida.

La localidad de Crescent, en Oklahoma, parece una ciudad abandonada del Oeste de Estados Unidos. Bradley Manning creció allí con sus padres y su hermano mayor, Casey. Shanée Watson recuerda muy bien al chico rubio y delicado con el que, cuando tenía 11 años, discutió durante horas sobre si toda la gente ve el mismo color cuando mira un coche rojo. Formaban equipo en el concurso de preguntas y respuestas del colegio y casi todos los años se llevaban el primer premio. «Bradley era extraordinariamente inteligente», asegura Watson. «Fue su inteligencia lo que lo convirtió en un marginado», añade Jordan Davis, el mejor amigo de Bradley, con quien ha pasado innumerables tardes ante un ordenador.

En 2001, cuando sus padres se separaron, Bradley se mudó con su madre a Gales, donde había nacido ella. Poco antes de su partida se pasó a ver a su amiga Shanée y le confesó su homosexualidad. «En aquel momento no tenía muy claro qué podría representar para él el hecho de haber crecido en un entorno tan conservador como éste», cuenta. En Crescent había más bancos en las iglesias que habitantes, diría Bradley años después a un amigo en un correo.

Cuando terminó la escuela, Bradley regresó a EE.UU. y su vida descarriló. Su padre lo echó de casa, «por ser gay», le contó más tarde a un conocido. «Porque su padre era un imbécil», dice Jordan hoy. Bradley, que por entonces tenía 20 años, trabajó repartiendo pizzas; más tarde, en una empresa de software; y se hizo asiduo de una comunidad homosexual. Poco después, en el verano de 2007, aquella vida caótica llegó a su fin: se alistó en el Ejército.

«No me sorprendió dice Jordan Davis. Estaba fascinado con la guerra. Le gustaba mucho James Bond y estaba convencido de que Estados Unidos debía desempeñar un papel de liderazgo mundial.» La formación de Bradley se prolongó durante un año. Abandonó Fort Huachuca como analista de información con autorización para acceder a documentos confidenciales.

EE.UU. reformó sus servicios secretos desde los cimientos tras el 11 de septiembre. Entre los objetivos figuraba mejorar el acceso a las informaciones. Se buscaba evitar que en el futuro, por ejemplo, un servicio secreto ajeno supiera algo sobre un posible atentado y no lo compartiera con las demás organizaciones, tal y como ocurrió en los meses previos al ataque contra el World Trade Center en Nueva York. Pero, por ese mismo motivo, las autoridades acabaron siendo demasiado generosas con el acceso a la información.

El Secret Internet Protocol Router Network (SIPRNet) es el principal banco de datos del Departamento de Defensa norteamericano. Fue instalado hace 20 años. Miles de documentos hasta el segundo nivel de reserva (secret) acaban allí cada día, también despachos y directivas del Departamento de Estado. En definitiva, se trata, sobre todo, de un portal de intercambio de información al servicio de la conducción de la guerra y que contiene «datos vitales» para los soldados, según las palabras del propio secretario de Defensa, Robert Gates.

Cuando una persona recibe acceso a SIPRNet, ya no necesita volver a solicitarlo cada vez que realice una consulta. Ni siquiera cuando esa consulta no tiene absolutamente nada que ver con su ámbito de trabajo. Unos dos millones y medio de funcionarios y militares tienen acceso a él en estos momentos. Bradley Manning era apenas uno de ellos.

El joven cabo tenía incluso acceso a los datos del llamado Joint Worldwide Intelligence Communications System, clasificados como «altamente secretos». Para que sus frecuentes visitas a la sala de ordenadores no llamaran la atención, a veces no introducía el código de cinco dígitos y se limitaba a llamar a la puerta con los nudillos para que alguien le abriera. «Era muy fácil», comentó Manning más tarde en un chat.

Su primer destino fue Fort Drum, en el Estado de Nueva York. La legislación militar norteamericana le prohíbe declararse homosexual. En Facebook, sin embargo, no mantenía la misma reserva, más bien todo lo contrario. «Bradley Manning es un conejito feliz escribió una vez. Esta noche se acurrucará en su cama.» Encontró un buen amigo en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), una prestigiosa universidad de élite en Boston: Tyler, un informático que en su tiempo libre actuaba como drag queen. Manning también conoció a los amigos de Tyler del MIT; todos ellos, locos por los ordenadores.

