Elizabeth, negra, quería ir al instituto, como una más. Hazel, blanca, no estaba dispuesta a permitirlo. Por D.M./ Fotos Cordon Press y Age Fotostock

Antes que Rosa Parks, fue Claudette

Y el primer día de escuela estas dos adolescentes protagonizaron una de las fotografías más memorables de la lucha por los derechos civiles y en contra del racismo en Estados Unidos. Sin embargo, ninguna sabía que sus vidas se iban a volver a cruzar varias veces años después…

racismo conocer historia Elizabeth Eckford

Elizabeth Eckford  nació en Little Rock (Arkansas) en 1941, en una familia humilde. Tras el suceso de 1957 estudió la historia de los afroamericanos e hizo de la suya una causa colectiva

«¡Apaga eso de una vez!», gritó Birdie Eckford a su hija Elizabeth. En la televisión se veían ya las multitudes apiñadas en torno al Instituto Central de Little Rock, el colegio público de Educación Secundaria al que la joven asistiría, por primera vez, en unos minutos. Era el 4 de septiembre de 1957. Nueve estudiantes negros habían sido seleccionados para ingresar por primera vez en una escuela de una ciudad importante del sur de Estados Unidos. El Tribunal Supremo acababa de sentenciar que la educación racialmente segregada era anticonstitucional. Elizabeth era uno de los nueve. «Si alguien te insulta -dijo Birdie a su hija-, finge no haber oído nada. O mejor: muéstrate amable, para dejarlos en evidencia».

Tras publicarse la foto, Hazel fue sacada del colegio. No pasó ni un día con sus nuevos compañeros negros

A uno y otro lado de Park Street, muchos blancos vieron a Elizabeth caminar hacia el instituto. En segundos, una multitud avanzaba detrás de una Elizabeth temblorosa. Los soldados, en vez de protegerla, la enfrentaban al gentío. Frente al instituto, avanzó hacia un soldado que le bloqueó el paso con un fusil. Otros soldados le cortaron también el camino. En vano Elizabeth buscó eludirlos y siguió andando Park Street abajo, con cada vez más blancos siguiéndola hostilmente. Todos gritaban. «¡Hay que lincharla!», «¡no queremos putas negras en nuestro colegio!», «¡vuélvete a casa, negrata!». Ansiosa por dar con alguien amistoso, Elizabeth se giró hacia una anciana, que la escupió.

Tres adolescentes -alumnas del colegio- la seguían, coreando. «¡No queremos integración!». El rostro de una de ellas, Hazel Bryan, irradiaba odio. «¡Que te vuelvas a tu casa, negrata!, soltó Hazel. ¡Que te vuelvas a África!». Will Counts, un fotógrafo del Arkansas Democrat, tomó la foto más famosa de su carrera en el instante en que Hazel gritaba: «África». A su lado, otros blancos interpretaban sus pequeños roles en la imagen, pero «esa boca era la mía», diría después una Hazel que, pese a su aspecto adulto, tenía solo 15 años.

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A la mañana siguiente, Elizabeth y Hazel acaparaban todas las portadas. Elizabeth se convirtió en la alumna más famosa de Estados Unidos, seguida, en notoriedad y metros, por la muchacha blanca sin identificar. En la tienda del abuelo de Elizabeth, el teléfono no paraba. Los nueve estudiantes negros recibían cartas, pero nadie como ella: 50 al día. Hazel, pocas debido a que su nombre apenas había trascendido y todas, muy críticas. Ella no les prestó demasiada atención. Sus padres, alarmados por la repentina notoriedad de su hija, la sacaron del Central. Hazel no pasó un solo día con sus compañeros negros en las aulas.

Elizabeth se convirtió en un símbolo. Los racistas creían que, si lograban echarla, la integración caería con ella. Pero resistió…

En el instituto las cosas no fueron fáciles para Elizabeth. «Todo irá bien- dijo ella tras su primer día de clase-. La mayoría de los alumnos blancos son muy majos». Pero 20 días después la realidad volvió a irrumpir. Primero, un golpe en la nuca con un lápiz; luego, una pedrada lanzada en la clase de gimnasia… Elizabeth sufrió enormemente. Era la más vulnerable de sus compañeros negros y se había convertido en un símbolo: los segregacionistas creían que, si la echaban del instituto, los otros ocho estudiantes negros la seguirían. Con ella, todo el proyecto de integración racial caería. Elizabeth resistió.

