Donald Knuth: «No soy un genio, pero tengo una forma de pensar que solo posee una de cada cincuenta personas»

Este hombre de 73 años es un sabio, el padre de la programación, un gurú para cualquier informático desde que en 1962 escribió «el arte de programar ordenadores». No concede entrevistas, pero hace una excepción con ‘XLSemanal’ porque le han concedido el premio fundación BBVA fronteras del conocimiento, que recogerá esta semana: nos recibe en su casa de stanford y descubrimos que su sabiduría va mucho más allá de las matemáticas

El secreto, dice, son sus sandalias ergonómicas de fabricación italiana. Gracias a ellas, Donald Knuth, padre de la programación informática, trabaja de pie frente a su ordenador desde hace varias décadas. Conocí al filósofo Martin Gardner en los 60 y él tenía su máquina de escribir sobre un pedestal. Es bueno para la circulación , explica en su estudio, situado en el segundo piso de su casa de Stanford, California, donde se amontonan libros, papeles y un ordenador que está siempre encendido. En sus entrañas descansa su faraónica obra. El arte de programar ordenadores.Todo empezó en 1962 y, aunque el plan original era escribir un único libro, en enero publicó la primera parte del cuarto volumen. Soy un perfeccionista. Tienes que serlo para ser programador. A su larga lista de reconocimientos, el profesor emérito de la Universidad de Stanford y doctor en Matemáticas suma ahora el premio Fronteras del Conocimiento en la categoría de Tecnologías de la Información y la Comunicación, concedido por la Fundación BBVA.

Ha cumplido 73 años, pero está en forma y exhibe el sentido del humor, teñido de orgullo friki, que lo ha hecho famoso. Habla despacio, se refiere a sí mismo como un simple escritor y prescinde de la falsa modestia para decir que está muy orgulloso de su obra. Nos recibe sentado junto a su impresionante órgano, que se diseñó a la medida de la habitación.

XL. Enhorabuena por el premio. ¿Qué significan los galardones para usted?

D.K. Es la primera vez que me mandan un e-mail para decirme que he ganado algo y no me piden que ingrese 100 dólares en una cuenta a cambio. Esta vez no era un timo, sino una sorpresa maravillosa. Donaré el dinero, tengo una vida feliz y no quiero arruinarla. Solía pensar que los premios solo hacían feliz a mi madre, pero, cuando ella murió, me di cuenta de que también me hacían feliz a mí. Este es un reconocimiento a la informática, que es como el chico nuevo del barrio. Una ciencia muy joven comparada con las matemáticas, que tienen 1000 años, o la física. Acepto el premio en nombre de mi disciplina.

XL. Aunque vivimos rodeados de tecnología, la programación es una ciencia muy abstracta. ¿Cómo explicaría lo que hace?

D.K. Programar es explicarle a un ordenador lo que tiene que hacer de la forma más precisa posible.

XL. ¿Se acuerda de la primera vez que utilizó un ordenador?

D.K. Sí, fue en 1965 en la universidad. Entonces, no había más de 1000 ordenadores en el mundo. Eran muy caros y ocupaban una habitación. Leí el manual y, como trabajaba en el mismo edificio para pagarme los estudios, me dejaban jugar con su carísima máquina. Luego conseguí un trabajo escribiendo software. Resultó que tenía una forma peculiar de pensamiento que me hacía bueno en programación.

XL. Mucha gente llama a ese tipo de cerebros «genios». ¿Se considera uno?

D.K. No soy un genio. Yo lo llamaría geek (friki fascinado por la tecnología). Aunque en mis tiempos ese término no existía, yo nací para ser uno. Ya sabe lo que dicen. uno por ciento de inspiración y 99 por ciento de transpiración. Pero es cierto que tengo una forma de estructurar el conocimiento en mi cabeza que solo posee una de cada 50 personas.

XL. ¿Cómo se forja un cerebro como el suyo? ¿Cómo era en el colegio?

D.K. Era una máquina de hacer exámenes, solía tener un cien por cien de aciertos. Me gustaba escribir obras de teatro y en el periódico del colegio. Y aunque era muy malo en deportes, llevaba las estadísticas de los equipos. Pero, sobre todo, era muy obediente. Hasta los 30 años no leí una novela por placer, para mí solo eran deberes.

XL. Empezó a escribir El arte de programar ordenadores en 1962 y aún sigue inmerso en el mismo proyecto. ¿Qué lo mantiene motivado?

D.K. Acabo de terminar las primeras 900 páginas del cuarto volumen. Es un libro difícil de leer, escrito exclusivamente para geeks. Pero sé que la gente lo está leyendo porque pago 2,56 dólares por cada error que encuentran y ya han hallado algunos.

XL. ¿Lleva la cuenta de los cheques que ha firmado durante todos estos años?

D.K. Más de 30.000 dólares en total. Quiero que mi obra sea precisa y los cheques son mi muestra de aprecio a la gente que me ayuda a conseguirlo.