Le enseñaron trucos para desencriptar datos. Probablemente se tratara de los mismos que utilizaría después, para facilitar documentos secretos del Gobierno a Wikileaks. Los investigadores del Ejército y del FBI hablan de, al menos, cinco personas sospechosas de haber ayudado a Bradley Manning. Manning fue destinado a Iraq en octubre de 2009 como analista de información de infantería, décima División de Montaña. Fue su primer destino a una zona de guerra. «Bradley Manning tiene una colcha suave y un almohadón blandito. En cualquier caso: la guerra contra el polvo ha empezado», escribió en Facebook desde Bagdad. Poco después sus comentarios empezaron a hacerse más esporádicos. Quizá se debió a que, según su perfil en la red social, volvía a estar soltero. O, también, a que ya no tenía nadie con quien hablar. «Bradley Manning se siente olvidado», escribió en noviembre. Ese mismo mes contactó por primera vez con Julian Assange, el fundador de Wikileaks.

Wiki es un término de origen hawaiano, significa «rápido», y leaks, en inglés, es «goteras», zonas permeables por donde se produce una filtración. El nombre está relacionado con la Wikipedia, esa enciclopedia web escrita y mantenida por millones de usuarios.

En aquellos momentos, Wikileaks no era tan conocida, pero la comunidad internauta sí sabía de su existencia. Surgida inicialmente como una plataforma para que los disidentes chinos pudieran publicar documentos comprometedores sin poner en peligro su anonimato, tenía fama de seria y digna de confianza. Una serie de servidores, nodos y programas de codificación impedían que la información pudiese ser rastreada hasta su raíz. Manning había leído la historia de los 500.000 mensajes de texto enviados el día de los atentados de 2001 en Nueva York. Los comentarios de policías, funcionarios y víctimas salieron a la luz gracias a Wikileaks. Manning vio que tenían su origen en una base de datos del Gobierno. Probablemente, eso le hizo plantearse su siguiente paso: él también tenía acceso a esos datos.

De acuerdo con los principios básicos de Wikileaks, Julian Assange sigue sin reconocer haber mantenido contacto alguno con Bradley Manning. Unas pocas semanas después, a finales de 2009, el cabo descubrió un vídeo de 2007 en el servidor de un jurista del Ejército. Mostraba un helicóptero Apache norteamericano disparando contra civiles en Iraq. Murieron 12 personas; entre ellas, dos periodistas de la agencia Reuters. Aquel incidente ya era conocido, pero el Pentágono negaba que se hubiese atacado premeditadamente a los civiles, insistía en que los soldados habían confundido las cámaras de los periodistas con armas. Una petición de Reuters para publicar el vídeo fue rechazada. Cuando Manning viajó en un corto permiso a Boston, en enero, le habló a su viejo amigo Tyler del vídeo y de su acceso a documentos confidenciales.

También le dijo que estaba pensando en comunicarlos. «Sólo quería hacer lo correcto declararía, más tarde, Tyler a la revista estadounidense Wired. Creo que tuvo que luchar duramente consigo mismo». Poco después de su regreso a Iraq, Manning le envió a Julian Assange el documento diplomático sobre la crisis bancaria en Islandia. Su intención era ver qué hacía Wikileaks con él. El despacho fue publicado el 18 de febrero. Manning comprobó lo fácil que era el juego. Y lo emocionante que podía resultar. Empezó a entrar más asiduamente en la base de datos, se ponía unos auriculares y hacía como si tarareara la canción Telephone, de Lady Gaga. Después rotuló esos CD con el nombre de la cantante.

En febrero envió a Wikileaks el vídeo del ataque de helicóptero en Iraq. Assange lo publicó el 5 de abril y, por primera vez, abandonó su posición neutral como simple transmisor de datos. «Asesinato colateral» es el nombre del enlace que lleva a la página donde se puede ver el vídeo. En una entrevista, Assange habló de los crímenes de guerra de Estados Unidos. Él mismo pasó a describirse como «activista de la información». La primera potencia mundial tenía, por fin, un enemigo a su altura. Su arma era la información y el campo de batalla, Internet. Los medios de comunicación empezaron a interesarse por ese australiano de pelo blanco. Aparecieron semblanzas de un hombre enigmático que sólo necesitaba dormir dos horas al día y comer un par de sándwiches; que no tenía domicilio fijo, que cambiaba constantemente de número de teléfono y al que le gustaba vivir en Kenia, Suecia o Islandia, allí donde la legislación sobre prensa le ofreciese las mayores garantías de protección. También que se veía a sí mismo en una huida constante de las autoridades, que callaba su edad y que podía mostrarse muy duro con sus compañeros de profesión («No me gusta su tono. Si sigue así, se queda fuera»). Assange se convirtió en una estrella. Informantes anónimos de todo el mundo han subido documentos a su web.