No fue fácil convencer a Elizabeth de que participase en las celebraciones de 1997, 40 años después de aquel suceso. Y eso que el mismísimo presidente Bill Clinton iba a presidir la ceremonia. Finalmente, Elizabeth se implicó. En los festejos también iba a colaborar Elizabeth Jacoway, que estaba escribiendo un libro sobre la integración racial en los colegios del sur y que había entrevistado a las dos mujeres protagonistas de la foto. Tras décadas examinando el rostro de aquella adolescente blanca, Jacoway esperaba encontrarse con la encarnación de la cortedad de miras y zafiedad. Sin embargo, le sorprendió hablar con una mujer cultivada y que hacía gala de grandes remordimientos.

«Hola, siempre quise conocerte -dijo Elizabeth a Hazel-. Eres muy valiente al enfrentarte a las cámaras otra vez»

Jacoway fue quien sugirió entonces hacer una foto de Eckford y Bryan juntas. Will Counts, el fotógrafo que hizo la foto original, tenía una idea similar. Recién jubilado, había vuelto a Arkansas para documentar los cambios sucedidos en el Instituto Central desde 1957. Counts llamó a ambas y las convenció para reencontrarse.

Al verse, se miraron en silencio un momento. «Hola, siempre he querido conocerte -saludó Elizabeth-. Demuestras ser muy valiente al enfrentarte a las cámaras otra vez».

A Hazel le sorprendió el comentario: Elizabeth parecía estar advirtiéndola de unos riesgos que ella no había sido capaz de ver. Según el fotógrafo, las dos estaban a gusto juntas. No era una simulación. De aquel primer encuentro surgió un famoso póster, símbolo de la reconciliación.

Cuando las celebraciones del 40.º aniversario terminaron, ambas mujeres siguieron con sus vidas. Sin embargo, con el tiempo, volvieron a verse y sus encuentros fueron haciéndose casi rutinarios. Hasta se inscribieron en un seminario sobre la superación de los problemas raciales. En él, a lo largo de 12 semanas, Elizabeth comprendió lo paralizada por la rabia y el odio que siempre había estado desde aquel suceso. Hazel, por su parte, tomó conciencia de que la amargura que algunos negros sentían era una herida que no curaría con palabras amables.

Para muchos, aquel reencuentro amistoso era solo el triunfo del buenismo y la propaganda oficial. Muchos criticaron a Elizabeth por distorsionar los hechos. «Algunos jóvenes negros piensan que trato de borrar el pasado de un plumazo y hacer creer que todo lo malo ha terminado y que no tiene consecuencias hoy», declaró a la BBC. Y pronto, quizá por esa presión, empezaron sus tensiones con Hazel.

Hazel Bryan Massery, tras la foto de 1957 se interesó por la política, el trabajo social y el activismo por la paz mundial

El distanciamiento se hizo palpable después de 18 meses de relación, cuando se reunieron con Linda Monk, una escritora decidida a escribir la vida de ambas. Monk grabó algunos de esos encuentros, y las cintas desnudaron el mar de fondo de aquella amistad. Hazel aseguraba que nunca le había dado mucha importancia a aquel suceso y que ni siquiera se acordaba de lo que sintió en ese momento. Elizabeth no la creía:  afirmaba que, en realidad, su antigua agresora no había asumido su pasado y que había logrado su perdón con argucias. Hazel se sintió ofendida.

Finalmente, en 1999, Hazel sentenció: «La luna de miel entre ella y yo se ha terminado». A principios de 2000, la socióloga Cathy Collins las reunió por última vez. Hazel ya había tenido bastante. No iban a volver a verse. El ‘póster’ de la reconciliación, de tanto éxito, mereció una segunda impresión. Pero Elizabeth insistió en que debía incluir una matización escrita. Los nuevos pósteres llevaban una pequeña pegatina con la leyenda: «La verdadera reconciliación solo puede darse cuando reconocemos de forma sincera nuestro pasado doloroso, pero compartido». La firmaba Elizabeth Eckford.

El mensaje sorprendió a Hazel

Nadie le había pedido su opinión. Hubiera preferido otro mensaje: «La verdadera reconciliación solo puede darse cuando nos liberamos de forma sincera de nuestro odio y pasamos página para siempre». El póster sigue presidiendo una pared del despacho de la directora del Instituto Central, Nancy Rousseau, más como expresión de un ideal que como reflejo de la realidad. «Me entristece por ellas, por los futuros alumnos del colegio y por los libros de historia. Me hubiera gustado un final feliz dice Rousseau. Y no se ha producido».

PARA SABER MÁS

Elizabeth and Hazel, two women of Little Rock, de David Margolick. Yale University Press, 2011.

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