XL. Es famoso por sus bromas. ¿De dónde viene su sentido del humor?

D.K. ¡También me tengo que divertir! Hay bromas en mis libros que nadie ha descubierto. Eso me hace pensar que nadie más las cree graciosas [risas].

XL. No quiso patentar sus dos programas más famosos. TeX y Metafont. ¿Por qué?

D.K. Si fuese lo único que he hecho, quizá lo habría patentado. Pero yo vengo de la tradición matemática. Los matemáticos no patentan nada. Descubren algo, lo publican y esperan que le guste a alguien. Yo ya tenía un sueldo y una reputación, no quería tener ese trabajo en propiedad ni hacer dinero con él.

XL. ¿Cuál le gustaría que fuera su legado?

D.K. Hay gente que explora nuevos territorios y planta la bandera, pero también hay personas que cuidan la tierra y la fertilizan. Y yo quiero estar en esa segunda categoría. Espero haber levantado los cimientos sobre los que otros construirán nuevas estructuras.

XL. Dice que los programas deberían poder leerse junto a la chimenea, como las buenas novelas. ¿Es eso posible?

D.K. Es algo en lo que creo firmemente. Deberían poder leerse como la buena literatura. Me emociona expresar un software de tal forma que pueda gustarle a una persona.

XL. Creo que asistió a clases de arte para perfeccionar su forma de programar

D.K. Lo hice porque me gusta usar el cerebro izquierdo y el derecho al mismo tiempo. No quiero estar especializado en una sola parte de la vida.

XL. ¿Y cuál sería, entonces, la capilla Sixtina de la programación?

D.K. No lo sé. Hay muchos tipos de belleza. Un programa puede estar hecho de forma elegante o puede ser bello porque funciona 100 veces más rápido que otro. Es como intentar catalogar cuáles son las mejores 10 melodías de Mozart. Cada una despierta una emoción diferente en ti.

XL. Paradójicamente, dejó de utilizar el e-mail hace 20 años. ¿Por qué?

D.K. Lo usé durante 15 años y decidí que era suficiente. Pasaba más tiempo contestando correos que trabajando. Soy muy perfeccionista y era incapaz de escribirlos de cualquier forma. Umberto Eco también ha dejado de usarlo.

XL. ¿Cómo evitamos convertirnos en esclavos de la tecnología?

D.K. En España tenéis la siesta. Esto es lo mismo. Puedes «tomarte» una siesta de tu teléfono o de tu ordenador. No puedes estar conectado las 24 horas del día. Hay que buscar un equilibrio.

XL. Parece que ahora todo gira alrededor de Facebook y Twitter.

D.K. Las redes sociales son una necesidad para mucha gente porque les permite sentir que las cosas que hacen afectan a otros. Yo no lo necesito, porque para eso están mis libros. Ya me estaba ahogando con el e-mail porque gente de todo el mundo me trataba como una especie de oráculo. Era horrible, me preguntaban cualquier cosa y yo no quería contestarles porque no los conocía de nada.

XL. Es amigo de los fundadores de Google. ¿Cuál cree que es su mayor aportación al mundo moderno?

D.K. Esos chicos son brillantes y han encontrado la forma de afectar al planeta de manera positiva. El mundo está en una situación terrible, pero la innovación, la tecnología e Internet son las únicas buenas noticias que leemos hoy en los periódicos. Sergey (Brin) y yo tenemos una apuesta pendiente sobre si él terminará antes su doctorado o yo mis libros [risas].

XL. ¿Profetizó alguna vez la relación que hoy tenemos con la tecnología?

D.K. No. Soy muy bueno respondiendo preguntas sobre el pasado, pero para vaticinar el futuro no tengo talento. Lo increíble es que la tecnología es más de 100 veces mejor que hace 20 años. Y un cambio así modifica tu forma de pensar. Piensa en lo despacio que anda un caracol. Si lo multiplicas por 100, ya es más veloz que cualquier otro animal. Y si vuelves a hacerlo, es más rápido que un avión. Nunca meterías un caracol y un avión en la misma categoría, pero los ordenadores han mejorado en esa misma media. Eso cambia toda tu percepción de lo que puedes y lo que no puedes hacer. El peligro es depender demasiado de la tecnología. Funciona genial cuando funciona, pero siempre está a un paso de dejar de hacerlo.

XL. Como matemático, ¿entiende usted la crisis económica de 2008?

D.K. Cuando dependes demasiado de la tecnología, te olvidas de lo cerca que está todo de fallar. Eso ha ocurrido con el sistema financiero. Cuando los sistemas, como el financiero, son tan complicados, nadie usa el sentido común. Siempre ha sido así. Me interesa mucho la historia y me doy cuenta de que en los 50 la gente tenía buenas ideas para cambiar el mundo. Entonces sonaba prometedor, pero poco ha cambiado desde entonces.

XL. También ha escrito sobre religión. ¿La ciencia y la fe son compatibles?

D.K. Hay muchos misterios en la vida que sobrepasan el conocimiento humano, y yo celebro que jamás seré capaz de entenderlos. Ese es un gran baño de humildad.

 

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