Unos 40 empleados fijos y 800 ayudantes comprueban su veracidad. Así, por ejemplo, salieron a la luz los e-mails privados de la conservadora más famosa de Estados Unidos, Sarah Palin, o un manual interno de cómo debían ser tratados los presos de Guantánamo. En el puesto Hammer, cerca de Bagdad, nadie sospechaba que el verdadero poder tras la etiqueta Wikileaks se escondía entre sus muros. Bradley Manning publicaba en su página de Facebook unas veces smileys sonrientes, otras veces reflexiones sombrías. «Me siento decepcionado por las personas y por la sociedad», escribió a principios de mayo.

Supuestamente, un par de días más tarde encontró, por fin, a alguien con quien descargar su conciencia. Adriano Lamo es el hacker informático más famoso de Estados Unidos. Su biografía es parecida a la de Julian Assange. Dejó el instituto en San Francisco un año antes de graduarse y viajó por todo el país como un «vagabundo hacker», según sus palabras. Dormía en casas de amigos, en el sofá o en la calle. Accedía a la Red en bibliotecas y cibercafés. A los 20 años accedió al servidor de The New York Times y dejó mensajes con su nombre. Falsificó noticias en Yahoo y se coló en el servidor interno de Microsoft.

En 2004 fue condenado por ello a seis meses de arresto domiciliario y al pago de una indemnización de 65.000 dólares. Desde entonces se define como periodista y tiene su propia empresa de asesoría sobre seguridad de redes. Nos reunimos con Adrian Lamo, de 29 años, en la cafetería de un centro comercial en Sacramento, la capital de California. Recientemente le han diagnosticado el síndrome de Asperger, una forma de autismo. Durante la conversación se le cierran los ojos varias veces, tiene problemas para mantener el equilibrio. Es evidente que está enfermo. Bradley Manning se puso en contacto con Lamo el 21 de mayo. Quizá porque acababa de leer en Internet la noticia de su enfermedad. Quizá porque lo veía como un alma gemela. Adrian Lamo, tras un breve matrimonio, también tenía ahora un hombre como compañero. «Bradley, simplemente, necesitaba alguien con quien hablar dice Lamo. Y yo lo escuché, porque conozco muy bien esa sensación». Bradley Manning le habló en un chat de las sombras que enturbiaban su alma. «Soy un fracaso, una ruina. Sólo quiero llevar una vida normal, pero nadie me presta atención.» También le habló de una barbacoa que había organizado recientemente para los soldados. No apareció «absolutamente nadie» y tuvo que tirar la carne. Escribió que ya no creía en la existencia de los buenos y los malos: «Cada Estado sólo obra según sus intereses». Se sentía metido en una guerra de la que estaba realmente convencido que no era buena. Citó un ejemplo: 15 hombres habían sido detenidos por la Policía iraquí por haber impreso «propaganda antiiraquí».

Sus superiores le encargaron que investigara el caso. Descubrió que se trataba de profesores que habían publicado un escrito de carácter político y que contenía acusaciones de corrupción en el gabinete del primer ministro. «Fui corriendo a mi oficial a contarle lo que estaba ocurriendo escribió Manning. Pero no quiso oír nada del asunto. Simplemente me dijo que teníamos que ayudar a la Policía iraquí a encontrar más criminales de esa calaña.» El informante de Wikileaks, Manning, y el antiguo hacker, Lamo, chatearon durante cuatro días, a veces varias horas seguidas. Manning le contó que había facilitado a Wikileaks 260.000 documentos diplomáticos, que él mismo se había sorprendido de lo fácil que había resultado. «Servidores débiles, débil protección de acceso, débiles medidas de seguridad, contrainteligencia débil, débil comprobación del flujo de datos… la tormenta perfecta». Dijo que había encontrado en esos documentos cosas «horribles» y también «increíbles», cosas «cuyo lugar es la opinión pública y no un par de servidores perdidos en una oscura habitación de Washington». Si así fuese, añadía, si todo el mundo pudiese ver con sus propios ojos la política exterior secreta de Estados Unidos, «Hillary Clinton y miles de diplomáticos sufrirán un ataque al corazón». En un momento dado, Manning escribió: «Es increíble todo lo que te he confesado». La Policía militar detuvo al cabo Bradley Manning el 26 de mayo. Fue llevado a Kuwait y, de ahí, a la prisión militar de Quantico, en el Estado de Virginia. Cuando tuvo claro que Manning ya había facilitado todos los documentos a Wikileaks, Adrian Lamo no vio otra posibilidad que traicionarlo. «Había vidas amenazadas. Se trataba de nuestra seguridad nacional», justifica. Siente lástima por Manning y le apena haberse portado así con un amigo, añade, pero la responsabilidad última es de Julian Assange: «No tendría que haber publicado nunca los documentos». En la actualidad, Bradley Manning permanece en prisión. Y se encuentra sometido a una vigilancia especial por riesgo de suicidio.

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